sábado, 26 de abril de 2014

Gabriel García Márquez: una vida

Gabo que estás en los cielos

Reproducimos apartes de Una vida la biografía autorizada de Gerald Martin

Gabriel García Márquez durante la creación de El otoño del patriarca, en Barcelona, en los años 70, fotografiado por su hijo RodrigoFoto Tomadas del libro. Una vida/jornada.unam.mx

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El 10 de diciembre de 1982, Gabo se preparaba para la entrega del Premio Nobel de Literatura enfundado en ropa interior térmica y rodeado de amigos ya listos para la ocasiónFoto Tomadas del libro
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Minutos después, García Márquez apareció en la ceremonia de premiación vestido con el tradicional liquiliqui, tal como anunció desde que se supo galardonado, y horror, botas negras, relata Gerald MartinFoto Tomadas del libro
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Mercedes y Gabo, con Gonzalo y Rodrigo, sus hijos, en Barcelona, a finales de los años 70. Imagen de la familia García MárquezFoto Tomadas del libro.
 
En unos días llegará a las librerías de México la biografía Gabriel García Márquez: una vida, libro de 768 páginas fruto de la investigación que realizó durante 17 años el académico británico y experto en literatura hispanoamericana Gerald Martin.
El pasado 23 de septiembre La Jornada publicó una entrevista exclusiva con el autor, quien ofreció algunos pormenores del volumen que será presentado el próximo 26 de octubre en la sala Manuel M. Ponce y en la que participarán, además de Martin, Elena Poniatowska, José Agustín y Gonzalo Celorio, como se informó también en estas páginas. Otras actividades paralelas son la exposición Gabriel García Márquez: una vida, que se inaugura el jueves; la mesa de análisis El otoño del patriarca. Conversaciones sobre García Márquez, y el sábado 17 y el 24 un maratón de lectura.
La biografía se publicó primero en Gran Bretaña, Holanda y Estados Unidos, y su lanzamiento también se hará en octubre en América Latina, mientras en Europa saldrán a la venta las ediciones en italiano y francés. El tiraje para México es de 15 mil ejemplares editados por el sello Debate de Random House-Mondadori.
En esta investigación, como se adelantó aquí el lunes pasado, Gerald Martin parte del árbol genealógico del Nobel de Literatura y lo acompaña hasta 2007 con el homenaje en Cartagena; da cuenta no sólo del proceso de creación de sus libros, su entorno familiar, sus amores y desamores, sus amistades y enemistades, sino también de su acción política, su compromiso con los otros, con Cuba, con Chile frente a la dictadura de Pinochet, con el periodismo. Por ello ofrecemos, con autorización del sello Random House-Mondadori, dos fragmentos de la biografía que dejan ver la figura política de García Márquez y su pensamiento social y humanista más allá de la literatura.
19 Chile y Cuba: García Márquez opta por la Revolución 1973–1979
El 11 septiembre de 1973, al igual que millones de personas progresistas del mundo entero, García Márquez, sentado frente a un televisor en Colombia, contemplaba horrorizado cómo los bombarderos de las fuerzas aéreas chilenas atacaban el palacio de gobierno en Santiago. Horas después se confirmaba la muerte del presidente Salvador Allende, que había sido elegido democráticamente, aunque si lo habían asesinado o se había suicidado nadie lo sabía. Una junta asumió el poder e inició una redada de más de treinta mil supuestos activistas de izquierdas en el curso de las semanas siguientes, muchos de los cuales jamás salieron vivos de la detención. Pablo Neruda agonizaba víctima del cáncer en su casa de Isla Negra, en la costa chilena del Pacífico. La muerte de Allende y la destrucción de sus sueños políticos mientras Chile caía en manos de un régimen fascista ocuparon los últimos días de Neruda en este mundo, antes de que sucumbiera a la enfermedad que lo aquejaba desde hacía varios años.
El gobierno de Unidad Popular de Allende había estado en el punto de mira de comentaristas políticos y activistas de todo el mundo como un experimento con el que comprobar si podía alcanzarse una sociedad socialista por los cauces democráticos. Allende había nacionalizado el cobre, el acero, el carbón, la mayoría de los bancos privados y otros sectores clave de la economía, y sin embargo, a pesar de la propaganda y la subversión constantes por parte de la derecha, su gobierno aumentó el porcentaje de votos y alcanzó el 44 por ciento en las elecciones que se celebraron a mediados del mandato, en marzo de 1973. Esto no hizo más que alentar a la derecha a redoblar sus esfuerzos para minar el régimen. La CIA había estado trabajando contra Allende aun antes de su elección: Estados Unidos, asediado en el atolladero vietnamita y obsesionado ya con Cuba, trataba por todos los medios de que no proliferaran otros regímenes anticapitalistas en el hemisferio occidental. La destrucción salvaje del experimento chileno, ante los ojos del mundo entero, causaría en la izquierda un efecto parecido al revés de la derrota de los republicanos en la guerra civil española, casi cuarenta años atrás.
Aquella tarde, a las ocho, García Márquez dirigió un telegrama a los miembros de la nueva junta chilena:
Bogotá, 11 de septiembre de 1973.
Generales Augusto Pinochet, Gustavo Leigh, César Méndez Danyau y Almirante José Toribio Merino, miembros de la junta militar:
Ustedes son autores materiales de la muerte del presidente Salvador Allende y el pueblo chileno no permitirá nunca que lo gobierne una cuadrilla de criminales a sueldo del imperialismo norteamericano.
