viernes, 4 de julio de 2014

Cansinos Assens. Diario inédito de posguerra

El 6 de julio de 1964 moría en Madrid Rafael Cansinos Assens (Sevilla, 1882). Narrador, poeta, crítico y traductor, Borges lo llamaba maestro y sus contemporáneos (de Rubén Darío a Juan Ramón, pasando por los Machado y por Ramón) apreciaban sus juicios

Rafael Cansinos Assens./elcultural.es

Autor de la imprescindible Novela de un literato, retrato cotidiano del mundillo literario de su tiempo, su obra es un secreto que los iniciados no quieren compartir. Además, el excelente traductor dejó unas quince mil páginas de inéditos, con sus diarios de la guerra civil y las Memorias de Sarón, que amplían por encima (1936-1946) y por atrás (1898-1905) lo que no está contado en La novela de... El Cultural descubre los mejores fragmentos de 1943 y 1944, años en los que, a pesar de vivir represaliado por el franquismo, Cansinos Assens disfrutó de bonanza económica gracias a sus hermanas. La Fundación Rafael Cansinos Assens irá publicando próximamente estos inéditos.

Así escribía sus diarios Cansinos Assens: fragmentario, nervioso, intrigado por los acontecimientos. Estamos a caballo entre 1943 y 1944, las tornas han cambiado en la contienda mundial y el Eje se bate en retirada. Y mientras, en Madrid: cine, chinches y vanas esperanzas.

Paginas entre el 10 y el 25 de septiembre de 1943

Viernes. En la Gran Vía una cola enorme para ver TERROR [Terror. G. P. U. (El comunismo al descubierto) se estaba proyectamendo en el Palacio de la Prensa], pelicula antibolchevique. Mucho aleman rubio entre el gentio moreno. En una terraza vemos a Minguez3 [Fernando Mínguez, personaje de la bohemia literaria de los años 20], que se levanta para saludarnos. Viste de negro, se ha quedado muy flaco y palido y advertimos que debe de tener paralítico el brazo izquierdo. Para disimular, se guarda la mano en el bolsillo, a fin de que el brazo no cuelgue; y ese detalle nos conmueve mas todavía. No le decimos nada y le dejamos que nos cuente chismorreos políticos, con toda naturalidad. Detuvieron a Barea, el administrador de ARRIBA y a otros elementos afines, que estaban preparando un complot... Mourlane [Pedro Mourlane Michelenena, director de Arriba] está muy inquieto... Y ¿qué va a ser de Alemania?

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Nos despedimos de él, muy afectados. La cola sigue y aumenta.

-La mayor parte son rojos, que vienen a ver algo de Rusia, a caldearse en ese rescoldo.

Puede que tenga razón Josefina. Los rojos son los que forman también la cola de Jesús de Medinaceli. Los rojos están en todas partes. ¡Pero si no hay más que rojos!

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Terminado definitivamente el Goethe [se refiere a la Obra Completa de J. W. Goethe, cuya primera edición publicó Manuel Aguilar en dos tomos]. Sólo quedan ya pequeños detalles. ¡Cinco años de labor! ¡Millones de palabras y millones de pesetas para el editor! Para el traductor... [...]

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Mi hermana sorprendió a Isabel con una chinche en la blusa. [Isabel era una sirvienta]. La mujer se la estrujó con los dedos. Sus manos serán tabú por una temporada. La desolación de mi hermana no tenía límites.

-Pero, mujer ¿por qué hizo usted eso, con los dedos?

La mujer lo negaba. Y era cómico en tono trágico oír a mi hermana, decirle:

-Pero, mujer, por Dios, ¡no lo niegue! ¡Cómo se atreve usted a negarlo! ¡Más vale que reconozca la verdad y lo confiese!

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Días pasados -nos cuenta Naveros [José Miguel Naveros]- hizo la policía una redada de invertidos en Zahara. Cogieron a muchos auténticos y a no pocos apócrifos. La que los señalaba era la señorita de la Caja -una solterona fea y con lentes, que así satisfacía su misandria. A propósito de esto, Carlos de Luna dice que la policía tiene fichados más de 37.000 invertidos en Madrid. Yo recuerdo que Pepito Ojeda prometía al PC el triunfo electoral si incluía en su programa la licitud del homosexualismo.

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Sensacional rescate de Mussolini por los paracaidistas alemanes... Los periódicos traen la noticia en letras enormes. Lo malo es que nadie lo cree...

