Nuevos Escritores Latinoamericanos
Wendy Guerra vive en Cuba y sus libros se editan en todo el mundo, pero no en su país. Sus novelas componen un poderoso retrato generacional de los incómodos nietos de la revolución. El Nobel colombiano Gabriel García Márquez elogió su capacidad para los diálogos
Wendy Guerra siempre ha tenido su verdadero refugio en la poesía. / Daniel Mordzinski./elpais.com |
Wendy Guerra
es famosa desde antes de ser escritora premiada en Europa y traducida a
un buen puñado de lenguas. Su figura y nombre están en el disco duro de
toda una generación de cubanos que crecimos con los dos únicos canales
de televisión, aparato de fabricación soviética para verlos, en blanco y
negro casi siempre, y a expensas, eso sí, de ser interrumpidos por los
familiares cortes de electricidad a que obligaba y todavía obliga la
carencia…
Como presentadora de espacios que pretendían mostrar lo más
de la creación musical, variedades, y como actriz, en diferentes
programas dramatizados, siempre en horarios de máxima audiencia, Wendy
no era la única Lolita de nuestra isla preñada de utopías y Avtomat
Kaláshnikova, pero sí era el deseo de los de la clase y el deseo de los
profesores, también: y presiento que ella aunque distante lo sabía,
siempre lo ha sabido.
Así sacaba lasca a sus textos —los que decía en aquellos programas de
los que gracias a las nuevas tecnologías todavía se puede ver alguno—
húmedos, sudorosos, siempre en el límite de una televisión por
naturaleza escrupulosa, mojigata y totalmente parcial, coordinada por
personas del aparato ideológico de un partido. El único partido
autorizado del país.
Pero Wendy flotaba sobre todo eso. A su temprana notoriedad le sumó
la escritura, donde siempre ha tenido su verdadero refugio, su verdadera
casa: la poesía. En el temprano 1987 y con apenas unos 17 años, ganó el
concurso nacional 13 de Marzo de la Universidad de La Habana, y si bien
es cierto dobló celebridad, también le granjeó buen número de críticas
que le achacaron, lo que hacen los críticos en Cuba, alguna razón y muchas insinuaciones…
Porque Wendy Guerra nació en un país diferente donde el igualitarismo
transformó la capacidad para apreciar la diferencia, y de asumirla,
tolerarla. Rara especie de oxímoron, confusión vital a largo plazo.
“No tenía una casa donde nacer. Era el invierno de 1970 y ya nos
encontrábamos en una crisis terrible. Los 10 millones de arrobas de
cañas que pedía Fidel no fueron posibles, el país estaba a oscuras, ni
carnavales, ni fiestas, no había nada para celebrar y muy poco para
comer, vestir, fumar o alumbrarse. Vine al mundo en un pequeño hospital
de provincia y mi madre me llevo con ella al cuarto de títeres del
teatro guiñol de Güines. Mis primeros recuerdos están relacionados con
el mundo del teatro infantil, con aquellos títeres que no fueron
quemados por los verdugos de la parametrización y quedaron colgados por
el pescuezo frente a mi cuna. Nosotros les llamamos Los Mártires, por lo
que resistieron, como teníamos pocos juguetes, los títeres fueron mis
primeros compañeros de juego, luego nos mudamos a la ciudad más hermosa
de Cuba, Cienfuegos, una ciudad afrancesada y discreta, el patio de mi
casa era el mar, aprendí a nadar sola encontrando la laguna dulce dentro
de la corriente salada y conviví con un mundo soviético de militares e
ingenieros nucleares que se movía y decidía por nosotros de una manera
oculta y a la vez presente, autoritaria. Veía pasar los submarinos en
Cayo Carenas y mis amigos descubrían la ‘antenita’ o el ‘lomo’, sabiendo
que debajo de esas aguas del Caribe un mundo ruso nos espiaba. Mis
recuerdos infantiles son muy adultos, prologuistas de graves problemas
de los mayores, personaje secundario de los verdaderos problemas de los
niños.
Juicios, delaciones, despedidas, exilios, todo esto sucedía a mi lado
mientras yo intentaba comportarme como una niña común en un país que
había decidido ser diferente”.
Con grandes antecedentes a los que asume, cita, y hasta completa, fue
el premio Nobel de Literatura, el colombiano residente en Cuba, Gabriel García Márquez,
quien le diera un toque de atención, elogiara los diálogos que por
alguna razón —quién lo supiera— leyó en unos diarios personales de la
autora durante un taller que impartía en una escuela de cine en un
pueblo colonial vecino de La Habana.
Más de 30.000 páginas dejó escritas Anaïs Nin,
una de las dos referencias cuando se piensa en escritoras de diarios.
La otra, quizá más conocida todavía, sigue siendo la niña Ana Frank. Son
evidentes las diferentes condiciones en que ambas realizaron sus
apuntes.
