La eclosión del arte contemporáneo en
el país invitado a Arco simboliza la transformación de una sociedad que
se sobrepone a cinco décadas de conflicto
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María Paz Gaviria, directora de la feria artBO. / Jorge Panchoaga./elpáis.com |
En Colombia,
una tierra con 4.010 tipos de orquídeas, 1.641 helechos y 23.089
plantas con flor, el arte contemporáneo parece una rama de la botánica.
En museos, colecciones privadas y galerías se aprecia un interés
recurrente por la naturaleza. Un espacio nuevo y afamado de su capital,
Bogotá, se llama Flora Ars+Natura. Es una combinación de centro cultural
y galería que relaciona arte y naturaleza “en sentido amplio”, explica
José Roca, su director artístico. Se da la redundancia de que el
edificio de al lado es una floristería. “Qué vaina”, pensó Roca al darse
cuenta de la coincidencia. A veces, la gente que va a Flora se equivoca
de puerta y entra en la tienda Mundo Floral.
En inglés explosión es boom y floración bloom. La escena creativa del país invitado de Arco sería ambas cosas. Aunque Roca, 52 años, curador adjunto de arte latinoamericano de la Tate Modern
de Londres y exdirector de la institución más importante del sector en
Colombia, el Museo de Arte del Banco de la República, repone que la flor
estaba ahí. Solo faltaba que la mirasen: “Creo que no ha habido una
emergencia en un momento dado, sino que se ha visibilizado algo que
lleva mucho tiempo consolidándose”.
Desde 2005 se celebra en la capital la feria artBO.
Creada por la Cámara de Comercio de Bogotá, es la dinamo del mercado
interior y de la internacionalización del arte colombiano. Su directora
es María Paz Gaviria, de 31 años. A los ocho montó una exposición con
cuadros suyos en el Palacio de Nariño, sede de la presidencia. Su padre,
César Gaviria, gobernaba Colombia. Desde entonces han cambiado el país y
el mundo del arte: “La fuerza de la feria y de las galerías que
participan tiene que ver con el crecimiento económico y con cambios
sociales y políticos. Las instituciones tienen peso, pero mucho del
contenido se produce en galerías comerciales, espacios independientes y
fundaciones. Además, la gente se siente mucho más cómoda viniendo e
invirtiendo. Ya no hay la percepción de peligro que había”, dice la hija
de un hombre al que Pablo Escobar
quiso asesinar poniendo una bomba en el avión en el que pensaba que iba
a viajar. Gaviria, candidato presidencial, no tomó ese vuelo. Murieron
110 pasajeros. El 27 de noviembre de 1989.
Ese mismo año Jairo Valenzuela decidió abrir en Bogotá una galería de
arte contemporáneo. “Era una época en que los narcos distorsionaron el
mercado comprando sin criterio. Querían desnudos, bodegones, caballos.
Nosotros no nos dejamos seducir por el dinero y apostamos por otro tipo
de artistas”, cuenta el director de Valenzuela Klenner, que estará en
Arco con otras nueve galerías de su país seleccionadas por el curador
Juan Andrés Gaitán. Entre ellas, Nueveochenta, fundada por César Gaviria
en 2007; el mismo año en que la artista Doris Salcedo
puso a Colombia en el mapa del arte abriendo una grieta de 167 metros
de largo en el suelo de la Sala de Turbinas de la Tate Modern; el mismo
en el que Valenzuela lanzó una feria alternativa a artBO llamada La
Otra, hoy bienal. También fue cuando el coleccionismo de particulares
empezó a rodar “como una bola de nieve”, dice el galerista. “Ahora hemos
pasado de ser un país paria a ser admirados, y el mundo se ha dado
cuenta de que el problema lo causa el consumo, no la producción”,
concluye aludiendo a la gran bola de nieve que ha aplastado a Colombia.
La cocaína.
De negro, alto como un tallo, el cineasta Luis Ospina recibe en el
sofá de su casa. “Nací en 1949, un año después del asesinato de Gaitán”.
