Informe especial
Yo Soy del Punto Cubano
Desde una azotea de La Habana se puede radiografiar la Cuba actual, emprender un viaje de la memoria hacia el origen del sueño traicionado y hacer balance de unas vidas desencantadas
Es lo que hace el prestigioso cineasta galo Laurent Cantet en Regreso a Ítaca, su último filme tras haber obtenido la Palma de Oro en Cannes (La clase) y viajado a Canadá (Foxfire). Desde la necesidad de mostrarnos "la ira generacional" de quienes alimentaron la utopía, entre el exilio y la resignación, el cineasta cuenta a El Cultural las claves de la película.Nadie lo diría, pero ha sido Laurent Cantet (Melle, 1961), un cineasta galo -poseedor de una Palma de Oro de Cannes por La clase-, el primero en mostrarnos con verdad y emoción el estado de ánimo de la Cuba actual y sus transformaciones respecto al pasado. Lo ha hecho con la indispensable ayuda del novelista cubano Leonardo Padura (La Habana, 1955), que escribió el guion de Regreso a Ítaca, y que él mismo define como “una especie de resumen de expectativas, esperanzas, frustraciones, sueños y heridas de una generación muy especial”. Se refiere a los cubanos que crecieron en la revolución, en el nuevo contexto político y social del país y que, al llegar los noventa, con todas sus crisis y carencias, “vio tronchadas muchas de sus vías de realización personal y colectiva y debió enfrascarse en un dramático combate cotidiano por la supervivencia”. La historia reciente de Cuba, en definitiva.
El filme, rodado en La Habana el año pasado, llegará a las pantallas españolas en abril, y al tiempo que se ofrece como radiografía social de la isla, actúa como catarsis de una generación que hace balance de sus vidas con resignación, ira y desencanto. “Todos los personajes tienen la impresión de que les han robado su vida e incluso de que ellos mismos han contribuido a ese robo”, explica a El Cultural. “Les han traicionado y se han traicionado. Es una situación difícil. En los años setenta tenían la sensación de enfrentarse al mundo, de construir una especie de utopía que podía funcionar, pero ahora sólo les queda la ironía, la desilusión, la rabia”.
En una azotea de La Habana
Regreso a Ítaca plantea una situación familiar para muchos cubanos exiliados. Cuando el escritor Amadeo (Néstor Jiménez) retorna a La Habana, tras 16 años de exilio en España, se reúne con cuatro amigos de juventud en una azotea de la ciudad. Amigos interpretados por prodigiosos actores cubanos: Jorge Perugorría, Isabel Santos y Fernando Hechevarría, a quienes se suma el debutante Pedro Julio Díaz Ferrán. Mientras anochece y hasta el amanecer, hablan de sus recuerdos, de la fe que tenían en el futuro, los dramas del exilio, la lucha por la supervivencia económica y los desenmascaramientos ideológicos... es decir, de todas esas derrotas espirituales que forman el ADN de la experiencia colectiva de una nación, y unos individuos que ha vivido durante décadas bajo el régimen castrista, y que ahora empieza a recuperar el tiempo perdido.
Y cabe preguntarse, ¿qué mueve a un prestigioso cineasta francés, generalmente interesado en filmar relatos sociales de su país, a hacer una película en y sobra la Cuba actual? Cuenta Cantet que el interés surge de su “propia experiencia de primera mano en Cuba”, país que ha “llegado a conocer bien”, y también de una aventura creativa. Hace unos años, participó en el largometaje colectivo 7 días en La Habana, una colección de siete cortometrajes rodados por sendos cineastas (entre ellos Julio Médem), y Padura se encargaba de supervisar los guiones. A partir de esa colaboración, surgió la necesidad de realizar un largometraje basado en su libro La novela de mi vida. “Viajé a Cuba para que trabajáramos juntos en el corto -explica Cantet-. Cada noche escribía varias páginas y me las entregaba por la mañana. Me di cuenta de que debía ser un largo, así que cuando acabé Foxfire, mi anterior película, nos pusimos manos a la obra. Padura estuvo unos diez días en París, periodo en el que la película empezó a tomar cuerpo. Regresó a Cuba y escribió una primera versión. Trabajamos a distancia hasta conseguir un guion correcto”.
Una película, en definitiva, que pone el foco en los dramas personales para alumbrar el drama colectivo, y que se sustenta en un dispositivo casi teatral -un recital de intepretaciones y diálogos de gran naturalismo- que no oculta su vertiente pedagógica: “Es completamente deliberado -sostiene el cineasta francés-. Nos parecía importante contar la historia, porque poca gente conoce realmente la historia cubana. Yo mismo tengo la impresión de no haberme enterado muy bien de la época del “periodo especial”, qué era eso exactamente. No ignoraba que existía un bloqueo, imaginaba las consecuencias, pero no sabía más. Por eso he querido que las cosas quedaran muy claras, lo que a veces nos obligaba a que los diálogos fueran más explicativos que en una conversación “real” entre cubanos. Pero creo que dicha pedagogía en ningún momento resta emoción a la película. Nos hemos esforzado para que los distintos niveles de lectura, la historia cubana, la historia universal y las historias personales, coexistan y se nutran mutuamente”.
-¿Ha tenido algún tipo de dificultad con las autoridades cubanas?
-Creo que Regreso a Ítaca no podría haberse hecho hace cinco años, por ejemplo. No existía por parte del régimen la flexibilidad que hay ahora, y que me consta que es cada vez mayor. La película se rodó en el momento en que fue posible hacerlo. Ya no se vivía en el “periodo especial” y había una mayor libertad de palabra y de pensamiento. Obtuvimos todas las autorizaciones oficiales en base a un guion que no fue necesario edulcorar. Nos dieron total libertad para filmar lo que habíamos escrito, sin cambiar una coma. Incluso trabajaron con nosotros algunos técnicos del ICAIC [el ramo ministerial del Cine].
Metáfora del ‘aperturismo'
Jorge Perugorría en un momento de Regreso a ÍtacaEl “encierro” de los personjes en una azotea en el centro de la ciudad, desde la que puede contemplarse el Malecón, los techos de los edificios y las calles, así como la actividad de la capital cubana, surge como una inevitable metáfora sobre el ‘aperturismo' que experimenta el país. “Esta apertura coincide con la necesidad que sienten los cubanos de contar su historia. Desde el momento en que empezamos a hablar de la película, los actores se empeñaron en que existiera. Para ellos era importante que se produjera esa catarsis, que por fin se pudieran decir ciertas cosas y que el cine las reflejara y repercutiera en ellas”.
La película también se abre a la ciudad: al rumor de un partido de béisbol, la matanza de un cerdo, una pelea conyugal... “Puede hablarse de apertura, incluso de victoria. Hay una escena crucial en el filme que es la confesión de Amadeo. Se quedó totalmente abatido. No quise hacerme cargo de una escena tan depresiva, en la que se mostraba a toda una generación carente de recursos. Su relato debía comunicar a los demás la fuerza de ver el mundo con una determinación que no habían expresado con anterioridad”. La determinación, suponemos, del hombre libre.