En
febrero de 1923 falleció en Usiacurí Julio Flórez, quien había nacido
en Chiquinquirá en mayo de 1867. Flórez fue uno de los poetas más
populares de comienzos del Siglo XX
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Julio Flórez, poeta colombiano./elespectador.com |
En el 91 aniversario de la muerte de nuestro poeta nacido en
Chiquinquirá el 22 de mayo de 1867, datada el 7 de febrero de 1923, a
los 56 años de edad, en Usiacurí, departamento dizque de El Atlántico,
cabe reflexionar acerca de su presencia y enraizamiento en este lugar de
la costa norte colombiana luego de un periplo, entre 1905 y 1908, por
Centroamérica, Cuba, México, España y París, pletórico de
reconocimientos, agasajos y aplausos, que de tal tamaño fue su
impresionante popularidad, así como la de su contemporáneo José María
Vargas Vila (Bogotá,1860-Barcelona,1933), dentro y fuera de Colombia,
iniciado en Bogotá, durante el gobierno de Rafael Reyes y finiquitado en
1909 cuando de regreso a su país echó las anclas de su velero
trashumante en Barranquilla, según consejo del médico currambero, Julio
Vengoechea, conocido suyo, y consultado por él en Panamá sobre sus
padecimientos físicos, recomendándole visitar Usiacurí, remanso
colombocaribeño reconocido entonces por sus aguas termales salutíferas.
Fue
el ídolo indiscutible de la llamada Gruta Simbólica, grupo
político-literario que integró más de 60 contertulios, surgido en Bogotá
durante los agobiantes años de la llamada Guerra de los Mil días,
cuando los conservadores recalcitrantes mantuvieron en esos turbios años
entre 1889 y 1903 a jóvenes liberales y conservadores, moderados o no,
en una zozobra permanente, a pocos pasos de la muerte, haciendo de ellos
presas propicias para las cárceles, los fusilamientos y alimento de las
guerras civiles, en aras de satisfacer sus gulas de poder.
Por
ello, Julio Flórez y sus cofrades convirtieron la Gruta en una especie
de agradable club nocturno de resistencia literaria y bohémica, (un
«círculo de oposición», como diría Luis María Mora, Moratín), enrumbado a
burlarse y ridiculizar el régimen con improvisaciones (repentismo,
calambures y charlas sobre los autores más leídos por el grupo:
Espronceda, Campoamor, Zorrilla, Bécquer, Musset, Víctor Hugo, Verlaine,
Baudelaire y Darío), representaciones teatrales (sainetes, zarzuelas,
comedias), concursos, procesos literarios, conciertos con su
estudiantina (pues muchos eran músicos, como sabemos del mismo Julio
Flórez), a fin de soportar la opresión y represión políticas del
momento, de frentear con la crítica valerosa, humorosa (el humor y la
risa son aliados de la libertad) y provocadora los desmanes de los
«dictadores» conservadores de turno, Caro y Marroquín, y de escandalizar
la vida pacata, hipócrita y solapada de la alta sociedad bogotana,
parte de las 120.000 personas que apenas eran la capital del país
otrora, residenciados por los alrededores de la plaza de Bolívar, muy
cerca de la casa 203, en la acera occidental de la carrera 5ª, entre las
calles 16 y 17, de propiedad de Rafael Espinosa Guzmán (Reg), miembro
de una familia adinerada de Bogotá y tesorero perpetuo de la Gruta,
donde su patota literaria celebraba ruidosas, bohémicas y extravagantes
reuniones.
En nuestra historia literaria, insisto, ningún otro
poeta ni escritor ha logrado la popularidad de Julio Flórez Roa (a
excepción, repito, de José María Vargas Vila), exaltado con tan notable
distinción, según Moratín, su gran migo y compañero de faenas en la
Gruta, porque «había llegado al lo más hondo del corazón de las
multitudes, y las multitudes habían penetrado bien adentro en el alma
del poeta. De otra manera no se habría realizado el milagro de que todo
un continente cantara sus canciones y le saludara como el más exacto
representante de sus más íntimos sentimientos». Y a causa de esa
popularidad, merecida porque el poeta, al revés de los otros
contertulios, frecuentaba garitos, tiendas, cantinas y chicherías para
cantar y recitar, impregnándose del almizcle popular y de los
sentimientos de esos sectores sociales excluidos por los grupos
dominantes en el poder: terratenientes, comerciantes y hacendados de la
Sabana de Bogotá, Julio Flórez era, para por ejemplo Miguel A. Caro,
«capaz de tumbar gobiernos», añadiéndose a esta circunstancias un
ingrediente más: el aspecto político de su poesía muy manifiesto en
algunos de sus poemas como Al Chacal de mi patria, Oh poetas, Un
eclipse, Al llegar a Cuba y en el poemario Flecha Roja. (1).
