lunes, 16 de febrero de 2015

Julio Flórez Roa y el Caribe

En febrero de 1923 falleció en Usiacurí Julio Flórez, quien había nacido en Chiquinquirá en mayo de 1867. Flórez fue uno de los poetas más populares de comienzos del Siglo XX

Julio Flórez, poeta colombiano./elespectador.com

En el 91 aniversario de la muerte de nuestro poeta nacido en Chiquinquirá el 22 de mayo de 1867, datada el 7 de febrero de 1923, a los 56 años de edad, en Usiacurí, departamento dizque de El Atlántico, cabe reflexionar acerca de su presencia y enraizamiento en este lugar de la costa norte colombiana luego de un periplo, entre 1905 y 1908, por Centroamérica, Cuba, México, España y París, pletórico de reconocimientos, agasajos y aplausos, que de tal tamaño fue su impresionante popularidad, así como la de su contemporáneo José María Vargas Vila (Bogotá,1860-Barcelona,1933), dentro y fuera de Colombia, iniciado en Bogotá, durante el gobierno de Rafael Reyes y finiquitado en 1909 cuando de regreso a su país echó las anclas de su velero trashumante en Barranquilla, según consejo del médico currambero, Julio Vengoechea, conocido suyo, y consultado por él en Panamá sobre sus padecimientos físicos, recomendándole visitar Usiacurí, remanso colombocaribeño reconocido entonces por sus aguas termales salutíferas.
Fue el ídolo indiscutible de la llamada Gruta Simbólica, grupo político-literario que integró más de 60 contertulios, surgido en Bogotá durante los agobiantes años de la llamada Guerra de los Mil días, cuando los conservadores recalcitrantes mantuvieron en esos turbios años entre 1889 y 1903 a jóvenes liberales y conservadores, moderados o no, en una zozobra permanente, a pocos pasos de la muerte, haciendo de ellos presas propicias para las cárceles, los fusilamientos y alimento de las guerras civiles, en aras de satisfacer sus gulas de poder.
Por ello, Julio Flórez y sus cofrades convirtieron la Gruta en una especie de agradable club nocturno de resistencia literaria y bohémica, (un «círculo de oposición», como diría Luis María Mora, Moratín), enrumbado a burlarse y ridiculizar el régimen con improvisaciones (repentismo, calambures y charlas sobre los autores más leídos por el grupo: Espronceda, Campoamor, Zorrilla, Bécquer, Musset, Víctor Hugo, Verlaine, Baudelaire y Darío), representaciones teatrales (sainetes, zarzuelas, comedias), concursos, procesos literarios, conciertos con su estudiantina (pues muchos eran músicos, como sabemos del mismo Julio Flórez), a fin de soportar la opresión y represión políticas del momento, de frentear con la crítica valerosa, humorosa (el humor y la risa son aliados de la libertad) y provocadora los desmanes de los «dictadores» conservadores de turno, Caro y Marroquín, y de escandalizar la vida pacata, hipócrita y solapada de la alta sociedad bogotana, parte de las 120.000 personas que apenas eran la capital del país otrora, residenciados por los alrededores de la plaza de Bolívar, muy cerca de la casa 203, en la acera occidental de la carrera 5ª, entre las calles 16 y 17, de propiedad de Rafael Espinosa Guzmán (Reg), miembro de una familia adinerada de Bogotá y tesorero perpetuo de la Gruta, donde su patota literaria celebraba ruidosas, bohémicas y extravagantes reuniones.
En nuestra historia literaria, insisto, ningún otro poeta ni escritor ha logrado la popularidad de Julio Flórez Roa (a excepción, repito, de José María Vargas Vila), exaltado con tan notable distinción, según Moratín, su gran migo y compañero de faenas en la Gruta, porque «había llegado al lo más hondo del corazón de las multitudes, y las multitudes habían penetrado bien adentro en el alma del poeta. De otra manera no se habría realizado el milagro de que todo un continente cantara sus canciones y le saludara como el más exacto representante de sus más íntimos sentimientos». Y a causa de esa popularidad, merecida porque el poeta, al revés de los otros contertulios, frecuentaba garitos, tiendas, cantinas y chicherías para cantar y recitar, impregnándose del almizcle popular y de los sentimientos de esos sectores sociales excluidos por los grupos dominantes en el poder: terratenientes, comerciantes y hacendados de la Sabana de Bogotá, Julio Flórez era, para por ejemplo Miguel A. Caro, «capaz de tumbar gobiernos», añadiéndose a esta circunstancias un ingrediente más: el aspecto político de su poesía muy manifiesto en algunos de sus poemas como Al Chacal de mi patria, Oh poetas, Un eclipse, Al llegar a Cuba y en el poemario Flecha Roja. (1).
