Perla Sneh ha escrito un ensayo donde los exterminios del siglo xx son el motivo central para interrogar al lenguaje, y en un movimiento que no debería sorprender tanto, en especial para hacerle preguntas a la lengua argentina, compartida por víctimas y victimarios al momento de producirse el terrorismo de Estado
La entrada de Auschwitz, campo de exterminio nazi./pagina12.com.ar |
Entre el libro de
historia y el trabajo filológico, Palabras para decirlo. Lenguaje y
exterminio es un viaje al infierno guiado por un arduo trabajo con la
bibliografía y las citas, que no excluye un tratamiento narrativo y
fluido del tema.
“Corre
un rumor: el horror nos tiene hartos”, escribe Perla Sneh en “Preludio
crítico”, la introducción a su ensayo Palabras para decirlo. Lenguaje y
exterminio. En efecto, otra vez la historia que se niega a terminar.
“Auschwitz no tiene fin”, sostuvo Gunter Grass agradeciendo a Paul Celan
la lección del sobreviviente, escribir desde los escombros, adoptar un
lenguaje dañado, porque el lenguaje, después de la experiencia
concentracionaria, ha sido herido de modo irreparable y ya no volverá a
disponer de la serena elegancia de Thomas Mann y Franz Werfel.
“Tomar partido quiere decir no renunciar al ejercicio de la
crítica”, escribe Sneh. En este sentido, su ensayo cuenta con un
antecedente ineludible: LTI, Lingua Tertii Imperii, la lengua del Tercer
Reich, el diario que el filólogo Victor Klemperer (judío casado con una
aria) llevó a escondidas durante el período que va desde la inminencia
del nazismo hasta su ascenso y caída. “El nazismo se introducía más bien
en la carne y en la sangre de las masas a través de palabras aisladas,
de expresiones, de formas sintácticas que imponía repitiéndolas millones
de veces y que eran adoptadas de forma mecánica e inconsciente.”
Palabras para decirlo. Lenguaje y exterminio Perla Sneh Paradiso 350 páginas
Precisamente porque el rumor dice “el horror nos tiene hartos” se
vuelve imperativo regresar a la cuestión del lenguaje, la relación entre
las palabras y la realidad, escarbar y ver qué decimos cuando
discutimos cómo nombrar el daño: ¿Shoá, Holocausto o Genocidio? Sneh
estudia sus diferentes usos y significados –políticos, obviamente– y,
dentro del contexto del nazismo, en qué medida el idish (el idioma
coloquial, íntimo, el del secreto familiar, las sentencias y las
maldiciones) se constituyó en resistencia dentro de los “lager”. La
memoria de los campos se encuentra en restos de mensajes, crónicas,
materiales remanentes que fueron escritos en papeles de cigarrillos,
cajitas de fósforos, vales, recortes, y en su fragmentación, la summa se
convierte en testimonio y en historia, narrando aquello que a algunos
“tiene hartos”. Sneh no se conforma con el tono de corte académico, el
pasaje que apunta a robustecer tal o cual hipótesis. También apela a
anécdotas que datan el espanto, las que contribuyen a afirmar que no son
sólo las palabras sino los hechos lo que le confiere a su investigación
un tinte de indiscutible autenticidad. Sneh ejemplifica el horror con
diarios personales de la época, testimonios inapelables que hielan al
lector. Un ejemplo, uno solo, una entrada de junio de 1942 en el diario
que llevó en el ghetto de Varsovia Janusz Korczak, seudónimo del
educador y pedagogo Henryk Goldzmidt: “El cadáver de un niño yace en la
calle. Cerca, juegan tres chicos. En determinado momento perciben el
cadáver. Se corren más allá y siguen jugando”.
Psicoanalista, poeta, investigadora, Sneh (1952) no cesa de
interrogar el lenguaje parada en una bibliografía numerosa, que refiere
la voluntad de comprender. Si el análisis del lenguaje marcado por la
última dictadura fija un sentido, es porque Sneh evita sionizar el
exterminio. Considerando las diferencias, el estudio de los efectos del
nazismo en el alemán, al enfocar Argentina, Sneh pregunta: “¿Por qué
sinuosos caminos llegó Himmelstrasse, la “Avenida del cielo” de
Treblinka, convertida en la “Avenida de la felicidad”, a nombrar el
acceso a las salas de tortura argentinas?”. Los “sinuosos caminos” no
son casuales: tensando el rizoma pueden leerse en un mismo sincro Celan
refiriendo el tango en Auschwitz, Eichmann y Priebke residentes
argentinos, y más acá todavía, los torturadores nacionales, herederos
del catolicismo acérrimo y el antisemitismo de Tacuara, pasando
grabaciones de Hitler a sus víctimas. Ya en el prólogo del ensayo,
Horacio González advierte: “En este ensayo que así se interroga,
inusualmente, a la lengua argentina, podemos ver también una historia
cultural contemporánea de este país, obteniendo poderosos vestigios para
encontrarnos con el rostro de la industria cultural, el estilo de la
corrección política o de la candorosa evocación de cualquier fasto
nacional”. La parte que Sneh dedica a los comportamientos del lenguaje y
la lengua en nuestro país la titula con incisión: “No tengo historia-La
lengua agusanada”. A diferencia del nazismo, donde se enfrentaban dos
mundos lingüísticos, el alemán y el idish, en Argentina, perpetradores y
víctimas pertenecen a un “mismo” mundo lingüístico. “Unos y otros
crecieron en un clima de palabras donde ‘tarea’ era un deber escolar y
‘perejil’, un condimento barato. Es en esta lengua donde se acuñó la
palabra ‘desaparecidos’. También es en esta lengua que la negación de la
existencia del otro (el “no existís”), sigue siendo un modo
privilegiado de la injuria y la alabanza. Y es en esta lengua en la que
habremos de pesquisar las marcas –más o menos repudiadas, más o menos
espectrales– que la aniquilación ha dejado en nuestra vida cotidiana.”
Aunque con formas, matices y articulaciones históricas distintos de los
del nazismo, la dictadura tampoco fue ingenua en su modo de exterminar.
“La agónica tarea de quemar los propios libros fue resultado de la
violencia impuesta por un lenguaje que quiere obligar al lector a
renunciar a su posición de tal; la violencia de una selección imposible.
Si es difícil quemar libros –en tres ambientes o al aire libre– es
porque el lector, en tanto tal, no puede hacerlo salvo si es sometido a
grave violencia. ¿De qué orden es ese fuego?” Lo que va desde Echeverría
a la confesión de Scilingo captada por Horacio Verbitsky desemboca en
un post-facio, “Cicatrices en la lengua”, donde Sneh despliega un
diccionario de palabras que operan como significantes dañados. “Asado”,
“parrilla”, “boleta”, “cantar”, “chupar”, “pecera”, “quirófano”, son
apenas algunos eufemismos de resonancia macabra. Cabe entonces
preguntarse con Sneh acerca del cotidiano decir “no tengo historia”, y
la respuesta sería una procedencia inequívoca, el borramiento.
La bibliografía de Sneh, vuelvo a subrayarlo, es profusa.
Deliberadamente profusa: las citas interrumpen la fluidez de un tono
que, superando la jerga academicista, goza a menudo de una soltura
narrativa. Es que las citas tienen un objetivo: obligan a detenerse y
meditar en su sentido, inducen a que uno revise su biblioteca y la
memoria de la misma, que repase lo que alguna vez ya leyó y, entonces,
en esta vuelta, se resignifique una búsqueda sin fin, porque Auschwitz,
como piensa Grass, no lo tiene.