Se publica una selección de la correspondencia y los diarios que el autor inglés escribió entre 1936 y 1946. Escritor en guerra incluye la cara B de muchos de los hechos que se relatan en Homenaje a Cataluña
El escritor, durante sus históricas retransmisiones para la BBC durante la Segunda Guerra Mundial./elperiodico.com |
Vivimos tiempos
orwellianos, no solo porque la tecnología y su aportación más
sofisticada, internet, están transformado el concepto de intimidad, o
porque la manipulación del lenguaje por parte de los políticos sea cada
vez más calculada e intrincada, como predijo el autor. El único error de
1984, ese libro que nunca se ha dejado de leer, es poner la fecha de ese futuro distópico demasiado cercana.
Estos
tiempos son orwellianos porque no hay nada mejor para analizarlos que
los textos de George Orwell ( Motihari, en la India Británica,
1903-Londres, 1950), pensador a contracorriente, lo suficientemente
independiente y crítico como para no dejarse arrastrar por dogmatismos. A
la bibliografía orwellliana disponible en castellano se une ahora Escritor en guerra. Correspondencia y diarios, 1936 -1943
(Debate), una muestra de las cartas que el autor escribió durante y
posteriormente a la guerra civil española, en la que participó como
miliciano y de cuya traumática experiencia nació Homenaje a Cataluña, posiblemente el libro más leido sobre la contienda.
Pero también de las cartas y los diarios redactados bajo el Blitz
de Londres, con la voluntad de reflexionar desapegadamente sobre el
mundo en guerra. «Su compromiso personal -dice Miquel Berga, profesor de
Literatura inglesa en la Universitat Pompeu Fabra y autor del prólogo
de Escritor en guerra-, se acabó articulando en una obra
literaria que consiguió dar un sentido ejemplar a lo que se ha llamado
arte político. Y buena parte de ese logro está en la relación que
mantuvieron su voz pública y su voz privada». De ahí la importancia de
estos papeles íntimos.
El libro es una selección de los monumentales A life in letters (2010) y Diaries (2012)
en los que Peter Davison recogió la integridad de sus cartas y diarios,
y completa, en cierta forma, la edición de los fundamentales ensayos
que Debate lanzó el pasado año, al ofrecer lo que Berga establece como
un contrapunto a sus libros, especialmente a Homenaje a Cataluña,
al que las cartas aportan un plus de veracidad. «En ellas -asegura-se
ve el esfuerzo titánico del hombre que regresa herido, que quiere contar
su historia que no es justamente la canónica y que lo hace de memoria y
sin notas. Ese fue el esfuerzo central de su vida, el que le dio
fuerzas para escribir muchos años después 1984». Y es que de su
etapa española, lamentablemente, solo se conserva la correspondencia, ya
que sus diarios y las muchísimas fotografías que Orwell tomó en España
le fueron requisadas por agentes estalinistas a la esposa del escritor,
Eileen,en el Hotel Continental de la Rambla, en Barcelona, y es fácil
que anden extraviados en algún archivo ruso -pese a que hace ya años que
se abrieron a los estudiosos- o, mucho peor, hayan sido destruidos.
Su chispeante esposa
En
la correspondencia dirigida a los amigos, su editor, su agente y
también a algún contrincante político especialmente para defenderse de
ataques, también se incluye alguna carta de Eileen Blair (el escritor se
llamaba realmente Eric Blair), que da cuenta de la especial
inteligencia y capacidad para la ironía de su esposa, prematuramente
desaparecida a los 39 años. «Ella era una mujer muy atractiva
-cuenta
Berga-, con mucho sentido común y un humor desenfadado, muy distinto al
de su marido, que lo cultivaba más subterráneo y negro. Formaban un
matrimonio muy libre, abierto incluso en lo sexual». Eileen trabajaba
como secretaria de la oficina en España del Independent Labour Party, un
partido no comunista que apoyaba al POUM, bajo cuya bandera luchó
Orwell. Las cartas también dan cuenta del interludio que el matrimonio
mantuvo en Marrakech, cuando él tuvo que retirarse a climas más cálidos
por prescripción facultativa a causa de la tuberculosis que lo acabaría
matando.
La parte del
león del libro son los tres diarios, de un total de once cuadernos, que
el autor escribió desde los prolegómenos de la segunda guerra mundial -Diario de acontecimientos que condujeron a la guerra, muy
conciso en datos y apenas analítico con noticias extraidas de la
prensa- hasta la primera mitad del conflicto, donde analiza la escalada
desde su personal perspectiva el papel de su país en la contienda.
«Yo remarcaría en estos diarios
-señala
Berga- ese punto tan característico de los ingleses de flema y de
capacidad de resistencia, en el que asumió su cuota de patriotismo».
Como recuerda en el prólogo, Orwell era muy joven para luchar en la
primera guerra mundial y no pudo cubrir su cuota de heroísmo -pese a
darse cuenta más tarde del absurdo imperialismo de la contienda-.
Ese
valor lo encontró en la guerra civil española y más tarde en la mundial
y quiso trasladar aquel idealismo a la defensa civil, la Home guard -«en la que ve un paralelismo con los milicianos españoles»- a la que, a la larga, tampoco ahorra reproches.
Las
mejores y más vívidas páginas de este diario, todo lo íntimo que puede
ser en un tipo tan circunspecto como Orwell, son las que retratan el día
a día de la guerra: los necesarios huevos que ponen las gallinas en un
Londres machacado por el hambre, su actividad en la BBC o el retrato de
la vida en los refugios.
Muy
pocos de sus contemporáneos podrían haber imaginado la perdurabilidad
del hoy tan leido y tan vigente Orwell -posiblemente el escritor más
saqueado entre políticos de uno y otro signo, con interpretaciones que
al autor le sumirían enla estupefacción o le harían sonreír
ironicamente-. Por eso quizá leer a Orwell de verdad, y no citarlo a
medias interesadamente, sea el mejor homenaje que se le pueda hacer.