El célebre tratado semiológico sigue siendo considerado como un texto fundador hacia la concepción moderna de la escritura, concebida como zona de tensión entre la lengua y el estilo. Los semiólogos Oscar Steimberg, María Elena Bitonte y Marita Soto exploran la vigencia de un clásico
BARTHES. Analizó en "El grado cero de la escritura", los discursos que se pretenden "neutros"./revista Ñ |
Se cumplen 60 años desde la publicación de El grado cero de la escritura
, de Roland Barthes, y –como afirma el semiólogo Oscar Steimberg– la
vigencia de este libro se confirma en el valor fundacional: sus
consideraciones sobre la lengua, la escritura, los géneros y estilos nos
vinculan con una concepción moderna de escritura, en la medida que se
revela progresivamente su artificio.
Reunidos en la sede Fortabat
de la Alianza Francesa de Buenos Aires, elegida por cumplirse este año
su 120° aniversario, un grupo de semiólogos se prestó, a pedido de Ñ
, a debatir y traspolar a la era actual aquellas consideraciones acerca
de cómo incluso los discursos que se pretenden (y se presentan) como
“neutros”, todopoderosos , como si estuvieran siendo hablados por una
verdad atemporal, como instituidos (la Ciencia, la Ley, la escritura
marxista, según el análisis de Barthes) están armados por complejas
operaciones orientadas a construir la pretendida objetividad. Se
despliega, en los textos, una tensión primaria entre lengua y escritura,
la primera como coerción y negatividad, la segunda como intervención
histórica e intervención del estilo. Hablaremos sobre cómo la figura del
pensador francés –autor de Fragmentos de un discurso amoroso y sus célebres Mitologías
, entre otros clásicos– sigue siendo singular y atípica en tanto logra
articular una profundidad teórica con un estilo personalísimo que eleva
la teoría a rango semi-lírico.
La primera obra de Roland Barthes
sigue el proceso inverso a las disipaciones o los olvidos: su título se
hace omnipresente, omnívoro, más vigente cada vez que se discute el ser y
el hacer de la escritura, de los géneros y los estilos. En el año 1953,
un joven Roland irrumpía en las letras francesas con El grado cero...,
para decir lo que hasta entonces era resistido: que incluso los
discursos más “objetivantes” son fruto de una tensión entre “una
libertad y un recuerdo”. Esto significa que la libertad de un escritor
no tiene los mismos límites en diferentes momentos de la Historia
–escribió Barthes–; estilo y lengua se complementan siendo el primero
“una necesidad que anuda el humor del escritor como un frescor por
encima de la Historia y la segunda una negatividad, el límite inicial de
lo posible...”.
Ninguna escritura –ni siquiera las formulaciones
más autoconfiadas– puede responder a un grado cero de manera natural o
dada; ninguna escritura es neutra e inclusive las escrituras que parecen
ser más despojadas están persiguiendo la búsqueda de un efecto de
sentido. “Lo que Barthes inaugura –destaca la semióloga Marita Soto,
investigadora UBA, directora de la Investigación “La puesta en escena de
todos los días”– es poder pensar cuál es la intervención efectiva de la
escritura en la producción de conocimiento”. A su lado, Oscar Steimberg
–autor de Semióticas y Leyendo historietas (Eterna Cadencia)– y María
Elena Bitonte –profesora de Semiótica y de Taller de Escritura (UBA)–,
en la sede Fortabat de la Alianza Francesa de Buenos Aires –en el marco
de los festejos–, asienten. Soto afirma que “abrevar en Barthes es
fascinante porque permite concluir que hay que dejar que la escritura
siga produciendo conocimiento, ya que nunca es meramente referencial,
sino una productora de sentido sustentada en la condición misma de no
ser neutra”.
Sesenta años después del libro que inauguró
la carrera académica de Barthes, ¿cuáles son, en el campo actual, las
escrituras que se pretenden a sí mismas neutras, como sin intervención
sobre sí mismas, como si estuvieran siendo habladas por una verdad
universal?
El grado cero de la escritura
–apunta María Elena Bitonte– condena al escritor a un callejón sin
salida, entre lo utópico, lo imposible y el estar fatalmente atado a la
Historia, con mayúscula: la tradición. Si hoy buscáramos ese grado cero
en algún lugar, me arriesgaría a decir que sería el de alguna escritura
sobre un nuevo medio de comunicación, tal vez la escritura más neutra
que puede encontrarse es esta escritura espontánea, sin premeditación,
sujeta a los azares de lo imprevisto, en redes sociales como Twitter y
Facebook. S i hay una escritura que se pretenda despojada, hoy me parece
que está en el chat, donde no tienen ninguna pretensión, ni de estilo,
ni prácticamente tampoco de comunicar porque simplemente están
sostenidas por el mero hecho de permanecer en contacto.
