Bastaría con decir que el
cerebro es el domicilio de los pensamientos, las reacciones, y todas las
funciones que hacen posible la vida humana, para describir la
importancia y la complejidad de este órgano. Pero los neurocientíficos,
como Rodolfo Llinás, se han zambullido en sus adentros y lo califican
como el responsable de todos los estados mentales, que no son otra cosa
que la manera como funciona en forma de imágenes, de ideas, de
percepciones, de sueños, de movimiento y de conciencia. Una estructura
misteriosa.
Y enigmática, porque de acuerdo con el mismo Llinás,
el pensamiento, los sueños y la conciencia que hierven en su interior
“parecen generarse sin relación aparente con el mundo externo”. De ahí
que para muchos el cerebro, simplemente, se manda solo.
Lo cierto
es que los humanos confían sin reservas en sus cinco sentidos y les
cuesta admitir que algo tan evolucionado (y tan autónomo) como el
cerebro pueda alterar la percepción de la realidad de la que dependen
para relacionarse con el mundo. En otras palabras, al cerebro se le
tiene una fe ciega.
Del mismo modo, puede resultar decepcionante
saber que el cerebro fabrica imágenes no fidedignas y que hace sentir
las cosas de manera distinta de como ocurren en la realidad, simplemente
porque la evolución le exigió elaborar una serie de trampas para
compensar su debilidad para ayudar a la humanidad a vivir mejor. En
otras palabras, el rey de los órganos recrea la realidad al punto que lo
que la gente percibe es una mera aproximación de lo que en verdad
ocurre.
Aunque duro, hay que aceptarlo: el cerebro recurre al engaño
de una manera presuntuosa para quedar bien y esconder su potencial
fragilidad.
Ahora bien, para entender sus timos, hay que saber
que el cerebro no es, como se pensaba antes, una caja que guardaba una
copia de la realidad de la que echaba mano un aparato sensible cuando lo
activaban los sentidos de manera voluntaria o involuntaria. Nada de
eso, porque un receptáculo tan elemental que tomaba prestada la realidad
no explicaba los sueños, ni las intuiciones ni mucho menos la
psicopatología.
Hoy se sabe que las cosas funcionan más o menos
así: el cerebro, para empezar, tiene una actividad permanente incluso
cuando la persona duerme. Eso le permite recibir estímulos en todo
momento. Cuando un estímulo le llega, generalmente por los sentidos, en
forma de imagen, de sonido, de sensaciones o de pensamientos, fabrica
instantáneamente una maqueta o un simulacro de lo que cree que va a
pasar y lo proyecta como una realidad que compara con lo que tiene
guardado en el cajón de la memoria y la experiencia.
La realidad
le devuelve inmediatamente una verificación o una desautorización del
simulacro. El cerebro corrige y mejora la maqueta y vuelve a
confrontarla con la realidad, y así sucesivamente hasta que la hipótesis
y la realidad lleguen a un acuerdo. En ese momento el cerebro dice
¡quieto! Y se queda con esa realidad, que es la que la persona percibe.
Claro,
para hacer esa maqueta la corteza cerebral tiene varias capas que se
reparten las tareas. Por ejemplo, frente a una cara, una capa responde
por los contornos, otra por el color, otra por las sombras y las más
evolucionadas ponen en contacto todos los sentidos y responden por
sensaciones. De ahí que el cerebro no solo identifique a una persona con
exactitud; también puede desencadenar sonidos, olores, percepciones y
ubicarla en un lugar y un tiempo específicos, proporcionándole una
dimensión afectiva, que nunca es igual en todas las personas que miran
la misma cara.
Vale decir que todos los sentidos y las
experiencias se unen en una especie de glorieta llamada tálamo, que es
como una olla a presión donde se cocinan todas las percepciones. Eso
explica por qué una cara real tiene un significado para unos y otro
diferente para otros.
En términos simples: para el cerebro la realidad no es producto del estímulo que recibe, sino de la modulación de lo percibido.
Obviamente,
la última palabra la tiene el cerebro, y a pesar de las permanentes
“pruebas de realidad” para obtener acuerdos lógicos, se cuelan muchos
errores que pueden distorsionar de cabo a rabo la realidad entregándole a
la gente percepciones equivocadas. Veamos algunas de ellas.
Recuerdos de algo que nunca existió
El
cerebro es incapaz de captar y quedarse con todos los detalles que
rodean una situación y muchas de estas quedan con unas lagunas que muy
orondo rellena automáticamente con cosas que saca de los cajones del
conocimiento y de la experiencia y las ensambla tan bien, que la gente
percibe los hechos como si hubieran ocurrido así, cuando en realidad son
una creación cerebral.
Olvidar las fuentes de información
Parece
que el cerebro no se preocupa por definir los límites de la información
que obtiene de la realidad y la que le llega por la lectura, los
sueños, los pensamientos o las sensaciones. Cuando tiene que echar mano
de algo no siempre distingue de dónde lo toma y puede hacer parecer como
reales imágenes de sueños, de vidas pasadas, de viajes espaciales que
pueden llegar a ser percepciones que la gente interpreta como
verdaderas, cuando lo cierto es que son fruto de sus neuronas. Uno que
otro médium o receptor de mensajes extraterrestres pueden tener su
origen aquí.
