Hace poco hablamos aquí de los trabajos alimenticios de algunos escritores (porque la literatura no suele dar para mucho) y encontramos todo tipo de oficios, desde bedeles a vendedores de coches; y siempre nos causa algo así como extrañeza que no se dedicaran 24 horas al día a escribir
Jorge Luis Borges trabajó en la Biblioteca Nacional Argentina hasta que llegó Perón al poder, y lo degradó como inspector de mercados./libropatas.com |
Salvo cuando son bibliotecarios. Y es que a un bibliotecario se le
presupone el amor a los libros, y en muchos casos, también a la
escritura. ¿Qué mejor profesión para un autor que una en la que puede pasarse el día rodeado de libros, aunque no sean los suyos? Eso debieron pensar estos 10 escritores que compaginaron, al menos en algún momento de su vida, la escritura con su trabajo en la biblioteca.
1. Jorge Luis Borges
Se trata de uno de los escritores a los
que más le pega el oficio de bibliotecario (aunque solo sea por cuentos
como ‘La biblioteca de Babel’), y de hecho, este fue su primer trabajo (aunque
ya contaba con 39 años, no había necesitado ganarse el pan hasta
entonces). Estuvo empleado en la biblioteca municipal Miguel Cané de
Buenos Aires entre 1938 y 1946, y sobre esta experiencia diría: “En la biblioteca trabajábamos poco.
Éramos unos cincuenta empleados realizando tareas que fácilmente
hubieran podido llevar a cabo quince personas”. De hecho, el primer día
de trabajo clasificó 400 volúmenes y sus compañeros tuvieron que
explicarle que ese era un comportamiento poco solidario. Lo adecuado era
no sobrepasar el centenar al día para que hubiera trabajo para todos.
Tras la llegada de Perón al poder (Borges era un declarado antiperonista) tuvo que dejar la biblioteca.
Trabajaría entonces como conferenciante y profesor para pagarse el
sustento. Al final de su vida y ya ciego, sería, durante 18 años, director de la Biblioteca Nacional de Argentina.
2. George Perec
El autor francés fue bibliotecario durante 16 años,
aunque en una biblioteca científica: la del departamento de
Neurofisiología del Centro Nacional para la Investigación Científica. Lo
dejó en 1978 cuando, tras ganar el premio Medicis con La vida
instrucciones de uso, le llegó el éxito y pudo dedicarse en exclusiva a
la literatura.
3. Lewis Carroll
También Lewis Carroll trabajó como
bibliotecario, aunque no por mucho tiempo. Tras licenciarse en
matemáticas por la Universidad de Oxford permaneció en la ciudad trabajando en la Biblioteca del college Chris Church
(el college donde se rodó Harry Potter) durante un año, hasta que
consiguió un puesto como profesor de matemáticas, trabajo que
desempeñaría durante 26 años.
4. Stephen King
Una de las clásicas becas para
costearte la universidad mientras estudias es para trabajar en la
biblioteca. Y eso es lo que hizo Stephen King, al menos durante un año, en la Universidad de Maine.
Le salió muy bien la jugada, allí conoció a otra becaria, se enamoraron
y hoy es su mujer. Aunque ahora claramente puede vivir de la
literatura -¡es uno de los escritores más ricos!-, tras acabar la carrera trabajó también como profesor de inglés, lavandero, empleado de una gasolinera o columnista.
5. Johann Wolfgang von Goethe
Goethe era ya famosísimo en Alemania
(por haber publicado ‘Las desventuras del joven Werther’, que al parecer
provocó una oleada de suicidios por amor) cuando Carlos Augusto de
Sajonia-Weimar-Eisenach, heredero del ducado de Sajonia-Weimar, lo invitó a trabajar en la Corte de Weimar. Y Goethe aceptó para huir de un compromiso amoroso y del ejercicio de la abogacía (que era lo que había estudiado).
Fue consejero y ministro, y entre las
múltiples ocupaciones que tenía (de hecho estuvo 10 años sin escribir de
tanto como trabajaba en otros asuntos) estaba la supervisión de la Biblioteca ducal,
que bajo su dirección pasó a ser una de las más importantes de toda
Alemania. Es cierto que era una responsabilidad menor, pero no lo era
menos que Goethe disfrutaba con esta labor secundaria.
6. Georges Bataille
Aunque de joven Georges Bataille quería
ser sacerdote, y de hecho, acudió a un seminario durante un año,
finalmente se decantó por otra carrera profesional y trabajó como bibliotecario toda su vida,
desde que en 1922 entró como becario en la Biblioteca Nacional.
Llevó casi una doble vida: bibliotecario respetable, de aspecto
intachable, durante el día, visitador de burdeles, creador de sectas y
frecuentador de los círculos vanguardistas fuera del horario laboral.
7. Hermanos Grimm
Tanto Jacob, el mayor, como Wilheim, el
menor, llevaron una vida muy parecida, y vivieron juntos durante la
mayor parte de su vida, incluso tras casarse Wilheim. Se licenciaron en
derecho, pero solo porque eso era lo que quería su padre. Acabaron trabajando como bibliotecarios en Kassel durante 12 años. Aprovechaban su tiempo libro para recopilar cuentos tradicionales alemanes.
8. Charles Perrault
Uno diría que hay algún tipo de relación
entre ser bibliotecario y dedicarse a los cuentos infantiles, porque lo
cierto es que Perrault también estuvo empleado en una biblioteca. En su
caso, tras estudiar también derecho trabajó como funcionario en
diversas instituciones, siempre sin trabajar demasiado, gracias a que
con sus odas y discursos sabía halagar a quien había que halagar en cada
momento. Finalmente se convirtió en Bibliotecario de la Academia Francesa, aunque solo ocupó el puesto durante unos años.
9. Ruben Darío
Con veinte años Ruben Darío trabaja
durante varios meses en la Biblioteca Nacional de Nicaragua, en Managua,
hasta que pasa a trabajar en la secretaría presidencial. Pero él a lo
que se dedica realmente (y a lo que se quiere dedicar) es a escribir, y es condenado por vagancia a trabajar ocho días en una obra pública (aunque no llegaría a cumplir la pena).
10. Marcel Proust
Tras licenciarse en letras, los padres de Proust lo animaron a que buscase trabajo en algo relacionado con sus inclinaciones literarias,
y mediante amigos, le consiguieron incluso dicho empleo, en la
Biblioteca Mazarina. Aunque fue su única actividad laboral (en toda su
vida) no se puede considerar propiamente un trabajo, porque como era un
ayudante honorario y sin sueldo se le permitía pasar parte de la jornada
laboral trabajando en su propia obra. Su horario era
de cinco horas pero aún así, faltaba con frecuencia. Después, decidió
cogerse bajas y bajas, hasta que hubo una inspección general y los
agentes descubrieron que uno de los becarios no había aparecido en 3
años. Se tomaron cartas en el asunto y recibió una carta de despido.
Después se encerró en casa y se dedicó únicamente a escribir En busca del tiempo perdido.