Tal vez sea exacto para el cine pero no para la novela que rememora ese momento histórico de pandemia mundial, cuando ya ha pasado, aunque no queda muy claro si se ha erradicado del todo. Ciencia ficción, terror, crítica social y política, forman parte de este poliédrico texto
Portada Guerra Mundial Z de Max Brooks./revistadeletras.net |
No es un error el camino marcado en el título que antecede. Aunque cronológicamente primero fue la novela de Max Brooks (2006, primera edición original en lengua inglesa) y después la película estadounidense dirigida por Marc Forster
(estrenada el 2 de junio de 2013), lo cierto es que, sorprendidos por
la popularidad cinematográfica, algunos hemos acudido a la novela
homónima, a sabiendas de que solo es el punto de partida para la
adaptación de ese guión que, a pesar de sus obvios vacíos, ha llenado
las salas de cine -Brad Pitt, protagonista, es realmente quien las ha llenado-.
Según valoración de Antonio Dopazo (en “Otra crítica” en Blogdecine) “hay que situarla dentro del apartado de la ciencia-ficción apocalíptica”.
Tal vez sea exacto para el cine pero no para la novela que rememora ese
momento histórico de pandemia mundial, cuando ya ha pasado, aunque no
queda muy claro si se ha erradicado del todo. Ciencia ficción, terror,
crítica social y política, forman parte de este poliédrico texto.
La novela de Max Brooks llega a los lectores españoles en 2008, traducida por Pilar Ramírez Tello,
entrando de lleno en ese mundo poblado por vampiros, zombis y
licántropos, cuya presencia domina el universo mitológico de los jóvenes
del siglo XXI. El deseo de rozar, entre dos extremos, la fuerza
superior de otros entes y el anunciado fin de la humanidad, es el tópico
que salta fronteras y sustenta este tipo de narraciones.
Nada más abrir el libro, encontramos una Introducción
con una declaración de intenciones. La voz narrativa es la de quien
hace un Informe de Comisión de Posguerra para los Estados Unidos, y la
mitad de este informe desaparece de la redacción final, rechazada esta
parte por la presidenta de la Comisión, quien exige solo “hechos y números claros que no los enturbie el factor humano”.
El yo narrativo justifica entonces el hecho de que el comisionado,
sintiéndose frustrado por esta decisión, decida escribir el relato
porque al excluir el factor humano -se pregunta- “¿no nos arriesgamos a crear un distanciamiento emocional que, Dios no lo quiera, podría llevarnos a repetir la historia?” (pág. 12).
Y así ubica temporalmente la historia en
el tiempo, desde el cese de las hostilidades, doce años desde la
declaración del Día V. A. en América (Día de la Victoria en los Estados
Unidos), y diez de la celebración del Día de la Victoria en China, en
una de cuyas remotas aldeas, según parece, comenzó el primer brote,
cuyos síntomas iniciales eran fiebre alta, violentos temblores y la
marca de un mordisco que no parecía pertenecer a animal alguno sino a
otro ser humano joven, herida que no estaba infectada sino
sorprendentemente limpia.
El “paciente cero”, de doce años, estaba
encerrado, atado con fuertes ligaduras en cuyas rozaduras de la piel y
en otras heridas no se veía ni rastro de sangre, ni siquiera en el hueco
del dedo gordo de su pie, arrancado por el primer mordisco de no se
sabe qué ser, que reposaba en el fondo de las aguas fangosas de un
pueblo anegado por las aguas. Ese mordisco sería el desencadenante de lo
que a continuación sucedería.
A partir de este examen, estos y otros
síntomas están descritos y reiterados a lo largo de los distintos
relatos y diversos puntos de vista que se aportan en la construcción de
la historia: piel fría y gris como el cemento, no hay latidos ni pulso,
movimientos violentos, ojos muy abiertos con expresión feroz, hundidos
en las cuencas y con una mirada fija de depredador, una sustancia marrón
y viscosa en lugar de sangre. No parpadean, tal vez porque carecen de
fluidos corporales y además no necesitan humedecer los ojos. Avanzan
lentamente, con los brazos levantados o arrastrándose como gusanos si
han perdido las extremidades. Emiten gemidos que alertan a otros como
ellos que se unen dando lugar a un enjambre. Alguna de sus
características evolucionan. Así se describe cómo durante el “Gran
Pánico” pueden correr y pueden trepar. Lo más chocante y fuente de ese
miedo incontrolable es que, a pesar de su aspecto, poseen una fuerza
física sorprendente por lo que parecen indestructibles. Esta precisión
en caracterizarlos detalladamente, les confiere la categoría de
personajes totales, ajenos a esa simplicidad con que popularmente se les
conoce.