La borrachera del sueño
El
cerebro es muy sensible al sueño. Se ha comprobado que no dormir o
hacerlo en exceso produce una especie de embriaguez que lleva a la
confusión y a crear un limbo entre el estado de vigilia y el del sueño,
en el que las personas no diferencian si están dormidas o despiertas, lo
que hace que sus acciones y sus percepciones se aparten y distorsionen
la realidad.
Sin sentidos
Cuando el
cerebro no recibe señales de los sentidos se desorienta y se ve obligado
a fabricar su propia realidad para llenar ese vacío. Se ha visto, por
ejemplo, que las personas que se apartan del ruido o de la luz por mucho
tiempo perciben alucinaciones verbales o visuales. Aunque siempre se ha
dicho que la privación sensorial por lapsos cortos es relajante, la
prolongación de ella deriva en ansiedad, depresión y hasta en
comportamiento antisocial.
Fallas propioceptivas
Todas
las partes del cuerpo le envían información permanente de su ubicación y
condición al cerebro. Esto le permite mandar órdenes, orientar
movimientos, promover acciones inmediatas y evitar daños. Sin embargo,
puede confundirse y no diferenciar, por ejemplo, una prótesis de una
pierna si está cubierta. El asunto es que cuando se da cuenta de la
equivocación, puede bajar la temperatura y la circulación, incluso de la
pierna verdadera, como si negara la existencia de las dos.
Ceguera conveniente
El
cerebro es negado para detectar variaciones visuales en el entorno,
mucho más si simultáneamente recibe otros estímulos que desvíen su
atención. Eso hace que, literalmente, deje de ver cosas que, incluso,
tiene al frente. Esta situación es muy común y se comprueba cuando
alguien se queja de que otra persona no lo determinó a pesar de estar
muy cerca o cuando alguien dice que vio cosas que otra persona niega
haber visto a pesar de haber estado en el mismo sitio.
Oír lo que ve y viceversa
Un
estímulo visual puede hacer que el cerebro modifique lo que está
oyendo. Esto se llama efecto MCGurk y pone en evidencia que este órgano
es proclive a rellenar vacíos perceptivos con lo que cree que puede
servir, y fabricar una realidad que no está sucediendo. Por ejemplo, al
fijarse en el movimiento de los labios, el cerebro puede hacer que se
escuche algo que no se dice. En otras palabras, si lo que se ve no
coincide con lo que se escucha, el cerebro elabora el mensaje que le
conviene a su gusto o necesidad.
Vale la pena ahora detenerse en
una trampa cerebral más perceptiva con una situación que es muy común.
Hay personas muy aprehensivas que creen tener un tipo de piel muy
atractiva para los mosquitos y se quejan porque, según ellas, reciben
más picaduras que otras. La verdad esto también puede ser obra del
cerebro.
Para entenderlo, hay que volver al asunto de las
maquetas y las hipótesis cerebrales. Resulta que el cerebro de la
persona sugestionada por los zancudos construye simulacros permanentes
que están listos para confrontarse ante la realidad de una picadura. Eso
es tan inmediato que con cualquier contacto extraño en la piel, que
puede ser un roce, una presión, una lesión pequeña o una sola picadura,
el cerebro saca su maqueta que en un ambiente lógico (tierra caliente,
intemperie, ventanas abiertas) se valida automáticamente como una
realidad.
Ante esto se desencadenan todos los mecanismos del
cuerpo para enfrentar una picadura. Acto seguido, el individuo se llena
de lesiones dérmicas que se agravan con el rascado, con lo que el
simulacro mental se convierte en una verdad sin discusión. Simplemente
son alarmas cerebrales mal calibradas que se disparan anticipadamente.
No
está de más decir que la descalibrada se aumenta con las fobias, las
ideas irracionales, las creencias, los mitos y los absurdos, la ira, los
celos y el pensamiento místico. Razón por la cual algunas personas
tienen acciones y reacciones que justifican en “certezas” que solo su
cerebro ha fabricado. En estos casos la realidad es insuficiente para
modular la actividad cerebral.
Queda claro que el cerebro engaña a
través de mecanismos muy sofisticados que incluso construyen creencias
que a fuerza de repetirse se convierten en verdades difíciles de refutar
y que maltratan la existencia.
Todo por obra y gracia del cerebro,
ese órgano maravilloso que nos hace individuos únicos e irrepetibles
desplegando, incluso, una adaptación mágica de sus debilidades, que pone
a nuestro servicio.
Con información de:
El cerebro nos engaña, Francisco J. Rubia
(2007); El cerebro tiene truco: las siete formas que tiene de engañar a
nuestros cinco sentidos (actualidad.rt.com/ciencia); Los engaños de la
mente, Stephen Macnik y Susana Martínez-Conde; El cerebro y el mito del
yo, Rodolfo Llinás; ¿Nos engaña el cerebro?, Neurociencia, Neurocultura,
Pacotraver.wordpress; ¿El cerebro nos engaña?, Martha Castro,
Asociación Educar.com; Deep-Brain Stimulation-Entering The Era of Human
Neural, New England Journal of Medicine (2014); The pain in the brain,
New England Journal of Medicine 2013, y The wall between neurology and
psychiatric: advances in neuroscience, British Medical Journal (2008).
Carlos Francisco Fernández