Acordonado a lo anterior, estaba la actitud personal del poeta que a diario lucía una vestimenta estrafalaria y un comportamiento arrogante y desafiante del medio social (que así ocurría con su amigo José Asunción Silva, otro romántico a deshora como Julio Flórez), un talante blasfemo contra la iglesia, unida a la grupal de algunos amigos suyos con quienes visitaba cementerios para serenatear a los muertos, que libaban licores y vinos en cráneos humanos, actos provocadores que embarazaron de mucha animadversión hacia el poeta la esfera del gobierno civil y eclesiástico y el ánimo escandalizado de la «crema y nata» de la sociedad santafereña, al comento de su buen amigo y admirador y un poco biógrafo, Moratín, y disparador del deseo de búsqueda de un espacio vital propicio, desagobiante, y de paz para su alma atribulada de poeta liberal radical (víctima de persecuciones, encarcelamiento y antipatías por el régimen ultragodo de Marroquín y del carnicero Aristides Fernández, su ministro de gobierno, a quien el poeta Flórez Roa llamó «el chacal de mi patria», creador de una poesía juzgada con ligereza, menosprecio y displicencia por cierta vertiente de la crítica literaria que perezosamente no la ha pensado como una actitud asaz contestaria y propositiva frente a los moldes literarios impuestos en el angosto medio social, cultural y político capitalino aun por los mismos románticos y los «aristocráticos» representantes de El Mosaico, esa otra gran tertulia bogotana del siglo XIX en nuestro país, a la que, por cierto, perteneció Marroquín, y frente a la cual la Gruta fue la irreverencia, la desacralización y el «aplebeyamiento» literarios.
Sin meditar en lo que sostengo en mi investigación Lectura sociopolítica de El Mosaico y la Gruta Simbólica, auspiciada por una beca del entonces Colcultura en 1995, en el sentido de que Julio Flórez fue un transgresor retórico que utilizó «imágenes translúcidas, desproporcionadas y desbordantes muy por encima de la apetencia de los perfumados, presumidos y minoritarios literatófagos contemporáneos suyos, con el objeto de pasar por original; porque hizo descripciones originales y versos con un léxico escaso, y , más insólito, aún, sin des-lumbramientos ni rimbombancia, desechando la pomposidad (a pesar de que fue el último de los románticos) y la eteridad de los modernistas…y porque renovó la rima modificando el molde clásico del soneto al inventar el llamado sinfoneto, que su biógrafo Aurelio Martínez Mutis define diciendo que fue «un soneto sinfonizado, como hacen los músicos al orquestar ciertas cosas, ciertos temas altos, vastos y profundos…» compuesto de 3 cuartetos y 3 tercetos que conservan su unidad en los unos y en los otros, y porque Julio Flórez Roa fue a la vez lírico y épico y propietario de una imaginación fulgurante».(Ob., cit., p.253)
Y ostentando una lamentable ignorancia acerca de que Julio Flórez vinculó su poesía a la política partidista (fue un liberal radical como su padre, el médico Policarpo Flórez y sus hermanos), y ella devino un espejo en donde el pueblo se vio reflejado con sus dolencias, sueños y aspiraciones, y la elevó a la altura de la acción, de la lucha por la justicia, la igualdad, la libertad, la tolerancia y el respeto al ser humano, tal como se colige de los poemas antes mencionados, en especial del poemario Flecha Roja que el poeta Flórez, en un viaje de Barranquilla a Bogotá, le entregó al líder liberal Rafael Uribe Uribe en 1912 y del cual éste, en carta de 16 de abril del año siguiente, le comentó, entre otras cosas, lo que va: «…se que de sus magníficos sonetos hacen lectura pública nuestros copartidarios en todos los Distritos del país a donde el folleto ha llegado y que esta alta nota de tan singular belleza, al resaltar en la aridez de la política, ha contribuido mucho a apretar los vínculos de la organización y de la disciplina liberales, para provecho de la causa y del país. Gracias efusivas le sean dadas a Ud. por estos resultados prácticos de su inspiración». (Lectura Sociopolítica de El Mosaico y la Gruta Simbólica. (p.264).
