Diario de viaje. Mientras el turismo alternativo descubre a Chiapas como el último bastión de la guerrilla revolucionaria latinoamericana, el mítico subcomandante anunció su muerte simbólica
Primera visión al llegar a Chiapas: negocios de venta de
cartelería, joyería y telares hechos por zapatistas. Todo se vende
rápido porque es temporada alta, y somos muchos los zapaturistas extranjeros y mexicanos que llegamos en busca del último bastión global de guerrilla revolucionaria latinoamericana.
Voilá!
“La presencia de extranjeros –nos revela Rosa Maya, quien será nuestra guía en la aventura for export – ha reactivado la microeconomía de esta zona. Así que tenemos mucho todavía por agradecerles a ustedes, los turistas que nos visitan”.
El turismo en Chiapas se reorganizó luego del levantamiento zapatista de 1994 y actualmente varias PyMES se dedican a satisfacer la demanda del visitante político, con hotelería, restaurantes y cafeterías. Para los líderes del EZLN (Ejército Zapatista de Liberación Nacional), nosotros –los turistas que llegamos a San Cristóbal de las Casas, la gema del sudeste– significamos protección. Si bien las negociaciones de paz con el gobierno continúan, y el alto el fuego aún se respeta, las comunidades indígenas siguen siendo cercadas por el ejército mexicano, según denuncian los propios zapatistas.
Pero, ¿qué día es hoy? Es el 26 de mayo de 2014, sin duda un día especial para estar en Chiapas ya que en la madrugada de ayer, el 25 de mayo, el subcomandante Marcos, insurgente y jefe militar del Ejército Zapatista durante 20 años, reveló su propia irrealidad y anunció que dejaba de existir. A partir de este momento, cae el líder carismático y se refuerza el sentido de las Juntas del buen gobierno, “el más audaz experimento de democracia participativa del planeta”, nos asegura Rosa Maya. En las callecitas empedradas de la linda Sancris , se siente en el aire que ha empezado una nueva fase del proyecto zapatista. “A Marcos –nos dice Rosa Maya– lo inventaron los zapatistas ante la ceguera racista del mundo que impide ver a los indios”. No habla sólo de la derecha –nos aclara– sino también de “la intelectualidad de izquierda, que es bien hipócrita con los indios”.
Julie –una francesita que vino por una temporada a San Cristóbal y ya lleva otras cinco conviviendo con Alejandro, descendiente de mayas– colabora con la causa como ayudante de Rosa Maya, a cambio de alojamiento. Participa del tour solamente con acotaciones, encuadres, opiniones en un irritante spanfrench que facilita el trabajo a Rosa Maya pero a veces se torna un zumbido algo molesto, como ahora: “El mundo ya no podrá reducir el zapatismo a un amor u odio hacia Marcos. Quien quiera verlo tendrá que ver a los pueblos y su construcción de vida”. “Vamos, a la combi, rápido” –nos pide unos minutos después, ya más vehemente, Julie–, y nos lleva a cada uno hacia el asiento que lleva un cartelito “con el nombre de su dueño”. En un pequeño televisor, dentro de la combi, nos proyectan la escena ocurrida ayer, cuando Marcos apareció en el Zócalo de Sancris y dijo: “Mi nombre es Galeano, subcomandante Galeano. ¿Alguien más se llama Galeano?”. Y la multiud coreaba: “¡Yo soy Galeano! ¡Todos somos Galeano!”. Está presente, también en la combi, Arón, un voluntario israelí seducido por el movimiento. “Digan en sus países –nos reclama– que el ideario del EZLN no es marxista”. Julie lo interrumpe: “Estamos más influidos por Carlos Monsiváis que por Karl Marx”. Julie y Arón se entregan a una risa compartida, cómplice, afectuosa, hecha de miradas demasiado intensas que nos incomodan por la extrema contigüidad con sus jueguitos.
