Dos días antes de la fecha prevista de su ejecución, recibí una
llamada telefónica. Nos pedían viajar con urgencia de Teherán a Noor, la
ciudad en el norte de Irán donde Balal estaba preso. No fui menos como
fotógrafo que como ser humano
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La madre de Abdulá Hosseinzadeh, un joven iraní apuñalado en una
reyerta en 2007, indulta in extremis el asesino de su hijo dándole una
bofetada en el patíbulo el 15 de abril de 2014.
AFP / Arash Khamooshi / ISNA.elmundo.es, ziza.es
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La primera vez que escuché hablar de Balal, un condenado a muerte,
fue cuando el cineasta iraní Mostafa Kiaei me invitó a una proyección
especial de su última película para recaudar fondos para el diyeh, un sangriento precio que se le puede pagar a la familia de la víctima para evitar la ejecución.
Mi esposa y yo trabajamos voluntariamente en una asociación que
estaba haciendo campaña por la vida de Balal, quien fue condenado a
morir ahorcado por haber matado a puñaladas a un hombre en una riña en
2007.
Dos días antes de la fecha prevista de su ejecución, recibí una
llamada telefónica. Nos pedían viajar con urgencia de Teherán a Noor, la
ciudad en el norte de Irán donde Balal estaba preso. No fui menos como
fotógrafo que como ser humano.
Aparentemente una parte de la familia aceptaba el diyeh, pero la madre, Maryam Hosseinzadeh, se negaba a tomarlo. Intentamos convencerla. Incluso el presentador de un programa de televisión muy popular dedicado al fútbol (90) pidió en directo a la familia que perdonara a Balal. Pero la mujer se sintió sitiada por tanta presión y se recluyó en su casa, negándose a responder llamadas.
La ejecución iba a ocurrir el 15 de abril al salir el sol.
El patíbulo había sido instalado la noche antes. En la mañana, cerca de
1.000 personas se reunieron frente al cadalso. Algunos llevaban un
Corán en la cabeza y pedían la gracia para el condenado. Las hermanas de
Balal lloraban e imploraban su perdón. Yo era el único periodista en el
lugar.
A las 06:20 horas, un grupo de guardias condujo a Balal al patíbulo.
Iba maniatado y con los ojos vendados. Lo pusieron de pie sobre una
silla; le colocaron la cuerda alrededor del cuello. El hombre imploró
perdón a la madre de la víctima, que, según la gisas (la ley del talión en la Sharia), tiene el derecho de empujar la silla al condenado. Pero ella se lo negó una vez más.
La madre de la víctima, Abdolá Hosseinzadeh, ayuda a quitar la soga del cuello de Balal tras haberlo perdonado.
AFP / Arash Khamooshi / Isna
Tras unos minutos, la mujer se acercó a Balal y, en lugar de empujar la silla, le dio una bofetada y le perdonó la vida.
Fue increíble. Una verdadera sorpresa. Le quitaron la horca y la venda en medio de los gritos de alegría de los espectadores.
La verdad es que yo no había ido para tomar fotografías, pero ahora pienso que logré lo que se supone que debe ser el periodismo:
intentar entender mejor las cosas. Usé mi lugar de fotógrafo para
ayudar a mostrar el impacto de algo como esto en una sociedad. En otras
ejecuciones a las que he asistido fuera de Teherán, la gente lleva a sus
niños pequeños a mirar el espectáculo y cientos de personas filman el
episodio con sus teléfonos. Es algo que no entiendo.
Volví a Teherán y envié las fotos. El diario británico The Guardian
fue el primero que las publicó y luego AFP las puso en su hilo. Espero
que un día no se hagan más ejecuciones públicas. No sé cómo es posible
que alguien sea ahorcado en un cruce que poco después será atravesado
por sus padres, rumbo a una escuela adonde llevarán a los niños, ahora
huérfanos.