Hay novelas que son como una patada en el estómago. Empiezas a leerlas, te agarra la ansiedad, se te hace un nudo en las tripas y no respiras hasta que no terminas
Portada Los huesos del invierno, de Daniel Woodrell./elpais.com |
Y
luego, a veces, lloras. No es la emoción surgida de una estructura
perfecta llena de sorpresas. No. Es la sensación de que tienes en las
manos un libro que habla de la vida, del lado oscuro, de la cara b, de
la miseria.
Los huesos del invierno (Alba, Traducción de Concha Cardeñoso) es un gran ejemplo. Daniel Woodrell
(Misuri, 1953) relata en esta novela, negra de principio a fin, la
historia de una chica de 16 años que lucha a muerte por salvar a su
madre y a sus dos hermanos de un desahucio seguro tras la desaparición
del padre. En un invierno crudo, en la miseria más asquerosa de los
paletos que pueblan la meseta de Ozark, Misuri, rodeada de fabricantes y
consumidores de metanfetamina, sin recursos pero con una escopeta del
calibre 22, Ree Dolly busca a su padre en una aventura conmovedora,
violenta y cruel.
Ree Dolly está en problemas. Tiene dos hermanos de los que
hacerse cargo y una madre inválida, que perdió la razón, a la que
mantener. Su padre, Jessup Dolly, famoso fabricante de meta,
presidiario, miembro de una casta legendaria de bandidos y criminales de
mayor o menor calibre, ha desaparecido estando en libertad condicional.
Si no lo encuentra en 30 días, perderá la casa.
Empieza así una lucha por la supervivencia en la que Ree
sufre, pasa hambre y frío, recibe palizas y amenazas de quienes no están
interesados en que encuentre a su padre, vivo o muerto. Pero no se
rinde. Esta descripción que hace Woodrell de ella es perfecta y da una
idea también del tono del libro, una de las joyas de lo que se ha dado
en llamar country noir:
“Ree, pelo castaño, cutis lechoso y abruptos ojos verdes, estaba con los brazos al aire cara al viento, que le agitaba el vestido amarillo y le enrojecía las mejillas como a bofetones. Parecía más alta con las botas militares, fina de talle pero fuerte de brazos y hombros. Un cuerpo a medida para saltar sobre la necesidad. Olía la amenaza húmeda y helada de las nubes, pensaba en la cocina sombría y en la nevera desprovista, miraba la mermada reserva de leña, se estremecía”
La heroína sufre, saca los dientes, camina cuando no tiene
coche, dispara si hace falta, vuelve a casa a calentar y alimentar a sus
hermanos pequeños y a peinar a su madre, regresa a la calle, pelea,
sobrevive. En un momento de la trama, cuando parece que ya va a perder
definitivamente la casa, uno de sus tíos, uno de los menos criminales,
le ofrece quedarse con los hermanos. Esta es su respuesta:
“Eres un hijo de puta. Vas a ir directo al infierno y te vas a freír en tu propia grasa. Antes que pasar una noche contigo, Sonny y Harold morirán en una puta cueva, con mi madre y conmigo. Maldito seas, Milton el Rubio, debes de creer que soy idiota o algo”.
Amén de esta heroica lucha por la vida, la novela es un
repaso a una sociedad rural, corrupta, atrasada, anclada en luchas
atávicas. El repaso que Woodrell hace de esa gente, algunos honestos, la
mayoría detestables, todos pobres, es magistral: vidas en caravanas o
en cuevas o en casas destartaladas, tráfico de drogas, violaciones, sexo
en la propia familia, matrimonios no deseados.. y mucha miseria moral y
material.
El paisaje es el otro protagonista. El invierno que amenaza
con acabar, literalmente, con la vida de los Dolly está presente,
atenaza, oprime. Y está descrito de manera sencilla, sin alardes.
Woodrell es considerado, y lo dice el maestro Dennis
Lehane, como “el más importante de los escritores menos conocidos de
Estados Unidos”. La adaptación de la novela al cine en una película del mismo título protagonizada por Jennifer Lawrence y
dirigida por Debra Granik fue un enorme éxito: Premio en Sundance y
cuatro candidaturas a los Oscar. Ayudó, además, a que la novela fuera
más conocida. No lo suficiente. Es una obra maestra. Lean y disfruten.