Para los colombianos, los hitos violentos son referentes vitales. En
este caso se trata del que detonó el conflicto político de las últimas
décadas: la muerte a tiros del líder liberal Jorge Eliecer Gaitán.
Ospina dice que las artes plásticas y el cine están desde hace unos años
en buen momento; recuerda las palabras con que lo definió el curador
suizo Hans Ulrich Obrist, “el milagro colombiano”, y subraya los
beneficios que tuvo en su campo la Ley de Cine de 2003, un ejemplo de la
evolución del apoyo institucional en un país que hasta 1998 careció de
Ministerio de Cultura. Sus películas se podrán ver en el Reina Sofía
durante Arco, dentro de un programa paralelo patrocinado por su
Gobierno, Focus Colombia. Pero al milagrole pone matices: “Los precios
están por las nubes. Los sueldos no están a la altura. Hay una burbuja
en la propiedad raíz. Tenemos uno de los peores sistemas de transporte.
En conclusión: somos el país más feliz del mundo”.
En La Habana, el Gobierno negocia la paz con la guerrilla de las FARC.
Los datos económicos son de lo mejor de América Latina. El índice de
homicidios ha bajado drásticamente. Colombia se encuentra a las puertas
de un cambio de era. Pero la violencia sigue ahí: su huella es reciente.
A los padres de Edinson Quiñones los expulsaron de casa para cultivar
coca en sus tierras. Tenía tres años. Ahora tiene 30 y es un autor que
basa su arte en lo que ha vivido. “No tengo un discurso chimba, pero tengo una experiencia más chimba
que mi discurso”, dice por Skype desde Popayán, capital del
departamento del Cauca, territorio en el que se han cruzado guerrilla,
paramilitares, ejército, narcos, comunidades indígenas, desplazados.
Valenzuela opina que los problemas, a pesar de todo, nutren la creación:
“Lo que pasa aquí en un día pasa en Suecia en cinco años”. En obras de
otros artistas de las nuevas generaciones el conflicto no tiene una
presencia explícita. Es el caso de El agua que tocas es la última que ha pasado y la primera que viene, de Nicolás Consuegra (que se podrá ver en el Centro Conde Duque de Madrid en la muestra Tejedores de agua).
Es una instalación de vídeo en la que cada monitor tiene un fragmento
del río Magdalena y el horizonte de todos ellos se une formando un
trayecto continuo. En una conversación con Carolina Ponce de León,
pionera de la curaduría, forjada en los años ochenta, una época tan
turbulenta que el arte no pudo sino fundirse con lo político, ella
comentaba la impresión que le causaba el uso “bello” de la imagen del
río. “Yo solo puedo asociar los ríos colombianos a la violencia, a
cuerpos, a cosas tenaces”. Consuegra, bogotano de 38 años, explica que
el tema de esta obra es sencillo, la relación de un pueblo de ribera con
un río: “No trato de dar respuesta a problemas históricos”. Ponce de
León cree que la nueva generación sostiene un diálogo más matizado con
los problemas del país: “La percepción o relación con el conflicto hoy
es más compleja. La experiencia está cargada de intimidad”.
El coleccionista José Darío Gutiérrez habla en la biblioteca de su dúplex de Bogotá, con dos cuadros de Fernando Botero
en las paredes. En un paseo por la vivienda, donde atesora unas 300
obras, se detiene en las de Edinson Quiñones, y sus paisanos Fernando
Pareja y Lady Chávez. “Algo está pasando en Popayán”, dice como quien
comunica un secreto. Si bien Bogotá es el núcleo, las iniciativas de
artistas y los espacios independientes han ido descentralizando la
escena. Dos ejemplos citados a cada rato son Lugar a Dudas, de Cali,
dirigido por el prestigioso artista Óscar Muñoz, y Casa Tres Patios, de
Medellín. Esta dinámica alternativa se trenza con un coleccionismo
profesionalizado a la búsqueda de nuevo talento.
