La riqueza del lenguaje que utilizamos depende de lo que decimos y también de lo que dejamos de decir
La invasión anglófona del lenguaje, sabiendo que el idioma tiene sus más claros equivalentes./elpais.com |
Los anglicismos, galicismos y demás extranjerismos no causan
alergias, ni hacen que baje el producto interior bruto, ni aumentan la
contaminación ambiental. No matan a nadie.
No constituyen en sí mismos un mal para el idioma. Ahí está “fútbol”, por ejemplo, que viene de football
y se instaló con naturalidad mediante su adaptación como voz llana en
España y aguda en América. Se aportó en su día la alternativa
“balompié”, y quedó acuñada en nombres como Real Betis Balompié,
Albacete Balompié, Écija Balompié, Riotinto Balompié… o Balompédica
Linense; pero la palabra “fútbol” acabó ocupando ese espacio y dejó
“balompié” como recurso estilístico y tal vez como evocación de otras
épocas.
“Fútbol”,
eso sí, llegó a donde no había nada. Además, abonó su peaje; se supo
adaptar a la ortografía y a la morfología de nuestro idioma, y progresó
por él: “futbolístico”, “futbolero”, “futbolista”… Y venció ante una
alternativa formada, sí, con los recursos propios del idioma pero que
llegó más tarde.
Sin embargo, nos invaden ahora anglicismos que tenían palabras
equivalentes en español: cada una con su matiz adecuado a su contexto.
Ocupan, pues, casillas de significado donde ya había residentes. Y así
acaban con algunas ideas y con los vocablos que las representaban. Se
adaptarán quizás al español en grafía y fonética, pero habrán dejado
antes algunas víctimas.
Nos invaden ahora anglicismos que tenían palabras equivalentes en español: cada una con su matiz adecuado a su contexto
Llamamos a alguien “friki” (del inglés freak) y olvidamos “chiflado”, “extravagante”, “raro”, “estrafalario” o “excéntrico”. Necesitamos un password y dejamos a un lado “contraseña”, o “clave”. Se nos coló una nueva acepción de “ignorar” (por influencia de to ignore)
que desplaza a “desdeñar”, “despreciar”, "desoír", “soslayar”,
“marginar”, “desentenderse”, “hacer caso omiso”, “dar la espalda”,
“omitir”, “menospreciar” o “ningunear”. Olvidamos los cromosomas de
“evento” (algo “eventual”, inseguro; que acaece de improviso) y mediante
la ya consagrada clonación de event se nos alejan “acto”,
“actuación”, “conferencia”, “inauguración”, “presentación”, “festival”,
“seminario”, “coloquio”, “debate”, “simposio”, “convención” y otras
palabras más precisas del español que se refieren a un “acontecimiento”
programado. Ya todo es un evento, aunque esté organizadísimo.
Elogiamos el know-how de una empresa y no recordamos
“conocimiento”, “práctica”, “habilidad”, “destreza”, “saber hacer”. Se
estableció “chequear” (de to check) y arrinconamos
“verificar”, “comprobar”, “revisar”, “corroborar”, “examinar”,
“controlar”, “cotejar”, “probar”… y tantos otros más adecuados en cada
situación.
Se extiende ahora la palabra fake para descalificar un
trabajo que falta a la verdad; y eso deja en el tintero expresiones como
“manipulación”, “engaño”, “falsificación”, “embuste”, “farsa” o
“patraña”. En los espacios sobre talentos musicales nos presentan a un coach,
voz que se propaga en detrimento de “preparador”, “adiestrador”,
“profesor”, “supervisor”, “entrenador”, “tutor”, “instructor”, “asesor”,
“formador”...
Y en los últimos tiempos se expande entre los entendidos en la Red el anglicismo españolizado “banear”, que se relaciona con banns (amonestaciones) y to ban
(prohibir). Su raíz no anda lejos del sustantivo “bandido” y del verbo
“bandir”. El bandido era buscado a través de un “bando” (de ahí la
palabra, con la que también se vinculan “contrabando” y
“contrabandista”); y “bandir” equivale en su etimología a “proscribir”.
Así pues, una persona “baneada” en Internet (porque insulta, calumnia,
miente, altera el diálogo o usa palabras soeces) es alguien a quien se
proscribe.
No pasa nada si pronuncian “banear” quienes se entienden con ese
vocablo. Sí tendrán un problema si a causa de ello olvidan otras
palabras más certeras para la ocasión: “vetar”, “expulsar”, “excluir”,
“apartar”, “desterrar”, “sancionar”...
La riqueza de nuestro lenguaje depende de lo que decimos pero también
de lo que dejamos de decir... y por tanto perdemos. El problema no es
que lleguen anglicismos, sino que se rodeen de cadáveres.