El fin de la inocencia
¿Hoy
somos más conscientes de las operaciones que los discursos imponen al
lenguaje? ¿Es éste un contexto de metatextualización constante, desde el
tan mentado “Relato” a todas las instancias subsidiarias de esa
conciencia del artificio discursivo? ¿Qué queda de esas escrituras –como
la marxista o la burguesa o la “periodística objetivista”, reseñadas
por Barthes– que sostenían sus principios fundamentales y sus
estrategias retóricas sin jamás confesarlos.
Los modos actuales
de la comunicación –afirma Oscar Steimberg– incluyen ese momento en que
el texto habla de sí mismo. Barthes fue absolutamente presagista en
relación con la evolución que tuvo luego la comunicación. Si uno piensa
en la “política contemporánea”, entonces verá a los políticos
desplegando una posibilidad de discurso, como si eso fuera tan
importante como los conceptos, ¿no?
En El grado cero…
se dice que la escritura deja ver las huellas y los resabios de la
tradición, y eso surge de la convergencia entre estilo y lengua: allí se
produce el nexo entre el escritor y lo social; la escritura es aquello
que da testimonio de época.
Sigue Oscar Steimberg:
-Nadie
puede, en la comunicación, no entrar en género y nadie puede no
desprenderse de él; nadie puede no entrar en género y nadie puede no
violentar sus límites… Yo creo que esto Barthes lo hizo en los distintos
momentos y hasta en los últimos textos, esos que casi no son textos
suyos sino clases que había dado en el final de su vida. Roland Barthes
continuamente estaba violando e invitando a violar las leyes del género,
poniéndose de un lado y del otro de ese momento escritural que siempre
en algo va a ser indecible, de acuerdo con esa clasificación…
-Esa misma relación que Barthes establece entre escritura y lengua, ¿podríamos pensarla en la relación entre estilo y género?
MS:–Sí,
es equivalente la tensión… Finalmente, el género es ese horizonte
también: está ahí como posibilidad, y el estilo es lo que lo atraviesa,
es justamente la actualización de esa escritura.
Antes,
se mencionó la escritura de redes sociales como una posibilidad actual
de localizar la manifestación de un “grado cero”... Pero al nacer
formateadas a un número específico de caracteres y estando reguladas por
un tono de violencia y hostilidad estalladas, ¿no atentan contra esta
idea de espontaneidad que María Elena describía? ¿Cómo podemos pensar
naturalidad ahí?
MEB:–Porque básicamente para Barthes
escritura es reescritura, el destino de la escritura es reescribir, o
sea, meditar sobre lo escrito. En cambio, los comentarios, en soportes
como Facebook o Twitter, permanentemente están desdiciéndose, lo que más
hacen es desdecirse. Para Barthes la escritura es reescribir y leer es
volver a escribir. La espontaneidad que dan hoy los nuevos medios no
alienta este tipo de escritura meditada.
Como críticos
académicos, ¿cómo describen ese tono tan típicamente barthesiano de
tenue crispación poética, tan alto, como si perteneciera a un estado de
la conciencia que no es el corriente?
OS:–Yo creo que
Barthes amaba ese momento en el cual los límites de la escritura –los
límites de la poesía– son borrados. Tiene un valor poético-dramático,
con la voluntad de aportar el despliegue de la escritura en lugares en
los que se supone que la escritura tiene que ser una herramienta. Ya en
el año 1972, Barthes, en un número de la revista Comunicación, habla de
lo que restringe a la prosa académica; eso no quiere decir que hablara
en contra de las instituciones universitarias, pero advierte que iba a
transferir o intentar transferir la posibilidad del trabajo en ese
momento absolutamente ambivalente, que no puede perder esa condición, en
el cual hay que romper con las clausuras de una escritura
institucional, pero hay que hacerlo de modo tal de posibilitar el rigor
del análisis.
