sábado, 9 de marzo de 2013

Minicuentos 49


De mujeres, heroísmos y feminismos    

 

                                                                            

El origen de la vida
Dominique Menkes Bancet

María le pidió a su madre que le explicara de dónde venían los niños. Entonces la madre la tomó en sus brazos y la introdujo en su vientre. Poco a poco la enorme barriga fue disminuyendo hasta que sólo quedó el vacío que la madre quiso colmar a través de la maternidad.

Después del combate
Marco Antonio Campos

A Laura Vargas

Desde el primer instante que la vi en la corte de Esparta supe que jamás la olvidaría. Y desde ese instante, en los mares y el cielo de toda Grecia, su rostro me perseguía obstinadamente, desoladoramente. Por ella, diosa entre las mujeres, violé el sagrado pacto del hospedaje y manché la amistad. No me arrepiento. Si la rapté fue porque era el único modo de hacerla mía, y ahora —lo ven todos—, ilumina los campos de la murada Ilión.
Aún siento en el cuello la soga de Menelao, ramo de Ares, y si aún vivo no es por mi agilidad ni mi lanza, sino por afrodita de oro, que me ama y protege como a ningún mortal. Cómo voy a arrepentirme de mi acto, qué va; menos ahora que descubro en el cuerpo de Helena una columna de fuego. Volvería a repetir el rapto infinitamente. Volvería a la vida sólo por aquella noche, cuando dormí en sus ojos por primera vez. Volvería a luchar cien, mil, dos mil veces con todos los aqueos y mil más con Menelao, por revivir esta noche, cuando ella, Helena, me mordía sin piedad los miembros, y con lágrimas en los ojos, se quejaba gritándome: “Ámame perro, cobarde, ámame hasta la muerte.”

La reina Sibila
Howard Rollin Patch

Si el caballero no partía al noveno día, tendría que quedarse hasta el treceavo y luego hasta el trescientos trece; si en el día trescientos trece no se iba ya no salía jamás. Él y su escudero tuvieron que escoger una dama como compañera. Los viernes, después de medianoche, las damas los dejaban e iban a encerrarse con la muchedumbre y la reina en ciertas habitaciones especiales. Después de la medianoche de sábado volvía cada una de ellas a su compañero, más hermosa que nunca. Jamás envejecían; no conocían la tristeza; tenían todos los atavíos, alimentos, riquezas y placeres que les venían en gana. En el lugar aquél no se sentía ni demasiado frío ni mucho calor. Ninguna mente podría imaginar, ninguna lengua contar los terrenales placeres de aquel sitio, y la conciencia del caballero se afectó de tal manera con todo aquello que una hora le parecía diez días.

Semiramis
Ctesias

Semiramis iguala en genio y sobrepuja en proezas a los hombres más extraordinarios; no solamente lleva sus conquistas hasta emular las de Sesotris, o recorre, dejando por doquier muestras claras de su poderío, Media, Persia, Egipto, Libia, Etiopía, Bactriana y la India, sino que, además, en Asiria, todo comienza con ella: es ella quien funda Ecbatana y Babilonia, ella quien puebla en Asia de monumentos y de calzadas; finalmente, es admitida entre los dioses y abandona la tierra adoptando la forma de una paloma.

Sentencia del juez de los infiernos II
Marco Denevi

Contaba el maestro Lu-Chang:
Delante de Yen Wanzi, juez de los muertos, comparecieron el alma de una cortesana y el alma de una mujer que se creía virtuosa.
Yen Wanzi pronunció su fallo:
—Tú —le dijo al alma de la cortesana— vete a la Torre de las Delicias. Y tú —le dijo al alma de la mujer que se creía virtuosa— irás a la Torre de los Tormentos.
—Esto sí que está bueno —se encolerizó el alma de la mujer—. ¿Qué clase de juez eres? ¿A una ramera, que se pasó la vida vendiendo su cuerpo, la destinas a la Torre de las Delicias? ¿Y a mí, que nunca cometí pecado, me envías a la Torre de los Tormentos?
—Con tu lengua de víbora —le replicó el juez Yen Wanzi— sembraste la discordia en tu familia. Por tu culpa se anularon matrimonios, fenecieron amistades, gente que se ama se detestó. A causa de tus chismes muchos hombres se vieron obligados a rasurarse la cabeza y hacerse bonzos. Más te hubiera valido ser como esta cortesana, que jamás ocasionó mal a nadie. En la Torre de los Tormentos aprenderás a que es preferible hacer el bien que evitar el pecado.
Opus 8
Armando José Sequera

Júrenos que, si despierta, no se la va a llevar —pedía de rodillas uno de los enanitos al Príncipe, mientras éste contemplaba el hermoso cuerpo en el sarcófago de cristal—. Mire que, desde que se durmió, no tenemos quién nos lave la ropa, nos la planche, nos limpie la casa y nos cocine.


Hombre y mujer
Máxima persa

Al decir de ciertos sabios antiguos, la simpatía entre los sexos es tan fuerte que aún en el caso de que en la Tierra no hubiera sino un solo hombre y una sola mujer —ella en el Occidente y él en el Oriente— los dos, sin embargo, se encontrarían y se hallarían por obra de la fuerza natural de atracción.        
Ilustración: Mujer, de César Valverde Vega