Del lenguaje y escritores
No hay derecho
M. V. Busquets
—No. No me interesa que sus personajes sean
oficinistas o revolucionarios, que lleven turbante o sombrero tirolés, que sean
melenudos o calvos; adictos, santurrones, impotentes o ateos. Lo que me irrita
verdaderamente es que, en cuanto vengo a la Editorial, éstos lleguen, y se
instalen en mi casa. ¡No hay derecho!
La lengua de Cervantes
Juan José Arreola
Tal vez la pinté demasiado Fray Angélico. Tal vez me
excedí en el color local de paraíso. Tal vez sin querer le di la pista entre el
catálogo de sus virtudes, mientras vaciábamos los tarros de cerveza con pausas
de jamón y chorizo. El caso es que mi amigo halló bruscamente la clave, la
expresión castiza, dura y filosa como un puñal manoseado por generaciones de
tahúres y rufianes, y me clavó sin más ¡puta! en el corazón sentimental,
escamoteando la palabrota en un rojo revuelo de muleta; la gran carcajada
española que hizo estallar su cinturón de cuero ante el empuje monumental de
una barriga de Sancho que yo no había advertido jamás.
Amor a
primera línea
Francisco Guzmán
La pelirroja de ojos azules sonrió de tal manera
que ya no pude seguir escribiendo: la saqué del cuento y me casé con ella.
Todo lo contrario
Mario Benedetti
—Veamos, —dijo el profesor.
—¿Alguno de ustedes sabe qué es lo contrario de IN?
—OUT —respondió prestamente un
alumno.
—No es obligatorio pensar en
ingles. En español, lo contrario de IN (como prefijo privativo, claro) suele
ser la misma palabra, pero sin esa sílaba.
—Sí, ya sé: insensato y sensato,
indócil y dócil, ¿no?
—Parcialmente correcto. No
olvide, muchacho, que lo contrario del invierno no es vierno sino verano.
—No se burle, profesor.
—Vamos a ver. ¿Sería capaz de
formar una frase, más o menos coherente, con palabras que, si son despojadas
del prefijo IN, no confirman la ortodoxia gramatical?
—Probaré, profesor: “Aquel
dividuo memorizó sus cógnitas, se sintió dulgente pero dómito, hizo ventario de
la famias con que tanto lo habían cordiado, y aunque se resignó a mantenerse
cólume, así y todo en las noches padecía de somnio, ya que le preocupaban la
flación y su cremento”.
—Sulso pero pecable, —admitió sin
euforia el profesor.
Scherezada
Ramón Tamayo Rosas
Empezó contándome cuentos que invariablemente
quedaban inconclusos. Ahora vivo con ella, cocina, lava, duerme a mi lado, y el
que ha quedado inconcluso soy yo.
Hambre
René Avilés Fabila
Desperté con un apetito atroz e inaplazable; me
dirigí a la cocina: el refrigerador estaba vacío; de una alacena obtuve un
libro con decenas y docenas de sabrosísimas recetas; de inmediato lo herví en
la olla de presión y luego puse la mesa dispuesto a darme un suculento banquete
con sus páginas.
La visita
Edmundo Moure Rojas
Yo estaba leyendo en mi cama
cuando ella apareció en el umbral. Lucía muy hermosa con su vestido antiguo,
sus largos cabellos sobre los hombros y los ojos castaños iluminados por el
perenne deseo; fue mi primera impresión, y en seguida el pensamiento rápido de
que no habría podido entrar en la casa, pues todo permanecía cerrado, y ni
siquiera el ladrido del perro habíame advertido su presencia. No soñaba, puedo
asegurarlo; me encontraba tan lúcido como ahora. Pero ella clavó en mí sus
bellos ojos atormentados y comenzó a hablar con esa voz sensual y enronquecida,
mezcla extraña de súplica y apremio. Me dijo que volvía para siempre; que la
perdonara; que me amaba con absoluta certeza; que había puesto fin a todos sus
extravíos. No atiné a responder y sonreí, derrotado… Se acercó al lecho, nos
besamos, se encendió la pasión con el voraz fuego de antaño y nos sumimos en la
quemante desesperación del placer. Miré hacia el espejo colgado en la pared, y
me dí cuenta con estupor que su imagen blanca y voluptuosa no se reflejaba en
la clara superficie. El artero terror a lo efímero me golpeó desde las
caricias. Comprendí todo de súbito, dolorosamente; Emma había abandonado sólo
por un momento el ficticio mundo de la novela para escarnecerse por mi endémica
infidelidad, para vengarse con las armas del rencoroso Amor del injusto y
trágico destino a que la encadenó Flaubert en el alma innumerable de sus
lectores.
El poeta
Luis Arturo Ramos
Era un hombre que se volvía poeta en los plenilunios. Le crecía el cabello.
Los ojos se le colmaban de brillos. Una palidez marfilínea le asaltaba en la
cara. Estaba sujeto a los caprichos lunares como las corrientes oceánicas.
También como los licántropos. Acostumbraba escribir sus versos en las arenas de
las playas para que después las mareas se encargaran de borrarlo todo. Un día
no pudo ver la luna llena por las nubes que cubrían el cielo. Tampoco los ojos
se le llenaron de brillos. Murió de pena con los versos atorados en la
garganta. Compadecido Dios le concedió la cabellera. Quedó flotando sobre el
mar. Confundida con las algas.