"Existen muchos síndromes con nombres literarios, algunos tan felices como el de Stendhal y otros terribles, verdaderas tragedias para quien los padece"
El Síndrome de Stendhal, como se sabe, la mejor enfermedad del mundo./eltiempo.com |
Estoy escribiendo un texto largo -todos lo son, aun los aforismos y
los versos- sobre un tema del que he hablado aquí un par de veces,
demasiadas: el Síndrome de Stendhal. Que es, como se sabe, la mejor
enfermedad del mundo: una sobredosis de belleza que embota los sentidos,
un trastorno y un delirio producidos por el arte y sus excesos. Con
fiebre y todo.
Lo reveló al mundo en 1979 la doctora Graziella Magherini, de turno
en las urgencias psiquiátricas del policlínico de Florencia. Durante
años estuvo lidiando allí un cuadro recurrente en sus pacientes de
ocasión, casi todos turistas: sudaban, decían tonterías, se desmayaban.
Lo mismo que le pasó en 1817 al gran escritor francés Henry Beyle,
Stendhal, en la Piazza della Santa Croce: un ataque de nervios después
de contemplar tanta belleza.
Por eso la 'enfermedad' se llama así, como el libro en que la
profesora Magherini relató la historia de sus pacientes: El Síndrome de
Stendhal o el malestar del viajero ante el arte. Desde que yo supe que
ese 'mal' existía, me volví uno de sus mayores defensores. Leo libros,
le sigo el rastro. El texto que estoy escribiendo es el fruto de esa
curiosidad que ha derivado a su vez en una nueva forma de locura,
espero; no tendría presentación escribir ese ensayo, y ningún otro, en
sano juicio.
Pero entonces di con una abundante literatura médica y especulativa
(desde los excelentes artículos de Loren A. Rolak o de Javier Mariátegui
hasta los de un ufólogo filipino más loco que una cabra, por no
mencionar cientos de páginas en Internet), en la que he venido a
enterarme de la existencia de muchos síndromes más con nombres
literarios, algunos tan felices como el de Stendhal y otros terribles,
verdaderas tragedias para quien los padece.
La lista incluye: el Síndrome de Alicia en el País de las Maravillas,
un cuadro clínico descrito en 1952 por C.W. Lippman y que consiste en
una distorsión patológica de la realidad y sus objetos, del tamaño del
cuerpo, del paso del tiempo; el Síndrome del Gato Risón, para no salir
de Lewis Caroll: un extraño desorden que hace imposible el diagnóstico
de las enfermedades, pero también una insatisfacción crónica muy
parecida al Síndrome de Madame Bovary: la infelicidad como forma de
vida, la maldad y el derroche y la indefinición como placeres supremos.
Hay dos desórdenes sacados del gran, del brillante y maravilloso y
único Oscar Wilde: el Síndrome de Lady Windermere, una molestia pulmonar
(según entiendo) que aparece en las mujeres que no expectoran por
vergüenza y altivez; y el Síndrome de Dorian Gray, la incapacidad para
aceptar que envejecemos y nuestro cuerpo también. Casi como el Síndrome
de Peter Pan: la incapacidad para aceptar que crecemos, que vivimos, que
algún día hay que madurar.
El de Rapunzel, de quienes se comen el pelo; el de Münchausen, de
quienes buscan llamar la atención contando historias y fingiéndose
desdichados y enfermos y débiles; el de Huckleberry Finn, de quienes no
aceptan la autoridad de los mayores ni de nadie; el de Lastenia de
Ferjol, de quienes remplazan su casa por el hospital, y a veces con toda
la razón.
Tengo un amigo que nunca le dice a una mujer que está vieja, jamás,
solo "descontextualizada". Ni a una mujer ni a un hombre, pero sobre
todo a una mujer. Se ha pasado la vida leyendo libros, quizás para eso
sirven, para eso sirve la literatura. La mejor manera de nombrar las
cosas.
También una viejita a la que conocí hace años, godísima y
nonagenaria, me dijo un día, no tan lejano: "Magnífico el matrimonio
entre los gays: a estas alturas son los únicos que se quieren casar; son
el futuro de la institución". El escaso síndrome de Perogrullo, el de
la sensatez.
Juan Esteban Constaín es catedrático y escritor colombiano.
catuloelperro@hotmail.com