jueves, 19 de febrero de 2015

Cuando los escritores abandonan a sus hijos

Achaco esa falta de crear personajes de ficción a que justo la metáfora ha dejado de tener importancia a favor de reducir lo imaginario a lo cotidiano


El escritor vasco Fernando Marías, ganador del Premio Biblioteca Breve, dotado con 30.000 euros, con la obra autobiográfica La isla del padre. / Toni Albir./cuartopoder.es
El escritor Fernando Marías ha sido galardonado con el Premio Biblioteca Breve de este año con una obra, La isla del padre, donde el autor rememora los años de convivencia con su progenitor, marino. Elena Ramírez, editora de la casa, en la rueda de prensa en la que se dio a conocer al ganador del premio, recalcó que la novela se enmarca en esa corriente de muerte del padre, de pérdida en el ámbito familiar que ahora nos aflige y cita autores de su grupo editorial, Héctor Abad, Rosa Montero, Milena Busquets, cuya narración También esto pasará analizó en cuartopoder.es espléndidamente Elvira Huelbes, aunque también Marcos Giralt Torrente para corroborar el aserto. No le falta razón a la editora, pero creo que se queda corta, ya que han surgido escritores nuevos de una calidad más que aceptable, me refiero a escritores como Sergio del Molino con Lo que a nadie le importa o Carlos Pardo con El viaje a pie de Juan Sebastián Bach, y todo ello si prescindimos de incluir aquí novelas tan celebradas como la última de Javier Marias, Así empieza lo malo, donde apenas se ocultan personas reales, comenzando con él mismo, siguiendo con su tío, Jesús Franco, hasta llegar al cameo con Paco Rico, que han hecho de este rasgo el modo casi único de enfrentarse con la ficción.
Pero mi llamada de atención no es temática, ya que el tema familiar es antiguo en la literatura, desde Crónica familiar, de Natalia Ginzburg a Un mundo para Julius, de Alfredo Bryce Echenique, y todo esto por no aludir a una de las novelas claves del pasado siglo, la de Marcel Proust, sino a la desgana del personaje, al abandono del personaje de ficción que creo cada vez se produce más y considero el síntoma más grave por el que está pasando la novela actual, y ello hasta el punto de que sin personaje de ficción, ese tercer elemento fundamental que decía Maurice Blanchotesencial para la pervivencia de la ficción, ese elemento que se ha quedado reducido para fabricar best sellers y que está plenamente en forma en el mundo del cine, no tanto en el del teatro, podemos pronosticar que no existe la justificación misma del género. La cosa viene de lejos, de Peter Handke, de Sebald… hasta James Ellroy, en A la caza de la mujer, nos cuenta de su madre, Jane Hilliker, violada y asesinada cuando Ellroy era un adolescente y de las posteriores relaciones tormentosas que tuvo con sus mujeres.
Ni que decir tiene que aquí no atiendo a la calidad literaria del texto, por ejemplo, el libro de Ellroy, el libro de un ego exacerbado, es espléndido; de otros, por ejemplo, el que escribió Elena Poniatowska sobre Leonora Carrington llega a ser una decente biografía novelada y poco más, dos libros que a pesar de lo distintos que son tienen en común la querencia por evitar la construcción de héroes de ficción, cuya agonía es lenta pero segura, una especie de cadáver exquisito en el que parece que nadie cree, salvo ya digo para algunos autores de bestsellers y que últimamente se están pasando en masa a los personajes históricos, el mundo del cine y el de las series de televisión, únicos modos narrativos capaces de generar que personajes como Los Soprano, por ejemplo, se incorporen al imaginario colectivo, que es lo que ha hecho durante siglos la épica y su sucesora, la novela.
Uno, que adquirió la pasión por la literatura leyendo poemas y, sobre todo en mi caso, novelas con personajes únicos, más reales que sus autores: el Quijote, Julien Sorel, Leopold Bloom, Madame Bovary, Ana Karenina, Ismael, Huckleberry Finn, David Copperfield, Oliver Twist, Ana Ozores, Torquemada, Joseph K., Raskolnikov -¿dejamos la interminable lista aquí?- reconoce sentirse un tanto inquieto por esta nueva ola de deserción del narrador hacia el propósito que le ha visto nacer y por el que se justifica desde los tiempos de Homero y Gilgamesh, como si hubiéramos olvidado que Adán y Eva, nuestros ancestros, lo son precisamente porque son personajes de ficción y sólo los que confunden la realidad con la letra, es decir, aquellos desprovistos de imaginación son capaces de creer en que partimos de ahí, y ello sin darse cuenta del poder enorme de lo literario, de su poder de transformación: ¿puede dudar alguien de que Lucy es incapaz de competir con la mujer tentada por la serpiente precisamente porque Lucy no es una metáfora sino un vestigio?
Achaco esa falta de crear personajes de ficción a que justo la metáfora ha dejado de tener importancia a favor de reducir lo imaginario a lo cotidiano, un poco como sucedió en el mundo del star system cuando el público comenzó a preferir a actrices que se parecieran a su vecina que a esas diosas inaccesibles que se extinguieron poco a poco según se implantaba el color. El mundo poderoso del personaje de ficción se produce cuando la novela adquiere una importancia esencial en la sociedad, en correlato con la prensa, el siglo XIX: nace la noticia y, a la vez, los personajes de Balzac tan reales que Karl Marx proponía como la única vía para entender cabalmente la Restauración francesa, y el desinterés actual por el personaje es probable que esté en relación proporcional a todo lo que nos diferencia de aquella épica del XIX, cuando el mundo era auroral.
De seguir así uno tendrá que agradecer a Cervantes, a Galdós, a Dickens, a Tolstoi, a Thomas Mann, que no les diese por contarnos su vida, a no ser en lo que antes se llaman memorias, relatos autobiográficos, y que creasen personajes que perduran por siglos. Es probable que en la deserción actual se esté produciendo un desinterés por contar la realidad porque en el fondo atisbamos que ya no somos capaces de llegar a ella salvo en pequeñas dosis, las de propio ego, la de la familia, la de los amigos… en realidad nosotros seguimos siendo los mismos, la que pierde es la literatura y quizá, la propia vida, su significado, que siempre habitó en la ficción.
No es poco.