Para la ministra Mariana Garcés ese es el roce mundial que necesitamos, películas colombianas dirigidas por españoles desempleados
Ministra de Cultura, Mariana Garcés, y el afiche promocional de Ciudad delirio, la película colombiana de la controversia./las2orillas.co |
Él
es un español muy educado y bien presentado que está en Cali asistiendo a
un congreso de medicina. Ella es una nativa que tuvo que soportar,
durante toda su vida, la tortura de haber nacido en el tercer mundo. Una
noche cualquiera, mientras se cierra el evento, al español lo llevan a
conocer la rumba caleña. En esas y como por arte de magia, la conoce a
ella, bailan un par de canciones y sin haber cruzado demasiadas palabras
terminan enamorándose y pasando la noche en un motel, eso sí sin
tocarse, como si fueran amantes inocentes.
Él se levanta y ella no está allí. Sale a la calle, el sol cegador
está en el centro del cielo, pero el español atenúa el guayabo mortal
viendo a la variedad de mujeres que la ciudad ofrece. Triste por no
haber podido despedirse del verdadero amor de su vida (¿?) él se
devuelve a España en donde lo espera una mujer gruñona de la que nunca
sabremos nada. Probablemente sea una hermana, una prima o su esposa. En
la fría Madrid, él no hace sino pensar en esa caleña que movía su
cintura como los cañaverales. “Que lindas que son las mujeres allá, tan
sumisas, tan serviciales. Lo dan todo y no piden nada” piensa el médico
mientras observa, desde una ventana, a las abrigadas e independientes
madrileñas caminar solitas por la acera.
En el Nuevo Mundo la nativa sigue preparando a su escuela para
participar en Delirio, un festival de baile de mucho prestigio en Cali,
lidiando con el irresponsable Papá de la niña y caminando a veces por
los sitios más emblemáticos de la ciudad, para que quede claro que más
que una película es una postal, con el socio de su escuela, un
homosexual negro de pelo liso que, como la mayoría de los personajes que
pueblan esta historia, es sólo una caricatura parlanchina.
En Madrid él no soporta más estar sin el amor de su vida, así que
toma un avión, cruza el océano y vuelve al lugar salvaje de mujeres
fáciles en el que se ha enamorado y como si Cali fuera un pueblo de tres
esquinas o Dios su aliado, él, que ni siquiera sabe cómo se llama
ella, la vuelve a encontrar en el lugar menos probable y lo más grave
de todo es que nosotros, al otro lado de la pantalla, no creemos nada de
lo que está pasando.
La verdad no sabemos muy bien cuál fue la película que vio la Ministra de Cultura. Debido a su entusiasmo desbordado, Ciudad Delirio fue
impuesta a la brava como el filme con el que se abriría el último
Festival de Cine de Cartagena, levantando entre los críticos, una nube
de malos comentarios que se vinieron a confirmar el pasado viernes con
su estreno en las salas de cine del país.
Otra vez esa extraña mezcla de rabia y tristeza nos vuelve a embargar
después de ver una producción nacional. La idea podía haber funcionado,
¿A quién no le hubiera gustado ver una comedia romántica musical en
donde la salsa fuera la protagonista de primer orden? Todo ese universo
de los coleccionistas de discos viejos que hay en Cali y que apenas se
alcanza a atisbar en el filme, tendría otro tipo de tratamiento si
detrás de la cámara estuviera un realizador medianamente dotado y no una
oportunista cualquiera como lo es Chús Gutiérrez.
Pero más allá de detenernos a hablar de la incapacidad que tenemos
los guionistas colombianos para crear personajes y narrar con solidez
una historia, de las pésimas actuaciones, del desafortunado casting y de
lo homofóbico que es nuestro cine, lo que convierte a Ciudad delirio en una película insoportable, es la visión que presenta la española Gutiérrez sobre nosotros y sobre ellos.
Tal y como lo dice Pedro Adrián Zuluaga en la crítica publicada en su
blog Pajarera del Medio “El binomio civilización-barbarie que abundó
en la cultura y el pensamiento del siglo XIX demuestra estar “vivo y
colendo”. Los portadores de la civilización son extranjeros y blancos
que tienen comportamientos racionales, autocontrol y capacidad
reflexiva. A los demás les corresponden las puras fuerzas instintivas,
la pasión, el baile, el desperdicio de fuerzas, las condiciones propias
de lo primitivo e informe”. Los españoles dentro de la película son
gente linda física y espiritualmente. Blancos y altos, todos son
profesionales excelentemente capacitados que vienen a estas tierras que
enloquecieron a Lope de Aguirre, a sanar, a educar y a arrastrar pueblo.
Las mujeres, cansadas de los negros machistas, incultos y feos que
pueblan el Valle, se derriten ante las buenas maneras, la caballerosidad
y el acento de los extranjeros que han venido a hipnotizarnos con sus
espejitos.
Tanto que nos quejamos de Hollywood y esa manía que tienen de
mostrarnos como salvajes y no decimos nada ante la imagen que están
creando los españoles en nuestro propio cine y usando los recursos del
Fondo Nacional de Cinematografía, Ciudad delirio se hizo acreedor
de los 700 millones de pesos que otorga el ministerio en la categoría
de Producción de Largometrajes Categoría 1. Una vergüenza que la
ministra, en una actitud de indígena arrodillada ante el filo de una
espada, trate de salvar a los realizadores españoles que se han quedado
sin trabajo por culpa de la crisis, otorgándoles el beneficio que
deberían tener realizadores nacionales con proyectos que son claramente
superiores a Ciudad delirio.
La gente, manipulada por los medios de comunicación, obedece como
ratoncitos de Pavlov a los estímulos generados desde el televisor y ha
ido en masa a ver la visión que tienen los de afuera de lo que somos los
colombianos. Algunos salen contentos con la improbable virtud de que
esta “Es una película que ofrece una cara amable de nosotros”, otros
salen reforzando su teoría de que en Colombia todavía no aprendemos a
hacer cine. Es una verdadera pena que un bodrio impresentable como Ciudad delirio haya tenido una sólida estrategia publicitaria y películas tan originales y divertidas como Bola e’ trapo hayan sido despreciadas por las distribuidoras y por el público en general.
Pero esto no sería tan preocupante si Ciudad delirio fuera
sólo un accidente. Lo que se viene es una oleada de películas
colombianas dirigidas por españoles desempleados. Para la ministra esa
es la internacionalización, el roce mundial que necesitan nuestros
cineastas para crear una cinematografía universal. Eso podría ser así si
trajeran a Kiarostami o a Won Kar Wai a hacer una película acá, pero
con la mediocridad de Gerardo Herrero o Chuz Gutiérrez lo único que
aprenderemos a hacer son esperpentos impresentables como Habitación con vista al mar o Ciudad delirio.