El cambio
Antonio F. León
Díaz
De niño, quería alcanzar
una estrella; de grande, se conformó con un televisor.
De sirenas
Roberto Castillo
Udiarte
Aquella sirena disfrutaba
de la vida en tierra firme. Su única molestia era la silla de ruedas.
Libros
Luis Britto García
Un libro que después de
una sacudida confundió todas sus palabras sin que hubiera manera de volverlas a
poner en orden.
Un libro cuyo título por
pecar de completo comprendía todo el contenido del libro.
Un libro con un tan
extenso índice que a su vez éste necesitaba otro índice y a su vez éste otro
índice y así sucesivamente.
Un libro que leía los
rostros de quienes pasaban sus páginas.
Un libro que contenía uno
tras otro todos los pensamientos de un hombre y que para ser leído requería la vida
íntegra de un hombre.
Un libro destinado a
explicar otro libro destinado a explicar otro libro que a su vez explica al
primero.
Un libro que resume un
millar de libros y que da lugar a un millar de libros que lo desarrollan.
Un libro que refuta a
otro libro en el cual se demuestra la validez del primero.
Un libro que da una tal
impresión de realidad que cuando volvemos a la realidad nos da la impresión de
que leemos un libro.
Un libro en el cual sólo
tiene validez la décima palabra de la página setecientos y todas las restantes
han sido escritas para esconder la validez de aquélla.
Un libro cuyo
protagonista escribe un libro cuyo protagonista escribe un libro cuyo
protagonista escribe un libro. Un libro, dedicado a demostrar la inutilidad de
escribir libros.
Cameramen
Amós Torres Bustos
Sentados a la mesa, en la terraza, Helmut y Jack contemplan el mar y
conversan. Helmut le muestra una foto y mientras Jack observa, Helmut evoca…
Recuerda a Helmut, el nazi, arrastrándose penosamente sobre la quemante arena
del Sahara. La sed le agobia; el sudor y la fatiga han tendido un velo
translúcido sobre sus ojos; a través de él cree ver unas vagas sombras verdes.
Se frota los ojos y entonces puede contemplar aquel hermoso oasis: la
cristalina laguna parece dormir bajo la fresca sombra de las palmeras. Es el
oasis más hermoso que ha visto en su vida. El hábito le hace enfocar la pequeña
cámara y lo imprime. Después da un paso hacia el oasis. Otro paso. Uno más y
cierra un momento sus extenuados ojos. El oasis aprovecha aquel parpadeo para
evaporarse y el infeliz Helmut se queda nuevamente desamparado en medio de
aquel infernal desierto. Horas después, la patrulla del inglés Jack lo
encuentra, moribundo. Lo arresta y le salva la vida.
Ocho años después, Helmut y Jack —excelentes amigos—, observan la pequeña
foto.
—¡Pero era un espejismo…!
—Seguro, Jack… seguro —murmura Helmut.
Feroz
Andrés Portillo
Fue una noche de gargantas profundas, de lenguas golosas y dentelladas.
Desde entonces, si Caperucita tiene hambre se adentra en el bosque ansiosa de
lobo
Para un álbum
Ricardo Garibay
Me obsesiona esto —y tanto, que con frecuencia olvido que ya lo conté, y
vuelvo a contarlo—: Cuatro amigos van al mar, vacaciones, muchachos de veinte
años; uno de ellos lleva cámara fotográfica; se apartan a unas peñas, lejos de
la gente, y mientras los otros tres se asolean el de la cámara prepara el
rollo. Mañana perfecta, limpia, ligeramente ventosa. Mar espumoso, greñudo.
—A ver —dice aquel—, párense, les tomo una foto.
Se levantan los tres, se enlazan riendo en el borde de las peñas, el
artista los busca con la lente. —Ya —dice, dispara, oye un estruendo, alza la
cara y de agua le bañan los pies y nunca nadie volvió a ver a los tres
muchachos, no aparecieron jamás, y en la fotografía, se ve la ola enorme,
cóncava, oscura, garra, cúpula espantosa.
Un granito de arena
César Fernández Moreno
Franz recorre la gran avenida. Hoy va a encontrarla a Ella, por azar pero definitivamente. Está seguro.
¿No es ésta? ¿Por qué no lo mira? ¿Por qué da esos pasos decisivos que la
escamotean a la vuelta de la esquina?
Pero ahora sí la reconoce: es aquella que viene por la vereda de enfrente.
Franz atraviesa corriendo la avenida.
No, tampoco era. Vuelve a cruzar, velozmente: teme que aquel señuelo le
haya impedido toparse con Ella en la vereda recién abandonada.
A medida que pasan las cuadras, sigue descubriendo mujeres cada vez más
parecidas a Ella. La última es casi idéntica, un prenuncio, una certeza de que
la próxima será Ella para siempre.
Franz pasa frente a un edificio en construcción. Es un día de viento, y un
granito de arena se le entra en un ojo. El dolor le hace cerrar los párpados
por un segundo, mientras sigue caminando.
Ya está. Ya pasó.