En el momento en que redactó estas líneas todavía se desconocía la suerte que había corrido Allende, pero García Márquez dirigía posteriormente que conocía a Allende lo suficiente para saber con toda seguridad que nunca saldría vivo del palacio de gobierno; y los militares también debieron de saberlo. Aunque algunos dijeron que este telegrama fue un gesto más propio de un estudiante universitario que de un gran escritor, resultó ser la primera acción política que llevaba a cabo un nuevo García Márquez, alguien que trataba de desempeñar un papel distinto pero cuya línea política acababa de concentrarse y endurecerse radicalmente con el violento zarpazo que puso fin al experimento histórico de Allende. Tiempo después diría en una entrevista: El golpe en Chile fue una catástrofe personal para mí.
El caso Padilla, como era de prever, había marcado la división de las aguas de la historia latinoamericana durante la Guerra Fría, y no tan sólo en el ámbito de los intelectuales, los artistas y los escritores. García Márquez, a pesar de las críticas de sus amigos –que iban desde acusaciones de oportunismo hasta entenderlo como una ingenuidad–, había sido el más coherente desde el punto de vista político de los autores latinoamericanos de primera fila. La Unión Soviética no ofrecía la clase de socialismo que él quería, pero, desde el punto de vista latinoamericano, consideraba que era esencial como baluarte contra la hegemonía y el imperialismo estadounidenses. Esto no era, en su opinión, ”partidismo”, sino una apreciación racional de la realidad. Cuba, aunque planteaba un caso problemático, era más progresista que la Unión Soviética, y había de recibir el apoyo de todos los latinoamericanos antiimperialistas que se preciaran de serlo, quienes en cualquier caso debían hacer todo lo posible por moderar cualquier aspecto represivo, no democrático o dictatorial del régimen. Personalmente optó por lo que le parecía la senda de la paz y la justicia para los pueblos del mundo: el socialismo internacional, en un sentido amplio del término.
Aunque sin lugar a dudas había deseado que el experimento chileno saliera adelante, lo cierto es que nunca creyó que se lo fueran a permitir. En respuesta a la pregunta de un periodista neoyorquino en 1971, había dicho:
Yo ambiciono que toda la América Latina sea socialista, pero ahora la gente está muy ilusionada con un socialismo pacífico, dentro de la constitución. Todo eso me parece muy bonito electoralmente, pero creo que es totalmente utópico. Chile está abocado a un proceso violento muy dramático. Si bien el Frente Popular va avanzando –con inteligencia y mucho tacto, a pasos bastante rápidos y firmes– llegará un momento en que encontrará un muro que se le opone seriamente. Los Estados Unidos por ahora no están interfiriendo, pero no van a cruzarse de brazos. No van a aceptar de verdad que sea un país socialista. No lo van a permitir, no nos hagamos ilusiones... No es que yo vea (la violencia) como una solución, pero creo que ese muro, en un momento, sólo se podrá franquear con violencia. Desgraciadamente creo que es inevitable, que será así. Pienso que lo que está sucediendo en Chile es muy bueno como reforma, pero no como revolución.
Pocos observadores habían visto el futuro con tanta nitidez. García Márquez se dio cuenta de que en aquel momento estaba viviendo una coyuntura crítica de la historia mundial. En el curso de los años inmediatamente posteriores, a pesar de su arraigado pesimismo político, llevaría a cabo una serie de declaraciones a propósito del compromiso que tal vez alcanzan su mejor expresión en una entrevista de 1978: El sentido de la solidaridad, que es lo mismo que los católicos llaman la comunión de los Santos, tiene para mí una significación muy clara. Quiere decir que en cada uno de nuestros actos, cada uno de nosotros e responsable por toda la Humanidad. Cuando uno descubre eso, es por que su conciencia política ha llegado a su nivel más alto. Modestamente, ése es mi caso. Para mí no hay un solo acto de mi vida que no sea un acto político.
Buscó un modo de actuar. Estaba más convencido que nunca de que la senda cubana era el único camino viable para que América Latina alcanzara la independencia política y económica; esto es, la dignidad. Sin embargo, una vez más, estaba distanciado de Cuba. Dadas las circunstancias, decidió que para volver allí había de pasar, en primer lugar, por Colombia. Llevaba un tiempo intercambiando impresiones con intelectuales colombianos jóvenes, en particular con Enrique Santos Calderón (de la dinastía de El Tiempo, a quien conocía desde hacía poco), Daniel Samper (con quien tenía relación desde hacía una década) y, más tarde, Antonio Caballero (hijo del novelista liberal de clase alta Eduardo Caballero Calderón), con la idea de cultivar en Colombia una nueva forma de periodismo, más concretamente con la fundación de una revista de izquierdas. García Márquez había llegado a la conclusión de que la única manera de reformar su país, profundamente conservador, era a través de la seducción y la perversión, como diría en tono de chanza, de la joven generación de las viejas familias dirigentes. Otros de los implicados fundamentales en el proyecto fueron el cronista más reputado de la Violencia, Orlando Fals Borda, sociólogo de talla internacional, y el empresario progresista José Vicente Kataraín, que posteriormente se convertiría en el editor de García Márquez en Colombia. La nueva revista se llamaría Alternativa, partía de la necesidad que imponía “el creciente monopolio de la información que padecía –y padece– la sociedad colombiana por parte de los mismos intereses que controlan la política y la economía nacional”, y su propósito era mostrar esa otra Colombia que nunca aparece en las páginas de la gran prensa ni en las pantallas de una televisión cada día más subordinada al control oficial.