martes, 3 de septiembre de 2013

El nacimiento de una biblioteca pública rural

Hacer que nazca una biblioteca no es algo fácil. No basta con tener la aprobación de las autoridades locales, con tener los papeles en orden, con tener los libros. Falta todavía golpear en muchas puertas, buscar aliados, diseñar actividades y, tal vez lo más difícil: convencer a la comunidad de lo importante y afortunado que es tener una biblioteca pública en la vecindad

Biblioteca rural. Chinchiná, Caldas. Colombia./bibliotecanacional.gov.co
En la vereda cualquier persona sabe cómo llegar a ella: los adultos, los niños. Sus paredes son de un naranja intenso. Junto a la entrada, cuidadosamente pintado, aparece un mural con el árbol en tonos magenta de Bibliotecas Vivas. La biblioteca pública rural Naranjal-Chinchiná está ubicada a veinte minutos de Chinchiná por la carretera hacia Marsella. Se toma el desvío hacia el Alto de la Mina que pasa por la sede de la fundación Manuel Mejía, de la Federación Nacional de Cafeteros. A pocos pasos está la biblioteca. 
Su historia se inició en el año 2009, cuando se formalizó su creación por parte de la alcaldía de Chinchiná (Acuerdo del Concejo municipal No. 020 del 27 de agosto de 2009). Ese mismo año, el Ministerio de Cultura entregó una dotación que incluyó equipos para reproducir material audiovisual, una colección bibliográfica, películas y computadores. Sin embargo, la biblioteca sólo comenzó a funcionar formalmente a comienzos del 2011, cuando se creó un acuerdo de colaboración entre el Ministerio de Cultura, la alcaldía de Chinchiná y la fundación Manuel Mejía y se contrató a su actual bibliotecario, Jorge Hélmer Valencia.
Jorge Hélmer nació y creció en estas montañas. Vive todavía, en compañía de sus hermanos, en la casa que fue de sus padres, a escasos diez minutos de la biblioteca. Estudió administración de empresas en el SENA y antes de convertirse en bibliotecario trabajó en la alcaldía de Chinchiná y en la Institución Educativa Naranjal, donde terminó su bachillerato. Ha estado siempre en este lugar: todos lo conocen y saben cómo ha sido su trabajo en “la casita naranja”. También se ha desempeñado como coordinador pastoral de la parroquia de Naranjal y como fotógrafo de la comunidad. 
Hacer que nazca una biblioteca no es algo fácil. No basta con tener la aprobación de las autoridades locales, con tener los papeles en orden, con tener los libros. Falta todavía golpear en muchas puertas, buscar aliados, diseñar actividades y, tal vez lo más difícil: convencer a la comunidad de lo importante y afortunado que es tener una biblioteca pública en la vecindad.
Biblioteca Pública Rural Naranjal-Chinchiná
“En el 2011, cuando recibí la biblioteca, la casa estaba en muy mal estado”, cuenta Jorge Hélmer. “Prácticamente no teníamos mobiliario. Debimos hacer varias reparaciones con los vecinos y algunos amigos de la fundación Manuel Mejía. Por esos días nos reunimos, vendimos una lechona y así conseguimos plata para hacer más reparaciones”. 
Los primeros meses fueron muy difíciles. La biblioteca estaba a medio montar: no había mesas ni sillas. Los libros entregados por el Ministerio de Cultura debían buscarse directamente en las cajas en donde llegaron empacados, pues no había  todavía repisas para ponerlos. 
Mientras recorre las salas, Jorge Hélmer recuerda aquellos días: “Usted sabe cómo son las cosas. La alcaldía se había comprometido a entregarme los muebles, pero pasaron casi diez meses de vueltas y trámites para que finalmente llegaran a la biblioteca. Por otro lado, las personas de la vereda todavía no entendían muy bien qué hacían unas personas hablando de una nueva biblioteca, yendo de un lugar a otro para conseguir muebles, libros y apoyo de todas las instituciones”.
Todo cabe en una casa
De una sola planta, y construida en bloques de cemento y tejas de eternit, la casa  no se diferencia mucho de otras construcciones vecinas. Dentro de ella hay un espacio grande donde funciona la sala de consulta y sistemas. Alrededor, en cuatro o cinco repisas, están los volúmenes de la colección Semilla entregada por el Ministerio de Cultura en 2011: excelentes ediciones de enciclopedias, libros de consulta en derecho y agronomía, en ciencias e historia, literatura colombiana, latinoamericana y clásica. En un cuarto aledaño está la sala de lectura para niños, con una nutrida colección de títulos infantiles, cojines de colores y osos de peluche. En el ala opuesta de la casa, en un patio cubierto por tejas semitransparentes, está la Sala de Inglés, donde un grupo de estudiantes amigos vienen regularmente a dictar talleres en ese idioma. En el espacio que corresponde a la cocina hay dos motos parqueadas. Jorge Hélmer responde por ellas: son para los cursos de mecánica que el SENA dicta en la biblioteca desde comienzos de año. 
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Una de las primeras tareas de Jorge Hélmer fue construir alianzas estratégicas, es decir, buscar que el proyecto pudiera interesarles a otras personas y organizaciones: era necesario tejer una red de apoyo donde cada parte reconociera la importancia de una empresa común. En sus primeros meses como bibliotecario entendió que no podía descargar todo el peso de la naciente biblioteca sobre sus hombros, y tuvo la buena idea de tejer relaciones alrededor de ella tan pronto como asumió su nuevo cargo.