La primera pieza que compró Gutiérrez fue un paisaje al óleo. “Cuando
empieza, uno da más valor a la representación material que al concepto.
Durante años estuve atado a ese criterio básico”. Otra coleccionista de
peso es Katherine Bar-On, 36 años. En la pared de las escaleras de casa
tiene Pesca milagrosa, una obra de Carlos Mota
compuesta por rostros de secuestrados. En el comedor, una fotografía de
Marina Abramovic. Las cortinas del salón son de Beatriz González. “Esta
cortina la acaba de adquirir la Tate”, dice Bar-On, periodista y
psicóloga de formación que empezó a coleccionar hace seis años, cuando
el sector descollaba.
A cinco minutos andando de Flora Ars+Natura, en el barrio de San
Felipe, está Instituto de Visión, un espacio comercial y de
investigación que fundó en 2014 con tres socias María Wills, curadora de
Focus Colombia junto a Jaime Cerón. En su galería recupera a artistas
de los 60 y 70 adelantados a su tiempo. “La escuela moderna impuso un
peso muy grande en Colombia. México, Argentina y Brasil han estado un
paso por delante en lo conceptual y contemporáneo, pero hubo colombianos
que asumieron riesgos vanguardistas para ese momento”, dice. El
programa que lleva el Gobierno colombiano a Madrid tendrá 12
exposiciones en distintas sedes y combinará artistas consolidados con
jóvenes. Habrá un eje que conjugue arquitectura, espacio y fotografía, y
otro que engarce arte y naturaleza.
También en San Felipe, el distrito artístico de Bogotá, está el
estudio de un promotor clave de iniciativas alternativas, el artista
Franklin Aguirre, de 45 años. En 1995 creó la Bienal de Venecia en un
barrio popular de Bogotá del que tomó el nombre. Y dirige el proyecto
Arte Cámara Tutor, financiado, igual que artBO, por la Cámara de
Comercio de la capital. Es un programa asentado en una zona humilde, el
barrio Kennedy, que da formación subvencionada: “Incluye desde gente que
quiere una carrera artística hasta a la que esto le ayuda a vivir”,
explica mientras enseña trabajos de sus alumnos. Uno de ellos es un
gestor cultural que convirtió su hábito de coleccionar cachivaches en
una fuente de arte con objetos. Se llama Antonio Castañeda. Una de sus
obras de clase se expuso en Start, la feria de la poderosa galería
Saatchi de Londres. La camisa ensangrentada que enmarcó en La camisa del señor Aldana se la regaló un vecino que resultó herido en 2012 por la onda expansiva de una bomba contra un exministro.
La síntesis del arte contemporáneo colombiano es la exposición permanente Tres décadas de arte en expansión, 1980 al presente,
organizada por Ponce de León y Santiago Rueda en el Museo de Arte del
Banco de la República. Eligieron 100 piezas del acopio de la
institución. De la producción actual, Ponce de León señala un interés
marcado en el empleo de archivos y documentos “para sustentar la
producción de sentido” y expresarlo en vídeo, fotografía e instalación.
Pone de ejemplo a otro de los que arrancaron en los ochenta: José
Alejandro Restrepo. De pintura dice que hay poco, pero no de dibujo:
Colombia tiene tradición. “Mira esto, es para que te chifles. A
mí me estalla la cabeza de pensar en poder dibujar así”, dice en el
museo ante los de Mateo López. Ponce de León recorre la exposición
mostrando obras de Antonio Caro, Doris Salcedo, María Elvira Escallón,
Liliana Angulo, José Antonio Suárez, María Teresa Hincapié, Miguel Ángel
Rojas, Luis Caballero… La primera que enseña es Fallas de origen,
de Wilson Díaz. Una videoinstalación de 1997. Es una casita roja de
puerta amarilla con dos círculos de macetas a cada lado de la puerta.
Según el concepto original del artista, en ellas debería haber plantas
de coca, pero están vacías. Las matas no sobrevivirían en las
condiciones climáticas y de luz de Bogotá. En Colombia, la curaduría
también es una cuestión botánica.