Semanas antes de estar aquí, en la Rue Martel de París, la misma
calle en la que –a dos cuadras de este living en tonos neutros– vivió
Cortázar, Emmanuel Carrère se había confesado: “Sólo puedo pensar un
problema, político o no, en términos de una historia. El análisis
político está fuera de mis competencias –escribió en el correo
electrónico en el que confirmaba este encuentro en su casa–. Tengo mis
opiniones, como todo ciudadano. Pero no las considero demasiado
interesantes. Mi modo de pensar y entender las cosas no es dando
discursos, escribiendo editoriales o concediendo entrevistas. En
resumen, prefiero evitar temas de los que no tengo experiencia personal y
de primera mano”.
Hoy Emmanuel Carrère ampliará aquella idea: “No
me siento cómodo escribiendo mi opinión. Porque no confío mucho en
ella. Puedo ser convencido muy fácilmente para pasar a pensar lo
contrario de lo que venía pensando. Depende de la gente con la que me
cruce –admite–. Todos tenemos diferentes dones. Creo que soy bueno para
contar lo que la gente piensa y siente en vez de juzgarla o contar lo
que yo pienso al respecto”.
Hoy está resfriado; nos atiende con
unas pantuflas de marca Camper en fieltro gris. Este hombre sereno y de
gesto atormentado, que la literatura contemporánea considera una de las
voces más relevantes de Francia, esta vez hablará sobre su metamorfosis
literaria, sobre cómo dejó de ser un escritor de ficción para pasar a
narrar historias y personajes de la vida real. Es un esfuerzo para él
intelectualizar acerca de un proceso que, dice, se dio naturalmente
cuando en 2000, se concentró en El adversario , la historia real
de Jean-Claude Romand, un francés que durante años engañó a su familia
sobre su profesión y que al verse acorralado asesinó a su mujer, a sus
hijos y a sus padres para que nunca supieran la verdad.
Carrère lleva quince años escribiendo no ficción pero, curiosamente, su último libro editado en español es Una semana en la nieve
, con el que se despidió de la ficción: una novela perturbadora,
narrada desde la perspectiva de un niño –editada por primera vez en
1995– sobre un asesinato pedófilo.
–¿Qué le sucede a un escritor para dejar la ficción y pasar a la no ficción?
Lo que sucedió en mi caso fue que pasé años tratando de escribir El adversario como una especie de ficción. Pero me di cuenta de que no era capaz de
hacerlo. Entonces el proceso de escritura del libro me fue llevando
hacia dos ámbitos íntimamente ligados: el paso de la ficción a la no
ficción y el reemplazo de la tercera persona por la primera. Ambos han
sido extrañamente suficientes para mí.
–¿Intentó inspirase en A sangre fría?
Ha sido una gran influencia. Nadie puede escribir ningún tipo de historia criminal verdadera sin referirse a A sangre fría.
Hubo un momento en el que intenté hacer algo como Truman Capote pero no
me fue bien y escribí otra cosa. La diferencia fue, básicamente, el uso
de la primera persona.
–¿La ficción está en crisis?
No.
Leo ficción, me gusta la ficción. En mi paso personal de la ficción a
la no ficción no hay nada ideológico. No creo que la ficción esté
muriendo ni que sea algo del siglo pasado. Personalmente, como escritor,
no es el tipo de cosa que me sienta capaz de escribir ahora. No me
sucede tener una gran idea para escribir un libro de ficción. Si un día
la tengo, escribiré ese libro con placer.
–Cuando su literatura se ocupa de la vida de gente real, ¿qué es lo que más lo preocupa a la hora de escribir?
Depende.
Uno tiene dos obligaciones: contar la verdad y no herir a la gente.
Trato de que no entren en conflicto pero a veces es difícil. No es lo
mismo ocuparme de Jean-Claude Romand (el protagonista de El adversario)
que escribir acerca de Limònov (el polémico ucraniano que Carrère
conoció en los círculos literarios de París, que apoyó a los serbios en
Bosnia y fundó en Moscú el Partido Nacional Bolchevique y sobre el cual
Carrére editó Limònov en español en 2013) o de mi ex pareja (en Una novela rusa).