"Mis recuerdos infantiles son muy adultos: juicios, delaciones, despedidas, exilios, todo esto sucedía a mi lado"
En 1922 viajó a Cuba la escritora francesa con la intención de
conocer a la familia paterna. De este viaje se sabe, o mejor dicho, se
sabía poco. Consta entre los originales que no han sido publicados, y
que aseguran llegan a ser un total de 15.000 páginas de diarios,
inéditos, custodiados por alguna biblioteca de Estados Unidos, algo así.
Uno de esos diarios casi vacío es el que Anaïs tuvo la intención de
escribir sobre su viaje a la isla, pero, dios sabrá cuál es la razón, no
rellenó… De esta oportunidad se sirve Wendy Guerra en Posar desnuda en La Habana para completar el recorrido de Anaïs, y en el antes casi vacío cuaderno se mimetiza, nos pone de voyeur invitado asumiendo una sensibilidad muy parecida a la de la esposa de Hugo Guiler, amante de Henry Miller. A sus posibles contradicciones y dudas.
Dueña de una vigorosa convivencia de la ficción dentro de un
subgénero poco bien explotado literariamente, como es el diario, que
supuestamente exige una franqueza mayor, o por lo menos una implicación
real, directa, verdadera. En el año 2006 ganó el primer Premio Bruguera
dando un giro potencial a su proyección, llegando su obra galardonada Todos se van a lectores de Alemania, Bulgaria, Suecia, Francia, Estados Unidos, entre otros.
Como una grande y placentera ironía, aquello que en un inicio había
sido concebido en secreto, para dentro, se devolvía a cientos de ojos y
en diferentes idiomas.
Wendy internacional. Una Wendy para el mundo entero.
“Yo siento la literatura como un diario de vida, como una intervención pública dentro de un mundo privado. Ana Mendieta
es la gran artista visual cubana que me ha inspirado en este arte de
mostrar el dolor, el ardor de las cosas que los otros silencian. Yo saco
mis traumas y mis alegrías a la luz, hemos sido obligados a cerrar la
boca dentro de Cuba demasiado tiempo, estas arterias interiores las he
ido apuntando en mis diarios personales, las he ido incubando desde
niña, luego las reescribo de modo que pueda tener un interés real para
el resto del mundo, pues muchos autores insulares creen que hablar solos
y de problemas muy endémicos ayuda al género, y no es así, voy adelante
con una novela que integre personajes y tramas verosímiles en medio de
una vida que como siempre he dicho no está sucediendo en Occidente.
Vivimos en un territorio occidental con síntomas y conflictos de otro
mundo.
"No puedo mentirle al diario y no me gusta mentirle al lector. La
ficción integra una gama de complejas heridas escritas antes en mi piel
de diarios"
Elegir contar la verdad, sin embargo, y vivirla, no es suficiente. No
en La Habana, donde leer puede ser un ejercicio contestatario, y hasta
peligroso. Donde narrar el día a día sin caer en los maniqueísmos ni
adulteraciones establecidos, puede como poco conducir a eso que Wendy
Guerra define como “parte de un duro silencio”, cuando no a sufrimientos
más reales y físicos. Sus libros tienen la misma estrella de lo
prohibido, y lo prohibido naturalmente lleva más luz aunque también más
sufrimiento. Wendy sufre el privilegio de saberse leída en un sitio
donde instituciones y editoriales ignoran sus libros, que es una manera
avanzada de la censura. Se iguala en azar a una larga lista de autores
semiinvisibles, consciente de que no es la única.
“Como Eliseo Alberto Diego, José Ponte y María Elena Cruz Varela,
Cabrera Infante, Reinaldo Arenas y una infinita lista de autores cubanos
no soy editada en mi patria. Eso tiene una explicación muy simple, el
Estado es dueño y señor de todo y no hay opciones, ellos han decidido
dejarnos fuera de juego, yo no existo para ellos. Pertenezco a una
dinastía de autores silenciados y cuando entro a mi isla, luego de haber
sido traducida a tantas lenguas, siento un potente silencio sobre mí.
No estoy sola, soy parte de un duro silencio”.
“La poesía es mi protección mágica; cuando tengo miedo recito los poemas de mi madre, en los hospitales y en las aduanas”
Pero ella siempre regresa, aunque todos se vayan.
“Un escritor sin país es un niño sin padre. Estoy huérfana”.
Y volvemos a la poesía, que es donde más segura se encuentra. Quizá
por aquello de ser la patria más amplia de los géneros literarios, o por
una sencilla bendición divina, da lo mismo. Establece la controversia
con los críticos: pone imágenes y lenguaje florido en sus libros de
narrativa.
