viernes, 11 de abril de 2014

No todo está dicho sobre Jorge Luis Borges

 Artículos reunidos en el nuevo número de la revista La Biblioteca indagan cómo dialogan las nuevas generaciones con el legado de Borges

Jorge Luis Borges, de lejos El Eterno./revista Ñ

Todos los años son, para la literatura argentina, años borgeanos. Cuando no se cumple algún aniversario que justifique, como si hiciera falta una excusa, la relectura de su obra, aparece un nuevo libro crítico, una semblanza o un conjunto de anécdotas. El año pasado tuvimos, como highlight , el programa de Ricardo Piglia en la Televisión Pública; cuatro clases que iban de la importancia universal de Borges a su relación con la política. Ahora llega una intervención clave: la revista La biblioteca, gran publicación que produce La biblioteca Nacional, que ya lleva 13 números en esta nueva etapa, dedica su nuevo número al escritor argentino, con el título Cuestión Borges .
Como en los números anteriores, la nómina de firmas que abordan el tema central es notable. Acá tenemos a especialistas como Jorge Panesi, Beatriz Sarlo, Aníbal Jarkowski, Sandra Contreras, Martín Kohan, Sebastián Hernaiz, Isabel Stratta y Diego Cousido. Lo que demuestra esta revista-libro, una vez más, es que no todo está dicho sobre Borges, ese autor sobre el que se han escrito miles, innumerables páginas. Todas las escuelas de lectura, además, se concentran en estas páginas. Daniel Balderston, por ejemplo, acomete una crítica genética para rastrear y sacar algunas conclusiones a partir de la variación y la diferencia entre dos versiones que Borges publicó de su ensayo capital, “El escritor argentino y la tradición”. Lo de Christian Ferrer es más bien memorialista: recuerda, con la elegancia que define su prosa, un raro encuentro con Borges a propósito de una entrevista que el joven Ferrer le fue a hacer para una revista anarquista. Cuando llegaron, él y sus compañeros, Borges les dijo: “Yo pensaba que la única anarquista viva en la Argentina era Alicia Jurado”. Sandra Contreras cruza a Borges con César Aira, su objeto fetiche de estudio, como un modo también de proyectar las derivaciones borgeanas hacia el futuro. ¿Cuáles son los modos que han encontrado las generaciones que lo siguieron de capitalizar y apropiarse de su legado? ¿Quién escribirá, en el futuro, la obra de Borges? Esa pregunta-fantasma vertebra, silenciosamente, como un animal que acecha desde la oscuridad, todo el número.
Es bastante conocido, pero digámoslo: este dossier borgeano tiene un sentido especial en el propio recorrido del escritor. Esta revista la fundó Paul Groussac, a quien Borges colocó en un lugar mítico en su cosmogonía personal, como esa habilidad increíble para armarse una tradición en la que se lo pueda leer, hecha de autores menores, de segunda línea, que terminaron de construir un contracanon que, al tener a Borges como punta de lanza, se convirtió en el centro mismo del sistema literario. Ese es un gesto de modernidad de Borges que nadie pudo superar, y por eso seguimos rindiéndole pleitesía.