Gabriel García Márquez: Homenaje: 85.45.30*
Gustavo Castro Caycedo lanza el libro Cuatro años de soledad, sobre la vida de bachiller de Gabriel García Márquez
Berenice Martínez, novia de Gabo en su época de estudiante de bachillerato./elespectador.com |
Luego de averiguar con muchos testigos sobre si Gabriel García
Márquez tuvo novia en Zipaquirá, el hacendado Alberto Garzón, vecino
suyo de pupitre en sexto de bachillerato, en el Liceo Nacional de
Varones, me dio la clave: “Había una niña muy linda, con un pelo
hermoso, se llamaba Berenice Martínez, los estudiantes le decíamos La
Sardina. Varios compañeros la pretendían, pero ella se la pasaba con
Gabriel. Creo que fueron novios”.
Logré ubicarla en Pasadena,
California, Estados Unidos, a donde se fue a vivir después de haber
vivido en Bucaramanga, Barranca y Cartagena, y de quedar viuda. “Después
de estudiar en Zipaquirá me fui a la Academia Remington Camargo, de
Bogotá, y regresaba los viernes”, es lo que primero me cuenta Berenice,
quien anota: “Gabito visitaba a mi mamá y adivinaba que yo llegaría
antes del viernes; me presentía”.
Ella me decía que Gabriel decía:
“‘Siento que Bereca va a venir’. Y por algún motivo yo adelantaba mi
viaje. Si él me presentía, ¡qué mujer no se iba a sentir halagada con
eso!”.
Amistad o amor platónico que se inició en 1944, al año
siguiente de que Gabriel García Márquez ingresara al Liceo Nacional de
Varones de Zipaquirá: “De verdad, fue una época inolvidable (cuenta
Berenice). Recuerdo que salíamos a caminar con La Nena Tovar, Consuelito
Quevedo, Emilita Ramírez, Alcira Méndez, Ligia Rivera y con otras niñas
amigas mías y de Gabito. Íbamos a Las Onces a comer golosinas, salíamos
a la plaza o simplemente caminábamos. Y en otras ocasiones asistíamos a
fiestas en algunas casas, que en esa época llamábamos melcochas o
empanadas bailables”.
Habían pasado cincuenta y nueve años, ocho
meses y cinco días cuando Berenice Martínez recordó: “Me hacía la visita
en la sala de la casa o si no, en la ventana. ‘Ven, mi corazón te llama
¡ay! desesperadamente; ven, mi vida te reclama; ven, que necesito
verte...’. Eso lo cantaba Rafael Arnedo, afuera, como dando una serenata
casi diurna. Yo abría los postigos de la ventana y Rafa, que acompañaba
a Gabito a las visitas, me anunciaba: ‘Gabriel me invitó para que te
cante y salgas a la ventana. Es que quiere hacerte una visita’”.
Berenice
añora las “largas y amables horas vividas cerca de Gabito, hablando
cosas agradables durante ese tiempo en que yo estudiaba en Bogotá y
esperaba ansiosa el regreso a Zipaquirá, los fines de semana, para
encontrarme con él”. Y agrega: “Desde esa ventana él me recitó varias
veces unos versos que no recuerdo si eran de los suyos, los cuales jamás
voy a olvidar: ‘En esta misma ventana donde me diste tu adiós, vi que
se daban la mano las mismas sombras que antaño se miraron tras las
rejas, se contaron sus tristezas y se dijeron adiós’”.
“Son muchos
recuerdos”, dice Berenice, y suspira... Luego de una pausa va y toma un
libro: es Platero y yo. Se pone seria. Lo abre en la primera página y
una sonrisa infantil le ilumina el rostro: “Bereca: para que se acuerde
del amor cada vez que asome su alma a este detenido río de belleza”,
reza la dedicatoria al pie de la cual está la firma: Gabriel. Y surge en
su cabeza un remolino de recuerdos que hacía casi seis décadas no
removía tanto como ahora.
Según Álvaro Ruiz Torres, “mancorna” de
García Márquez en el Liceo y principal testigo de su amor por Berenice
Martínez: “Cuando la conoció, Gabito no volvió a ser el mismo; desde
entonces las coplas, que al llegar de Barranquilla eran muy escasas, se
convirtieron de pronto en Zipaquirá en frecuentes poemas románticos y
sentimentales”.