El contingente se empieza a inquietar y hacemos una pregunta tan simple como: ¿A dónde nos están llevando? “A conocer el lugar favorito de Galeano en el mundo” –nos responde, cálida, Rosa Maya–. Vamos a ver la perla del estado de Chiapas: la imponente caída desde 120 metros de altura de la majestuosa cascada del Chiflón. En su desembocadura, arma una piletita natural, y sólo Julie y Arón se atreven a despojarse de calzado y mojar los pies en el agua helada. Arón nos exige: “Vamos, suéltense”. Pero seguimos tensos, congelados. Dos horas de combi más tarde, estamos en la Laguna Esmeralda, escenario de la gran fiesta de la Insurrección del 94, donde –el mito dice– los indígenas hicieron una inmensa rave, hace dos décadas, celebrando el control de las instituciones de San Cristóbal. Aquí mismo preguntó un todavía joven subcomandante a la masa extasiada: “¿Por la toma del poder?” “No, no, no” repitió la masa desde la profundidad del verde bosque chiapaneco. “Por un mundo nuevo”. Julie levanta la mirada al cielo, luego nos apunta y dice: “Para que ni una indígena más tenga que parir en el baño de un hospital”, en referencia a una aberración común a los estados de Chiapas y Oaxaca: la privación de una cama digna a la parturienta indígena “ninguneada” por los médicos locales. Arón nos reparte unos volantes de las “Mujeres por la dignidad”, y luego viajamos a la sede de esta cooperativa zapatista, de camino a San Cristóbal. Con la ternura seca de una anciana criada y residente en el campo, la gran matriarca Adelfa, una de estas mujeres, nos coloca unos hermosos gorros tejidos por las cooperativistas, y casi todos pagamos los 200 pesos mexicanos que –nos dicen– lograrán sostener al movimiento. Volvemos a la combi para estar pronto en el pueblo; gran parte del día se nos fue en el tránsito rutero, lo que a algunos nos produce ansiedad y mal humor.
Durante el último tramo, Arón intenta circular en el espacio minúsculo del pasillo que separa los asientos, y cuando me toca el turno me dice que “grandes festividades están previstas para el vigésimo aniversario de la primera aparición pública del subcomandante”. Estas se darán en una comuna controlada por los zapatistas, en el interior del estado, y no habrá acceso, esta vez, para periodistas que –si se detectasen– serían considerados en falta grave. Se entiende: ninguno de nosotros cree que ésta sea una restricción exagerada. Algunos zapatistas están amenazados, perseguidos, y viven en la clandestinidad. Antes de bajar en el hostal, Julie se despide leyendo unas palabras que escribió recién en una servilleta de papel: “Hoy ustedes entraron a un territorio tan inhóspito como acogedor, tan futurista como ancestral”. Rosa Maya, inmensa sonrisa, se queda con la última palabra: “Veneren el delicioso desayuno que recibirán mañana. Frutas tropicales, cereales, pan dulce, yogures, la lista es larga y riquísima”. Y en estos últimos pasos por la noche arbolada, disfruto del olor del cedro rojo y del cielo, barro, césped, sedado por las mil tonalidades de verde, en estas colinas que ya entraron en la Historia.
Voilá!
“La presencia de extranjeros –nos revela Rosa Maya, quien será nuestra guía en la aventura for export – ha reactivado la microeconomía de esta zona. Así que tenemos mucho todavía por agradecerles a ustedes, los turistas que nos visitan”.
El turismo en Chiapas se reorganizó luego del levantamiento zapatista de 1994 y actualmente varias PyMES se dedican a satisfacer la demanda del visitante político, con hotelería, restaurantes y cafeterías. Para los líderes del EZLN (Ejército Zapatista de Liberación Nacional), nosotros –los turistas que llegamos a San Cristóbal de las Casas, la gema del sudeste– significamos protección. Si bien las negociaciones de paz con el gobierno continúan, y el alto el fuego aún se respeta, las comunidades indígenas siguen siendo cercadas por el ejército mexicano, según denuncian los propios zapatistas.
Pero, ¿qué día es hoy? Es el 26 de mayo de 2014, sin duda un día especial para estar en Chiapas ya que en la madrugada de ayer, el 25 de mayo, el subcomandante Marcos, insurgente y jefe militar del Ejército Zapatista durante 20 años, reveló su propia irrealidad y anunció que dejaba de existir. A partir de este momento, cae el líder carismático y se refuerza el sentido de las Juntas del buen gobierno, “el más audaz experimento de democracia participativa del planeta”, nos asegura Rosa Maya. En las callecitas empedradas de la linda Sancris , se siente en el aire que ha empezado una nueva fase del proyecto zapatista. “A Marcos –nos dice Rosa Maya– lo inventaron los zapatistas ante la ceguera racista del mundo que impide ver a los indios”. No habla sólo de la derecha –nos aclara– sino también de “la intelectualidad de izquierda, que es bien hipócrita con los indios”.
