Entre 2003 y 2012, Leila Guerriero escribió una serie de perfiles para diversas revistas y suplementos de Hispanoamérica, que ahora se reúnen en el volumen Plano americano, de Ediciones Universidad Diego Portales, de Chile
Leila Guerriero, cronista argentina./pagina12.com.ar |
Más
cercano al documental que al reportaje, para ella un perfil requiere
horas y horas de reunirse, conversar y captar detalles que luego serán
condensados a veces en un breve gesto o en muy pocas palabras. En esta
entrevista, Guerriero explica el sutil arte de escribir retratos
humanos.
Una puerta
por la que se entra en Las Cruces, sobre la costa del Pacífico, a
doscientos kilómetros de Santiago de Chile, y otra puerta por la que se
sale –el chasquido al cerrarse– en La Plata, a sesenta kilómetros de
Buenos Aires. Al frente de la primera, sentado en una butaca, está el
poeta Nicanor Parra, 97 años: “Es un hombre, pero podría ser un dragón,
el estertor de un volcán, la rigidez que antecede a un terremoto”.
Detrás de la segunda, sobre una silla de ruedas, quedó Aurora Venturini,
90, una mujer que produce “una inquietud inespecífica, calcárea”, y que
ante el llanto del niño que vive al lado puede decir: “Cómo chilla. Se
ve que crece”. Entre las dos puertas hay un libro, pero también podría
ser una muestra de pintura, o una colección de documentales. Entre esas
dos puertas transcurre Plano americano, una galería de veintiún perfiles
escritos por Leila Guerriero: escritores, periodistas, artistas
plásticos. Un puñado de damas y caballeros bastante singulares, las
ropas jugadas en lo suyo, con recorridos e idearios, obras y
experiencias, que son retratadas aquí a partir de diálogos, escenarios,
historias, textos, miradas propias y complementarias. Artistas que en
sus quehaceres y sus vidas rompieron moldes y que con sus caminos,
expresiones y faenas, expandieron de algún modo el mundo.
A las dos de la tarde de un lunes, en El Libertador hay unos pocos
parroquianos y no hay televisores ni música estridente: es buen sitio
para la entrevista. A este bar de Dorrego y Corrientes, barrio Chacarita
de Buenos Aires, le entra un sol de otoño manso por el lado del Parque
Los Andes: ahí nomás, cruzando, el paredón del cementerio. Guerriero,
como suele, viste de oscuro. Hace un rato que terminó una actividad en
Once y que bajó en la estación de subte que está en la vereda, a unos
pocos pasos; en un rato se irá a su casa, a tres cuadras de aquí, a dar
su taller de escritura para interesados en escribir “textos
periodísticos con un aliento más largo”. Guerriero tiene ojos grandes,
también oscuros, con algunas huellas de cansancio. Las manos delgadas,
los dedos largos, acompañan el habla por una segunda cuerda de
convicción y suavidad simultáneas. Cada tanto, sobre todo en algún punto
de humor, la ese final de alguna sílaba pierde su sitio al oírse
desplazada por un sonido como de jota: una marca bonaerense de su
infancia y adolescencia en Junín, el sitio en el que nació en 1967. Ehj
así. Doce años atrás, en la revista Latido, escribía que en su canasta
pueblerina conservaba muchas cosas agradables: tejer crochet y cazar,
por ejemplo. Por la pasión con la que trabaja, por la singularidad de
sus textos, por el caudal de lógica, poética y agudeza de su escritura, y
por su apuesta a favor de la crónica y/o el perfil “como formas del
arte”, vista desde afuera, Guerriero bien podría formar parte de la
galería que compuso. ¿Aceptaría ella ser retratada? Cuando conteste, va a
ponerse seria. Antes, el recuerdo de esta especie de declaración de
principios publicada en su libro anterior, Frutos extraños: “Yo no creo
que haya nada más sexy, feroz, desopilante, ambiguo, tétrico o hermoso
que la realidad, ni que escribir periodismo sea una prueba piloto para
llegar, alguna vez, a escribir ficción. Yo podría morirme –y
probablemente lo haga– sin quitar mis pies de las fronteras de este
territorio, y nadie logrará convencerme de que habré perdido mi tiempo”.
