martes, 17 de febrero de 2015

Violencia Sagrada, nefasta confusión entre la religión y la política

¿La violencia es inherente a la religión o se trata de una perversa aberración?

Militares iraníes desfilan con una imagen del ayatola Jomeini, quien fortaleció la teocracia en Medio Oriente./eltiempo.com

Pero el Islam no ha vivido ni el Renacimiento, ni la Reforma, ni la Ilustración. De ahí la tendencia de muchas de sus corrientes al fundamentalismo radical”.
Es un hecho: muchos más crímenes se han cometido en nombre de Dios que del diablo. Basta repasar un poco la historia: Jehová ordena masacrar a los amalecitas, “sin perdonar a nadie… mata a hombres y mujeres, niños y lactantes, bueyes y ovejas, camellos y asnos (1 Samuel 15).
El piadoso Simón de Montfort tortura y extermina a los herejes albigenses en nombre de Dios (1215); los cruzados con el mismo pretexto cometen toda clase de atrocidades en su conquista de Tierra Santa al grito de ‘Dios lo quiere’ (1099).
Y en 1649 los devotos soldados puritanos de Cromwell masacran a los ‘idólatras’ católicos de Irlanda. Y ello para no hablar de las persecuciones de la Inquisición y de las guerras de religión en Europa del siglo XVII, tan crueles que hicieron exclamar a Pascal: “el hombre nunca mata con más entusiasmo que cuando lo hace en nombre de una religión”. Y hasta los asesinos nazis de la SS portaban cinturones con la leyenda ‘Dios está con nosotros’.
Podemos por tanto preguntarnos si la violencia es inherente a la religión o si se trata de una perversa aberración, demasiado persistente en verdad. Pero es también cierto que en todas las religiones son muchos los seres humanos que han dado muestras de elevación moral, generosidad, abnegación e incluso santidad, y que grandes masas han guiado sus vidas de acuerdo con principios religiosos que ordenan hacer el bien.
Este asunto es más complejo de lo que parece porque en todas las grandes religiones, con la notable excepción del budismo, hay muchos textos que invitan al odio, la exclusión, la persecución y la violencia al lado de otros que prescriben la tolerancia y la caridad. Así por ejemplo en el salmo 139, 21,22 leemos: “¿No odio, Señor, a los que te odian?… los odio con odio perfecto”, al tiempo que Jesús ordena: “Amad a vuestros enemigos (Mateo 5-44).
En el Islam un autorizado intérprete del Corán, el ayatola Jomeini explica: “quienes no saben nada del islamismo creen que es contrario a la guerra. Estos son estúpidos. Solo con la espada se puede conseguir la obediencia de la gente, hay cientos de salmos coránicos y hadith (dichos del profeta) que invitan a los musulmanes a estimar la guerra y a combatir…” como el que dice “Matad a los idólatras dondequiera que los encontréis”. Pero también se enseña en el Corán a devolver el mal con el bien, a perdonar y a ejercer la moderación (42: 37, 2: 190, 5: 48).
Esta ambivalencia de textos que se consideran sagrados ha sido calamitosa para la cultura y es fuente inagotable de feroces conflictos y de degradación de la religión, como ocurre con el terrorismo de los extremistas islámicos. Lo fundamental es tener en cuenta que lo verdaderamente religioso, la vivencia íntima de lo santo, no puede confundirse con las manifestaciones culturales de variados contextos históricos y circunstancias entre las cuales la confusión entre religión y política es la más nefasta.
No hay ni puede haber ningún malabarismo hermeneútico que justifique considerar como revelaciones divinas textos impregnados de fanatismo y violencia. A menos que se crea que Dios es un tirano sátrapa son apenas expresiones de las pasiones humanas, las peores sin duda.
Las religiones también deben evolucionar en su búsqueda de lo divino. La Iglesia católica lo ha hecho a partir del Concilio Vaticano II y es muy valiosa su aceptación de la libertad de conciencia. Pero el Islam no ha vivido ni el Renacimiento, ni la Reforma, ni la Ilustración. De ahí la tendencia de muchas de sus corrientes al fundamentalismo radical. Y ello a pesar de que el Corán enseña hablando de la guerra justa: “Dios no ama a los que se exceden” (2:190).
Y si la violencia es ‘la partera de la Historia’ como decía Marx, también puede ser la sepulturera de la civilización.
Gonzalo Echeverry Uruburu
gonech@hotmail.com