Informe Especial: El Fin del Mundo
La humanidad se aniquila a sí misma desde el principio de los tiempos, sin necesidad de oráculos que pronostiquen su apocalipsis
Imagen de la película La guerra del fuego (1981) de Jean Jacques Annaud./Revista Ñ |
Hace algunos años convencí a un amigo para que me acompañara a ver La guerra del fuego
(1981) de Jean Jacques Annaud. “Te aclaro algo: es casi una película
muda”, le advertí. Mi amigo frunció el ceño y se resignó sin mucha
convicción. De vez en cuando, todavía hoy comentamos la fascinación por
aquella película que cuenta la prehistoria del hombre y su
descubrimiento del fuego. Volví a verla esta semana en YouTube, empujado
por la nostalgia que me generó la miniserie Humanidad. La historia de todos nosotros que se estrenó por History Channel y que se emite todos los domingos a las 21.
La
primera entrega mostraba los cambios revolucionaros que la aparición
del fuego le trajo al hombre hace unos 100 mil años, cuando éramos unos
pocos miles viviendo en la sabana africana. Luego se sucederían otros
inventos y descubrimientos que agitaron al mundo: los beneficios de la
agricultura, los prodigios de la rueda, la aleación hecha bronce, el
rigor del hierro o la indispensable escritura fonética de los fenicios. A
pesar del progreso que traían consigo, todos y cada uno de estos
hallazgos fueron utilizados –o sirvieron de excusa– para la guerra y la
destrucción.
La humanidad se aniquila a sí misma desde el
principio de los tiempos, sin necesidad de oráculos que pronostiquen su
apocalipsis. Las profecías tienen la virtud de ser ambiguas, y si no se
cumplieron hoy, bien podrían cumplirse mañana. De Nostradamus a Ursula
Southiel, de San Malaquías a Benjamin Solari Parravicini, de los temores
teológicos de fines del siglo X a los augurios pesimistas de finales
del XX, cualquier progreso parece arrastrarnos sin distracciones hacia
algún cataclismo. Las plagas, epidemias y tormentos de ayer, son las
crisis energéticas, medioambientales o económicas de hoy. La única
diferencia es que ahora la incertidumbre sobre el futuro ya no se juega
en los cielos como en la Edad Media, sino en la imaginación temeraria de
los hombres aquí en la Tierra. Esa misma imaginación que hace 100 mil
años les permitió fabricar el fuego.