martes, 17 de septiembre de 2013

Literatura a trazos

Un proyecto independiente que con una propuesta novedosa y de gran factura ha impulsado el renacer del cómic y la novela gráfica en el país

Ilustración anónima./elespectador.com
Varios de los manuales para hacer negocios suelen decir que lo primero antes de lanzarse a crear una nueva empresa es conocer el mercado, quiénes son los clientes potenciales, estimar el margen de ganancia y el potencial impacto de una nueva idea que, dicen, siempre tiene la madera suficiente para cambiar el mundo. Aquellos son libros plenos de instrucciones que tienden a repetir cada tanto términos como aventura, soñar con los pies en la tierra, riesgo consciente, y así. Como buenos manuales, la historia que cuentan proviene de la aséptica distancia del optimismo: hay mucha sutileza, pero no sabiduría.
Primero, estado del mercado. El evangelio del lugar común asegura que nadie lee. Claro, si nadie lee, mucho menos se lee cómic; éste parece ser una criatura fantástica, como la poesía: ambos son productos exóticos que no muchos parecen entender y que suelen ser un asunto reservado para un escaso número de personas, una camarilla con gustos extraños.
Lo más lógico, entonces, es involucrarse en una revista dedicada al dibujo y al cómic, en una editorial que publica novelas gráficas, ayudar a crear el festival de cómic más grande del país. Es apenas obvio.
Obvio involucrarse en un cuadrante de la creación que apenas existe en el país y que hasta el año pasado era discriminado por la ley como pornografía, o como algo muy cercano a ésta, y castigado con una carga de impuestos que, en promedio, era 30% superior a cualquier otro producto editorial hecho en el país.
Las elecciones de Daniel Jiménez lo han llevado a formar parte de dos proyectos editoriales dedicados a hablar de cómic, dibujo y novela gráfica, a construir una narrativa a través de la viñeta en un país que, al menos en apariencia, es huérfano de una tradición constante de dibujantes entregados a confeccionar estos productos, además de un público dispuesto a seguirlos.
Para 2010, Larva era una revista dedicada al cómic que ya contaba con cuatro años de existencia (Jiménez se involucró a partir de 2007). Editada de forma independiente, aunque los cuatro primeros números fueron hechos con algún apoyo de la Universidad del Quindío, la publicación parecía perfilarse como uno de los centros no oficiales de esta forma literaria en el país.
De esta órbita no reconocida, y algo aleatoria incluso, nació Entreviñetas, el primer festival de cómic del país (dirigido por Jiménez), una actividad que en su primer año tuvo el inmenso mérito de juntar en un solo lugar a algunos de los dibujantes nacionales más destacados, dejar que se conocieran (que se reconocieran) y permitir que el público los viera como autores, como creadores de una narrativa particular, es cierto, pero no por eso menos interesante o profunda.
Comparada con la poesía en su escaso alcance entre el público (un medidor a su vez escaso, pues suele estar diseñado en alguna oficina de mercadeo), la novela gráfica no está exenta de poesía, de la capacidad de invocar imágenes poderosas a través de mecanismos sutiles, elegantes, si se quiere.
En el encabezado de la página se lee “Cómo construir un recuerdo”. En el resto se explica, en cuatro pasos, cómo funciona una cámara de fotografía.
Raquel y el fin del mundo, de Mariana Gil Ríos, es una novela gráfica publicada en 2012 por Editorial Robot, un proyecto independiente que desde 2003 se ha entregado a la edición de cómic, principalmente: a la fecha, su catálogo lo componen seis títulos, entre ellos un álbum ilustrado, pensado más para niños, pero que igual comparte el ancho río de la narración gráfica para entregar literatura.
De entrada, el negocio editorial suele presentarse como un asunto riesgoso; las caracterizaciones más comunes bordean obligadamente la dificultad, el alto número de obstáculos, para tocar, algunas, la autoaniquilación, la extinción de toda esperanza.
En un escenario sellado a presión por la incertidumbre pueden aparecer narrativas divergentes, las otras historias (esas que se discuten en sesudos seminarios acerca del estado actual de la literatura), que cuentan cómo un aviador se transforma en gato: un gato que persigue una sola mosca hasta que ésta se suma a otra y a otras más hasta ser una nube de moscas que ahora persigue al gato. “Este libro se terminó de imprimir en abril de 2012, horas antes de la conquista mundial de las moscas, y se guarda como último testimonio de la civilización humana (y felina)”. O tal vez no.
O tal vez sí. Historias mínimas, pero no por eso menores. Martes. Vagón del metro de Londres. Hora pico, quizá. Primer cuadro: en medio de la multitud, las manos de dos pasajeros se tocan en un tubo. Segundo cuadro: las manos se separan. El viaje continúa. El título: La distancia entre extraños.