La misma atmósfera atosigante que respiró José A. Silva (más romántico que modernista y notable contemporáneo suyo), por razones completamente distintas a las que conturbaron el alma de Julio Flórez, hizo que ambos buscaran romper el cerco de la hostilidad que afrontaron, hasta el punto de que el primero dirigió su errabundia hacia el mar y Europa, pero sin afianzar sus pies en esas latitudes, mientras que Julio Flórez, quien también estuvo en París, prolongó y frenó su crucero liberador en el Caribe colombiano, en donde encontró felices razones para ello, tratándose, sin embargo, en ambos casos de lo enunciado por Rafael Argullol, al respecto del viaje de los románticos en general, en su libro La atracción del abismo: « El héroe romántico es, en el sueño o en la realidad, un obsesionado nómada.
Necesita recorrer espacios-los más amplios a ser posible- para liberar su espíritu del asfixiante aire de la limitación. Necesita templar en el riesgo el hierro de su voluntad. Necesita calmar en geografías inhóspitas la herida que le produce el talante cobarde y acomodaticio de un tiempo y una sociedad marcados por la antiépica burguesa. El romántico viaja hacia fuera para viajar hacia adentro, y al final de la larga travesía, encontrarse a sí mismo. Por eso el Mediterráneo, Oriente, América, los Mares del Sur, lo mismo que los itinerarios cósmico oníricos, no son otra cosa que los distintos sueños de una noria que sólo se pone en movimiento para procurar alimento a una subjetividad excepcionalmente hambrienta e insatisfecha. De esta manera, el viaje romántico es, al mismo tiempo, y según dos impulsos solo aparentemente antagónicos» via a la conquista de sí mismo» y «fuga sin fin». (Ob., cit., pp. 84-85). Estamos, entonces, frente a un periplo existencial inmersivo del sujeto rumbo a su Yo, a sí mismo, pues como anota Argullol, «Al lado de este viaje romántico hacia el Yo, la mente romántica experimenta una real necesidad de encontrar su identidad a través de la acción física y de la contrastación de su voluntad con la «realidad hostil», es decir del riesgo». (Ob., cit., p. 85). (Me apropio de las cursivas).
Dice Moratín que dada la antipatía contra Julio Flórez, de parte del gobierno, la iglesia y la hipócrita sociedad bogotana, en razón de las acusaciones de sus enemigos como blasfemo, anticlerical, tanatofílico y profanador de cementerios, el poeta allegó, durante el gobierno de Rafael Reyes, unos dineros para hacerse a la mar por el Caribe, no muy gustoso que digamos, asumiendo muchos riesgos, pero confiado, sin embargo, en la prestancia continental que su obra le había ahorrado, dispuesto a realizar, ya cuando el esplendor de la Gruta se había marchitado, su viaje romántico para encontrarse a sí mismo y descubrir la identidad que se le había confundido entre los fragores de una guerra ya cancelada, la bohemia, la extravagancia, en el ambiente sórdido de las tiendas y los garitos de aquella caótica Bogotá de los primeros años del siglo XX, y necesitado de reposo físico y espiritual y de la salud, debido a sus mortificantes males gástricos, consecuencia del uso excesivo del ajenjo, y a la presencia de un melanoma en su boca, que lo llevó a la tumba, sin evadir el hecho de que estando fuera de Colombia por su propia cuenta, Rafael Reyes aprovechó esta circunstancia para mantenerlo lejos del país, que tal era aún el ascendiente político y popular del poeta, nombrándolo, al estar en México, en 1907, Secretario de la Legación de Colombia en Madrid, a partir de septiembre de ese año, hasta finales de 1908, cuando regresó a Colombia, en 1909, acuciado por la nostalgia y sus dolencias corporales.
Y el «héroe romántico» que fue Julio Flórez, protagonista del mutis catártico, liberador y renovador por entre las ventanas del viento y sobre las olas del Caribe para sanar su alma, al retornar al útero matrio aquietó su nomadismo en Usiacurí, amable pedazo de nuestro Caribe colombiano, disfrutando allí, por fin, los mejores años de su vida rodeado de una paz bucólica, en medio de la cual llegó el sosiego que menestaban su mente y su corazón. Pero aquella salud física y espiritual que le fue propicia de manera sobrada en Usiacurí fue posible por la fuerza milagrosa del amor, concretado en dos manifestaciones extraordinarias: el amor a la naturaleza, que es también una característica distintiva de los románticos, y el amor humano, encarnado en una hermosa adolescente de 16 años, Petrona Moreno, descendiente del padre de la novela en Colombia, Juan José Nieto, 28 años menor que él, a cuyos pies reposó y rindió los remos de su errancia, una vez que la conoció durante una sesión solemne del colegio donde ella estudiaba, ocasión en que ella recitó unos versos del poeta, madre de sus hijos y bálsamo para su alma urgida de sanación, la cual, una vez conseguida, motivó la confesión del poeta al periodista y escritor ocañero ya fallecido, Luis Enrique Osorio, de que «el amor a la naturaleza transformó mi espíritu. Tanto que yo he venido a amar la vida después de los cuarenta años».