Si no fuera por la convicción de que los
no-muertos pertenecen al campo de la ficción, podría germinar en
nuestra cabeza la idea de que las declaraciones que se anuncian van a
desvelar una batalla real, tal vez silenciada por las fuerzas de
seguridad de las naciones. Una duda razonable que obviamente surge del
poder de convicción del relato en su Introducción. Nos hace recordar algo así como lo que ocurrió en la radio con La guerra de los mundos, novela de ciencia ficción de H. G. Wells, cuyos hechos fueron relatados en forma de noticiario, el 30 de octubre de 1938, por Orson Welles;
durante quince minutos la alarma cundió temiendo una auténtica invasión
marciana. En este caso, lo que no habían oído los histéricos
radioyentes era precisamente la introducción en la que se explicaba que
se dramatizaba la novela de Wells.
La verosimilitud con que se envuelve
este relato, hace que el propio narrador enumere los nombres, por los
que supuestamente se conoce este recordatorio de un fragmento de la
historia del mundo:
La Crisis, Los Años Oscuros, La Plaga Andante, así como otros apelativos nuevos más “a la moda”, como Guerra Mundial Z o Primera Guerra Z. Yo prefiero no utilizar este último apodo ya que implica una inevitable Segunda Guerra Z. Para mí siempre será la Guerra Zombi, y, aunque puede que muchos pongan en tela de juicio la precisión científica de la palabra “zombi”, les costará encontrar otros término mundialmente aceptado (…) Zombi sigue siendo una palabra devastadora” (p. 11).
El título inglés original de la novela, “World war Z: an oral history of the zombie war”,
anuncia el punto de vista múltiple y oral del texto que, a mi juicio es
uno de los logros de la novela. Esta oralidad da pie al relato de
numerosas historias variadas, unas de mayor intensidad dramática que
otras, a la ubicación en espacios diferentes no solo en lo referente a
la mención de lugares geográficos concretos, sino a la ambientación
aire/tierra/agua, a los numerosos episodios y situaciones descritas, e
incluso a la perspectiva distinta entre hombres de diferentes razas,
edades, sexo, nivel social, etc. La oralidad se potencia constantemente
en cada rememoración personal de los distintos entrevistados, a los que
se formulan preguntas, interrumpiendo el hilo de sus experiencias
relatadas, para responder a los posibles interrogantes que el lector
podría plantearse con la lectura de sus declaraciones, o en otras
ocasiones, para aclarar siglas desconocidas, que nombran determinadas
armas y clases de proyectiles.
Lo narrado se plantea siempre desde el
punto de vista del ser humano, que sufre aterrorizado un ataque de estos
seres no-muertos, ataque que crece exponencialmente, del mismo modo que
crece el miedo y decrecen las esperanzas de sobrevivir al mismo. El
miedo es clave en la guerra Z, porque el miedo es clave en cualquier
etapa de crisis de la historia de la humanidad. Uno de los entrevistados
después del “Gran Pánico”, retirado a vivir en la Antártida, explica
cómo incluso antes del problema, la única regla del capitalismo era el
miedo, la única regla que entendió y aprendió de un profesor de
Historia, no de Economía, que afirmaba:
“El miedo es la mercancía más valiosa. (…) Encended la televisión -decía- ¿Qué veis? ¿Gente vendiendo productos? No: gente vendiendo el miedo que tenéis de vivir sin sus productos.Joder, tenía toda la razón: miedo a envejecer, miedo a la soledad, miedo a la pobreza, miedo al fracaso… El miedo es la emoción más básica que tenemos, es primitiva. El miedo vende; ése era mi mantra: el miedo vende” (p. 83).
El miedo fue asimismo fundamental en la
gran batalla de Yonkers, un pequeño barrio al norte de la ciudad de
Nueva York. El entrevistado Todd Wainio, antiguo soldado de infantería
del ejército estadounidense que vive en Denver, Colorado. Explica, con
una manida metáfora, cómo sus armas y la formación de los soldados eran “puro oro macizo de primera clase”, y sin embargo fallaron porque triunfó un enemigo tan viejo como la guerra, el miedo.
Lo que nunca pudieron los humanos prever es que los zetas no tenían miedo, no podían sentirlo, en ningún momento podían asustarse. Por esa razón, el resultado de la batalla fue el contrario del que pretendía el ejército. En lugar de devolver la confianza a los humanos -dice el americano- “enviamos el mensaje de que se despidieran del mundo”.“La verdadera batalla no consiste en matar, ni siquiera en herir al otro, sino en asustarlo lo suficiente para que lo deje. Acabar con la moral del contrario” (p. 150).
La logística de los zombis, sin
intervención voluntaria de los mismos, era un coadyuvante. Su número
aumentaba constantemente, cada humano infectado se convertía en un
zombi, mientras que las fuerzas humanas se debilitaban por la pérdida.