Acordonado
a lo anterior, estaba la actitud personal del poeta que a diario lucía
una vestimenta estrafalaria y un comportamiento arrogante y desafiante
del medio social (que así ocurría con su amigo José Asunción Silva, otro
romántico a deshora como Julio Flórez), un talante blasfemo contra la
iglesia, unida a la grupal de algunos amigos suyos con quienes visitaba
cementerios para serenatear a los muertos, que libaban licores y vinos
en cráneos humanos, actos provocadores que embarazaron de mucha
animadversión hacia el poeta la esfera del gobierno civil y eclesiástico
y el ánimo escandalizado de la «crema y nata» de la sociedad
santafereña, al comento de su buen amigo y admirador y un poco biógrafo,
Moratín, y disparador del deseo de búsqueda de un espacio vital
propicio, desagobiante, y de paz para su alma atribulada de poeta
liberal radical (víctima de persecuciones, encarcelamiento y antipatías
por el régimen ultragodo de Marroquín y del carnicero Aristides
Fernández, su ministro de gobierno, a quien el poeta Flórez Roa llamó
«el chacal de mi patria», creador de una poesía juzgada con ligereza,
menosprecio y displicencia por cierta vertiente de la crítica literaria
que perezosamente no la ha pensado como una actitud asaz contestaria y
propositiva frente a los moldes literarios impuestos en el angosto medio
social, cultural y político capitalino aun por los mismos románticos y
los «aristocráticos» representantes de El Mosaico, esa otra gran
tertulia bogotana del siglo XIX en nuestro país, a la que, por cierto,
perteneció Marroquín, y frente a la cual la Gruta fue la irreverencia,
la desacralización y el «aplebeyamiento» literarios.
Sin meditar
en lo que sostengo en mi investigación Lectura sociopolítica de El
Mosaico y la Gruta Simbólica, auspiciada por una beca del entonces
Colcultura en 1995, en el sentido de que Julio Flórez fue un transgresor
retórico que utilizó «imágenes translúcidas, desproporcionadas y
desbordantes muy por encima de la apetencia de los perfumados,
presumidos y minoritarios literatófagos contemporáneos suyos, con el
objeto de pasar por original; porque hizo descripciones originales y
versos con un léxico escaso, y , más insólito, aún, sin
des-lumbramientos ni rimbombancia, desechando la pomposidad (a pesar de
que fue el último de los románticos) y la eteridad de los modernistas…y
porque renovó la rima modificando el molde clásico del soneto al
inventar el llamado sinfoneto, que su biógrafo Aurelio Martínez Mutis
define diciendo que fue «un soneto sinfonizado, como hacen los músicos
al orquestar ciertas cosas, ciertos temas altos, vastos y profundos…»
compuesto de 3 cuartetos y 3 tercetos que conservan su unidad en los
unos y en los otros, y porque Julio Flórez Roa fue a la vez lírico y
épico y propietario de una imaginación fulgurante».(Ob., cit., p.253)
Y
ostentando una lamentable ignorancia acerca de que Julio Flórez vinculó
su poesía a la política partidista (fue un liberal radical como su
padre, el médico Policarpo Flórez y sus hermanos), y ella devino un
espejo en donde el pueblo se vio reflejado con sus dolencias, sueños y
aspiraciones, y la elevó a la altura de la acción, de la lucha por la
justicia, la igualdad, la libertad, la tolerancia y el respeto al ser
humano, tal como se colige de los poemas antes mencionados, en especial
del poemario Flecha Roja que el poeta Flórez, en un viaje de
Barranquilla a Bogotá, le entregó al líder liberal Rafael Uribe Uribe en
1912 y del cual éste, en carta de 16 de abril del año siguiente, le
comentó, entre otras cosas, lo que va: «…se que de sus magníficos
sonetos hacen lectura pública nuestros copartidarios en todos los
Distritos del país a donde el folleto ha llegado y que esta alta nota de
tan singular belleza, al resaltar en la aridez de la política, ha
contribuido mucho a apretar los vínculos de la organización y de la
disciplina liberales, para provecho de la causa y del país. Gracias
efusivas le sean dadas a Ud. por estos resultados prácticos de su
inspiración». (Lectura Sociopolítica de El Mosaico y la Gruta Simbólica.
(p.264).