Y cuenta: “Una vez me dijo que en algunas
ocasiones, cuando él quería hablarle a Berenice, las palabras se le
morían entre los labios. En su fantasía la dibujaba con uniforme y
libros debajo del brazo; esa niña-mujer despertó en su alma y en su
corazón sentimientos que me confesó desconocidos hasta entonces para él,
pues Bereca, a diferencia de otras mujeres que había tratado, más que
apasionados o eróticos, le inspiraba sentimientos románticos, tiernos,
de amor, amor”.
Álvaro Ruiz concluye: “En la práctica, así la
relación de Bereca y Gabito fuera medio platónica, claro que fueron
novios. El primer impulso de García Márquez, luego de conocer “mi
descubrimiento”, fue comunicarse con Berenice Martínez, su primer amor, a
quien le llevaba 49 días de edad. Él nació el domingo 6 de marzo y
ella, el sábado 11 de junio de 1927.
Entonces, García Márquez la
llamó a la casa de su hija Ana, allá en Pasadena; cuando él le habló,
Berenice quedó muda, no se atrevía a hablar; y luego creyó que la
estaban “tomando del pelo”; casi no se convence de que era Gabo quien
hablaba. Aunque su primera reacción fue de incredulidad –porque cuando
oyó de quién se trataba escuchó una voz que le pareció muy joven–, pensó
que le estaban jugando una broma: “A mí qué me va a llamar un Nobel, no
me mamen gallo”, pensó. Lo que la hizo dudar mucho; sólo hasta cuando
ese Nobel pronunció unas palabras claves, ella entendió que en realidad
se trataba de Gabito.
Berenice cuenta que le dijo: “Bereca, soy
una voz de otros tiempos”. Y anotó: “Quince días después, en la segunda
llamada, me habló de la enfermedad que lo aquejaba y que lo llevó a Los
Ángeles, aparentemente cerca de donde yo estaba; me dijo que habría
preferido que los exámenes médicos los hicieran en Nueva York, porque a
él no le gustaba la capital del cine”.
“Me habló de los recuerdos
que tenía de nosotros dos y sobre nuestros amigos comunes en Zipaquirá”.
Berenice dijo: “Siempre vi en él a una persona sensible, muy
inteligente y con capacidades de clarividente. Y quedamos de vernos
cuando Gabito regresara a Los Ángeles, a sus nuevos chequeos médicos.
Pero al final él hizo una reflexión y aunque parecía que estábamos
cerca, la verdad es que de donde le hacían los exámenes a mi casa había
una enorme distancia”.
Bereca se declaró feliz de este inocente
encuentro telefónico que no le hacía mal a nadie, pues era como el de
dos viejos amigos hablando del pasado; lo que sí fue claro es que le
parecía como un sueño haber oído una vez más a Gabriel García Márquez,
que ahora era como una especie de Dios, hablaron extensamente,
recordaron, se rieron. Días después él le hizo otra llamada, sobre la
cual también me contó Berenice, cuando me volví a comunicar con ella.
Los detalles que me dio acerca de los diálogos con el Nobel me fueron
repetidos por su hijo Rafael, quien contestó las llamadas de Gabo en el
teléfono de Pasadena. Lo que hablaron fue tema de conversación familiar
con su madre, en varias ocasiones.
Berenice me contó que hablaron
casi dos horas en cada llamada. Según me confesó, para ella, “fue algo
así como volver a vivir un sueño lindo. Yo me transporté al pasado y lo
recordé todo, lo reviví todo, lo sentí todo... cerraba los ojos y era
como haber regresado a la realidad. Durante varios días estuve inquieta y
hubo noches en las que casi no pude dormir, acordándome de esos días
bellos de la juventud; no me lo imaginaba como lo muestran sus fotos
actuales, sino como cuando lo conocí, con sus ojos románticos,
expresivos, con su aparente timidez y sus frases y versos plenos de
amor, con sus bellos poemas, y con su inigualable forma de bailar”.
Pero
esa segunda llamada de Gabo a Berenice Martínez fue la última, porque
casi un año después ella se vio afectada por la demencia senil
progresiva. Según su hijo Rafael Pinzón Martínez —quien me contó que
ella tenía limitados momentos de lucidez—, no le volvieron a hablar de
Gabriel García Márquez por temor a hacerla sufrir.
Gustavo Castro Caycedo. Escritor y periodista. Autor de Historias humanas entre Perros y Gatos