Más de 80 certámenes con alrededor de 150 invitados nacionales e internacionales se presentaron durante el festival literario
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El premio Nobel de literatura de 2008, Jean-Marie Gustave Le
Clezio, fue una de las figuras más relevantes de Hay Festival./elespectador.com
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“En estos festivales uno siempre se encuentra, en alguna mesa de
otro, con algo que resulta intelectualmente muy estimulante. Son como
pequeñas entraditas de emisión de creatividad. Además, la curaduría de
las mesas de este festival en específico es muy buena: los temas, los
autores, la manera en que se cruzan y están programadas las charlas”,
dijo la periodista y escritora Leila Guerriero a propósito del Hay. No
hay duda. El nivel teórico y académico del Hay Festival suele ser alto, y
esta vez no fue la excepción.
También suele trascender los
límites de lo literario invitando a cineastas, músicos, periodistas. Sin
embargo, esta versión en particular abarcó más ámbitos del conocimiento
que nunca y los trató como si todos fueran parte de un todo que no es
necesario subdividir. Hubo charlas sobre cine, sobre música, sobre
literatura, sobre música y literatura, sobre medio ambiente, sobre
género, periodismo, arte, sobre el ensayo y su relación con lo artístico
y lo literario, sobre política, sobre urbanismo; y también hubo cine,
conciertos, obras de teatro, talleres de escritura.
Steven Pinker
habló de psicología, y al mismo tiempo de filosofía de la mente,
filosofía del lenguaje, ética y ciencia. Andrew Solomon mezcló la
psicología con los estudios de género en su primera charla, y luego, en
la segunda, junto a Brigitte Luis Guillermo Baptiste, insertaron las
ciencias biológicas en el debate. Juan Villoro, Jon Lee Anderson,
Marcela Turati, Alfredo Molano, Leila Guerriero, todos hablan de la
crónica como un género que se mueve –a veces más, a veces menos– entre
el periodismo y la literatura. Le Clézio y Cercas se aproximaron a la
verdad y a su juego con la ficción, haciendo tambalear la aparente
transparencia de los textos. Petros Márkaris y (de nuevo) Le Clézio,
hablaron sobre el sentido de pertenencia y la búsqueda de una identidad
que se descubre a través de la escritura. Muchísimos autores abordaron,
también, el tema del recorrido, del viaje como fuente para la escritura
tanto periodística como literaria, y como una manera para encontrase a
sí mismo. Y aún más autores pusieron en el centro a la literatura como
un medio para hablar del otro cultural, ajeno, lejano. Resaltaron que el
poder de la literatura está en captar complejidades, y en no reducir a
ese otro a imaginarios exóticos u “orientalistas”, como diría Edward
Said.
La literatura, y la escritura en general, fueron
presentadas, desde muchos ángulos, como el camino hacia el
descubrimiento y la ruta hacia un acercamiento honesto hacia el pasado,
hacia el afán de comprender hechos históricos traumáticos y fenómenos
que no se han descifrado del todo, que no se poseen.
África estuvo
muy presente en las charlas, tanto en boca de escritores europeos que
viajaron a ella y documentaron su experiencia (Rhidian Brook) o tienen
una relación de alguna manera originaria con ella (Lé Clézio), como de
escritores africanos como Taiye Selasi y Binyavanga Wainai. Se habló del
desafío de escribir y publicar en países subdesarrollados y en vía de
desarrollo en África y América del Sur, del reto de hacer un periodismo
inependiente, de continuar haciéndolo en contra de las pérdidas
económicas y, sobre todo, de seguir reporteando en medio de conflictos
actuales en los que los periodistas arriesgan la vida. Y se habló de
paz, el tema que nos incumbe ahora a los colombianos.
Sin embargo,
dos cosas hacen falta en el Hay Festival, justo en estos momentos en
que muchos añoramos el país del pos conflicto. La primera, que va por
cuenta del público, es dejar de lado la animalidad: abalanzarse sobre
una silla en las primeras filas, cuidarles puesto a cinco amigos que
nunca llegan, colarse en la fila de las firmas de los libros –ritual tan
añorado por el público y tan agotador para los autores–, exigir filas
exclusivas para quienes tienen acreditación. Supongo que esa voracidad
es difícil de cambiar, no sólo porque a veces parece ser parte esencial
de nuestra cultura, sino porque hace también parte de nuestro ser, de la
condición humana –mitad humana, mitad animal–. Sin embargo, un país en
paz no sólo se negocia en La Habana, se construye desde el respeto
cotidiano hacia el otro.
Lo segundo, que va para el festival –y,
creo, podría ser más rápidamente modificado–, es que el Hay sea un
festival más democrático. Necesita expandirse más porque, además, la
demanda lo amerita. Necesita encontrar nuevos espacios, ofrecer más
talleres y más charlas gratuitas. Tal vez sea difícil, pero no
imposible. Después de todo, la cultura no sólo debería llegar a los
educados, a quienes pagan por una boleta para sentarse en una silla del
Adolfo Mejía, que para los cartageneros sigue siendo el Teatro Heredia.