viernes, 27 de febrero de 2015

Cómo seguir siendo un individuo (y no morir en el intento)

La editorial Trotta recupera  Reflexiones sobre las causas de la libertad y de la opresión social  de Simone Weil, un ensayo que quedó inédito tras la muerte de la pensadora hasta que lo publicó Albert Camus

Simone Weil como soldado durante la Guerra Civil Española en 1936 Wikipedia./lavanguardia.com
Portada del libro de Simone Weil Editorial Trotta.

La editorial Trotta recupera Reflexiones sobre las causas de la libertad y de la opresión social de Simone Weil, un ensayo que quedó inédito tras la muerte de la pensadora hasta que lo publicó, en 1955, Albert Camus.
Weil (París, 1909–Kent, Inglaterra, 1943) transita entre la filosofía y la mística, entre la política y la ciencia, entre la acción y la reflexión. Carmen Revilla, quien se hace cargo de la presentación del nuevo libro publicado por Trotta, la define como una “pensadora de la experiencia”. Y es que la joven filósofa, con tan sólo 25 años, abandona su carrera como docente para incorporarse como obrera en Renault. Allí conoce de primera mano los problemas reales de los trabajadores, y es a partir de ese momento cuando considera que el trabajo manual debe considerarse como motor de la cultura.
La filósofa se muestra crítica con el marxismo, y es que su propuesta emerge como una alternativa que, necesariamente, ha de girar en torno a la noción de libertad. Weil reconoce a Marx el diagnóstico del mecanismo de la opresión, pero rechaza la dogmática confianza de sus seguidores en lo que se ha conocido como socialismo científico. “Es hora de renunciar a soñar la libertad y decidirse a concebirla”, escribe.
“La libertad verdadera no se define por una relación entre el deseo y la satisfacción, sino como una relación entre el pensamiento y la acción”, leemos en este libro. La libertad no nace del “capricho”.
El trabajador autómata
Su experiencia en la fábrica le transforma radicalmente. Se da cuenta de que “no hay nada en común entre la resolución de una problema y la ejecución del trabajo”. El mecanicismo al que se ve sometido el obrero es el que le condena a ser un simple engranaje de un proceso en el que no es más que mano de obra, una pieza más del sistema. Esa sociedad industrial que retrata Weil ha evolucionado mucho, es cierto, pero la pregunta sigue estando abierta. ¿El trabajador es tratado, aún hoy, como un mero autómata?
Simone Weil describe una situación paradójica, y es que con frecuencia hay método en los movimientos del trabajo pero no en el pensamiento del trabajador. “Quienes reproducen indefinidamente la aplicación de tal o cual método de trabajo jamás se han tomado la molestia de comprenderlo”, asegura, además de analizar los riesgos de la especialización, sin que el trabajador tenga una visión del conjunto. ¿Ha cambiado tanto este sistema en las grandes empresas? ¿Podemos hoy hablar, en rasgos generales, de trabajo creativo o aún estamos demasiado jerarquizados? ¿Somos mínimamente independientes en nuestras profesiones o simplemente acatamos órdenes sin preguntarnos si son eficaces o mejorables?
Parece como si la orden contuviese en sí misma “una eficacia misteriosa”, ironiza la pensadora.
El trabajador lúcido
“Hay que contar con reglas bien hechas, o bien con el instinto, la prueba o la rutina. Pero, al menos, se puede ampliar poco a poco el ámbito del trabajo lúcido”, propone Weil en lo que se articula como un bosquejo de una sociedad libre. Y añade que bastaría con que el hombre ambicionase establecer un cierto equilibrio entre el espíritu y el objeto al que el espíritu se aplica.
Es francamente curiosa la vigencia de algunos postulados de Weil. Por ejemplo, cuando habla del rol del coordinador. Si todos los trabajadores se responsabilizan del proceso, ejerciendo un control compartido, el poder también será repartido. “La técnica debería ser de tal naturaleza que pusiera en práctica la reflexión metódica”, insiste.
“Un equipo de trabajadores en cadena, supervisados por un capataz, es un triste espectáculo”, llega a decir Simone Weil, que conoce bien la alienación del trabajo donde el asalariado es un cuerpo sin voz ni voto. La cuestión es si, con casi un siglo de diferencia, y con todos los avances tecnológicos que hemos experimentado, esa toxicidad aún la encontramos en nuestras oficinas.
El rendimiento puede progresar a la vez que la lucidez, sostiene. En la actualidad, cuando hablamos de eficacia, ¿de qué hablamos exactamente? ¿Qué excusas estamos ocultando bajo estudios y estadísticas? ¿No escondemos aún, entre protocolos y procedimientos, la falta de talento e imaginación?
Un individualismo no individualista
Estas Reflexiones son una invitación a humanizar la vida y a fomentar la capacidad individual para pensar y actuar. El ser humano, nos dice, no puede aceptar la servidumbre “porque piensa”. Para ello defiende la construcción de la utopía, pero no como una doctrina, sino como una forma de pensar la realidad, una suerte de horizonte al que aproximarse. La libertad es un ideal, sí, pero un ideal que será útil concebirlo “si podemos percibir al mismo tiempo lo que nos separa de él y qué circunstancias pueden alejarnos o acercarnos”.
Weil no tiene nada que ver con la defensa del individualismo depredador. Todo lo contrario. Lo que nos está diciendo es que la facultad de pensar –y, por lo tanto, de comprometerse con una comunidad que no sea una masa uniforme- pertenece al individuo, no a la colectividad. El pensamiento puede juzgar. La transformación, sin embargo, sí que vendrá dada por la comunidad, una comunidad de individuos libres.
La autora, que combina compromiso político y experiencia religiosa, escribe contra “la subordinación del individuo” frente a una comunidad que le puede llevar al “contagio de la locura y el vértigo colectivo”.
La sociedad "menos mala", concluirá Weil, es aquella en la que el hombre es suficientemente soberano para participar en la vida colectiva como ser pensante, y no únicamente como ejecutor. Así se resuelve una aparente paradoja: somos una comunidad más rica, más fuerte y más sostenible cuando somos individuos más responsables, más emancipados y más autónomos. La coacción y la propaganda, lo sabemos, sólo lleva a un lugar: la mediocridad patológica.