Elige un personaje real para una vida de ficción o se metamorfosea en
Nieve, una niña que crece mientras cuenta, y mientras cuenta, vamos
cayendo sin tocar fondo, no nos lo permite, en la cruel constatación de
una vida real. Una niña, Nieve, que desde su nombre incluye una
contramanifestación para una isla en el Caribe, y que lleva igual,
aunque más intrincada, referencia al título de un libro de culto
pretendidamente poco estudiado, escrito y publicado en el siglo XIX por
otro coterráneo con menos fortuna, Julián del Casal, uno de nuestros
escasos dandis, de nuestras grandes supersticiones que en el mismo año
1892 en que se formaban partidos y se encauzaba la independencia de la
isla, decidió o encontró el modo de publicar sus versos.
De la nieve evadida e imposible del bardo modernista habanero a la
Nieve que dibuja escenas de su vida sin enajenamientos ni remiendos. Del
légamo al éxtasis se llega sin perder la poesía.
“La poesía es mi protección mágica, cuando tengo mucho miedo recito
los poetas de mi madre, en los hospitales y en las aduanas, en los
vuelos intercontinentales cuando hay mal tiempo recito poemas que son
mis compañeros de vida y de viaje. No tengo familia y creo que los
poetas que yo amo son todo lo que tengo.
Me gusta mucho Sigfredo Airel, Antonio Ponte. Quiero hablar de poetas
cubanos porque no son conocidos, pero soy una enamorada de la poesía
japonesa, francesa y norteamericana. Quiero hablar de Eliseo Diego, de
Lezama Lima, y quiero compartir esta, un pequeño fragmento de un poema
de mi madre, la desconocida poeta Albis Torres que dice: ‘Mi país es ese
instante único / que ahora mismo sucede en todas partes, / orillas de
la tierra, / lugares a los que no sé ir / ni puedo, y llego sin embargo.
/ Amo esa alquimia de olas y pacientes orillas. / No hay mejor patria /
ni asta en que poner / bandera alguna”.
Con Wendy Guerra conversé de muchas más cosas alguna vez. Del
silencio que imponen los Gobiernos y de la felicidad y el coste de
saberse un ente libre. De los poetas amigos y de los que ya se fueron a
mejores vidas. Siempre la encontré agradecida, fuerte en los propósitos y
ambiciosa del futuro. Wendy sabe quién es, se gusta, nos recuerda que
cualquier feo de la vida, con glamour e inteligencia siempre,
se salva. Que no hay que irse de Cuba aunque no te publiquen, pues la
gente se las ingeniará para encontrar los libros editados fuera y
leerlos.
“He terminado un libro llamado: Negra. Una novela que
atesora (por primera vez en la ficción) las recetas de la mágica
tradición afrocubana en un contexto social convulso. Un libro que habla
del racismo y del dolor. Un libro que ocurre entre Francia y Cuba. Estoy
ahora mismo en la escritura de mi nueva novela: Hija única, es mi nuevo proyecto. Escribo cada semana desde La Habana en mi blog de El Mundo, ‘Habáname’, que cuenta la vida de los cubanos en la isla desde una perspectiva muy personal.
Agradecer que compren mis libros y reciban noticias de un mundo que
ha decidido defenderse de todo y aplazar el recuento, agradecer el hecho
de ser querida como autora y aceptada en países que no son el mío.
Agradecer el hecho de ser hija adoptiva de un país que antes ya me había
legado su lengua, que es mi gesto para vivir. Gracias…”.
Actriz, poeta y novelista
Wendy Guerra nació en La Habana en 1970. Pronto trabajó como actriz en cine y TV, graduándose en Dirección de Cine, en la especialidad de guion, en el Instituto Superior de Arte (ISA) de La Habana, fábrica de artistas por donde salió lo mejor, casi siempre, del arte que se ha hecho en la isla en los últimos 30 o 40 años. Tiene tres libros de poemas publicados: Platea oscura, 1987; Cabeza rapada, 1996; Ropa interior, 2008. Su libro Todos se van (Bruguera, 2006), la puso en la órbita de los grandes eventos. Seguido del no menos aclamado, Nunca fui primera dama (Bruguera, 2008). Ha recibido varias becas de especialización: en París, Nueva York, Los Ángeles, para la búsqueda de información sobre la escritora Anaïs Nin. De ese trabajo resultó su tercera novela: Posar desnuda en La Habana (Alfaguara, 2011). En noviembre publicará su cuarta novela, Negra (Anagrama). Ha sido traducida a 13 lenguas, pero sus novelas no han sido publicadas ni comercializadas en Cuba. En 2010, el Gobierno francés le otorgó la Orden de Chevalier des Arts et des Lettres. Todo esto más o menos pone en su currículo, al que siempre le faltan sus dos ojos negros, la picardía innata de la actriz, novelista, poeta.
Negra. Wendy Guerra. Anagrama. Barcelona, 2013. 328 páginas. 18'90 euros. Se publicará en noviembre.