ESTO NO ES UNA ENTREVISTA FORMAL
“Antes estaban muy mal mis pies –le dice Fogwill–. Con la cocaína se
me destrozaron. Se me formaron como garras. De estar sentado. Lo único
que hacés es tomar cocaína. No movés los pies. Voy a mear. Me ponés
nervioso, vos. Me hacés ir a mear.” “Fui un desaforado –le dice
Guillermo Kuitca–. Puedo serlo todavía. Pero ahora la temeridad está
puesta en los cuadros. No en la vida cotidiana. Creo que es el lugar
donde ser valiente tiene sentido.” Sara Facio cuenta de su vida junto a
María Elena Walsh a unos pocos meses de su muerte y explica que no tiene
ganas de aprender a tomar fotos digitales, que no quiere sacar “los
bodrios que saca todo el mundo”, y que a los 80 años tiene mucho por
hacer y poco tiempo. La periodista Felisa Pinto se declara “feminista,
humanista, cristiana, revolucionaria” y se defiende del horror: “Al
horror ni lo miro”, dice. Ricardo Piglia cuenta del nudo secreto de
Blanco Nocturno, su última novela, y del nudo en su vida que significó
la mudanza a Mar del Plata, cuando él era adolescente y cuando su padre
peronista tuvo que cambiar de ciudad. Hebe Uhart dice que no tiene mucha
idea de quién la lee, que con el reconocimiento que tiene ya es
suficiente, que basta, que le gusta lo moderado, que el éxito inmoderado
le haría mal. “Soy genial como Picasso”, dice Marta Minujín, y también
que su soledad es brutal, que siempre está nerviosa, que en una época
dormía tres veces por semana y que es loca, que vive como salvaje.
Se trata de textos que aparecieron en diversas revistas y
suplementos de Hispanoamérica (Soho, Gatopardo, El Mercurio, El
Malpensante, Paula, Babelia, El Universal) entre 2003 y 2012. “En
algunos casos hay versiones más largas que las que aparecieron
publicadas –dice Guerriero–. El de Nicanor Parra, por ejemplo, es como
siete veces más largo. La verdad es que escribo largo, siempre, cada vez
más. Y entre la tirantez de lo que escribo y lo que humanamente puede
publicarse en un medio, resguardo la versión original, la que a mí me
gustaría que se publicara. No es que piense que en algún momento se va a
publicar en libro, pero digo ‘esto se queda ahí’. Pasa que a veces
siento que en 25.000 caracteres, que ya es bastante, no alcanzás a
llegar hasta donde tu trabajo de campo llegó, que ese espacio no alcanza
a hacerle justicia al tiempo empleado y a la mirada honda que te
permitió un entrevistado. Parece muchísimo, pero si te pasás tres meses
con un tipo, hay cosas valiosas que tenés que dejar afuera”.
El espacio también juega su papel en los climas y en el tono: para
desarrollar algunas sutilezas, o contrapesar contradicciones o
ambigüedades de los personajes, es necesario cierto desarrollo.
Guerriero ejemplifica con Parra: “Hay una parte, al final, en la que
Nicanor se pelea mucho con la mesera, y cuando se va, para dejarla en
evidencia, le hace un saludo nazi, y la mujer le contesta –cuenta–. Si
vos ponés esa escena en un texto muy corto, ese gesto se come el resto
del perfil, y sería muy injusto con él. En un de-sarrollo más largo,
donde se ve su inteligencia alienígena, de un tipo que está más allá de
todo, eso forma parte de un panorama general, es otra pincelada en un
mural. En un cuadro chico, esa pincelada se comería al cuadro. Hay un
sentido de responsabilidad en este tipo de cosas, ¿no?”.
Plano americano también reúne perfiles de Marcial Berro y de Pablo
Ramírez (ambos diseñadores, de ornamentos uno, de ropas el otro), de los
escritores Fabián Casas, Martín Kohan y Juan José Millás, de la poeta
Idea Vilariño, de la cineasta Lucrecia Martel y de la artista plástica
Nicola Constantino, que cuenta de sus obras inspiradas en fetos de
animales y de su peletería humana, una línea de chaquetas, pantalones,
zapatos y carteras con relieves de ombligos, anos y pezones. Hay,
además, un perfil de ochenta páginas de Roberto Arlt, inédito hasta
ahora, escrito especialmente para el libro. Y otros tres textos que
habían aparecido ya en su recopilación anterior, los que retratan a
Facundo Cabral, Homero Alsina Thevenet y Pedro Henríquez Ureña.
Plano americano. Leila Guerriero Ediciones Universidad Diego Portales 408 páginas
Perfil se dice rápido, pero para componer cada uno Guerriero puede
destinar meses: para hacer algunos hizo cuatro o cinco entrevistas con
el protagonista, o habló con una docena de parientes, allegados,
estudiosos.