Y por obra y gracia de Usiacurí, también disfrutamos hoy del otro poeta que estaba agazapado dentro del venerado Julio Flórez tradicional, en el genial trovador popular, repentista, sentimental, descuidado a veces, cuya buena obra, la «que está cifrada en cantos de legítima grandeza», como dice el maestro Rafael Maya, en su prólogo al último libro del poeta Flórez, Oro y ébano (1943), gestado precisamente en Usiacurí, quedó relegada por las «canciones demasiado fáciles, las coplas insignificantes, o las estrofas falsamente sentimentales». (Ob., cit., p. ix). Pese a ello, es menester observar que en su momento tanto Julio Flórez como Silva navegaron el bajel de su poesía entre dos aguas, las románticas y las modernistas, siendo ambos románticos a deshora, con la particularidad de que Flórez, como enfatiza el maestro Maya, «representaba una fuerza en ocasiones genial, que si no cuadraba dentro de ciertos preceptos modernistas, que eran el imperativo del momento, correspondía perfectamente a la mentalidad media de su pueblo y expresaba sin complicaciones la confusa psicología de un país pobre e idealista, con militares poetas, gramáticos presidentes y revolucionarios piadosos» (Ob, cit., p.VIII).(Reclamo las cursivas). Sin duda, esta anotación resulta valiosísima para discutir la afirmación de Antonio Rivadeneira Vargas (El Heraldo dominical, 18 de mayo de 2008, pp. 6,7 y 8), quien se adscribe a la opinión de varios autores convencidos de que Flórez es modernista, asunto que, a mi manera de ver, todavía está por dilucidarse en el mismo Silva. (La negrillas y cursivas son mías).
Deteniéndonos, entonces, ya para acabar, en Oro y ébano, aquí nos sorprende gratamente, sin duda, el nuevo tono del poeta Flórez, que aunque tampoco tiene que ver para nada con un supuesto modernismo en su poesía, si es el resultado de lo que le prodigó su «viaje romántico»: el encuentro consigo mismo, el estar frente a frente con su propia alma, poderosa razón por la cual en este poemario, donde si bien no todo es de una extrema excelencia, si asistimos al encuentro con una poesía digna, seria, mesurada, introspectiva, tierna, sinceramente confesional, autocrítica, explicando así el maestro Maya la metamorfosis poética del bardo chiquinquiusiacureño: «Hay una circunstancia ocasional que explica este nuevo tono. Flórez, en la época en que escribió estas composiciones, vivía tranquilamente en Usiacurí, pueblo amable y pintoresco de la costa atlántica, y había formado un hogar respetable y era poseedor de una decorosa fortuna pecuniaria. La bohemia bogotana había arruinado su salud y él acudió a ese geórgico retiro en busca de aguas medicinales y de tranquilidad espiritual…En Usiacurí comenzó una nueva vida y, al par que la salud física, sintió renacer las fuerzas creadoras de su espíritu…Otra cosa le otorgó, más preciosa que las comodidades personales, el privilegio de la meditación…Nunca, en realidad de verdad, había estado frente a sí mismo, si no era para decirnos su eterno monólogo sobre el amor desesperado…»(Ob., cit., p.xviii)

Nota y Textos Consultados

1. El conocimiento del poemario Flecha Roja y de la carta de Rafael Uribe Uribe al poeta Julio Flórez, me fue posible porque el hijo del poeta, el médico Julio Flórez Roa, residenciado en Barranquilla y fallecido hace algún tiempo, gentilmente me lo hizo llegar para la investigación que aquí menciono sobre El Mosaico y la Gruta Simbólica..
—Todo nos llega tarde, biografía de Julio Flórez por su sobrina-nieta Gloria Serpa Flórez de Kolbe, Editorial Planeta, Bogotá, 1994.
—Croniquillas de mi ciudad, Luis María Mora, Moratín, Biblioteca Banco Popular, v. 37, 1ª edición, Bogotá 1944.
—La atracción del abismo, Rafael Argullol, Editorial Bruguera, 1ª edición, Barcelona, 1.983.
—Oro y ebano, Editorial ABC, Bogotá, 1943. Prólogo del poeta Rafael Maya