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¡La última esperanza! Que el Japón ataque a Rusia. Eso nos dice un guarda del Retiro, que lo da como seguro. Si así no fuera el productor habría perdido toda esperanza de redención. Según nos cuenta, Alemania es el paraíso de los proletarios. Allí no hay ricos; todos trabajan. Casi como el comunismo, pero de otro modo. Comunismo de derecha. Allí no se mata a nadie por creer en Dios. [...]

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Solo, salpicado por la llovizna, mientras espero a Josefina, sobre mi banco pompeyano [en el Parque del Retiro], pretendo vanamente prolongar el estío, sujetándolo por su cola de raso mojado que se irisa y se rasga.

Seré por lo menos finalista.

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Qué gracioso Pepito Ojeda! Lo encontramos en la calle Alcalá, el día de la noticia del rescate de Mussolini.

-¿Ha visto usted? Estoy nervioso, descompuesto. Esa noticia me ha dado colitis...

Ni siquiera me dio tiempo para recordarle que sus “espíritus” le habían anunciado para septiembre la muerte del duce; por lo menos simbólicamente acertaron.

Abril de 1944

El ojo derecho casi lo he perdido... ¡Dios mío! Debería haber ido hace tiempo; pero es que no tengo tiempo...
¡Los ojos, los ojos! Trabajo demasiado; es decir, he trabajado demasiado. Ya no tiene remedio. Debía haber ido al oculista hace tiempo; y ahora ya no me atrevo. El ojo derecho casi lo he perdido... ¡Dios mío! Debía haber ido hace tiempo; pero es que no tengo tiempo... Me absorbe el interés de mis trabajos; ahora estoy metido en las Mil y una noches... Pero quedarse ciego como Concha Espina... Y temo que voy a dar lugar a ello... Me iré acostumbrando poco a poco; ya trato de aprender a andar en la sombra y a escribir con los ojos cerrados... Pero es terrible pensar... ¡Apenas la dulzura de que Josefina sea mi lazarillo!


Cansinos Assens en la madrileña Cuesta de Moyano

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Trabajaré -desde luego- hasta que ya no pueda más. Como mi padre, que dejó su banco de tallista para meterse en la cama y morir. Y pensar que de niño tuve fama de flojo, y cuánto me pegó mi madre. Pero es que yo quería estudiar, escribir... Al fin lo logré y ahora escribiré mientras vea... y aún después... Mientras viva...

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Miradas dulces y largas como los rayos del sol poniente, sobre las cosas y las personas que acaso pronto hemos de dejar de ver. Pongamos toda la expresión en esas miradas que pueden ser las últimas...

En esta disposición de ánimo voy esta tarde de sábado a la inauguración oficial de la editorial Aguilar [en la calle Juan Bravo de Madrid], a la que fui invitado y, en verdad, que parece indicar una despedida, pues encuentro allí al futuro editor de todas mis obras, a su esposa Rebeca [Arieh], siempre tan joven y tan dulce, judaicamente, y a su sucesor, D. José [José Aguilar Samper, sobrino de Manuel Aguilar], al que puedo llamar Pepito, y a todos los muchachos tan simpáticos de las oficinas, con sus mujeres y algunos con sus hijos, y a muchos viejos amigos, de toda la vida, y a más de un hijo de viejos amigos que ya murieron o no salen de sus casas... Y todos vienen hacia mí llenos de afecto, y todos me reprochan amables, por mi retraso... ¡Qué pena si no hubieran venido!... Todos me rodean, me brindan cócteles, dulces..., me presentan personas que quieren conocerme... Rosita [Rosa de Ben], la mujer de Pepito, mueve su cabecita de musmé y se tuerce ahora sus tacones. [...]

Sí; están alegres y expansivos, hasta el grave Caballero, el de la Caja... Pero además es que me estiman. Y es que soy quizá el más viejo. (¡Oh aquellos tiempos en que era en todas partes el más jóven!) y en todo caso un viejo. Eso me confiere la prerrogativa enojosa del decanato; suplicio tantálico; estas jóvenes no tendrían inconveniente en besarme delante de todo el mundo..., y yo no tendría motivo para ponerme hueco... Como el ingenuo de don Ángel Pulido [senador que a principios del s. XX promovió la campaña filoserfardí] por aquellas señoras y señoritas sefardíes que al fin de un banquete lo fueron besando una a una, con la aquiescencia de sus novios y maridos... Yo sé muy bien que a solas, no me darían un beso. Lo comprendo; y de pronto me entran ganas de irme de allí y sentarme en algún rincón y desde lejos arrullarme los oídos con esa algarabía de voces juveniles y frescas...