Un rasgo muy actual del mundo académico es
cierto rechazo a concebir una escritura que podríamos llamar
“estetizante” , dentro del mundo de las monografías, de las tesis, de
los parciales: todavía existe esta disociación, que Barthes niega…
MS:–Esos
formatos cristalizados parecen ser el lugar de la muerte de la
escritura. Yo creo que es como a dos puntas, es verdad que las
instituciones habilitan estos formatos, y es verdad que los escribientes
nos adecuamos a ellos perezosamente. Pero una buena prosa puede ser
admitida, lo que falta es el ánimo…, atreverse a hacerlo seriamente. De
hecho, el formato del ensayo hoy es posible, lo que pasa es que la
escritura, efectivamente –esa escritura de la que habla Barthes– implica
trabajo. Que salga de un tirón no quiere decir que no haya sido
trabajada, porque me parece que se confunde el trabajo con la eficiencia
y la eficacia, me parece que son términos distintos, puede salir rápido
y estar fuertemente trabajada, fuertemente sofisticada como escritura.
MEB:–En
cuanto al dramatismo que mencionaba recién Oscar, la escritura es, para
Barthes, algo vivo y brilla; estalla, se hunde, genera, recuerda, es
todo un dramatismo de la escritura, ¿no es cierto?, es impresionante…
Con
“El grado cero de la escritura” , aún estamos ante un esbozo de lo que
vendrá, ¿no?, en “Fragmentos de un discurso amoroso” o “La preparación
de la novela”, donde prácticamente el poema le gana a la teoría, o es
otra línea de acceso…
OS:–Convendría recordar también el
carácter insistente del riesgo, en términos del momento en que podemos
estar creyendo que hacemos otra cosa, restituyendo el lugar de la norma,
esa norma que impediría la nueva producción de sentido con su
componente de novedad. Muchas veces ese momento de confrontación con las
normas de una escritura convertida en doxa por una institución es un
momento de apelación a otra doxa dentro de un género. Se produce una
puesta en fase de simplemente dos géneros, no de una escritura de un
género que se resiste a borronear sus bordes.
La pregunta
que abre “El grado cero...” es: ¿qué es la escritura? A la luz de las
conceptualizaciones de Barthes en este libro y, si quieren hacer alguna
referencia a libros que vendrían después, ¿cuál fue su aporte puntual
sobre la concepción que hoy tenemos de escritura?
OS:–La
lectura actual de los primeros textos de Barthes da cuenta de ese aporte
a una escritura “de época”, que siempre se excede en términos
temporales. Hay una doble insistencia de Barthes: por un lado en la
necesidad de pensar el momento de la escritura como el momento del
pensar, cosa que hoy es aceptada por casi todos, sólo que de distintos
modos y adjudicándole distintos sentidos, pero que ocupa un lugar en
término de los implícitos de la prosa contemporánea muy diferente del
que tenía en el momento en que Barthes empieza a escribir; por otro
lado, el pedido de una posibilidad de discusión permanente en términos
de proposiciones y de aspiraciones referenciales.
MS:–Finalmente,
la puesta en discurso es la que termina de cerrar el camino de un
conocimiento nuevo, es decir, si conocen esa escritura, entonces me
parece que es más difícil de transmitir, es ahí cuando uno deja que el
texto de Barthes trabaje en los otros, porque es difícil resumir esto en
una forma concreta, sino que está en el placer del texto y en el placer
de la lectura. En relación con lo neutro, que es una de las
recopilaciones de las clases últimas de los seminarios de Barthes, me
parece de nuevo que esa manera de referirse a un conjunto de pasiones
denota una escritura como aventura, riesgosa, sin estar al resguardo de
lo que puede pasar; él se arriesga…
Y, en gran parte de sus libros, se interroga permanentemente sobre su propio proceso de escritura...
MEB:–Exacto,
vuelve siempre y se fuga, como un rulo que se fuga siempre, esto es
algo que ya está desde el principio en Barthes y que después lo
desarrollará en textos que lo consagraron. Es la idea de que la
escritura no se puede fijar, porque cuando se fija se convierte ya en
una pieza de museo, atada a las prescripciones de la lengua y de la
tradición. Por eso, me gusta que luego él recupere esta idea de la
lectura como escritura, ¿no?, como esta semiosis infinita donde leer es
volver a escribir un texto, salir de los rigores de la concentración que
impone el acto de lectura, levantar la cabeza y volver a pensar otra
vez el texto, elaborarlo, rescribirlo siempre. Estoy contenta de haber
vuelto sobre Barthes, porque ¿hasta qué punto uno lo tiene incorporado?,
¿no es cierto? Cuando hablamos de “naturalización”, de “mito”, de
“connotación”, uno siempre vuelve a Barthes sin darse cuenta.