“Yo siempre trato de explicar que no se trata de una entrevista
formal, que esto es como un documental, que cuantas más escenas y
cuantas más oportunidades tenga de verlo actuar en distintas
circunstancias, mejor –cuenta Guerriero–. Hay gente que no entiende por
qué no lo podés hacer todo en un rato y después ven que en el primer
encuentro llegaste como a la infancia, ¡y estuviste cinco horas! Ahí se
dan cuenta de que con eso no vas a escribir la nota. Con algunos, por
distintas razones, hubo un solo encuentro: en el caso de Lucrecia
Martel, porque había un tiempo corto para publicar la nota, y en el caso
de Nicanor porque él es alérgico a las entrevistas.”
Guerriero confirma que siempre queda fuera una enorme cantidad de
material. “Aunque el perfil sea largo, uno sabe que hay cosas que
indefectiblemente no entrarán –dice–. Porque si todo es importante, nada
es importante. Para mí la teoría de Hemingway es muy acertada: el texto
se sostiene con lo que está debajo. Eso hace que el lector te lea y te
crea, que no dude a cada pasito. Te tenés que ganar la confianza a
partir de demostrar que sos una voz autorizada. Y a partir de las voces
corales que acompañan. En el texto de Hebe Uhart, por ejemplo, es muy
iluminador lo que dice Irene Gruss, que es como su mejor amiga: con ella
hablamos tres horas, y de todo eso quedaron unas cuñas muy chiquititas.
En el armado uno va viendo qué puede iluminar, qué puede contradecir,
qué puede mostrar lo que vos querés decir. Siempre me pareció mejor
mostrar que declamar algo de alguien. Hay anécdotas que en principio
parecen divertidas, floridas, que te enamoran, pero también hay que
regular eso, que dosificarlo. Yo creo que escribir es elegir palabras,
básicamente, y jerarquizar información.”
LOS TALENTOSOS Y LOS SOLITARIOS
En 2005 publicó su primer libro, Los suicidas del fin del mundo, una
crónica sobre una seguidilla de jóvenes que en Las Heras, Santa Cruz,
apuraron el fin de sus vidas. Guerriero dice que la principal diferencia
entre Frutos extraños (2009) y Plano americano es el recorte: “Aquél
reunía cosas muy diversas –apunta–. Tenía perfiles de artistas o
intelectuales, pero también de tipos más inusuales (algo que me gusta
mucho hacer), como René Lavand, o el gigante González, o una historia
tremenda con un trasfondo social fuerte, como la de Romina Tejerina, o
la historia del Equipo Argentino de Antropología Forense. Había también
una parte dedicada a reflexiones sobre el oficio. Acá el recorte está
hecho a partir del arte, de personas relacionadas con la actividad
creativa: me la he pasado trabajando para suplementos literarios y
culturales”.
¿Qué temas, dirías, atraviesan el libro?
–Uno de los temas es cómo lidia esta gente con sus diversos
talentos. Tener uno implica cierto error de paralaje con lo que le pasa
al resto. Esto no tiene que ver con que ¡ay!, ser artista implica una
tortura, pero tener ese talento los pone a todos, en algún momento de
sus vidas, en un lugar un poco incómodo. Tener esas cabezas, digo, no es
cantar y coser. Si ves cómo trabaja Kuitca, o cómo Aurora Venturini
está hecha de frases e ideas literarias, o cómo Nicanor ha hecho de su
vida misma una especie de performance, te das cuenta de que el grado de
entrega que tienen con lo que hacen es muy impresionante. Me interesa
mucho el momento en el que estas personas dicen yo voy a ser tal cosa,
el punto de entrega. Y ver cómo lidian en su vida cotidiana, para bien o
para mal, con ese don que tienen. Si te ponés a pensar, son personas
bastante excepcionales dentro de sus oficios. Kuitca no es cualquier
artista plástico argentino; Aurora se consagró siendo ya grande, y de
pronto se convirtió en una autora de culto; Hebe Uhart es un caso
también muy extraño, una tipa que se ha pasado la vida escribiendo, que
da un taller súper prestigioso, y sin embargo ella prefiere cobrar poco;
Facundo Cabral es un tipo que recorrió el mundo, y si te ponías a
escucharlo pensabas que ya no cabían más vidas dentro suyo. Me parece
que es gente que se bancó todo y que se va mucho del molde.
Me pareció, también, que la soledad era un tema con mucha presencia.
–Puede tener que ver con ese corrimiento, con esos mundos fuera de
lo común, aunque estés en pareja y tengas hijos, como en algunos casos.
Si pienso en Fabián Casas no puedo decir que sea una persona que esté
sola, al contrario: es un tipo al que sus amigos adoran, y tiene más
vida social de la que probablemente quisiera. Pero sí, siento que hay un
punto en el que estos tipos están a solas consigo mismos. Uno tiene que
estar a solas para crear, pero no siempre salen cosas gratas de esa
soledad. Creo que es una soledad más metafísica que la de decir no tengo
novio (se ríe). A mí el momento de la creación me parece como muy
surrealista. Si uno piensa en esos cuadros, en esas obras, es como que
traen al mundo algo que no existía.
