La escritora argentina Ariana Harwicz firma la desgarradora ópera prima Matate, amor. Es la historia de una mujer “atrapada en la selva” y en sus seres queridos
Un detalle del cuadro Christina’s World, de Andrew Wyeth, expuesto en el MoMA y portada de Matate, amor./elpais.com |
¿Han mirado alguna vez a un ciervo a los ojos? Si no lo han hecho,
tal vez deberían. No vaya a ser que se pierdan una experiencia
irrepetible. “A cierta hora aparece un ciervo que se me queda mirando de
una manera brutal como no me miró nadie nunca”, asegura la protagonista
de Matate, amor, una mujer desgarrada y desesperada que vive
en medio del campo con su familia. Aunque, en realidad, también la
autora de la novela, la argentina Ariana Harwicz, cruzó sus ojos con los
del cornudo animal: “Abrí la ventana y estaba mirándome. No me visitó
nunca más, pero creo que ahí empezó todo”.
“Todo” es, básicamente, su ópera prima. Publicada por Paradiso en Argentina y por Lengua de Trapo en España, Matate, amor
cuenta la historia de “una mujer salvaje atrapada en una selva y en una
familia”, como resume por teléfono su autora (Buenos Aires, 1977).
“Para ella la familia es el horror: está alienada, atada a ser madre,
encerrada en el campo. Es un cóctel explosivo, por eso busca escaparse
constantemente”, añade Harwicz.
Prueba de ello es que la protagonista llega a acariciar un cuchillo,
valorando la posibilidad de matar a su marido y su bebé, o que desee
estar “exactamente, muerta”. También querría, como sugiere el propio
título, que sea directamente su esposo el que se quite de en medio, que
le ahorre “el insoportable peso del otro”, según Harwicz. Así, casi
siempre en primera persona, con una prosa hiriente, capítulos breves
como “hachazos” y bofetadas de palabras, la argentina relata la trágica
existencia de la bestial señora.
Precisamente la violencia de su protagonista le sirvió a Harwicz para
perder la propia: “Me saqué la rabia que sentía. El libro me salvó, fue
como un electroshock”. Personaje y creadora se parecen también
en su día a día, en medio del campo (francés, a 180 kilómetros de
París, en el caso de Harwicz), con pareja e hijo. Aunque, para la
estabilidad de la vida privada de la autora, hay que aclarar que las
semejanzas se acaban ahí: Harwicz no está ni mucho menos horrorizada con
su familia, que considera más bien “normal”.
No tan común es el éxito de una ópera prima que ha recibido elogios a
los dos lados del charco. Para su autora todo es “demasiado nuevo,
adrenalínico”. Tanto que, por “amor al libro”, ha accedido a hacer la
entrevista y dejar a su pequeño “tirado en la ruta”. “Algún vecino
borracho lo habrá recogido”, bromea Harwicz.
Divertida y entusiasta, la autora dispara frases incluso más rápida
que su libro. Y, de respuesta en respuesta, la charla va cogiendo tintes
freudianos. Harwicz cuenta que tiene “una fascinación por los
autores torturados”, y que en sus influencias se entremezclan Scott
Fitzgerald, Virginia Woolf, Caravaggio y Glenn Gould. Aunque, para
escribir Matate, amor, escuchaba en bucle, “como una obsesión”, a otro pianista: su banda sonora fue la Sonata para piano n. 13 en Mi bemol mayor, Op. 27 n. 1 de Ludwig van Beethoven, hasta el punto de leer luego en voz alta lo que había escrito al ritmo del maestro alemán.
Siguiendo su amor por la lengua francesa y sus ganas de literatura,
en cambio, Harwicz terminó por dejar Argentina. “Me pasaba el tiempo
buscando el sitio desde dónde pudiera escribir. Buenos Aires no lo era”,
defiende. De género en género (Harwicz estudió arte del espectáculo,
dramaturgia y guion cinematográfico), de ciudad en ciudad, la argentina
acabó en el sur de Francia y en la novela. De hecho, ya prepara la
segunda, ambientada en “una aldea en invierno, con todas las casas
barridas por la nieve” y que va “otra vez del horror de la familia, pero
visto por un hombre”. De momento, ya tiene banda sonora (el pianista
Francesco Gasparini), pero no sinopsis. Claro, falta el ciervo.