miércoles, 25 de febrero de 2015

Una aguda reflexión de la sociedad colombiana desde la óptica femenina

La escritora caleña Melba Escobar presenta su nueva novela  La Casa de la Belleza

 
Melba Escobar (1976) fue becaria del Departamento de Estado de EE. UU. para asuntos culturales, en 2012. Su libro Bogotá sueña: la ciudad por los niños fue distinguido con una beca del Mincultura./eltiempo.com


La Casa de la Belleza de Melba Escobar. editores emecé

El que La Casa de la Belleza, nueva obra de la escritora Melba Escobar, se haya situado dentro de la novela negra resultó siendo algo causal, como lo explica ella.
La autora caleña cuenta que, en realidad, las primeras páginas que había comenzado a escribir aludían al retrato de una Bogotá actual, cuya evolución física y urbana reflejaba los valores que priman hoy en muchos de sus habitantes.
“Era la imagen de una persona que va en su carro por la avenida Circunvalar, en el oriente de la ciudad, que, luego de ver verde durante todo el camino, de repente se topa con el edificio de Peñas Blancas, que en el libro se llama New Hope. Cuando yo vi este edificio me pregunté: ‘¿Qué es lo que tanto me molesta de esa construcción?’ Ese fue el detonante. Detrás de eso hay una estética, un afán de mostrar la plata por encima de cualquier cosa, una obsesión con el estatus que tenemos todos, que es una cosa muy de acá, un afán por las compras y las marcas”, comenta Escobar, autora de libros como Johnny y el mar (2014) y Duermevela (2010).
A esa primera imagen se unió luego otra que la escritora vivió en un exclusivo salón de belleza del norte capitalino, que era frecuentado por clientas de la alta sociedad, aunque de diversas procedencias.
Escobar anota que, luego de esa experiencia, tomó la decisión de seguir frecuentando el lugar no tanto para utilizar sus servicios sino para analizar las mujeres que allí llegaban y le “resultaban una serie de personajes fascinantes con un sentido, muchas veces, también molesto”.
“Digamos que había un tema también de una cierta violencia en el trato de clases, una cierta violencia hacia la señora de los tintos, hacia la esteticista, una violencia muy sutil en las relaciones que tienen que ver también con la discriminación, con las diferencias, con el servilismo, con el poder, y cómo este último se relaciona con quienes no lo tienen. Pero también se daban unas complicidades y alianzas particulares”, comenta.
De esta manera se fue estructurando la trama de la novela que busca explorar un microcosmos de la sociedad colombiana, que se relaciona directamente con el estrato seis “o ese estrato 20 –como lo llama la autora–” donde se mueve la clase política y el poder económico.
Para ello, Escobar ubica a sus personajes en una sala de belleza –que le da título al libro–, en la que coinciden una psicoanalista, la esposa de un congresista, una madre desesperada por que se haga justicia por la muerte de su hija y una famosa presentadora de televisión. Todas ellas hablan de su vida íntima con Karen Valdés, una esteticista, que es la protagonista que le permite a Escobar conectar una serie de eventos que llevarán a esclarecer el crimen.
Fue en ese momento cuando la autora encontró que el género que mejor se acoplaba para contar la historia sería el de la novela negra, al que se acercó con mucho temor por ser un camino totalmente nuevo para ella. “Vargas Llosa dice que cada libro es como si fuera el primero. Para mí fue muy clara esa sensación de estar aprendiendo a medida que hacía el trabajo”, agrega, al resaltar que una de las etapas más desafiantes fue la edición de la novela a la que le terminaron sobrando cerca de 150 páginas.
“Es curioso porque el género de novela negra nunca me interesó particularmente. Pero le escuché al escritor griego de novela negra Petros Márkaris decir que, si uno se pone a pensar, casi todas las novelas relevantes del siglo XIX clasificarían como novela negra, y que de alguna manera Crimen y Castigo lo es. Uno empieza a sentir que ese género que en el siglo XX se consideró marginal es central cuando se quieren juntar varios temas como quiero hacer yo acá. Yo quería hablar de lo económico, de lo social, de lo político, de lo cultural, que me permiten juntar una serie de aspectos para dar un retrato de sociedad. En ese sentido, la novela negra ayudó a unir estos mundos”, explica la también columnista del diario El País de Cali.
Si bien la novela llevará al lector por las pistas de la resolución de un crimen atroz, Escobar aprovecha la historia como excusa para reflexionar sobre diferentes temáticas de la realidad nacional desde una mirada claramente femenina.
