Con la breve pero estremecedora novela 14, llena de su habitual prosa minimalista e incisiva, el autor francés ganador del premio Goncourt regresa al pasado y bucea en la gran carnicería de la Primera Guerra Mundial
Jean Echenoz, fotografiado en una lavandería cercana a su casa, en el distrito IX de París. / Daniel Mordzinski./elpais.com |
Escritor exquisito y eremita, Jean Echenoz (Orange, 1947) es quizá
uno de los últimos artesanos de la novela contemporánea. Aunque se
instaló en París en 1970, nunca ha frecuentado los salones literarios ni
los estudios de televisión, apenas pontifica en tertulias o periódicos,
se declara un “pésimo pensador político”, y pasa la vida en un piso
modesto y ordenado, lleno de libros y fotos, y más bohemio que burgués,
situado en el distrito nueve de París, a tiro de piedra de los locales
falsamente canallas de Pigalle, barrio mestizo y borrachín que vio
tiempos mejores.
El sello de Echenoz es su escritura: minimalista, incisiva y
delicada, tiene la virtud de la brevedad, y esconde tras una capa de
descuidada ligereza un gusto por el fogonazo insólito que recuerda a
Augusto Monterroso y una fibra de melancolía decimonónica —Flaubert es
su pasión— punteada por una irresistible ironía, por un humor sombrío y
gamberro y por unas certeras descripciones.
Desde la incómoda silla de madera en la que escribe —“¡por eso mis
libros son tan cortos!”, bromea—, Echenoz va decantando palabra por
palabra sus novelas, marcadas por su obsesiva devoción por la
documentación y por una imaginación de viajero romántico, y tal vez por
pura envidia o por necesidad vital suele colocar a sus personajes en
momentos de cambio, o hacerlos vagar por el mundo sin una meta clara.
Tras ganar el Goncourt en 1999 con Me voy —“el premio me
vino de lujo, porque estaba completamente tieso”, recuerda mientras
enciende un pitillo inglés—, Echenoz fue abandonando poco a poco la
exploración geográfica del presente para bucear en algunas vidas
ejemplares del pasado y escribió tres celebradas ficciones sobre el
músico Maurice Ravel (Ravel), el atleta checo Émil Zatopek (Correr) y el inventor Nikola Tesla (Relámpagos).
Lo último que ha escrito y publicado es lo que él llama su “aproximación a la gran carnicería”, a la I Guerra Mundial. Titulada 14,
por el año en que empezó el conflicto, aunque algún crítico ha apuntado
que este es también su libro número 14, la novela, que publica ahora
Anagrama en español, cuenta en apenas 100 páginas el estupor, el dolor y
la transformación que genera en cinco amigos de provincias la repentina
llegada a Francia, el sábado 1 de agosto de 1914, de “la primera guerra
industrial”, o como dice la novela, de “aquella sórdida y apestosa
ópera”.
El relato de Echenoz, siempre sobrio, a ratos burlón y nada
complaciente, arranca con un bucólico paseo en bicicleta del
protagonista, Anthime, y enumera los gestos y las rutinas que la guerra
cambiará de un día para otro.
¿Qué le empujó a escribir sobre la I Guerra Mundial?
Como me pasa a menudo, un azar. Nunca
pensé escribir sobre esa guerra. Pero un día se murió un pariente de mi
mujer y apareció el diario de su tío abuelo, que estuvo movilizado desde
el primer día hasta 1919, un año después del final de la guerra. Era un
diario muy púdico, parecía escrito para el censor. Lo leí y lo
transcribí, aunque sin intención de escribir sobre él. Poco a poco
empecé a interesarme por la guerra, me puse a investigar, leí a varios
autores alemanes y franceses que habían combatido, y decidí
reconstruirla mezclando lo que aprendí y lo que imaginé.
¿Por qué Nantes?
