sábado, 1 de diciembre de 2012

Minicuentos 48




Los remeros                                                                                                                 

Constanza Hernández Cedillo

Cuando desperté estaba dentro del tubo. Al primer movimiento sentí en mi cuerpo la opresión de las amarras que me sujetaban al asiento. No estaba solo, éramos tal vez cien los que ocupábamos un lugar, en los dos grupos que se formaban a cada lado del estrecho pasillo donde caminaban los uniformados.
En mis compañeros había una resignación de galeotes, prisioneros en extraño navío. En la inmovilidad y la impotencia, mi mente exploraba las posibilidades de una fuga.
Una voz, sin entonación dijo:
“En breve aterrizaremos en el aeropuerto de la ciudad de Chihuahua…”

El decapitador

Arthur Koestler

Durante el reinado del segundo emperador de la dinastía Ming, vivía un verdugo llamado Wang Lung. Era un maestro en su arte, y su fama se extendía por todas las provincias del imperio. En aquellos días, las ejecuciones eran frecuentes, y a veces había que decapitar a quince o veinte personas en una sola sesión. Wang Lung tenía la costumbre de esperar al pié del patíbulo con una sonrisa amable, silbando alguna melodía agradable, mientras escondía detrás de la espalda su espada curva, para decapitar al condenado con un rápido movimiento cuando éste subiera al patíbulo.
Ese Wang Lung tenía una sola ambición en su vida; pero su realización le costó cincuenta años de intensos esfuerzos. Su ambición era decapitar a un condenado con un mandoble tan rápido que, de acuerdo con las leyes de la inercia, la cabeza de la víctima quedara plantada sobre el tronco, así como queda un plato sobre la mesa cuando se retira repentinamente un mantel.
El gran día de Wang Lung llegó por fin, cuando ya tenía setenta y ocho años. En ese día memorable tuvo que despachar de este mundo a dieciséis clientes para que se reunieran con las sombras de sus antepasados. Como de costumbre, se encontraba al pie del patíbulo, y ya habían rodado por el polvo once cabezas rapadas, impulsadas por un inimitable mandoble del maestro. Su triunfo coincidió con el duodécimo condenado. Cuando el hombre empezó a subir los escalones del patíbulo, la espada de Wang Lung relampagueó con una velocidad tan increíble, que la cabeza del decapitado siguió en su lugar, mientras subía los escalones restantes sin advertir lo que le había ocurrido. Cuando llegó arriba, el hombre habló así a Wang Lung:
—¡Oh cruel Wang Lung! ¿Por qué prolongas la agonía de mi espera, cuando despachaste a todos los demás con tan piadosa y amable rapidez?
Al oír estas palabras, Wang Lung comprendió que la ambición de su vida se había realizado. Una sonrisa serena se extendió por su rostro; luego, con exquisita cortesía, dijo al condenado:
—Tenga la amabilidad de inclinar la cabeza, por favor.


Ocho ahorcados                                                                                                           

Diario
de Don Gregorio de Guijo
Año de 1656

Viernes 22 de diciembre, se hizo justicia de ocho hombres salteadores, que a los siete hicieron cuartos y los repartieron por las calzadas; y, asimismo, azotaron a siete hombres mulatos, indios y españoles, por cómplices, y a una morisca por encubridora: y condenados a obrajes y otros a galeras, todos los más eran naturales de esta ciudad, todos eran cómplices con los demás que se han ahorcado este año; estuvieron en la horca veinticuatro horas, como lo ordena la ley, y velaron los cuerpos toda la justicia.


Diálogo entre un optimista y un pesimista

Alejandro Jodorowsky

A. —Bonito día.
B. —Demasiado calor.
A. —Sí, Demasiado calor.
B. —No repita lo que yo digo.
A. —Demasiado frío.
B. —No me contradiga.
A. —Es por ayudarlo.
B. —No tengo necesidad de ayuda.
A. —No lo ayudo.
B. —¿Acaso yo no merezco ayuda?
A. —Sí, pero usted no quiere que lo ayude.
B. —¿Qué le importa si quiero o no quiero?
A. —¿En qué puedo ayudarlo?
B. —En nada.

Pecadores

Cicerón

Porque los espíritus de los que sucumbieron a los placeres de los sentidos y de los cuales se han convertido en esclavos, por así decirlo, y que violan las leyes de los dioses y de los hombres a instigación de esos deseos subordinados al placer, esos espíritus, después de dejar los cuerpos, vuelan erráticamente a ras de la tierra y no vuelven a este lugar sino después de muchos siglos de torturas.