El próximo 23 de octubre inauguran en Bogotá una casa librería inspirada en la santa patrona de los bibliófilos
Yolanda Aúza Gómez, expresidenta de Unisys para Colombia y la región Andina, ahora lectora y librera de tiempo completo. / Andrés Torres./elespectador.com |
Que en plena era digital abran una librería es noticia y si se trata
de una casa de patrimonio arquitectónico para albergar 15 mil ejemplares
en tres pisos es un acontecimiento para celebrar. Ocurrirá el jueves 23
de octubre, día de la inauguración de Wilborada 1047, en la calle 71,
media cuadra abajo del Teatro Nacional, en el norte de la capital del
país.
Es la casa de los sueños de la bogotana Yolanda Aúza Gómez,
hasta el año pasado presidente y gerente general de Unisys en Colombia y
los países andinos. Luego de pensionarse decidió materializar el
proyecto que le había dado vueltas en la cabeza toda la vida: construir
el mejor lugar para entregarse al placer de leer. Es en el barrio Quinta
Camacho, en medio de una plazoleta rodeada por las últimas casas de
arquitectura inglesa de ese vecindario. Ella está dichosa a pesar de que
sus familiares y amigos no dejan de preguntarle si se volvió loca. No
se explican cómo una de las empresarias colombianas más reconocidas en
las juntas directivas del Consejo de Empresas Americanas, de la Cámara
de Comercio Colombo-Americana y de la Association of American Chambers
of Commerce in Latin America, la ingeniera de sistemas y experta en alta
gerencia que llevó a Unisys a duplicar sus ventas y a convertirse en el
mayor proveedor de servicios informáticos en Colombia, decidió invertir
parte de su patrimonio en un negocio “en vías de desaparición”.
Le
recuerdan lo que ya sabe. Que las librerías emplemáticas han cerrado;
Buchholz, Biblos, la Mundial, Caja de herramientas y Verbalia. Pero
antes de dar el paso, ella se fijó en las que resisten o innovan; Babel,
La madriguera del conejo, ArteLetra, Casa tomada, Tornamesa, Luvina, La
valija de fuego, Espantapájaros. Sonríe, siempre sonríe, y defiende su
plan a partir de un sueño: “Desde niña quise tener una casa con un ático
para leer”. Apenas se pensionó supo que era hora de cumplir el deseo.
¿Sobre qué bases? “Yo no creé esto con los parámetros de un negocio como
los que manejaba. Este tiene meta de sostenibilidad no de
enriquecimiento económico”.
Se iba a llamar Librería Aúza, pero
viendo la casa Yolanda empezó a buscar un nombre medieval. Un día metió
en Google el 1047 para ver qué había pasado ese año y se encontró con
la historia de Wilborada, la monja patrona de los bibliófilos y amantes
de la lectura, porque en la Edad Media protegió los libros de Saint
Gallen ante la inminente invasión de los húngaros durante la cual fue
asesinada. El papa Clemente II la proclamó santa. “No lo podía creer
—dice Yolanda—. Pensé: ¡este es el mensaje que necesitaba para seguir
adelante!”. Se fue de vacaciones a Suiza en junio de este año para
conocer esa ciudad universitaria del oriente de Suiza, el monasterio, la
catedral barroca y la celda donde habitó la religiosa.
Su mayor
emoción fue conocer la gran biblioteca del convento, que acoge 170.000
documentos en parte manuscritos de hace mil años, incluida la famosa
sala Rococó más bella de Suiza, declarada por la Unesco desde 1993
Patrimonio Mundial Cultural de la Humanidad. Aprendió del legado
benedictino sobre el estudio contemplativo de los libros y la necesidad
vital de las bibliotecas. Ratificó no sólo el nombre de su
casa-librería, sino el espíritu. “Cuando uno entra hay un gran medallón
en el que se lee en griego ‘Botica para el alma’”. Lo adoptó como lema.
“Esto tiene que despertar los sentidos, en especial la imaginación y a
la vez ser un remedio para el alma”. Por eso las invitaciones fueron
repartidas en frasquitos.
La personalidad se la da el aire
victoriano y la restauración dirigida por el arquitecto Alejandro
Henríquez para adaptarla como librería desde el parqueadero. Rescató
fachadas, reforzó cada columna y las dejó expuestas, reparó el balcón
principal, conservó las puertas originales y abrió nuevas, igual con las
ventanas. Chorros de luz natural caen desde un lucernario hasta el
primer piso iluminando los estantes de cedro Puerto Asís. Hay zonas
demarcadas de abajo arriba. En el primer nivel las novedades. Al lado
una gran sala con chimenea, declarada zona sensorial para lecturas de
arte, cine, fotografía y música. Con espacio para la segunda tienda Café
Cultor. El segundo piso es para literatura femenina. El homenaje a
Wilborada es un vitral. Hay espacios para literatura universal,
latinoamericana, colombiana y de viajes y ciudades. Sillas Thonet para
descansar. Personajes literarios pintados en los muros parecen salir de
los estantes. El altillo, también con chimenea, es para ciencia ficción,
novela negra y zagas. Para presentación de libros o actos culturales.
Yolanda
ha dedicado meses a tertuliar con libreros y calcula que para
configurar la colección con proveedores de calidad necesita al menos dos
años. Calcula que a la casa le caben 40 mil libros. La legión de amigos
de Borges, las ilusiones impresas según Bioy Casares. “Hay que ir paso a
paso. Primero influenciar el vecindario, el sector financiero, las
universidades, los habitantes. ¿Cómo? Con un catálogo abierto a todas
las ideas, ofertas, agenda cultural y actividades como talleres para
niños o adultos que ya no pueden leer.
Revisa las obras que salen
de las cajas. Siendo niña descubrió el placer de la lectura a través del
diario del niño protagonista de Corazón, de Edmundo de Amicis. Le
dedicó la adolescencia a Dostoievski y la juventud a novelas como El
filo de la navaja, de William Somerset Maugham. Precisamente allí
descubrió que a veces en plena vida se debe renacer para reencontrarle
sentido a su vida. Y para ello Larry renuncia al mundo de las finanzas
para enriquecerse en sabiduría, sumergiéndose en nuevas culturas y
espiritualidades. En la madurez descubrió el ensayo a través del
escritor chino François Cheng, la historia a través de Peter Watson y la
novela negra con la trilogía de Stieg Larsson. Admite que disfrutó a
Harry Potter. Habrá lugar para literatos. También para mentes exactas.
Acceso para discapacitados. Wi-fi. Lo malo: todo es nuevo. No hay libros
averiados por el tiempo, como dice Vargas Llosa.
Yolanda no lee
filosofía, poesía ni teatro. Sin embargo, frente al balcón la espera una
mecedora para “aprender sobre otros géneros”. Así como le llegó
Wilborada, le llega la lucidez de la locura de Maupassant en Yvette: “A
través de quince mil novelas deben formarse ideas muy extrañas de la
vida”.