Club de Lectura de los Usuarios de la Biblioteca Pública Virgilio Barco
viernes, 27 de febrero de 2015
‘Birdman’: el montaje del director
Ayer , en el taller de escritura, un alumno trajo a la conversación la película de González Iñárritu
Rodaje de la una sola toma, con steadycam para el célebre plano secuencia de Birdman./elpais.com
Aviso al lector: en este artículo se cuenta el final de la película Birdman.
Ayer mismo, en el taller de escritura, un alumno trajo a la conversación Birdman, la película de Iñárritu premiada en la reciente gala de los Oscar con cuatro estatuillas.
La mayoría estábamos de acuerdo en que se trataba de un relato feroz,
construido en el límite de la identidad, en el de la verosimilitud, en
el del desconcierto (aunque también en el del esclarecimiento). Tomo
estás últimas categorías, desconcierto y esclarecimiento, del libro de Freud, El chiste y su relación con el inconsciente,
donde afirma que todo chiste está compuesto de estas dos zonas. El
desconcierto se produce en el arranque (¿a qué viene esto, adónde va,
por qué este tipo me lo cuenta, incluso cuánto le han pagado por
contármelo?), y el esclarecimiento aparece en la segunda parte, cuando
la historia se cierra sobre sí misma y brota la risa, producto de esa
“espera decepcionada”, según la genial definición de Bergson sobre el
humor y que resulta muy pertinente también para la literatura. El chiste
y la literatura nos gustan porque nos “decepcionan” en el mejor sentido
de la palabra, es decir, porque no recorren caminos previsibles. Otra
cuestión, enormemente misteriosa, es que la zona del esclarecimiento se
encuentre siempre oculta en la del desconcierto. Pero eso no lo
averiguamos hasta el final. Una espera decepcionada. Bárbaro.
Pues bien, como ya señalábamos al principio, la mayoría de la clase estaba de acuerdo en que Birdman
era una anomalía narrativa. Toda obra artística debería ser anormal,
tal es su primera obligación, pero dada la existencia de películas y
novelas normales, nos permitimos aplicar la categoría de raro al filme
del cineasta mexicano. Raro, porque la maquinaria narrativa está forzada
al límite como el motor de un coche de Fórmula 1; raro, porque el modo
formal de acometer el proyecto (el tan comentado plano secuencia) se
sale de los cauces habituales; raro, porque los problemas existenciales
de los personajes, aun representando a los de la mayoría de la gente, no
son habituales. Raro, sobre todo, porque los materiales de que está
compuesto el artefacto se necesitan entre sí con desesperación. Eso es
lo que hace perfecto a un relato: su calidad de estructura, entendiendo
por tal un conjunto de elementos interdependientes en el que no puedes
mover uno de esos elementos sin afectar al resto.
Pero he aquí que el día anterior habíamos hablado en la clase del
punto de vista, esa instancia o espacio desde el que se cuenta una
historia y que podríamos simbolizar con el emplazamiento de cámara,
siempre y cuando aceptemos que ese emplazamiento físico es, o debería
ser, la metáfora de un emplazamiento moral (decía Godard que el travelling era una decisión de orden moral). De eso había ido la clase anterior a esta en la que apareció Birdman,
del punto de vista, que, por su complejidad, provocó intervenciones muy
sugestivas. Entonces, después de haberle buscado con entusiasmo todas
sus virtudes al filme de Iñárritu, una de las alumnas intervino para
señalar que si bien estaba de acuerdo con el resto de la clase en que Birdman
era, por decirlo rápido, una obra maestra, “la cagaba” al final, con la
secuencia en que la hija del protagonista, asomada a la ventana por la
que el personaje acaba de arrojarse, lo ve volar en vez de descubrirlo
aplastado en el suelo de la calle.
En efecto, tuvimos que aceptar que Iñárritu,
en palabras de la alumna, “la caga” porque el punto de vista sobre el
que había trabajado durante toda la película implicaba que tanto la
telequinesia del personaje como su capacidad para volar eran delirios
que correspondían a episodios psicóticos. Al objetivar esos delirios,
otorgándoles la calidad de real, destruye todo el edificio anterior,
quizá para dotar al filme de un falso happy end. Esta
interesante discusión nos condujo a las siguientes preguntas: ¿Ese final
salió de la cabeza de Iñárritu o de la del productor, que quizá por
contrato se había arrogado la decisión última sobre el montaje? ¿Veremos
dentro de unos años “Birdman, el montaje del director”, con un final
distinto y coherente con el punto de vista de la película igual que
vimos en su día un final distinto de Blade Runner, donde el
personaje encarnado por Harrison Ford era, como indicaba la lógica
interna del relato, un replicante? He ahí la cuestión. O las cuestiones.