Son muchos los personajes femeninos que han logrado seducir a miles de lectores. Hoy recordamos algunos
Una fémina de ilustración anónima./elespectador.com |
Es una simple excusa. Recordar
algunos de los más asombrosos personajes femeninos de la literatura es,
tal vez, sólo un pretexto para deshacerse un poco de todos esos
deslucidos anuncios color rosa que por estos días invaden cualquier
rincón de cualquier ciudad. Pero más que resistirse a los manidos
hábitos que el tiempo y muchos medios se encargaron de moldear, el
propósito es, quizás, uno solo: revivir plácidas lecturas donde la
complicidad de alguna mujer fue esencial.
Por supuesto:
calcular las miles de historias es una tarea absurda, y hacer una lista
de imprescindibles personajes es, aún más, una inútil labor. Se podría,
si se quiere, empezar por las remotas épocas griegas. Brincar del fervor
bélico que despertó Helena cuando partió con Paris a Troya, a la eterna
espera de Penélope ante la amarga ausencia de Odiseo. Se podría,
también, pasar por Laura y los versos de Petrarca, por la Dulcinea de
Cervantes, las inmortales mujeres de Shakespeare o los adulterios de
Anna Karenina y Emma Bovary.
Seguramente, podrían pasar infinidad
de horas en largas búsquedas de escenas y textos memorables, en los que
las mujeres hayan sido el principal motivo de seducción. Bastaría
mencionar a la Maga, la inmortal y fascinante Maga. Descubierta como
Edith Aron hace unos años en un pequeño departamento de Londres, la Maga
—o Lucía— cautivó a Horacio, y con él a miles de lectores que desde los
sesenta soñaron con ser como ella. O, por lo menos, quisieron, como
Cortázar, encontrarla en alguna librería o en alguna barca.
Bastaría
también, recordar a la inolvidable Margarita. A su vehemente amor, su
ardiente pasión que entre satíricas líneas el mundo conoció en 1966, 26
años después de que muriera su autor, el ruso Mijaíl Bulgákov. Su
imaginación, que incluye realistas y fantasiosos episodios con el
mismísimo Satán, ha permitido gozar de escenas de verdadera efusión.
Muchas de sus críticas y descripciones de los arribistas entornos
culturales continúan, como en el Moscú de 1930, más que vigentes. Aún
después de tantos años, y de separarnos grandes distancias, parecen
incontables las similitudes con estas lejanas tierras.
Y así, en
esas búsquedas universales, podrían acabarse estas líneas. Pero
agotarlas sin explorar esta región sería una grave distracción. Aquí,
donde en muchas ocasiones la mujer en los libros ha sido la más sincera
evidencia histórica, omitir ciertas obras sería una equivocación.
Desde
luego, María y su idilio con Efraín podrían ser un lúcido ejemplo, en
el que, más allá del romanticismo, las palabras de Jorge Isaacs son un
fiel retrato de la sociedad del siglo XIX, como también lo podría ser,
para el XVIII, el relato de Genoveva Alcocer. La afrenta de Cartagena de
1697, una crédula y supersticiosa sociedad aún dependiente del
catolicismo y los grandes avances de la Ilustración, son apenas unos
aspectos que Germán Espinosa materializó en La tejedora de coronas.
Y
claro: haría falta mencionar a Bárbara Caballero y Alzate, de La
marquesa de Yolombó, a Fermina Daza, a Úrsula Iguarán y a Remedios, por
sólo hablar de algunas más.
Ahora, después de varias décadas,
salió a luz un gran personaje femenino capaz de condensar en pocas
páginas una apasionante historia traída de la realidad. Naturalmente,
como ya muchos lo han reseñado con asombro y encanto, se trata de
Memoria por correspondencia, el relato epistolar que la artista Emma
Reyes escribió a su amigo Germán Arciniegas.
Es un hermoso y
detallado recuento de una niñez cargada de crueldad en un país repleto
de prejuicios, en una sociedad pacata dominada por acérrimas y católicas
creencias que dan cabida a la hipocresía, al clasismo y a la
mezquindad. La protagonista es, por supuesto, la misma Emma Reyes. Son
sus vivencias en los años treinta; son sus correrías por Bogotá, por
montañas, por pueblos, en busca de un asomo de tranquilidad que,
finalmente, las monjas de un convento se proponen exterminar.
No
sabría si un breve recuento de esos gratos momentos que a muchos han
dado esas pocas mujeres de papel tenga, a ciencia cierta, una utilidad o
sirva para transformar las anacrónicas rosas en una certera aventura.
Quien hoy decida lanzarse a ella, entre los sueños y admiración que
siempre inspira, seguro tendrá mucho más que un simple día que año tras
año, con la misma inocencia, se repetirá.
Anna Karenina
1,6 Fue en 2012, el promedio anual de libros leídos por persona en Colombia.
1’672.000 Analfabetas había en el país en 2011.