Los zombis no dependen de los suministros. Tienen la comida a mano, no
necesitan agua, ni munición, ni combustible, ni siquiera un líder que
los organice. Carecen de límite de resistencia, no negocian, no se
rinden, es un enemigo que dedica “cada segundo del día a consumir la vida de la Tierra”
(p. 381). Nada que ver con la supuesta “rabia africana” a la que
achacaban esta denominada epidemia, negocio puesto en tela de juicio en
la novela, con el que ciertos oportunistas consiguieron ganar millones
de dólares, proporcionando al mercado inútiles píldoras y vacunas de
eficacia no probada.
La crítica se agudiza contra los
profesionales médicos que recetaron la medicación, el organismo
gubernamental de control de fármacos que permitió la comercialización de
los mismos, y los congresistas que votaron para aceptarla. Todos podían
ser héroes y todos hacían dinero a costa del miedo de los demás. El
entrevistado, que hace estas declaraciones, afirma no tener conciencia
de culpabilidad porque, aunque ciertamente el famoso medicamento que
inventó, “Phalanx”, que supuestamente prevenía del contagio, no protegía a nadie de nada, pero –y ahí radica su valor- “los protegía de sus miedos, eso era lo único que vendía” (p. 87) porque “Phalanx significa tranquilidad” (p. 97). El miedo era más difícil de erradicar que la supuesta epidemia.
Es curioso cómo se extiende la narración
a través de lugares de lo más dispares, muchos de ellos aislados:
monasterios construidos en lo alto de escarpadas rocas (Meteora,
Grecia), en la Selva Amazónica (Brasil), en vuelos de contrabando desde
las provincias orientales (Llasa, República Popular del Tíbet), en
barcos que descargaban a los infectados en costas desiertas o en alta
mar, en la sección de trasplantes de órganos infectados en un hospital,
en un invernadero geodésico reforzado en la Antártida, en un desguace de
barcos en Alang (India), una iglesia en Kansas (EEUU), un submarino
militar en China, y así podríamos continuar hasta dar la vuelta entera
al mundo. Esta universalidad adquiere en la novela un alcance
importante, que contribuye abiertamente al terror que este apocalipsis
desata.
La narración mantiene el interés porque
el autor juega con dos modos narrativos. El primero es la presentación
directa de la información acerca del lugar, el nombre y diversos datos
del entrevistado y su entorno. Esta intervención directa del narrador
omnisciente figura al principio de cada secuencia, entre corchetes, y
conserva el tono de verosimilitud periodística e histórica. El segundo
modo narrativo, soporte fundamental en toda la novela, adopta la forma
de entrevista. Hay una serie de entrevistas a diferentes seres humanos
de todo el mundo, narradas con equilibrada destreza narrativa y, en
ocasiones, con ciertos rasgos de humor negro -tal vez heredado de su
padre, el cómico Mel Brooks-. Así ocurre con un frágil
“otaku” japonés, educado exclusivamente en la memorización de datos, por
un sistema educativo que no enseña a los niños a pensar. Este joven
llora como un bebé cuando descubre que su ordenador no funciona, lo
golpea, vomita al ver la sangre en sus nudillos, y después de un difícil
descenso por la fachada de su edificio, huyendo del ataque de los
zetas, y de una obsesiva búsqueda del equipo de supervivencia perfecto,
tal como le han enseñado, lo vemos pertrechado con “un impermeable de hombre de negocios y la mochila vintage de Hello Kitty, de color rosa chillón” (p. 300) que es lo único que ha encontrado en el rascacielos de pisos de oficinistas urbanos.
Las primeras entrevistas, las Advertencias,
responden al relato de la aparición de los primeros brotes y su rápida
propagación por todo el mundo de lo que denominan “infectados”. Una
segunda parte aborda la responsabilidad de La culpa
achacada al mito de la omnisciencia de la CIA. Esta es la parte de la
novela en la que más crítica social y política podemos rastrear.
La tercera es la culminación del terror, El Gran Pánico
en el que se ve inmersa una humanidad sin esperanzas. Los zetas
-original nombre abreviado con el que se mencionan a los zombis-
desarrollan nuevas cualidades, el conflicto se intensifica, la plaga de
zombis se ha extendido de tal manera que se habla de “oleada”, “marea”.
El momento decisivo de
la guerra constituye la cuarta parte del desarrollo narrativo. Se
describen numerosos enfrentamientos contra lo que ya es una violenta “horda”, “un enjambre”, una “masa de criaturas”, de “muertos vivientes”, de “caníbales sedientos de sangre”.
