De mujeres, heroísmos y feminismos
El origen de la vida
Dominique
Menkes Bancet
María le pidió a su madre que le
explicara de dónde venían los niños. Entonces la madre la tomó en sus brazos y
la introdujo en su vientre. Poco a poco la enorme barriga fue disminuyendo
hasta que sólo quedó el vacío que la madre quiso colmar a través de la
maternidad.
Después del combate
Marco Antonio Campos
A Laura Vargas
Desde el primer instante que la vi en la corte de Esparta supe que jamás la olvidaría. Y desde ese instante, en los mares y el cielo de toda Grecia, su rostro me perseguía obstinadamente, desoladoramente. Por ella, diosa entre las mujeres, violé el sagrado pacto del hospedaje y manché la amistad. No me arrepiento. Si la rapté fue porque era el único modo de hacerla mía, y ahora —lo ven todos—, ilumina los campos de la murada Ilión.
Aún siento en el cuello la soga
de Menelao, ramo de Ares, y si aún vivo no es por mi agilidad ni mi lanza, sino
por afrodita de oro, que me ama y protege como a ningún mortal. Cómo voy a
arrepentirme de mi acto, qué va; menos ahora que descubro en el cuerpo de
Helena una columna de fuego. Volvería a repetir el rapto infinitamente. Volvería
a la vida sólo por aquella noche, cuando dormí en sus ojos por primera vez.
Volvería a luchar cien, mil, dos mil veces con todos los aqueos y mil más con
Menelao, por revivir esta noche, cuando ella, Helena, me mordía sin piedad los
miembros, y con lágrimas en los ojos, se quejaba gritándome: “Ámame perro,
cobarde, ámame hasta la muerte.”
La reina Sibila
Howard
Rollin Patch
Si el caballero
no partía al noveno día, tendría que quedarse hasta el treceavo y luego hasta
el trescientos trece; si en el día trescientos trece no se iba ya no salía
jamás. Él y su escudero tuvieron que escoger una dama como compañera. Los
viernes, después de medianoche, las damas los dejaban e iban a encerrarse con
la muchedumbre y la reina en ciertas habitaciones especiales. Después de la
medianoche de sábado volvía cada una de ellas a su compañero, más hermosa que
nunca. Jamás envejecían; no conocían la tristeza; tenían todos los atavíos,
alimentos, riquezas y placeres que les venían en gana. En el lugar aquél no se
sentía ni demasiado frío ni mucho calor. Ninguna mente podría imaginar, ninguna
lengua contar los terrenales placeres de aquel sitio, y la conciencia del
caballero se afectó de tal manera con todo aquello que una hora le parecía diez
días.
Semiramis
Ctesias
Semiramis iguala en genio y
sobrepuja en proezas a los hombres más extraordinarios; no solamente lleva sus conquistas
hasta emular las de Sesotris, o recorre, dejando por doquier muestras claras de
su poderío, Media, Persia, Egipto, Libia, Etiopía, Bactriana y la India, sino
que, además, en Asiria, todo comienza con ella: es ella quien funda Ecbatana y
Babilonia, ella quien puebla en Asia de monumentos y de calzadas; finalmente,
es admitida entre los dioses y abandona la tierra adoptando la forma de una
paloma.
Sentencia del juez de los infiernos II
Marco Denevi
Contaba el maestro Lu-Chang:
Delante de Yen Wanzi, juez de los
muertos, comparecieron el alma de una cortesana y el alma de una mujer que se
creía virtuosa.
Yen Wanzi pronunció su fallo:
—Tú —le dijo al alma de la
cortesana— vete a la Torre de las Delicias. Y tú —le dijo al alma de la mujer
que se creía virtuosa— irás a la Torre de los Tormentos.
—Esto sí que está bueno —se
encolerizó el alma de la mujer—. ¿Qué clase de juez eres? ¿A una ramera, que se
pasó la vida vendiendo su cuerpo, la destinas a la Torre de las Delicias? ¿Y a
mí, que nunca cometí pecado, me envías a la Torre de los Tormentos?
—Con tu lengua de víbora —le
replicó el juez Yen Wanzi— sembraste la discordia en tu familia. Por tu culpa
se anularon matrimonios, fenecieron amistades, gente que se ama se detestó. A
causa de tus chismes muchos hombres se vieron obligados a rasurarse la cabeza y
hacerse bonzos. Más te hubiera valido ser como esta cortesana, que jamás
ocasionó mal a nadie. En la Torre de los Tormentos aprenderás a que es
preferible hacer el bien que evitar el pecado.
Opus 8Armando José Sequera
Júrenos que, si despierta, no se la va a llevar —pedía de rodillas uno de los enanitos al Príncipe, mientras éste contemplaba el hermoso cuerpo en el sarcófago de cristal—. Mire que, desde que se durmió, no tenemos quién nos lave la ropa, nos la planche, nos limpie la casa y nos cocine.
Hombre y mujer
Máxima persa
Al decir de ciertos sabios
antiguos, la simpatía entre los sexos es tan fuerte que aún en el caso de que
en la Tierra no hubiera sino un solo hombre y una sola mujer —ella en el
Occidente y él en el Oriente— los dos, sin embargo, se encontrarían y se
hallarían por obra de la fuerza natural de atracción.
Ilustración: Mujer, de César Valverde Vega