miércoles, 18 de septiembre de 2013

Por qué Rulfo no cruzó el río Bravo

Sesenta años de El llano en llamas 

Traductores, traiductores

Juan Rulfo firma libros./eluniversal.com.mx/confabulario
Eliot Weinberger, uno de los más lúcidos escritores estadounidenses y destacado traductor de autores latinoamericanos como Borges, Paz o Huidobro, me dice sonriendo que cada año se entrega al mismo ritual: abre el cajón del escritorio donde descansa su ejemplar de Pedro Páramo y se dispone a traducir la novela. En general, no pasa del primer párrafo. Es imposible, dice Weinberger. Por supuesto, no se refiere a la imposibilidad de traducir el texto en sí, sino a la imposibilidad de llevar al idioma inglés el mundo poético de Rulfo completo, con todas sus resonancias, trasladarlo con el mismo nivel de exigencia y rigor, pienso, con el que Weinberger tradujo “Piedra de sol”.
El impedimento lingüístico
La historia de las traducciones de Pedro Páramo y El Llano en llamas al inglés es una de disparidades y malos entendidos. Mucho podría decir de los Pedro Páramo de Irene Nicholson, Mariana Frenk o Lysander Kemp, pero sólo daré algunos ejemplos con la versión más reciente, la de Margaret Sayers Peden (Grove Press, 1994). La doctora Sayers Peden ya había traducido a Carlos Fuentes, Octavio Paz y sor Juana Inés de la Cruz cuando se aventuró con Rulfo. No obstante, su texto adolece de muchos problemas. Uno de los más graves, el legendario comienzo de la novela (“Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo”): “I came to Comala because I had been told that my father, a man named Pedro Páramo, lived there”.
Además de que Sayers Peden podría haber utilizado called en vez de named, más cercano a la expresión “un tal”, comete el error de utilizar there (ahí) en lugar de here (acá), lo cual rompe la lógica de la novela (sabemos que quien narra es Juan Preciado, ya muerto, desde Comala misma).
Las inexactitudes se acompañan de indolencia: “Me di cuenta que su voz estaba hecha de hebras humanas” lo vierte como “I took note that her voice had human overtones”. Overtone quiere decir “dejo”, lo cual transmite la idea pero no la construcción poética de Rulfo, las “hebras humanas”. Y a la indolencia le sucede la pura invención innecesaria: “decía llamarse Inocencio Osorio. Aunque todos lo conocíamos por el mal nombre del Saltaperico por ser muy liviano y ágil para los brincos” se convierte en “he said his name was Inocencio Osorio. Everyone knew him, though, by his nickname ‘Cockleburr’; he could stick to a horse like a burr to a blanket”.
Sayers Peden cambia el texto. En lugar del Saltaperico, que puede hacer referencia al coleóptero, utiliza Cockleburr, “Arrancamoños”, que es un abrojo o cardo, y agrega la frase “podía aferrarse a un caballo como el abrojo a la cobija”. Y así, por páginas y páginas. Las inexactitudes, la falta de interés por los puntos más difíciles del lenguaje poético rulfiano y las invenciones se acumulan, transformando, al final, el conjunto de la obra. Aún no se ha publicado otra traducción de Pedro Páramo al inglés, pero entiendo que alguna se prepara.
El caso de El Llano en llamas es (a veces) más feliz.
La traducción de Georges D. Schade (Universidad de Texas, 1967) exhibe, quizá, un entendimiento más cabal del castellano de Rulfo, pero también incurre en graves errores. En su versión de “Macario”, descuida el habla del personaje principal, que debería sonar como el monólogo interior de una persona con discapacidad mental; dio por título al libro The Burning Plain y, por poner otro ejemplo, al cuento “No oyes ladrar los perros” lo denominó “No dogs bark”, tomándose demasiadas licencias poéticas y hasta lingüísticas.