Esa región fue una de las más tocadas, y además
una parte de mi familia nació allí. Durante mi infancia, los
excombatientes hablaban muy poco de aquella guerra. Yo nací en el 47, y
la guerra del 14 siempre me pareció muy lejana. Se hablaba mucho de la
Segunda pero muy poco de la Primera. Eso fue cambiando, y ahora la
presencia del horror de la Primera se siente mucho más. Nos damos cuenta
de su verdadera dimensión, sabemos que fue la primera guerra
industrial, la peor carnicería de la historia, el momento en el que
irrumpe el armamento moderno, la aviación, el gas… Es la guerra que
cambió la historia de las guerras.
¿El hecho de escribir sobre hechos ocurridos hace un siglo le obligó a modificar su escritura, su lenguaje, su estilo?
No lo hice intencionadamente, pero una vez la
terminé me di cuenta de que había cambiado. Muchas veces la manera de
escribir la decide el tema que eliges. Y curiosamente este libro tiene
frases más largas que los libros anteriores, hay más adjetivos y está
construido de otra forma, seguramente porque para contar una historia
así tienes que asumir una forma de ceguera… Sobre el lenguaje, hay
palabras que no se pueden utilizar, y cometí un error que detecté al
acabar: al citar la fábrica de zapatos, hablé de los tacones de aguja,
que nacieron mucho más tarde.
La novela está llena de pequeños detalles sobre la rutina de la época. ¿De dónde los sacó?
De las lecturas y de las películas, sobre todo.
Pero también de entrevistas. Como no sé hacer otra cosa que escribir, y
es una actividad bastante solitaria, me gusta documentarme, buscar
fotos, sonidos, papeles... En realidad es la fase que prefiero, es
fantástica y estimulante. Trabajas pero no escribes, lo cual ayuda mucho
a limpiar la conciencia. Así que salgo de casa y voy a bibliotecas, o a
hablar con gente. Lo grabo y transcribo todo, aunque al final solo
utilizo un dato, o dos adjetivos que alguien ha dicho...
Un trabajo artesanal…
Se parece mucho al trabajo del artesano, sí. No
sé si escribir es un oficio, creo que es sobre todo un estado. O quizá
sea un oficio especial. Cada vez que empiezo un libro es como si no
hubiera escrito nada, se ve que no aprendo de lo que he hecho antes. Lo
que intento es no repetirme, no utilizar frases que suenen demasiado
como yo; hay que evitar a toda costa ser tu propia parodia.
Lleva varios años escribiendo sobre el pasado, pero siempre de cosas reales.
Todos mis libros parten de lo real porque me paso
la vida mirando lo que pasa alrededor. Llevo varios años en el pasado,
con Ravel, Zátopek y ahora la guerra. La sensación es que soy un ladrón
que roba cosas aquí y allá y luego reconstruye. No tengo motivos para
escribir de mi vida porque no tiene un interés especial.
¿Forma parte de una generación determinada? ¿Lee a sus coetáneos?
Bueno, indudablemente hay escritores franceses de
mi edad (risas). Aunque no los frecuento. Sí leo lo que se edita, sobre
todo lo mi editor (Minuit), pero cada vez leo más clásicos y releo más.
Flaubert, Proust, Joyce… A Flaubert lo podría releer indefinidamente.
Lleva en París más de 40 años. ¿Le gusta?
Siempre es dura y poco hospitalaria. Pero tengo una vida social muy limitada. Paso la mayor parte de mi vida aquí metido…
¿Ha cambiado mucho Francia en este tiempo?
La miseria es cada vez más perceptible, y eso resulta muy inquietante. Manifiestamente, el estado social francés ha fracasado.
Bibliografía
- 14 (2013)
- Relámpagos (2011)
- Correr (2010)
- Ravel (2006)
- Al piano (2003)
- Me voy (1999)
- Un año (1997)
- Rubias peligrosas (1995)
- Nosotros tres (1992)
- Lago (1989)
- La aventura malaya (1986)
- Cherokee (1983)
- El meridiano de Greenwich (1979)