La misma atmósfera atosigante que respiró José A. Silva
(más romántico que modernista y notable contemporáneo suyo), por razones
completamente distintas a las que conturbaron el alma de Julio Flórez,
hizo que ambos buscaran romper el cerco de la hostilidad que afrontaron,
hasta el punto de que el primero dirigió su errabundia hacia el mar y
Europa, pero sin afianzar sus pies en esas latitudes, mientras que Julio
Flórez, quien también estuvo en París, prolongó y frenó su crucero
liberador en el Caribe colombiano, en donde encontró felices razones
para ello, tratándose, sin embargo, en ambos casos de lo enunciado por
Rafael Argullol, al respecto del viaje de los románticos en general, en
su libro La atracción del abismo: « El héroe romántico es, en el sueño o
en la realidad, un obsesionado nómada.
Necesita recorrer
espacios-los más amplios a ser posible- para liberar su espíritu del
asfixiante aire de la limitación. Necesita templar en el riesgo el
hierro de su voluntad. Necesita calmar en geografías inhóspitas la
herida que le produce el talante cobarde y acomodaticio de un tiempo y
una sociedad marcados por la antiépica burguesa. El romántico viaja
hacia fuera para viajar hacia adentro, y al final de la larga travesía,
encontrarse a sí mismo. Por eso el Mediterráneo, Oriente, América, los
Mares del Sur, lo mismo que los itinerarios cósmico oníricos, no son
otra cosa que los distintos sueños de una noria que sólo se pone en
movimiento para procurar alimento a una subjetividad excepcionalmente
hambrienta e insatisfecha. De esta manera, el viaje romántico es, al
mismo tiempo, y según dos impulsos solo aparentemente antagónicos» via a
la conquista de sí mismo» y «fuga sin fin». (Ob., cit., pp. 84-85).
Estamos, entonces, frente a un periplo existencial inmersivo del sujeto
rumbo a su Yo, a sí mismo, pues como anota Argullol, «Al lado de este
viaje romántico hacia el Yo, la mente romántica experimenta una real
necesidad de encontrar su identidad a través de la acción física y de la
contrastación de su voluntad con la «realidad hostil», es decir del
riesgo». (Ob., cit., p. 85). (Me apropio de las cursivas).
Dice
Moratín que dada la antipatía contra Julio Flórez, de parte del
gobierno, la iglesia y la hipócrita sociedad bogotana, en razón de las
acusaciones de sus enemigos como blasfemo, anticlerical, tanatofílico y
profanador de cementerios, el poeta allegó, durante el gobierno de
Rafael Reyes, unos dineros para hacerse a la mar por el Caribe, no muy
gustoso que digamos, asumiendo muchos riesgos, pero confiado, sin
embargo, en la prestancia continental que su obra le había ahorrado,
dispuesto a realizar, ya cuando el esplendor de la Gruta se había
marchitado, su viaje romántico para encontrarse a sí mismo y descubrir
la identidad que se le había confundido entre los fragores de una guerra
ya cancelada, la bohemia, la extravagancia, en el ambiente sórdido de
las tiendas y los garitos de aquella caótica Bogotá de los primeros años
del siglo XX, y necesitado de reposo físico y espiritual y de la salud,
debido a sus mortificantes males gástricos, consecuencia del uso
excesivo del ajenjo, y a la presencia de un melanoma en su boca, que lo
llevó a la tumba, sin evadir el hecho de que estando fuera de Colombia
por su propia cuenta, Rafael Reyes aprovechó esta circunstancia para
mantenerlo lejos del país, que tal era aún el ascendiente político y
popular del poeta, nombrándolo, al estar en México, en 1907, Secretario
de la Legación de Colombia en Madrid, a partir de septiembre de ese año,
hasta finales de 1908, cuando regresó a Colombia, en 1909, acuciado por
la nostalgia y sus dolencias corporales.
Y el «héroe romántico»
que fue Julio Flórez, protagonista del mutis catártico, liberador y
renovador por entre las ventanas del viento y sobre las olas del Caribe
para sanar su alma, al retornar al útero matrio aquietó su nomadismo en
Usiacurí, amable pedazo de nuestro Caribe colombiano, disfrutando allí,
por fin, los mejores años de su vida rodeado de una paz bucólica, en
medio de la cual llegó el sosiego que menestaban su mente y su corazón.
Pero aquella salud física y espiritual que le fue propicia de manera
sobrada en Usiacurí fue posible por la fuerza milagrosa del amor,
concretado en dos manifestaciones extraordinarias: el amor a la
naturaleza, que es también una característica distintiva de los
románticos, y el amor humano, encarnado en una hermosa adolescente de 16
años, Petrona Moreno, descendiente del padre de la novela en Colombia,
Juan José Nieto, 28 años menor que él, a cuyos pies reposó y rindió los
remos de su errancia, una vez que la conoció durante una sesión solemne
del colegio donde ella estudiaba, ocasión en que ella recitó unos versos
del poeta, madre de sus hijos y bálsamo para su alma urgida de
sanación, la cual, una vez conseguida, motivó la confesión del poeta al
periodista y escritor ocañero ya fallecido, Luis Enrique Osorio, de que
«el amor a la naturaleza transformó mi espíritu. Tanto que yo he venido a
amar la vida después de los cuarenta años».
