Escrita ya cuando Cain tenía 83 años, La camarera condensa la esencia de un autor que llevó como nadie a la ficción la miseria cotidiana, los celos, las insidias y el egoísmo de las personas corrientes, unos sentimientos que arrastran al crimen despojado de todo glamour
James M.Cain en una de las pocas imágenes que se tienen del escritor./elpais.com/elemental |
“Todo el libro debe recordar el olor
caliente, cerrado, sudoroso, femenino de la coctelería… Joan establece
el tema… Su forma de andar, sus accesorios, la silueta de sus piernas,
su olor…” anotaba James M. Cain (Maryland, EE UU, 1892-1977) cuando intentaba componer el personaje protagonista de La camarera, novela póstuma y hasta ahora inédita de uno de los grandes, y menos apreciados, escritores de la novela negra
RBA publica esta pequeña joya que en Elemental
hemos disfrutado en primicia. Una edición traducida por Ana Herrera y
con un excelente epílogo de Charles Ardai, el editor estadounidense que
rescató del olvido esta obra.
Escrita ya cuando Cain tenía 83 años, La Camarera condensa
la esencia de un autor que llevó como nadie a la ficción la miseria
cotidiana, los celos, las insidias y el egoísmo de las personas
corrientes, unos sentimientos que arrastran al crimen despojado de todo
glamour. Como Pacto de sangre o El cartero siempre llama dos veces,
La camarera es seca, dura y claustrofóbica. Se lee de una vez, te
atrapa y te deja una sensación de intranquilidad que perdura.
Tras la muerte de su marido Ron en un accidente cuando conducía
borrachísmo, la joven y atractiva Joan Medford tiene que resurgir de la
nada, buscar trabajo, pagar deudas, evitar las sospechas que se ciernen
sobre ella por la muerte de un marido que la maltrataba y recuperar a su
hijo de tres años, que vive con la obsesiva y perversa cuñada Ethel.
Una ardua misión que mejora cuando consigue trabajo en una coctelería.
Allí conocerá a Tom, atractivo, joven y soñador y a Earl, viejo
millonario que le da grandes propinas y le propone matrimonio.
Hasta ahí, un esquema clásico de folletín aunque con la
incuestionable capacidad de James M. Cain para describir ambientes y
perfilar personajes femeninos. Pero aquí radica la magia del autor. Este
planteamiento abre la puerta a un cruce explosivo de pasiones,
codicias, intereses creados, odios, actos desesperados. Es complicado
contar mucho sin desvelar y estropear una trama que va desplegándose
tranquila e imparablemente ante los ojos de un lector que no puede
parar.
El uso de la primera persona, que no era el plan inicial del autor, es
otro acierto y otra trampa. Como los grandes narradores en primera
persona en toda la historia de la literatura, se establece un pacto con
el lector y nos creemos a Joan, que es quien cuenta la historia en una
larga mirada hacia atrás. Pero la sombra de la sospecha está siempre
ahí, te deja intranquilo, te corroe, te ensucia. Porque las novelas de
James M. Cain son así: terminas y no sabes si leerte la siguiente,
repetir o ir a darte una ducha y quitarte esa extraña sensación. Son
buenas, muy buenas. Y sucias. Y negras, muy negras.
James M. Cain fue prohibido, odiado, envidiado, vilipendiado,
calificado como un autor sensacionalista y barato, castigado por el
éxito, olvidado. Un ejemplo muy ilustrativo. Raymond Chandler, escritor
sensacional, indispensable y también despiadado, endiablado y a veces
hasta despreciable crítico dijo de Cain: “Es todo lo que detesto en un
escritor… un Proust con mono grasiento, un chico sucio con un trozo de
tiza y una valla y nadie mirando”.
Paradojas de la vida, Chandler terminó escribiendo el guión de Double indemnity, en español Perdición, película de Billy Wilder, cumbre del género negro y que se basa en el libro de Cain Pacto de sangre (también Double indemnity
en el original). El trabajo fue ofrecido a Charles Brackett,
colaborador habitual de Wilder, que lo rechazó porque consideraba que el
texto era demasiado sombrío y chabacano. Menos mal.
Repasando argumentos para este post me he encontrado con un artículo escrito en este periódico en 1979 por Augusto Martínez Torres en 1979 con motivo de la publicación en Alianza de una nueva edición de El cartero siempre llama dos veces,
otra excelente novela, otro puñetazo en el estómago, otro escupitajo
pegajoso en la conciencia del lector. Ahí ya se le reivindicaba como uno
de los grandes, y como el gran olvidado. La Rough Guide to Crime Fiction
lo califica de uno de los autores más infravalorados de la historia del
género. Es un buen momento, un momento excelente, para recuperarlo.
Lean y disfruten.