Rubem Fonseca
Ciudad de Dios
Su
nombre es João Romeiro, pero es conocido
como Zinho en la Ciudad de Dios, una favela en Jacarepaguá, donde controla el
tráfico de drogas. Ella es Soraia Gonçalves, una mujer dócil y callada. Soraia
supo que Zinho era traficante de drogas dos meses después de que empezaron a
vivir juntos en un condominio de clase media alta en la Barra de Tijuca. ¿Te molesta?,
preguntó Zinho y ella contestó que ya había tenido en su vida un hombre
dedicado al derecho que no pasaba de ser un canalla. En el condominio Zinho es
conocido como vendedor de una firma de importaciones. Cuando llega una partida
grande de droga a la favela, Zinho desaparece por unos días. Para justificar su
ausencia Soraia dice a las vecinas que encuentra en el playground o en la
piscina que la firma tiene viajando al marido. La policía anda tras él, pero
sólo sabe su apellido, y que es blanco. Zinho nunca ha estado preso.
Hoy por la noche Zinho llegó a la casa luego de
pasarse tres días distribuyendo, en sus puntos, cocaína que envió su proveedor
de Puerto Suárez, y marihuana que llegó de Pernambuco. Fueron a la cama. Zinho
era rápido y rudo y luego de joder a la mujer le daba la espalda y se dormía.
Soraia era callada y sin iniciativa, pero Zinho la quería así, le gustaba ser
obedecido en la cama como era obedecido en la Ciudad de Dios. “¿Antes de que te
duermas te puedo preguntar una cosa?” “Dime rápido, estoy cansado y quiero
dormir, amorcito.” “¿Serías capaz de matar a una persona por mí?” “Amorcito,
maté a un tipo porque me robó cinco gramos, ¿crees que no voy a matar a un
sujeto si me lo pides? Dime quién es. ¿Es de aquí, del condominio?”
“No.”
“¿De dónde es?”
“Vive en Taquara.”
“¿Y qué te hizo?”
“Nada. Es un niño de siete años. ¿Has matado algún
niño de siete años?”
“He mandado que agujeren las palmas de las manos a
dos mierditas que desaparecieron con unos paquetes, para que sirva de ejemplo,
pero creo que éstos tenían diez años. ¿Por qué quieres matar a un negrito de
siete años?”
“Para hacer sufrir a su madre. Ella me humilló. Me
quitó a mi novio. Me hizo menos, a todo el mundo le decía que yo era una burra.
Luego se casó con él. Ella es rubia, tiene ojos azules y se cree lo máximo.”
“¿Quieres vengarte porque te quitó a tu novio?
Todavía te gusta ese puto, ¿verdad?”
“Sólo me gustas tú, Zinho, eres todo para mí, ese
mierda del Rodrigo no vale nada, sólo siento desprecio por él. Quiero hacer sufrir
a la mujer porque me humilló, me llamó burra delante de todos.”
“Puedo matar a ese puto.”
“A ella ni siquiera le gusta él. Quiero hacer que
sufra mucho. La muerte del hijo deja a las madres desesperadas.”
“Está bien. ¿Sabes dónde vive el niño?”
“Sí.”
“Voy a mandar que cojan al niño y lo lleven a Ciudad
de Dios.”
“Pero no hagas que el niño sufra mucho.”
“Si la puta ésa se entera que el hijo murió
sufriendo es mejor, ¿o no? Dame la dirección. Mañana mando que hagan el
trabajo, Taquara está cerca de mi base.”
Por la mañana bien temprano Zinho salió en el carro
y fue a Ciudad de Dios. Permaneció dos días fuera. Cuando volvió, llevó a
Soraia a la cama y ella obedeció dócilmente a todas sus órdenes. Antes de que
él se durmiera, ella preguntó, “¿hiciste lo que te pedí?”
“Cumplo lo que prometo, amorcito. Mandé a mi
personal a que cogieran al niño cuando iba al colegio y que lo llevaran a
Ciudad de Dios. En la madrugada le rompieron los brazos y las piernas al
negrito, lo estrangularon, lo cortaron todo y luego lo tiraron en la puerta de
la casa de la madre. Olvida a ese mierda, no quiero oír hablar más de ese
asunto”, dijo Zinho.
“Sí, ya lo olvidé.”
Zinho le dio la espalda a Soraia y se durmió. Zinho
tenía un sueño pesado. Soraia se quedó despierta oyendo roncar a Zinho. Después
se levantó y tomó un retrato de Rodrigo que mantenía escondido en un lugar que
Zinho nunca descubriría. Siempre que Soraia miraba el retrato del antiguo
novio, durante todos aquellos años, sus ojos se llenaban de lágrimas. Pero ese
día las lágrimas fueron más abundantes.
“Amor de mi vida”, dijo, apretando el retrato de
Rodrigo contra su corazón sobresaltado.