Eduardo Sacheri dijo recientemente que prefiere tener sueños acotados, como por ejemplo, seguir disfrutando el trabajo
Para el escritor argentino y profesor de historia Eduardo Sacheri su nueva novela Ser feliz era esto
muestra el vínculo luminoso que logran una adolescente y su padre -a
quien ella conoce a los 14 años-, mientras cada uno lidia con sus
propias insatisfacciones. Pero es también un relato sobre la escuela, la
lectura, la conversación, el Whatsapp, el Facebook y los auriculares.
El guionista de Metegol y El secreto de sus ojos
fue uno de los invitados a la Feria Internacional del Libro de Lima que
concluye el 3 de agosto. Al volver de Lima a Buenos Aires, Sacheri
caminó unas ocho horas al Santuario de la Virgen de Luján para agradecer
que Independiente, su club de fútbol, volvió a primera división en
junio; su segunda peregrinación como hincha.
En una entrevista con EL PAÍS, Sacheri habla de la escuela, parte de la estructura de la novela, y comenta los cambios en las generaciones de adolescentes –testigo en 18 años de maestro- y en su experiencia docente.
“Hay un difícil equilibrio al que aspira uno como docente entre la
novedad y la tradición. Enseñar es transmitir tradiciones, pero también
es conectar afectivamente con los otros: con sus propias vidas y sus
propios tiempos. Negarse nostálgicamente a los cambios es una garantía
de fracaso”, dice.
En la novela, la adolescente Sofía se alegra de que su padre, Lucas,
no la critique por estar todo el tiempo en contacto por Whatsapp con los
amigos del balneario donde siempre vivió. El escritor ha comentado que
algunas de las situaciones planteadas en la obra, como el supuesto
detrimento del contacto personal en favor del contacto virtual,
surgieron a partir de conversaciones con su hija.
“No tiene sentido que yo les diga a mis hijos o alumnos que no usen
Whatsapp o que no abran Facebook. A lo mejor, lo delicado es que hagan
las dos cosas, o que se reconcilien con la complejidad de que la vida
que les toca incluye esferas del contacto personales y virtuales, que mi
generación tiende a no entender porque no existían. Ese es un riesgo
grande de los adultos, despreciar lo que desconocemos. A veces el adulto
actúa como si no hubiera sido joven”.
En Ser feliz era esto, Lucas es un escritor que ha tenido un
único libro exitoso y, aunque le cuesta volver a terminar una obra,
valora la lectura, lo que le sirve de vínculo con Sofía, a quien también
le gusta leer.
¿Qué funciona en clase con los no atraídos por la lectura? “Hay
ciertas cosas muy tradicionales exitosas para mí: explicar un tema que
los chicos conocen sigue siendo una receta fenomenal. Sus tiempos de
atención son breves, si esa explicación viene rociada con buenos
ejemplos, bromas y apelaciones, mucho mejor. Y otra cosa esencial es la
afectividad, si los chicos no sienten que uno los registra y los valora,
no aprenden ¿por qué aprenderían? En relación al mundo de la lectura
funciona mucho algo absolutamente antiguo y tradicional: compartir
lectura en voz alta. Cuanto más marginal es la escuela en la que doy
clase, peor leen, más odian leer. Y sus docentes tampoco leen”.
“Soy profesor de historia, pero me pasa con adolescentes que cuando
escuchan leer un cuento, les gusta, porque hay alguien que lo sabe leer.
Parece la receta del agua tibia: tengo un gran hallazgo, leerles en voz
alta. Pero desafío a que lo prueben”, asegura sonriente en su sexta
entrevista del día en un hotel de la zona sur de Lima.
Sacheri dijo recientemente que prefiere tener sueños acotados, como
por ejemplo, seguir disfrutando el trabajo. “Pienso como los personajes
en las últimas páginas: me gusta constatar que soy feliz, aunque sé que
esa situación es pasajera, va a volver a pasar. Los sueños consisten en
estar abierto a la posibilidad de constatar esos momentos estupendos que
hay en la vida, y me parece que el peor pecado que podemos cometer es
sortearlos, o detectarlos cuando ya pasaron. La nostalgia es lo peor que
nos puede suceder”.
Durante y después del Mundial de Fútbol, el autor de Papeles en el viento
estuvo ocupado respondiendo a invitaciones para publicar y comentar en
espacios deportivos. Sobre la actuación de su selección en Brasil,
lamenta que una de las lecciones que sacó Argentina –la posibilidad de
cambiar– puede olvidarse pronto. “Hablo de una enseñanza exclusivamente
futbolística: no cultural, ni política. Durante esas cuatro semanas
Argentina aprendió a ser un equipo a partir de valores que no son
frecuentes en nuestra cultura: la solidaridad, la disciplina, el orden,
el compañerismo, que no se nos dan bien. Se nos da bien el brillo, el
individualismo, la finta, el genio fugaz. La apuesta nacional fue que
Messi nos salve, en esa cosa de caudillo que en América nos gusta,
lamentablemente", explica.
“Los cambios de largo plazo no dependen del ejemplo de un grupo de
muchachos en un Mundial. Un país con un sistema educativo que funciona
muy mal, con las dificultades de convivencia, tolerancia y educación que
tenemos, difícilmente puede aprovechar una lección así. En Argentina
somos muy impacientes y torpemente grandilocuentes. Tendemos a pensar
que todo depende de lo que nos toca vivir ahora y somos incapaces de
confiar en que si queremos que algo suceda, apenas daremos los pasos
para que algo cambie a futuro. Eso exige un nivel de humildad, de
compromiso y de consenso que no tenemos”.