Por fortuna, el departamento editorial de dicha universidad encargó una nueva traducción que contaría con el respaldo de la Fundación Juan Rulfo y que habría de aparecer en 2012. Los responsables, el mexicano emigrado a Estados Unidos, Ilan Stavans (crítico cultural, traductor y profesor en Amherst College) y Harold Augenbraum (director ejecutivo de la National Book Foundation), se tomaron la labor con el rigor que merece la obra de Rulfo. The Plain in Flames sigue sin ser una traducción perfecta pero no hay duda de que el espíritu del autor respira ya ahí con mayor comodidad. Es posible que el éxito de esta aproximación se deba a una situación curiosa; el bilingüismo y la multiculturalidad en que fue educado Stavans. Muchos años antes de ser traductor de Rulfo, mientras crecía en el seno de una familia judía en México, Stavans fue su lector. Cuando por fin le llegó la hora de traducir El Llano en llamas, era totalmente bilingüe y venía de investigar y escribir con suma dedicación acerca del spanglish. Supongo que su capacidad para entender las voces de Rulfo e imaginar cómo deben sonar en inglés tiene relación con lo que no se puede aprender en la facultad de traducción, sino viviendo la realidad a la que el libro hace referencia. “Tienes que sincronizarte con dos culturas, entender, más allá de las palabras, cómo se mueve la cultura original, por qué es como es. Y tienes que sumergirte en la cultura receptora y ser capaz de traducir, es decir, de trasponer, de recrear, en la lengua receptora, lo que se ha expresado en la lengua de salida», dijo Stavans en una entrevista.
Quizá una parte del impedimento lingüístico para traducir el castellano artificial de Rulfo consistía antes en la forma en que veíamos la realidad de la relación entre México y Estados Unidos. Pensemos que cuando El Llano en llamas vio la luz, en 1953, apenas comenzaba la cultura del spanglish. Tal vez otra parte del impedimento se debía a dos rasgos de la cultura editorial de Estados Unidos que resultan aberrantes para traductores de Latinoamérica y España: 1) Las notas al pie se evitan como la muerte y 2) Se pueden incluir palabras del idioma original. Esto quiere decir que como traductor al inglés no puedo explicar algo intraducible colocando una nota al pie —todo tiene que estar en el texto—, pero también significa que puedo dejar presente una palabra del idioma original si la marco en itálicas. Hoy en día, se habla más castellano en Estados Unidos; por eso Stavans utilizó menos itálicas que Schade para su traducción de El Llano en llamas: “estamos llegando a un lector para quien la lengua castellana no es tan ajena, o que no está tan alejado de ella como lo estaba el lector de los años sesenta”.
El impedimento humano
Esther Allen sabe que los lectores y los escritores de ambos países estamos cada vez más cerca. Catedrática de traducción en el Baruch College de Nueva York, Allen ha traducido a Javier Marías, Jorge Luis Borges, Felisberto Hernández, Flaubert o Rosario Castellanos, entre otros autores; son trabajos de importancia por las que recibió la beca del National Endowment for the Arts en traducción o fue nombrada Chevalier de la Orden de las Artes y las Letras de Francia. Para Allen, “la relación tan cercana e intrincada entre el castellano de México y el inglés de Estados Unidos evoluciona constante y rápidamente. El bilingüismo se convierte cada vez más en una norma para un amplio sector de México y de Estados Unidos. En una situación como esta, la traducción debería explorar esa área donde las dos lenguas están en un contacto creativo constante, intenso y profundo. Las traducciones existentes de Rulfo no han sido capaces de hacer eso, se siguen escribiendo como si estas dos lenguas y sus culturas estuvieran separadas por una gran distancia”.
Quizá este fue el espíritu que animó a los poetas Raúl Zurita y Forrest Gander cuando crearon la antología Fifteen Great Latin American Poems That North Americans Should Know, que será publicada en 2014. Fueron ellos los que pidieron a Esther Allen que tradujera “No oyes ladrar los perros” como si se tratase de un poema. Allen elaboró una traducción que no sólo buscaba exaltar el tono poético de Rulfo y ser fiel al original, sino que incluía algunas palabras en castellano.