Y por obra y gracia
de Usiacurí, también disfrutamos hoy del otro poeta que estaba agazapado
dentro del venerado Julio Flórez tradicional, en el genial trovador
popular, repentista, sentimental, descuidado a veces, cuya buena obra,
la «que está cifrada en cantos de legítima grandeza», como dice el
maestro Rafael Maya, en su prólogo al último libro del poeta Flórez, Oro
y ébano (1943), gestado precisamente en Usiacurí, quedó relegada por
las «canciones demasiado fáciles, las coplas insignificantes, o las
estrofas falsamente sentimentales». (Ob., cit., p. ix). Pese a ello, es
menester observar que en su momento tanto Julio Flórez como Silva
navegaron el bajel de su poesía entre dos aguas, las románticas y las
modernistas, siendo ambos románticos a deshora, con la particularidad de
que Flórez, como enfatiza el maestro Maya, «representaba una fuerza en
ocasiones genial, que si no cuadraba dentro de ciertos preceptos
modernistas, que eran el imperativo del momento, correspondía
perfectamente a la mentalidad media de su pueblo y expresaba sin
complicaciones la confusa psicología de un país pobre e idealista, con
militares poetas, gramáticos presidentes y revolucionarios piadosos»
(Ob, cit., p.VIII).(Reclamo las cursivas). Sin duda, esta anotación
resulta valiosísima para discutir la afirmación de Antonio Rivadeneira
Vargas (El Heraldo dominical, 18 de mayo de 2008, pp. 6,7 y 8), quien se
adscribe a la opinión de varios autores convencidos de que Flórez es
modernista, asunto que, a mi manera de ver, todavía está por dilucidarse
en el mismo Silva. (La negrillas y cursivas son mías).
Deteniéndonos,
entonces, ya para acabar, en Oro y ébano, aquí nos sorprende
gratamente, sin duda, el nuevo tono del poeta Flórez, que aunque tampoco
tiene que ver para nada con un supuesto modernismo en su poesía, si es
el resultado de lo que le prodigó su «viaje romántico»: el encuentro
consigo mismo, el estar frente a frente con su propia alma, poderosa
razón por la cual en este poemario, donde si bien no todo es de una
extrema excelencia, si asistimos al encuentro con una poesía digna,
seria, mesurada, introspectiva, tierna, sinceramente confesional,
autocrítica, explicando así el maestro Maya la metamorfosis poética del
bardo chiquinquiusiacureño: «Hay una circunstancia ocasional que explica
este nuevo tono. Flórez, en la época en que escribió estas
composiciones, vivía tranquilamente en Usiacurí, pueblo amable y
pintoresco de la costa atlántica, y había formado un hogar respetable y
era poseedor de una decorosa fortuna pecuniaria. La bohemia bogotana
había arruinado su salud y él acudió a ese geórgico retiro en busca de
aguas medicinales y de tranquilidad espiritual…En Usiacurí comenzó una
nueva vida y, al par que la salud física, sintió renacer las fuerzas
creadoras de su espíritu…Otra cosa le otorgó, más preciosa que las
comodidades personales, el privilegio de la meditación…Nunca, en
realidad de verdad, había estado frente a sí mismo, si no era para
decirnos su eterno monólogo sobre el amor desesperado…»(Ob., cit.,
p.xviii)
Nota y Textos Consultados
1. El conocimiento del
poemario Flecha Roja y de la carta de Rafael Uribe Uribe al poeta Julio
Flórez, me fue posible porque el hijo del poeta, el médico Julio Flórez
Roa, residenciado en Barranquilla y fallecido hace algún tiempo,
gentilmente me lo hizo llegar para la investigación que aquí menciono
sobre El Mosaico y la Gruta Simbólica..
—Todo nos llega tarde,
biografía de Julio Flórez por su sobrina-nieta Gloria Serpa Flórez de
Kolbe, Editorial Planeta, Bogotá, 1994.
—Croniquillas de mi ciudad, Luis María Mora, Moratín, Biblioteca Banco Popular, v. 37, 1ª edición, Bogotá 1944.
—La atracción del abismo, Rafael Argullol, Editorial Bruguera, 1ª edición, Barcelona, 1.983.
—Oro y ebano, Editorial ABC, Bogotá, 1943. Prólogo del poeta Rafael Maya