EL BAILE SECRETO
“La idea de este libro fue de Matías Rivas, el director de la
editorial –cuenta Guerriero–. Para los dos fue claro, desde el
principio, que teníamos que incluir un texto inédito. Y también
coincidimos en que el perfilado tenía que ser Arlt. Me llevó muchos,
muchos meses de trabajo. Y fue trabajoso, entre otras cosas, porque no
había casi fuentes vivas y porque Arlt mismo se encargó de sembrar
distintas versiones sobre sí mismo. Hay una biografía estupenda de
Sylvia Saítta que señala su vocación por cimentar su propia leyenda. En
un momento, mientras estaba haciendo el reporteo, me asaltó la idea de
que estaba ante una vara demasiado alta: Alan Pauls, Piglia, escribieron
sobre él gente con cabezas muy impresionantes. Decí que a esas ideas
las espanto como a mosquitos. Porque creí, además, que aparecían cosas
interesantes en el rastreo de la información, y que podía ofrecer una
mirada más periodística, porque no soy ensayista ni crítica literaria.”
Y ahí está, en el perfil, la mirada de Mirta, la hija del escritor, y
el rastreo de Robertito Arlt, el hijo, de quien se sabe poco y nada.
“Era un tipo genial, que realmente quemaba –dice Guerriero–. Un fuera de
molde absoluto. Si te ponés a pensar que salió a la calle todos los
días con la obligación de encontrar algo para contar, te das cuenta de
que era una bestia de trabajo. Un tipo admirable, que realmente tenía
mucho para decir.”
¿Por qué te dedicás, vos, a esto?
–Hay una frase preciosa de Fogwill, que seguramente no voy a citar
bien, del prólogo de Cantos de marineros en las pampas. El dice que
escribe porque es mucho más fácil que enfrentar la sensación de vacío y
sinsentido que produce no escribir. Algo de eso hay: me parece que la
escritura, en mi caso de no ficción, de alguna forma pone un suelo bajo
mis pies. El mundo, de otra manera, me sería muy líquido, poco concreto.
La escritura me ordena el mundo y me lo explica. Creo que hago esto
porque soy sumamente curiosa (aunque también sumamente discreta), y el
periodismo es la excusa perfecta para llegar hasta lugares a los que la
curiosidad de otra manera no llegaría. Si no fuera periodista, ¡no sé
qué sería! Quiero saber cómo la gente vive, come, duerme, se enamora, le
pone precio a su moral o a su ética, o se lo saca. Creo que a través de
estas miradas trato de entender un poco mejor cómo es el mundo en el
que uno vive. Y, a la vez, siento un enorme entusiasmo por tratar de
revelarle a alguien, equis, anónimo, que está en su casa, ciertos
mundos: el atelier de un artista, o la cabeza de un tipo preso. Por ahí
suena un poco ambicioso. Pero sería decirle a un desconocido “Mire esto,
qué asombroso”.
Guerriero dirige la colección Mirada Crónica, de Tusquets, y está
trabajando en la edición de un par de libros que en breve pondrá a
circular la Diego Portales (textos varios y ponencias de Martín Kohan,
un perfil de Silvina Ocampo escrito por Mariana Enríquez). En octubre,
dice, publicará en Anagrama una historia que siguió durante tres años.
“Es una historia sencilla, de una competencia de baile en el interior de
la Argentina, muy prestigiosa, curiosa, secreta, como para iniciados.
Triunfar en esta competencia implica para quien gana la cúspide y la
aniquilación, el fin de su carrera, porque nunca más puede volver a
competir en otro lugar. La primera vez que fui vi algo en el escenario
que me dejó demudada. Yo no tenía mucha idea, pero ver a esta persona
bailando en el escenario fue como haber visto a Antonio Gades a los doce
años. Lo busqué entre el tumulto, atrás del escenario, y me pareció que
había algo más. Y bueno, seguí a esta persona por Buenos Aires, volví a
acompañarlo. Es una historia muy sencilla de un hombre muy común, que
va detrás de lo que quiso toda la vida, y que a su vez implica una
especie de inmolación. Me pareció un desafío contar por dónde pasa la
emoción que yo percibía. ¿Cómo se cuenta eso? Es muy difícil contar la
ilusión, la felicidad. Es un intento por contar historias de gente común
que no sólo rimen con la pobreza, la tragedia, el desastre. Junto a la
mirada sobre el mundo de los intereses del poder y las clases altas,
creo que estas historias son las tareas pendientes en la crónica
latinoamericana.”