Pero no es posible; a cada momento viene un asalto afectuoso, una nueva presentación... Las figuras se desplazan como en un rigodón; todos se buscan para decirse jaculatorias de afecto... Yagües, el encuadernador, me presenta a su esposa, una señora simpática madura y cansada. ¡Una señora algo a la antigua, poco retocada, iluminada por la magia de Chicote [Perico Chicote]!... Hablamos de Don José, [José Changües. Los cotilleos aquí narrados aparecen en La novela de un literato], el ex editor, que ahora padece, el pobre, de asma; está muy mal, pero ha enviado a su hijo, y me presenta a un joven de cara ancha y abdomen incipiente, que tiene un aire imponente de socio del Casino a la Gran Peña...[...] D. José sabía más de eugenesia, con ser un hombre vulgar, que el crítico de arte... Pero todo eso está ya escrito... Éste es el epílogo; estamos en los epílogos. ¡Qué horror! ¡Esto parece el valle de Josafat!... [...]

Me dejan para saludar a su médico, el doctor Criado, que ha operado ya a nuestro editor dos veces... ¡y que resulta que ha leído toda mi obra!... ¡Qué lástima que no sea un oculista! Me confiaría a él... Pero ¿quién es ese cura, bajo, gordo, que veo de espaldas? ¡Tres directores de Banco, un médico y un cura! No puedo comprobar quién sea... Otras personas me distraen... ¡Oh y cómo hace Pepito los honores de la casa, cómo enseña las dependencias a los visitantes, clientes posibles, y les hace el artículo! Mi hermana lo encontraría grotesco en su papel de comerciante cortés, y empalagoso, que dobla el espinazo y saca el trasero, y se deshace en cumplidos, ¡pero no regalaría un libro a nadie! En cambio, sus tíos están encantados; y doña Rebeca me dice: -Hemos tenido suerte con él; aprendió en nuestra escuela; es el mejor sobrino... No es un sobrino del diablo, como los de su novela, ¡como usted podría haber dicho!

Poco a poco, se va haciendo de noche, se encienden las luces, empiezan las despedidas... Y es entonces cuando descubro a Sainz de Robles , al que no vi hasta entonces, y estaba allí mismo, y tampoco me vio...

-Estaba hablando con el padre Félix García... y hablábamos de usted... el padre Félix lo aprecia mucho, lo admira, lamenta que esté usted ahora algo postergado... Esa Falange… -dice.

Pero entonces ése era el padre Félix. ¡Qué notable! Tengo libros, cartas suyas… Lo tuve alguna vez muy cerca, cuando iba a ver a la alemana, vecina de Josefina; ahora lo he tenido ahí toda la tarde y no hemos llegado a conectar nunca... Sainz de Robles promete transmitirle mis afectos, y me presenta a su hijo, un chicarrón fuerte, que se parece a su padre y a su madre -y al que su padre quería hacer ingeniero y ha preferido la carrera de Letras- lamenta muy sugestiva la señora de Sainz de Robles, la que fuma y bebe cocktails, y a la que su marido daba citas en la Cabaña como a una amante.

-¡Ya ve usted! -se duele el archivero- quiere escribir... como su padre... para llegar a viejo sin un céntimo, como su padre, como su ¡puñetero padre! -ríe, amargo.

Yo consuelo a los dos, diciéndole: -Después de todo, no hay que sentirlo mucho... No en todas las carreras se hace tampoco fortuna... Lo principal es hacer lo que a uno le gusta (¡con que entusiasmo asiente el chico y cómo le brillan los ojos!). También nosotros hemos desoído la voz de nuestros padres... Por ser literato... ¡Y qué! Nos gustaba escribir y hemos escrito y seguimos escribiendo... No hemos hecho fortuna, pero hemos hecho nuestro gusto! Y eso es lo principal.

-Tiene usted razón -dice la picante la señora de Sainz de Robles.

* * *

¡Oh y qué solo me siento al salir y cómo echo de menos a Josefina esperándome en esta ancha plaza de la despedida, en que todos se van con sus mujeres!... Sí; hay que arreglar definitivamente eso de Josefina; tengo que hablar en serio con mi hermana; si lo dejo así más tiempo, ya no tendré tiempo... Pero ¿no te das cuenta que estamos ya en el epílogo.