Artículos reunidos en el nuevo número de la revista La Biblioteca indagan cómo dialogan las nuevas generaciones con el legado de Borges
Jorge Luis Borges, de lejos El Eterno./revista Ñ |
Todos los años son, para la literatura argentina, años
borgeanos. Cuando no se cumple algún aniversario que justifique, como si
hiciera falta una excusa, la relectura de su obra, aparece un nuevo
libro crítico, una semblanza o un conjunto de anécdotas. El año pasado
tuvimos, como highlight , el programa de Ricardo Piglia en la
Televisión Pública; cuatro clases que iban de la importancia universal
de Borges a su relación con la política. Ahora llega una intervención
clave: la revista La biblioteca, gran publicación que produce La
biblioteca Nacional, que ya lleva 13 números en esta nueva etapa, dedica
su nuevo número al escritor argentino, con el título Cuestión Borges .
Como
en los números anteriores, la nómina de firmas que abordan el tema
central es notable. Acá tenemos a especialistas como Jorge Panesi,
Beatriz Sarlo, Aníbal Jarkowski, Sandra Contreras, Martín Kohan,
Sebastián Hernaiz, Isabel Stratta y Diego Cousido. Lo que demuestra esta
revista-libro, una vez más, es que no todo está dicho sobre Borges, ese
autor sobre el que se han escrito miles, innumerables páginas. Todas
las escuelas de lectura, además, se concentran en estas páginas. Daniel
Balderston, por ejemplo, acomete una crítica genética para rastrear y
sacar algunas conclusiones a partir de la variación y la diferencia
entre dos versiones que Borges publicó de su ensayo capital, “El
escritor argentino y la tradición”. Lo de Christian Ferrer es más bien
memorialista: recuerda, con la elegancia que define su prosa, un raro
encuentro con Borges a propósito de una entrevista que el joven Ferrer
le fue a hacer para una revista anarquista. Cuando llegaron, él y sus
compañeros, Borges les dijo: “Yo pensaba que la única anarquista viva en
la Argentina era Alicia Jurado”. Sandra Contreras cruza a Borges con
César Aira, su objeto fetiche de estudio, como un modo también de
proyectar las derivaciones borgeanas hacia el futuro. ¿Cuáles son los
modos que han encontrado las generaciones que lo siguieron de
capitalizar y apropiarse de su legado? ¿Quién escribirá, en el futuro,
la obra de Borges? Esa pregunta-fantasma vertebra, silenciosamente, como
un animal que acecha desde la oscuridad, todo el número.
Es bastante conocido, pero digámoslo: este dossier
borgeano tiene un sentido especial en el propio recorrido del
escritor. Esta revista la fundó Paul Groussac, a quien Borges colocó en
un lugar mítico en su cosmogonía personal, como esa habilidad increíble
para armarse una tradición en la que se lo pueda leer, hecha de autores
menores, de segunda línea, que terminaron de construir un contracanon
que, al tener a Borges como punta de lanza, se convirtió en el centro
mismo del sistema literario. Ese es un gesto de modernidad de Borges que
nadie pudo superar, y por eso seguimos rindiéndole pleitesía.