Como es bien sabido, todo lo que se quiera hacer hoy con la obra de Juan Rulfo debe pasar por el ojo censor de la Fundación Juan Rulfo. La misma fundación que le retiró el nombre del escritor al premio de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, la misma que, según un abogado, debía convertir el nombre “Juan Rulfo” en una marca registrada. La traducción de Allen fue remitida a ese organismo. Víctor Jiménez, director de la fundación, manifestó de inmediato su desconcierto: “No creemos que la mezcla de ambos idiomas en una sola versión resulte adecuada”.
Como era de esperarse Allen respondió exponiendo las varias razones por las que había tomado esa decisión artística, entre ellas: “Nos pareció, a Forrest Gander y a mí, que la obra de Rulfo tiene su lugar al lado de Joyce, Beckett, Pound y Eliot, y que una traducción de Rulfo plurilingüe, que siguiera el español original, podría efectivamente enfatizar el estatus de Rulfo como una de las figuras más destacadas de esa vanguardia internacional”.
Pero el director de la Fundación fue inflexible y negó de nuevo con más argumentos, entre ellos:
[...] la presencia de frases en español en su traducción podría hacer
demasiado visible una estrategia poco usual, y suscitar un debate que haría de
la traducción el objeto de la discusión, siendo la obra la que debe convertirse
en el foco de atención de los posibles lectores.
 No dudo en absoluto de que usted es una traductora capacitada
perfectamente para llevar la obra de Juan Rulfo al inglés, pero le rogaría que
dentro de la tradición ya consagrada en tantos milenos de historia de hacer un
trasvase total a otra lengua.
La respuesta de la traductora no se haría esperar:
Lo que más me sorprende en su mensaje tan amable es la noción de que la
incorporación del idioma original en una traducción es un procedimiento “poco
usual”.
 David Bellos, profesor en Princeton y director del Program in Translation and
Intercultural Communication de esa universidad, […] nos recuerda que el
uso del idioma original ha sido desde siempre un recurso por el cual los
traductores señalan a sus lectores el estatus extranjero y las raíces
lingüísticas de los textos que traducen […]: “La manera natural de
representar la extrañeza de las expresiones extranjeras es dejarlas como
están en el original, de forma total o parcial”.
 […] Lo que más nos llamó la atención [de la traducción de Margaret Sayers
Peden de Pedro Páramo] era la ausencia total del español. Esto, para un
lector de mi generación, y sobre todo para mis estudiantes […], resulta
bastante extraño.
Cortar un texto mexicano de sus raíces lingüísticas mexicanas era a lo mejor
necesario para los traductores estadounidenses de otras generaciones. […]
Había un momento cuando corn pancake sandwich era la manera más
indicada de comunicar al público norteamericano lo que es un taco. Ese
momento ya pasó.
Al final de ese mismo correo electrónico, Allen desiste de intentar que su traducción se incorpore a la antología de Zurita y Gander, y sugiere a Jiménez que se utilice la versión de Stavans.
Como traductor, nunca me ha parecido muy lógica esa tradición angloparlante de incluir expresiones del idioma original en sus traducciones; no lo hacemos en México ni en España ni en Alemania. Pero he llegado a entender que se trata de una tradición estadounidense y no mía, reconocida como norma por sus propias autoridades. Otro atenuante, en este caso: se trata de una antología que se presenta como un proyecto experimental (el título, la idea de pensar la obra de Rulfo como poesía, etcétera) y que no pretende ofrecer una versión canónica de “No oyes ladrar los perros”. Por último, me sorprende la actitud de la Fundación. Su director deja claro que, a pesar de haber convivido con los traductores más importantes de Rulfo a otros idiomas (japonés y finlandés, por nombrar algunos de los más alejados de nuestra realidad), conoce o entiende poco la tradición editorial y de traducción del país vecino. Fundaciones como la Juan Rulfo deben servir para salvaguardar pero también para difundir la heredad de los creadores a los que representan; cuando no es así, se convierten en un impedimento.
*Fotografía:  Juan Rulfo firma algunos de sus libros, ciudad de México, ca. 1970/ARCHIVO GRÁFICO EL NACIONAL/CORTESÍA INEHRM.