Es diferente. Si escribo sobre Limònov no siento las mismas
obligaciones. Es una figura pública, escribió muchos libros donde dice
cosas horribles acerca de otras personas. Si a él le gusta el libro que
escribí sobre él, bien. Si no le gusta, no me importa.
–Alguna vez usted dijo que para sus libros de no ficción suele elegir gente con la que tiene algo en común.
Sí.
–¿Qué tiene en común con Limònov o con Jean-Claude Romand?
El
interés para mí suele estar en el equilibrio entre dos aspectos: que el
personaje que elijo tenga algo que ver conmigo, tenga un eco en mí y,
al mismo tiempo, debe ser algo que me sea completamente ajeno. Hay
muchas cosas que no tengo en común con Limònov ni con Romand. No maté a
mi familia, no mentí por 20 euros y no soy fascista como Limònov, pero
es parte de mi tarea como escritor, y esto no es intelectual, explorar
el vacío que hay entre la imagen que uno da a los demás y lo que uno
piensa de sí mismo.
–Su literatura genera empatía por
casi todos sus personajes. Cuando escribe, ¿cuál es la principal emoción
que intenta transmitir?
Trato de que el lector comparta lo que siento. A veces es divertido, otras es perplejo, otras es triste, otras caótico.
–¿Qué es más importante: lo que se escribe o cómo está escrito?
Como escritor y como lector, lo más importante para mí es el modo como se escribe una historia.
–¿Alguna vez reflexionó sobre el modo en el que usted cuenta historias?
Lo
mejor que sé hacer es hablar desde mi propia experiencia por más ajeno o
lejano a mí que sea el tema del que estoy escribiendo. No creo en la
objetividad ni en la verdad como absolutos.
–¿Siente algún tipo de atracción por la tragedia?
Me
gustaría tener que decir que no pero la respuesta es sí. El hecho es
que nunca me sentí especialmente atraído por una historia calma y
pacífica.
–No es un pecado.
No,
no lo es. Pero uno de los principales objetivos para mí, cuando
escribo, es lograr extender los horizontes, la visión de la vida y, en
ese contexto, focalizarme en la tragedia. Bueno… en la vida no hay sólo
tragedia. No me he confrontado personalmente con la tragedia. Sí he sido
testigo del tsunami que narro en De vidas ajenas.
Mi familia y yo quedamos separados. Gracias a Dios, no he perdido un
hijo allí. Estuve junto a gente que sí. Pero uno no puede dejar de
pensar “me podría haber pasado a mí”. Y ésa es una de las reglas de la
empatía: ser capaz de proyectar algo de uno mismo. Por ejemplo, no he
sentido empatía por las cosas horribles que hizo Jean-Claude Romand,
pero tuve en común con él la idea de sentirse un impostor, de no estar a
la altura de las cosas. No sería capaz de escribir acerca de un asesino
serial. Me espanta, me aterroriza, pero no siento nada en común con un
asesino serial. Con Romand, sí. Hay algo muy humano en su historia y sin
eso no hubiera sentido afinidad para escribir sobre él.
En Francia, a fines del año pasado Carrère publicó Le Royaume ( El reino
) –todavía no traducido–, seiscientas páginas donde pone en escena el
origen del cristianismo. “Comencé este libro hace más de veinte años,
durante un extraño período de devoción religiosa –confesará–. La parte
más delicada fue la autobiográfica en la que busco contar aquel período
en el cual iba a misa todos los días. Tengo la impresión de haber tenido
una relación totalmente neurótica con la fe.” Y explica por qué hoy no
cree en Dios pero sí en la idea de un reino: “La idea de Dios no tiene
ningún lugar en mi vida. Y la promesa de un más allá no me dice mucho
más –aclara–. En cambio, la idea de que haya una dimensión de la vida un
poco más difícil de ver de aquella que es evidente a nuestros ojos,
aquella que Jesús llama ‘el reino’, esto sí me parece deseable y tiene
un sentido para mí”.