Julie –una francesita que vino por una temporada a San Cristóbal y ya lleva otras cinco conviviendo con Alejandro, descendiente de mayas– colabora con la causa como ayudante de Rosa Maya, a cambio de alojamiento. Participa del tour solamente con acotaciones, encuadres, opiniones en un irritante spanfrench que facilita el trabajo a Rosa Maya pero a veces se torna un zumbido algo molesto, como ahora: “El mundo ya no podrá reducir el zapatismo a un amor u odio hacia Marcos. Quien quiera verlo tendrá que ver a los pueblos y su construcción de vida”. “Vamos, a la combi, rápido” –nos pide unos minutos después, ya más vehemente, Julie–, y nos lleva a cada uno hacia el asiento que lleva un cartelito “con el nombre de su dueño”. En un pequeño televisor, dentro de la combi, nos proyectan la escena ocurrida ayer, cuando Marcos apareció en el Zócalo de Sancris y dijo: “Mi nombre es Galeano, subcomandante Galeano. ¿Alguien más se llama Galeano?”. Y la multiud coreaba: “¡Yo soy Galeano! ¡Todos somos Galeano!”. Está presente, también en la combi, Arón, un voluntario israelí seducido por el movimiento. “Digan en sus países –nos reclama– que el ideario del EZLN no es marxista”. Julie lo interrumpe: “Estamos más influidos por Carlos Monsiváis que por Karl Marx”. Julie y Arón se entregan a una risa compartida, cómplice, afectuosa, hecha de miradas demasiado intensas que nos incomodan por la extrema contigüidad con sus jueguitos.
El contingente se empieza a inquietar y hacemos una pregunta tan simple como: ¿A dónde nos están llevando? “A conocer el lugar favorito de Galeano en el mundo” –nos responde, cálida, Rosa Maya–. Vamos a ver la perla del estado de Chiapas: la imponente caída desde 120 metros de altura de la majestuosa cascada del Chiflón. En su desembocadura, arma una piletita natural, y sólo Julie y Arón se atreven a despojarse de calzado y mojar los pies en el agua helada. Arón nos exige: “Vamos, suéltense”. Pero seguimos tensos, congelados. Dos horas de combi más tarde, estamos en la Laguna Esmeralda, escenario de la gran fiesta de la Insurrección del 94, donde –el mito dice– los indígenas hicieron una inmensa rave, hace dos décadas, celebrando el control de las instituciones de San Cristóbal. Aquí mismo preguntó un todavía joven subcomandante a la masa extasiada: “¿Por la toma del poder?” “No, no, no” repitió la masa desde la profundidad del verde bosque chiapaneco. “Por un mundo nuevo”. Julie levanta la mirada al cielo, luego nos apunta y dice: “Para que ni una indígena más tenga que parir en el baño de un hospital”, en referencia a una aberración común a los estados de Chiapas y Oaxaca: la privación de una cama digna a la parturienta indígena “ninguneada” por los médicos locales. Arón nos reparte unos volantes de las “Mujeres por la dignidad”, y luego viajamos a la sede de esta cooperativa zapatista, de camino a San Cristóbal. Con la ternura seca de una anciana criada y residente en el campo, la gran matriarca Adelfa, una de estas mujeres, nos coloca unos hermosos gorros tejidos por las cooperativistas, y casi todos pagamos los 200 pesos mexicanos que –nos dicen– lograrán sostener al movimiento. Volvemos a la combi para estar pronto en el pueblo; gran parte del día se nos fue en el tránsito rutero, lo que a algunos nos produce ansiedad y mal humor.
Durante el último tramo, Arón intenta circular en el espacio minúsculo del pasillo que separa los asientos, y cuando me toca el turno me dice que “grandes festividades están previstas para el vigésimo aniversario de la primera aparición pública del subcomandante”. Estas se darán en una comuna controlada por los zapatistas, en el interior del estado, y no habrá acceso, esta vez, para periodistas que –si se detectasen– serían considerados en falta grave. Se entiende: ninguno de nosotros cree que ésta sea una restricción exagerada. Algunos zapatistas están amenazados, perseguidos, y viven en la clandestinidad. Antes de bajar en el hostal, Julie se despide leyendo unas palabras que escribió recién en una servilleta de papel: “Hoy ustedes entraron a un territorio tan inhóspito como acogedor, tan futurista como ancestral”. Rosa Maya, inmensa sonrisa, se queda con la última palabra: “Veneren el delicioso desayuno que recibirán mañana. Frutas tropicales, cereales, pan dulce, yogures, la lista es larga y riquísima”. Y en estos últimos pasos por la noche arbolada, disfruto del olor del cedro rojo y del cielo, barro, césped, sedado por las mil tonalidades de verde, en estas colinas que ya entraron en la Historia.