Los remeros
Constanza Hernández Cedillo
Cuando desperté estaba dentro del tubo. Al primer
movimiento sentí en mi cuerpo la opresión de las amarras que me sujetaban al
asiento. No estaba solo, éramos tal vez cien los que ocupábamos un lugar, en
los dos grupos que se formaban a cada lado del estrecho pasillo donde caminaban
los uniformados.
En mis compañeros había una resignación de
galeotes, prisioneros en extraño navío. En la inmovilidad y la impotencia, mi
mente exploraba las posibilidades de una fuga.
Una voz, sin entonación dijo:
“En breve aterrizaremos en el aeropuerto de la
ciudad de Chihuahua…”
El decapitador
Arthur Koestler
Durante el reinado del segundo emperador de la
dinastía Ming, vivía un verdugo llamado Wang Lung. Era un maestro en su arte, y
su fama se extendía por todas las provincias del imperio. En aquellos días, las
ejecuciones eran frecuentes, y a veces había que decapitar a quince o veinte
personas en una sola sesión. Wang Lung tenía la costumbre de esperar al pié del
patíbulo con una sonrisa amable, silbando alguna melodía agradable, mientras
escondía detrás de la espalda su espada curva, para decapitar al condenado con
un rápido movimiento cuando éste subiera al patíbulo.
Ese Wang Lung tenía una sola ambición en su vida;
pero su realización le costó cincuenta años de intensos esfuerzos. Su ambición
era decapitar a un condenado con un mandoble tan rápido que, de acuerdo con las
leyes de la inercia, la cabeza de la víctima quedara plantada sobre el tronco,
así como queda un plato sobre la mesa cuando se retira repentinamente un
mantel.
El gran día de Wang Lung llegó por fin, cuando ya
tenía setenta y ocho años. En ese día memorable tuvo que despachar de este
mundo a dieciséis clientes para que se reunieran con las sombras de sus
antepasados. Como de costumbre, se encontraba al pie del patíbulo, y ya habían
rodado por el polvo once cabezas rapadas, impulsadas por un inimitable mandoble
del maestro. Su triunfo coincidió con el duodécimo condenado. Cuando el hombre
empezó a subir los escalones del patíbulo, la espada de Wang Lung relampagueó
con una velocidad tan increíble, que la cabeza del decapitado siguió en su
lugar, mientras subía los escalones restantes sin advertir lo que le había
ocurrido. Cuando llegó arriba, el hombre habló así a Wang Lung:
—¡Oh cruel Wang Lung! ¿Por qué prolongas la agonía
de mi espera, cuando despachaste a todos los demás con tan piadosa y amable
rapidez?
Al oír estas palabras, Wang Lung comprendió que la
ambición de su vida se había realizado. Una sonrisa serena se extendió por su
rostro; luego, con exquisita cortesía, dijo al condenado:
—Tenga la amabilidad de inclinar la cabeza, por
favor.
Ocho ahorcados
Diario
de Don Gregorio de Guijo
Año de 1656
Viernes 22 de diciembre, se hizo justicia de ocho
hombres salteadores, que a los siete hicieron cuartos y los repartieron por las
calzadas; y, asimismo, azotaron a siete hombres mulatos, indios y españoles,
por cómplices, y a una morisca por encubridora: y condenados a obrajes y otros
a galeras, todos los más eran naturales de esta ciudad, todos eran cómplices
con los demás que se han ahorcado este año; estuvieron en la horca veinticuatro
horas, como lo ordena la ley, y velaron los cuerpos toda la justicia.
Diálogo entre un optimista
y un pesimista
Alejandro Jodorowsky
A. —Bonito día.
B.
—Demasiado calor.
A.
—Sí, Demasiado calor.
B.
—No repita lo que yo digo.
A.
—Demasiado frío.
B.
—No me contradiga.
A.
—Es por ayudarlo.
B.
—No tengo necesidad de ayuda.
A.
—No lo ayudo.
B.
—¿Acaso yo no merezco ayuda?
A.
—Sí, pero usted no quiere que lo ayude.
B.
—¿Qué le importa si quiero o no quiero?
A.
—¿En qué puedo ayudarlo?
B.
—En nada.
Pecadores
Cicerón
Porque los espíritus de los que sucumbieron a los
placeres de los sentidos y de los cuales se han convertido en esclavos, por así
decirlo, y que violan las leyes de los dioses y de los hombres a instigación de
esos deseos subordinados al placer, esos espíritus, después de dejar los
cuerpos, vuelan erráticamente a ras de la tierra y no vuelven a este lugar sino
después de muchos siglos de torturas.