Ensayo. En Historia del espejo, Melchior-Bonnet investiga el origen de un Objeto que convoca mitos, ficciones y metáforas sobre la subjetividad humana
La Venus en el espejo. El cuadro de Velázquez, expuesto en la National Gallery de Londres./revista Ñ |
Historia del espejo, de Sabine Melchior-Bonnet. |
Johannes Gutenberg no sólo perfeccionó la imprenta. Al comienzo
de su carrera como metalúrgico, mientras intentaba hacer negocios con
una máquina para pulir gemas, también se dedicó a fabricar espejos de
metal y luego de vidrio que pretendían ser perfectos. Había encontrado
una clientela ávida por estos objetos: se los vendía a los peregrinos
que viajaban a la capilla de Aquisgrán, en Alemania, para que pudieran
atarlos a sus sombreros ya que creían que los espejos tenían el poder de
atraer y capturar la gracia de Dios que emanaba de los rituales
religiosos. Siempre rodeado de misterio, de naturaleza a la vez mágica y
monstruosa, como decía Borges, el espejo es uno de los objetos más
extraordinarios e inquietantes que supo crear el hombre, depósito de
mitos, ficciones y complejas metáforas sobre la subjetividad humana. La
investigadora francesa Sabine Melchior-Bonnet explora cada uno de estos
aspectos en su Historia del espejo para reconstruir un periplo que atraviesa la filosofía, la religión, el arte y la psicología.
“El
hombre se ha interesado por su imagen desde tiempos prehistóricos,
utilizando toda clase de técnicas para descubrir su reflejo: desde
piedras opacas o brillantes hasta charcos de agua”, entiende
Melchior-Bonnet. La vanidad podría latir en el centro de esta
fascinación: el mito de Narciso, encantado por su propia imagen, y el de
Perseo, quien logra que Medusa se admire en su escudo, señalan este
aspecto. Cesare Ripa, en su Iconología , incluye además la
prudencia y la verdad como atributos para que el espejo, artefacto que
deambula entre la frivolidad y la densidad metafísica, pueda instalarse
desde la Antigüedad como acompañante esencial en nuestra vida cotidiana.
Entre
la ciencia y lo sobrenatural, el descubrimiento del espejo de cristal,
atribuido tanto a los maestros de Lorena como a los de Venecia, es el
punto de inflexión en esta historia. A partir del perfeccionamiento de
su técnica se suceden las intrigas y las luchas de poder pero tres
razones hacen que los espejos de Murano comiencen a ocupar un lugar
preferencial en el comercio. La tradición vidriera de Venecia se remonta
al siglo XIII, a partir de la fabricación de frascos o perlas de
vidrio, pero se consolida en el momento en el que la República de
Venecia favorece a sus maestros y los considera artistas en vez de
artesanos, los protege y hasta les otorga el derecho a contraer
matrimonio con las hijas de la nobleza. Un espejo de Venecia, con un
vistoso marco de plata, costaba más que un cuadro de Rafael.
El
ingreso de Francia, principal cliente de los maestros vidrieros de
Murano, añade un capítulo atrapante que gira en torno a la Compañía Real
de Cristales y Espejos fundada por Colbert. A partir de telegramas y
cartas, Melchior-Bonnet reconstruye una trama de espionaje industrial,
agentes secretos y contrabando.
A partir de ese momento, la
sociedad aristocrática de Luis XIV empezó a apasionarse por ellos. La
Galería de los Espejos de Versalles, inaugurada en 1682 provocando
admiración, es una muestra fehaciente de ello. A principios de 1700 casi
todos los burgueses de París adoptaron el espejo como elemento
decorativo indispensable, que reflejaba su estatus social. El libro de
Melchior-Bonnet consigue analizar estos modos de uso y sus
significaciones en la sociedad a partir de inventarios post-mortem
y una profusa bibliografía de ficción, en la que titilan descripciones
de Balzac o Flaubert y discusiones encendidas entre Barbey d’Aureville u
Theodore de Banville en torno a la moda del armario con espejos,
“emblema del confort y la prosperidad”.
No sólo se enfoca en las
costumbres sino también en la densidad metafísica del espejo. Desde el
“conócete a ti mismo” del Templo de Apolo en Delfos, la filosofía
intentó responder a esta pregunta que nos hace cada espejo que
enfrentamos. ¿Quiénes somos? En sus Cuestiones naturales , Séneca
retoma los argumentos de Sócrates y entiende que la función principal
del espejo es la de invitar al hombre a contemplarse. Mirar y ser
miradas parece ser también el destino de las mujeres delante del espejo
que los pintores del siglo XVII pusieron en escena. La Venus delante del
espejo que pintan Tiziano, Rubens y Velázquez son mujeres silenciosas
que en un momento de autorreflexión se observan, desdobladas, en su
imagen especular. En los cuadros de Tiziano y de Velázquez el misterio
se concentra en la imagen reflejada en el cristal. En el primer caso, la
imagen de Venus aparece fragmentada y mucho más envejecida que la de la
mujer que tiene adelante. La imagen de Velázquez, por su parte, está
desdibujada y nebulosa, pero con los contornos reconocibles de una mujer
de apariencia realista que rompe con la composición mitológica. Ambos
cuadros nos demuestran que no siempre los espejos reflejan el doble
exacto de lo que tienen adelante. Más inquietante aún es La reproduction interdite
(1937) donde René Magritte muestra a un hombre de espaldas al
espectador frente a un espejo que, sospechamos, develará su rostro. Sin
embargo, el reflejo nos devuelve una imagen paradójica: la de ese hombre
otra vez de espaldas. Nada más inquietante que un espejo que refleja la
distorsión de la lógica. Aquello desconocido.