Entramos de lleno en el mundo de los zombis y de la riqueza metafórica
con que Max Brooks los denomina. Estas criaturas se meten por cualquier
pequeña brecha “como si fueran gusanos hinchados y sanguinolentos”
(p. 162), unos caminan, otros se arrastran e incluso se impulsan por el
suelo apoyándose en los vientres reventados. No estoy segura de aceptar
la afirmación, casi incuestionable, de que una imagen vale más que mil
palabras; en este caso, las palabras sugieren tantas y tan potentes
imágenes, que sería inútil pensar en la capacidad expresiva de la imagen
para plasmar el potencial significativo de las palabras. Igualmente
ocurre cuando describe el fluido que sus cuerpos dejan caer, “gotas de una sustancia dura, negra y costrosa”, “una sustancia viscosa”, una especie de “gel”. Y cuando define los gemidos que estos seres producen, identificándolos con “jadeos ahogados”, “aullidos” que dan a conocer su posición y atraen a otros, gemidos “agudos y roncos”, “gorgoteantes”, realmente está representando con una precisión imponente la realidad descrita.
El entorno en esta etapa también ha
cambiado. Han llegado las bajas temperaturas del invierno y se achacan
el enfriamiento a la suciedad del cielo, “dicen que la suciedad, no sé cuánta, eran las cenizas de los restos humanos”- confiesa uno de los entrevistados.
La quinta parte transcurre en el Frente interno de EEUU.
Se caracterizan nuevos personajes como los denominados “quislings”,
problema añadido a los saqueadores, los okupas y los propios zombis. Son
sujetos peligrosos y hostiles, que pierden la conexión con la realidad y
se comportan como si fueran zombis, y que se hacen más fuertes que el
resto porque se alimentan continuamente. Se citan extrañas enfermedades
como la SFA (Síndrome de Fallecimiento Asintomático, o Síndrome de
Fatalidad Apocalíptica) que sufren aquellos que mueren porque se rinden,
porque no quieren ver un nuevo amanecer que les traiga más sufrimiento.
Se describen impresionantes batallas con fuerzas desiguales (pp. 386 a
393). Se relatan interesantes anécdotas como la leyenda de la piloto,
cuyo avión fue derribado y logró sobrevivir empujada por una extraña
fuerza (pp. 239 a 263).
En el siguiente capítulo se relatan episodios En el resto del mundo
(Japón, China, etc.), y se hace una interesante reflexión sobre el
complicado trabajo de desmontar conceptos erróneos, falsos mitos
extendidos inevitablemente. De nuevo traemos a colación el valor clave
del miedo:
“El enemigo era la ignorancia, las mentiras, las supersticiones, la mala información y la desinformación” (p. 275)
Con el último capítulo, la Guerra total, y las Despedidas,
de los que nada voy a desvelar, concluye esta dura historia, que una
vez más supera con creces las expectativas que sugiere el guión de la
película. Tantos guiones podrían llevar a la pantalla como anécdotas se
relatan en esta novela de casi quinientas páginas.
Las descripciones, de todo tipo,
enriquecen el texto por el dominio en el manejo de la lengua, repleta de
sugerencias sensoriales. Así un enfrentamiento es descrito como “una
puta carnicería, como una trituradora de madera: la materia orgánica
formaba nubes, como si fuera serrín, por encima de la horda” (p.142). Un paisaje adquiere nuevas tonalidades cuando leemos: “Aquel
día el cielo era rojo. Todo el humo, la mierda que había llenado el
aire durante el verano, bañaba las cosas de una luz roja ambarina, como
si se mirase el mundo a través de unos cristales de color infernal” (p. 134). Unos animales evolucionados y adaptados a la nueva situación eran los “sónicos”, una especie de leones salvajes “unos
gatos que eran mitad leones y mitad putos dientes de sable de la edad
del hielo (…) una bola de pelo el doble de grande que los de toda la
vida, con dientes, garras y una sed de sangre brutal” (p. 442).
Como comentábamos al comienzo de esta
reflexión, estamos ante el triunfo de un nuevo mundo mitológico poblado
de vampiros y zombis. Los zombis han ocupado distintos formatos, muchos
cinematográficos y algunos impresos en forma de texto narrativo como la
novela de Max Brooks o en forma de cómics. De gran aceptación entre los
seguidores de estos seres, disfruta la publicación de la colección del
cómic titulado Los muertos vivientes (de Planeta D’Agostini), con guión de Robert Kirkman, que ya ha publicado 17 números, y que dio origen a la exitosa serie de televisión americana The Walking Dead, en la que domina el drama, el suspense y la acción, más que el propio género de terror en que se enmarca.
Terminamos con la propuesta, a los
interesados en este particular universo, de visita a los diversos blog
en los que aparecen listas y reseñas de novelas y relatos de zombis.
Recojo los primeros que aparecen en la red, como leve muestra de la
expansión del género, y como puerta de entrada a los aficionados al
género.