Bibliotecario Naranjal-Chinchiná Jorge Hélmer Valencia
Consciente de la importancia de promover el proyecto, se valió de distintos medios de comunicación y convocó a la comunidad, a los líderes y a las organizaciones más representativas de Chinchiná. Por ese camino nació la Red de Amigos, un grupo de personas e instituciones comprometidas con el crecimiento y la sostenibilidad de la biblioteca. Cuando recuerda las instituciones aliadas que hicieron posible la puesta en marcha de la biblioteca, Jorge Hélmer menciona la alcaldía de Chinchiná, la fundación Manuel Mejía y el SENA Regional Caldas. Estas tres instituciones le dieron el primer impulso a la biblioteca: la alcaldía puso el mobiliario y los recursos para la contratación del bibliotecario, la fundación cedió la casa mediante un comodato y el SENA ofreció los primeros programas de formación que tuvieron lugar en la biblioteca.   
Las primeras actividades gestionadas por Jorge Hélmer Valencia tuvieron una incidencia que se mide en el número de personas beneficiadas. También en sus temáticas, muy acordes con el entorno y los intereses de los vecinos de la zona. En el año 2011 fueron capacitadas por el SENA 26 mujeres amas de casa como “Emprendedoras y comercializadoras de leches, frutas y verduras”; al año siguiente, bajo la tutoría del bibliotecario, 58 amas de casa, comerciantes y trabajadores del campo completaron su “Curso básico de sistemas para adultos” y fueron certificados por la fundación Manuel Mejía. A continuación, nuevamente con el apoyo del SENA, treinta emprendedores se formaron como operadores turísticos en el programa “Alojamiento rural en el marco del paisaje cultural cafetero”.   
De manera paralela, en otro nivel de las actividades de la biblioteca, Jorge Hélmer buscó compañeros de trabajo para las actividades cotidianas. Trató de encontrar personas con gusto y convicción y ganas de interactuar con la comunidad. Fue así como se conformó el GAB, o Grupo de Amigos de la Biblioteca. En la actualidad, el grupo está conformado por once personas, de las cuales hay cuatro cuya cercanía con la biblioteca se destaca: Cristian Hernández, el auxiliar bibliotecario; Diana Bedoya, encargada de programas de acompañamiento a madres y niños; Dora Muñoz, responsable de la actividad “Hora del cuento con la tecnología’, y Elkin Montoya, el principal intermediario ante la fundación Manuel Mejía. 
Ninguna de estas actividades le daría sentido a la biblioteca si no se hubieran fortalecido desde el principio los servicios bibliotecarios básicos, es decir, aquellos que facilitan a la comunidad el acceso a la información, a los libros y la cultura. Préstamo externo de libros, servicios de consulta en sala, servicio de información local, actividades de promoción de lectura, entre otros, han constituido las actividades regulares de la Biblioteca pública rural Naranjal-Chinchiná y siguen siendo el eje de su trabajo cotidiano.
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En septiembre de 2011, con recursos y orientación de la fundación Bill & Melinda Gates, el Ministerio de Cultura y la Biblioteca Nacional de Colombia iniciaron la fase piloto del proyecto “Dotación, uso y apropiación de Tecnologías de la Información y las Comunicaciones (TIC) en bibliotecas públicas”.  Al año siguiente, en el mes de junio, se constituyó el grupo de 26 bibliotecas donde se pondría a prueba el proyecto piloto. Para ese momento la gestión de la biblioteca a cargo de Jorge Hélmer Valencia cumplía con las condiciones básicas para hacer parte del piloto, y traía consigo los aprendizajes de las experiencias vividas en meses anteriores. Por este motivo, y por su condición excepcional de biblioteca rural, fue vinculada al programa.
Niños en la Biblioteca Pública Rural Naranjal-Chinchiná
La participación de la biblioteca rural Naranjal-Chinchiná en el Proyecto TIC ha desencadenado una serie de procesos muy positivos.  Hoy podemos decir que el principal logro en estos últimos meses ha sido el fortalecimiento de sus relaciones con la comunidad y las instituciones aliadas. El hecho de estar vinculada a un programa de interés nacional, sumado al acompañamiento del Proyecto TIC y la orientación de la fundación Bill & Melinda Gates en temas de posicionamiento y promoción, ha generado confianza en las autoridades locales y en la fundación Manuel Mejía. Por otra parte, Jorge Hélmer Valencia ha tenido la oportunidad de compartir conocimientos y aprendizajes con sus colegas bibliotecarios vinculados al Proyecto TIC. 
Parte central de este proceso fue la dotación de herramientas tecnológicas. En el mes de junio, la biblioteca Naranjal-Chinchiná recibió una serie de equipos de alta calidad, entre los que se cuentan dos pantallas interactivas, diez tabletas, dos computadores portátiles, un escáner, una impresora, un sistema de audio y un equipo de producción audiovisual. “Con el debido manejo y condiciones óptimas de conectividad, estos equipos abren la puerta para que los usuarios accedan a nuevos soportes de lectura y escritura, a nuevas formas de comunicación y plataformas para desarrollar y difundir contenidos propios”, reflexiona Jorge Hélmer. Las herramientas están dispuestas: de ahora en adelante la tarea es darles un uso creativo y constante.