“Uno acaba exorcizando mucho sus propios demonios cuando escribe. Un amigo escritor al que le conté la trama cuando empezaba, me dijo: ‘Tú vas a escribir una novela de odios’. Me pareció muy interesante verlo así porque sí sentía que había en mí como un ‘sentirme agredida continuamente’ con el solo hecho de salir a la calle, como creo que nos pasa a todos, y ver cómo los escoltas se le cierran a uno o cómo una persona de la mesa de al lado, en un restaurante, maltrata al mesero. Hay una cantidad de cosas cotidianas donde hay mucha violencia y creo que de esa rabia nació esta novela”, cuenta la escritora, cuya escritura del libro le tomó cuatro años.
De esos pequeños detalles de la vida cotidiana se nutre el telón de fondo de la historia para el cual Escobar realizó un proceso de investigación semejante al de la reportería periodística. “El lector se encontrará con lugares y hechos nacionales muy precisos; creo que en ese sentido es una novela hiperrealista, porque me importaba mucho que el retrato fuera lo más cercano a la realidad”, dice Escobar, al recordar algunas anécdotas del proceso.
Como cuando estaba buscando el tono y la manera de ser de la esteticista Karen Valdés, la protagonista, que es una joven mujer costeña que deja a su niño al cuidado de su madre, como lo hacen tantas colombianas, en busca de un mejor futuro en la capital.
“En Cartagena hubo una masajista que me recibió en su casa cuatro días, y para mí ella era la mamá de Karen. Muchas de las cosas que ocurren en la novela están inspiradas en esta casa y este barrio. También hablé con un abogado que me asesoró sobre cómo es un proceso judicial penal; hablé con fiscales, con personas que hacen necropsias, es decir, aquí hay todo un rigor en tratar de ser lo más precisos”, anota la autora, quien fue beneficiaria de una residencia de escritura en Santa Fe University of Art and Design, en Nuevo México (EE. UU.), para escribir la novela.
A lo largo de la lectura, el lector se encontrará con pasajes muy familiares, como el guiño a la sonada boda de la hija del Procurador, el paseo millonario que le hicieron a un agente de la DEA, o el robo de la salud a través de contratos con las EPS, así como la aparición de un congresista corrupto o un exitoso escritor de libros de autoayuda.
“A mí siempre me ha impresionado de Colombia que uno puede ser un turista de sus propia ciudad y de su propio país, porque, como pertenecemos casi que a castas así no queramos verlo ni enunciarlo de esa manera, uno se mueve dentro de un círculo bastante estrecho. Solo en Bogotá, uno rara vez se aleja dos o tres localidades más allá de la propia”, dice Escobar, al explicar sobre esa sensibilidad que tiene para fijarse en esos pequeños detalles o para imaginar cómo será un día en la vida de los otros.
Esta es, quizás, una mirada muy femenina que se percibe claramente a lo largo de la historia con la construcción psicológica de las mujeres que la habitan. En especial en la mirada de Claire Dalvard, la psiquiatra, otro de los personajes centrales, y la única que siempre se expresa en primera persona. El resto de la trama se cuenta en tercera persona.
“Creo que la construcción psicológica de las mujeres parte mucho de la observación, pero al final hay un elemento que me interesa mucho de la novela, porque creo que esa observación me lo ha demostrado, que es hasta dónde todas las mujeres se acaban definiendo, para bien o para mal, en su relación con un hombre. Yo no tengo la intención de ser feminista, pero sí me interesa revisar en dónde estamos paradas las mujeres ahora. Creo que la novela espera hacer eso.
Y es esta subordinación a lo masculino lo que de cierta forma las conecta a todas. Incluso Claire, que es probablemente la más independiente y autónoma del grupo, tiene un conflicto con ese tema de lo masculino y lo femenino, y con que finalmente nunca será una mujer feliz”, dice la autora.
En este punto, la metáfora del cuerpo de la mujer y la belleza para ascender en la escala social para salir de pobre refleja, como dice Escobar, un imaginario que trasciende lo puramente estético, para convertirse en un propósito práctico de muchas de las mujeres de la sociedad.
Karen sabía, su mamá se lo había dicho, que la mayor desgracia de su madre había sido parir una hembra porque “los varones hacen lo que les da la gana, en cambio las hembras hacemos lo que nos toca”.
“Lo que pasa es que ahí otra vez me parece que muchas veces no hay tantas alternativas. Y ante la falta de eso, a muchas de ellas les toca hacer lo que les toca”, comenta la autora.
Sí, dijo Lucía mirando hacia otra parte y añadió, la vida de uno es un invento, ¿no crees?
“No sé si los hombres hacen lo mismo, pero desde la mirada psicológica de las mujeres he percibido que las mujeres tenemos esta capacidad de construir mentiras para hacer la vida más llevadera, porque a veces la verdad es demasiado y no podríamos con ella. Así sea la mentira de que tenemos un matrimonio feliz o de que me gusta mi trabajo. Son mentiras que hacen posibles el día a día. Un denominador común de los personajes de esta novela es que el lector percibe tanto su mentira como su afán por negarla. Y a mí me interesa muchísimo la exploración literaria de esas dos caras”, concluye Escobar.