Si hubiera que definir la idea de reino, él
dirá que “la fórmula central, para mí, es ‘Los primeros serán los
últimos’. Y viceversa. Es la inversión, el ‘quien pierde, gana’. Creo
que es el mantra fundamental del cristianismo. Sigue siendo algo
extremadamente extravagante y revolucionario”.
En Francia, el país con mayor cantidad de
musulmanes de toda Europa, el libro fue atacado y alabado. Emmanuel
Carrère le dijo a Le Monde que se trata de “un libro sublime, de
extraordinaria consistencia novelesca”. Defendió a su colega en un
artículo que el Corriere della Sera reprodujo completo. “Me he
preguntado qué pensará de verdad Houellebecq y qué pienso yo mismo de
todo esto. Comienzo por mí, no porque sea más sencillo –en realidad no
sé bien qué pienso sobre este tema resbaladizo–, sino porque he pasado
los últimos siete años escribiendo un volumen gordo – El reino – sobre
los inicios del cristianismo y me impacta que el mundo antiguo, entre
los siglos I y IV, se haya sentido gravemente amenazado por una religión
oriental intolerante, fanática, cuyos valores eran enteramente opuestos
a los suyos –dice Carrère–. Las mejores mentes temían algo así como una
‘gran sustitución’. Y bien, esta ‘gran sustitución’, esta mezcla contra
la naturaleza del espíritu de la razón greco-romana y de la extraña
superstición judeocristiana ocurrió de verdad. Y eso que resultó es lo
que no de un modo insignificante se llama civilidad europea. Muchos
intelectos, de nuevo, creen que hoy esta civilidad está amenazada; yo
considero tal amenaza real pero no es imposible que sea también
fecunda”.
“Que el islam más o menos a largo plazo no represente
el desastre sino el porvenir de Europa, como el judeocristianismo fue el
porvenir de la Antigüedad. A mí me gustaría creer que eso implique una
adaptación del islam a la libertad de pensamiento europea: es aquí que
me alejo de Houellebecq, quien debe considerar ‘el islam de las luces’
como una contradicción en los términos, una fantasía pía de idiota útil o
de humanista (palabra que, como él dice, le da ‘ligeramente ganas de
vomitar’). La grandeza del islam, si he leído bien, no es la de ser
compatible con la libertad sino la de desembarazarnos de ella. Y,
precisamente, ¡qué liberación!”.
El lector en su celda
El autor dio a conocer Una semana en la nieve , su último libro
publicado en español, en 1995. Por entonces Jean-Claude Romand, quien se
convertirá en el protagonista de El adversario y en prisión desde 1993
por haber asesinado a toda su familia, se negaba a ser visitado en la
cárcel por Carrère. Jamás había respondido la carta que el escritor le
envió. Hasta que un buen día, dos años después, llegó a sus manos Una
semana en la nieve : “Bourg-en-Bresse, 10-9-95. Señor: No es la
hostilidad ni la indiferencia a sus propuestas lo que explican un
retraso tan largo en mi respuesta a su carta del 30 de agosto de 1993
–escribió Romand–. Otra circunstancia fortuita me ha influido en gran
manera: acabo de leer su último libro y me ha gustado mucho.” En
español, El adversario se publicó catorce años antes que Una semana en
la nieve.
–Como con muchos autores extranjeros, sus libros se
editan en otros idiomas en una secuencia diferente a la original. ¿Esto
es negativo?
–Nunca reparé en eso. Seguro que los lectores más
atentos se darán cuenta pero para el lector medio, cuando lee un libro y
le gusta, tal vez compra otro del mismo autor sin prestar atención a la
fecha. Como lector, hay muchísimos autores extranjeros que leo
exactamente en esas condiciones y no me molesta. Es divertido armar esta
especie de rompecabezas con pequeñas piezas.