Esta edición, bellamente ilustrada por Elenio Pico, incluye tres textos que no participaron de la versión original y se anticipa a los festejos por el centenario del nacimiento del autor de Rayuela , que se cumple el próximo 26 agosto
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| Flor y cronopio, dibujados por Elenio Pico, para esta edición del libro de Cortázar./revista Ñ | 
Mamá, ¿vos sabés qué es un muñeco, no?”, pregunta Cata cuando me
 dejo llevar por cortesías, a su juicio innecesarias, hacia su malón de 
peluches. Mi defensa ante sus sesudos 5 años es siempre la misma –“¡Pero
 estamos jugando!”–, convencida de que el verbo habilita una dimensión 
donde la imaginación manda. Con esa coartada, desde hace algunos días 
leemos juntas Historias de cronopios y de famas , de Julio 
Cortázar (Alfaguara). Esta edición, bellamente ilustrada por Elenio 
Pico, incluye tres textos que no participaron de la versión original y 
se anticipa a los festejos por el centenario del nacimiento del autor de
 Rayuela , que se cumple el próximo 26 agosto.        
Cortázar
 contó alguna vez cómo llegaron a él los cronopios, “seres que se 
paseaban en el aire y eran como globos verdes”. Fue en París, en 1952, 
durante el intervalo de un concierto, en una suerte de “visión 
interior”. Las criaturas lo acompañaron por días. “Se produjo una 
especie de disociación: no sabía lo que eran los cronopios ni tampoco 
sabía cómo eran, no tenía la menor idea, pero la disociación se produjo 
porque aparecieron los antagonistas de los cronopios a los que llamé 
famas”. A medio camino entre ambos, el escritor imaginó a los esperanzas
 y a partir de esa tríada escribió los treinta y tres relatos del 
proyecto original. “¿Por qué pierdes el tiempo haciendo eso?”, le 
reprocharon algunos amigos. Una mirada con la que jamás coincidió: “Sigo
 convencido de que no perdía el tiempo sino que simplemente estaba 
buscando y a veces encontrando un nuevo enfoque para dar mi propia 
intuición de la realidad.” El juego es uno de los territorios que 
Cortázar conquistó para su literatura y nos regaló para siempre. De los 
títulos en adelante –“Conservación de los recuerdos”, “La foto salió 
movida”, “La cucharada estrecha”– estas deliciosas invenciones celebran 
ese espíritu que los lectores latinoamericanos popularizaron, cuando el 
libro se publicó en 1962.
Leemos mi hija y yo: “Un cronopio va a 
abrir la puerta de calle, y al meter la mano en el bolsillo para sacar 
la llave lo que saca es una caja de fósforos, entonces este cronopio se 
aflige mucho y empieza a pensar que si en vez de la llave encuentra los 
fósforos, sería horrible que el mundo se hubiera desplazado de golpe, y a
 lo mejor si los fósforos están donde la llave, puede suceder que 
encuentre la billetera llena de fósforos, y la azucarera llena de 
dinero, y el piano lleno de azúcar…” Cuando le ofrezco un conejo esa 
noche, contesta Cata, cronopio al fin: “Todos mis muñecos ya aprendieron
 a dormir solos.”
 

 
