La Berlinische Galerie repasa el arte creado en Berlín desde 1945, que muestra el desigual impacto de la partición alemana
Untitled, de Florian Merkel./elpais.com |
En 1945 también se derrotó una manera restrictiva de apreciar el arte
en Alemania. Lo que había sido degenerado dejó de serlo con la caída de
Hitler y su régimen. Se levantaron los vetos a las vanguardias. Pero
los artistas –supervivientes, retornados o futuros– ignoraban que a la
vuelta de la esquina les aguardaban impactos de la Guerra Fría.
El arte no salió indemne de la partición del antiguo país en dos
bloques antagónicos. A cada paso un poco más distantes aunque siguiesen
hombro con hombro, máxime desde el 13 de agosto de 1961, cuando un muro
de 156,4 kilómetros se levantó entre ellos. En el Berlín occidental se
cultivó de todo y, tal vez por venganza de la Historia o por complejo de
perdedor, se miró a Estados Unidos como el nuevo ombligo del mundo.
Muchos querían ser Jason Pollock. La abstracción, denigrada por el
nazismo, corrió libre.
Al otro lado del muro se miraba a Moscú. Sus artistas tenían una
misión que cumplir dentro del estado comunista, como la industria
farmacéutica o las fábricas de Trabis. El único estilo
apreciado por el poder era el figurativo: los artistas visitaban
factorías para empaparse de paisajismo laboral. El Gobierno de la RDA (República Democrática Alemana) tenía su propia teoría artística:
el realismo socialista. La encrucijada se abría ante dos caminos
tenebrosos: la senda oficial (pintura tradicionalista) o el atajo hacia
la marginalidad. Solo en los ochenta, con las reformas iniciadas en el
bloque comunista, se ensancharon las vías de expresión artística.
La exposición Arte en Berlín de 1945 hasta ahora, que se puede visitar en la Berlinische Galerie (pese a su nombre, un museo público de arte moderno) y que se inauguró en el marco de la Berlin Art Week,
es una ocasión única para cotejar las dos almas alemanas durante sus
cuatro décadas de separación. Mientras Fred Thieler investigaba por el
camino de la abstracción expresionista, en la otra parte de la ciudad
abundaban cuadrillas obreras, escenas históricas, personajes misteriosos
o escenas anónimas. “Puedes ver que es la pintura en una sociedad que
se siente prisionera, aunque tratan de contar una historia. En los
ochenta comienza la rebeldía entre los artistas aunque sea de una forma
indirecta”, señala Guido Fassbender, comisario de la muestra.
En 1983, seis años antes de la caída del muro, Trak Wendisch
pintó a un hombre con una maleta. “Parece en una estación de tren, pero
no sabes lo que significa. Los artistas desarrollaron su propio
lenguaje secreto”, apunta Fassbender. Envuelto en una atmósfera entre
azulada y grisácea, el viajero camina con los cuellos de su abrigo
alzados en mitad de la noche. También había escenas cotidianas de ocio,
como Am Tresen, pintado en 1977 por Harald Metzkes. “Eran obras
sobre lugares de encuentro colectivo, quizás alguno de los retratados
pertenecía a la Stasi”, bromea el comisario.
A partir de 1989, pocas cosas del este triunfaron en la Alemania
reunificada. Para los artistas también fue duro. Fassbender cita a Cornelia Schleime
como una de las pocas excepciones. “Para ellos se dio una situación
curiosa porque compartían el mismo lugar pero sus sociedades de origen
eran muy distintos”, precisa.
En el mercado capitalista no apreciaban ni los temas ni las técnicas
de los creadores comunistas. “Sus motivos no eran fáciles de entender
para gente de fuera de la RDA. Ellos eran protagonistas de un mundo
viejo, nada interesante para el mercado del arte en esa época”, señala
Clemens Klöckner, investigador del centro. No es la única razón que, en
su opinión, contribuyó al desinterés por los creadores de la antigua
RDA. El colapso de la Alemania comunista les dejó sin mercado natural y,
a los ojos del nuevo, “sus trabajos no eran comparables a los de
colegas occidentales como Richter o Polke”. La caída del muro no les
arrastró a todos. Klöckner cita a pintores como Cornelia Schleime, Via Lewandowsky o Hans Scheib: “Han sido ampliamente conocidos, aunque no hayan tenido una gran valoración en el mercado del arte”.
Pese al impacto de la Historia en el mundo del arte a partir de 1945,
la exposición de la Berlinische Galerie ha optado por rehuir el orden
cronológico y las limitaciones por razones de disciplina (se incluyen
escultura, pintura, fotografía, arquitectura y obra gráfica) o
nacionalidad. Además de creadores alemanes, la muestra se abre a
aquellos que, en algún momento de sus trayectorias, han creado obra en
Berlín como Peter Eisenman (Newark, Nueva Jersey,1932); Richard Serra
(San Francisco, 1939) o Eduardo Paolozzi (Leith, Escocia, 1924-Londres,
2005), pionero del pop-art y que tuvo una estrecha relación con
Alemania, como profesor y como creador (perteneció al colectivo Artist
Exchange Scheme). Unos cuantos que sí han sido celebrados por el
mercado.