jueves, 12 de septiembre de 2013

La camarera: un inédito de James M. Cain, un escupitajo en la conciencia

Escrita ya cuando Cain tenía 83 años, La camarera condensa la esencia de un autor que llevó como nadie a la ficción la miseria cotidiana, los celos, las insidias y el egoísmo de las personas corrientes, unos sentimientos que arrastran al crimen despojado de todo glamour

James M.Cain en una de las pocas imágenes que se tienen del escritor./elpais.com/elemental
 
“Todo el libro debe recordar el olor caliente, cerrado, sudoroso, femenino de la coctelería… Joan establece el tema… Su forma de andar, sus accesorios, la silueta de sus piernas, su olor…” anotaba James M. Cain (Maryland, EE UU, 1892-1977) cuando intentaba componer el personaje protagonista de La camarera, novela póstuma y hasta ahora inédita de uno de los grandes, y menos apreciados, escritores de la novela negra
RBA publica esta pequeña joya que en Elemental hemos disfrutado en primicia. Una edición traducida por Ana Herrera y con un excelente epílogo de Charles Ardai, el editor estadounidense que rescató del olvido esta obra.
Escrita ya cuando Cain tenía 83 años, La Camarera condensa la esencia de un autor que llevó como nadie a la ficción la miseria cotidiana, los celos, las insidias y el egoísmo de las personas corrientes, unos sentimientos que arrastran al crimen despojado de todo glamour. Como Pacto de sangre o El cartero siempre llama dos veces, La camarera es seca, dura y claustrofóbica. Se lee de una vez, te atrapa y te deja una sensación de intranquilidad que perdura.
Tras la muerte de su marido Ron en un accidente cuando conducía borrachísmo, la joven y atractiva Joan Medford tiene que resurgir de la nada, buscar trabajo, pagar deudas, evitar las sospechas que se ciernen sobre ella por la muerte de un marido que la maltrataba y recuperar a su hijo de tres años, que vive con la obsesiva y perversa cuñada Ethel. Una ardua misión que mejora cuando consigue trabajo en una coctelería. Allí conocerá a Tom, atractivo, joven y soñador y a Earl, viejo millonario que le da grandes propinas y le propone matrimonio.
Hasta ahí, un esquema clásico de folletín aunque con la incuestionable capacidad de James M. Cain para describir ambientes y perfilar personajes femeninos. Pero aquí radica la magia del autor. Este planteamiento abre la puerta a un cruce explosivo de pasiones, codicias, intereses creados, odios, actos desesperados. Es complicado contar mucho sin desvelar y estropear una trama que va desplegándose tranquila e imparablemente ante los ojos de un lector que no puede parar.
El uso de la primera persona, que no era el plan inicial del autor, es otro acierto y otra trampa. Como los grandes narradores en primera persona en toda la historia de la literatura, se establece un pacto con el lector y nos creemos a Joan, que es quien cuenta la historia en una larga mirada hacia atrás. Pero la sombra de la sospecha está siempre ahí, te deja intranquilo, te corroe, te ensucia. Porque las novelas de James M. Cain son así: terminas y no sabes si leerte la siguiente, repetir o ir a darte una ducha y quitarte esa extraña sensación. Son buenas, muy buenas. Y sucias. Y negras, muy negras.

  
James M. Cain fue prohibido, odiado, envidiado, vilipendiado, calificado como un autor sensacionalista y barato, castigado por el éxito, olvidado. Un ejemplo muy ilustrativo. Raymond Chandler, escritor sensacional, indispensable y también  despiadado, endiablado y a veces hasta despreciable crítico dijo de Cain: “Es todo lo que detesto en un escritor… un Proust con mono grasiento, un chico sucio con un trozo de tiza y una valla y nadie mirando”.
Paradojas de la vida, Chandler terminó escribiendo el guión de Double indemnity, en español Perdición, película de Billy Wilder, cumbre del género negro y que se basa en el libro de Cain Pacto de sangre (también Double indemnity en el original). El trabajo fue ofrecido a Charles Brackett, colaborador habitual de Wilder, que lo rechazó porque consideraba que el texto era demasiado sombrío y chabacano. Menos mal.
Repasando argumentos para este post me he encontrado con un artículo escrito en este periódico en 1979 por Augusto Martínez Torres en 1979 con motivo de la publicación en Alianza de una nueva edición de El cartero siempre llama dos veces, otra excelente novela, otro puñetazo en el estómago, otro escupitajo pegajoso en la conciencia del lector. Ahí ya se le reivindicaba como uno de los grandes, y como el gran olvidado. La Rough Guide to Crime Fiction lo califica de uno de los autores más infravalorados de la historia del género. Es un buen momento, un momento excelente, para recuperarlo. Lean y disfruten.