El poeta homosexual y comunista se llevó todos los aplausos. Y el autor de Para leer al Pato Donald se queja
ORO. La luz brilla en el atril del escenario de la FIL en que Pedro Lemebel brilló y provocó risas y amor./FILG 2012/Revista Ñ. |
Seguro no esperaban otra cosa los funcionarios que trajeron a
Pedro Lemebel a esta Feria del Libro de Guadalajara donde su país,
Chile, es el Invitado de Honor. No pueden haber imaginado que no iba a
pasar lo que pasó el miércoles, que con su glamour y su sonrisa y la voz
ue le queda después de que le operaron la laringe y loss zapatos
plateados de alto taco, el poeta Lemebel no iba a burlarse del gobierno
de Chile y del presidente Piñera y que el público, mucho público no lo
iba a amar. Tienen que haberlo pensado: Lemebel atendió su juego y los
funcionarios presentes aplaudieron discretamente, desde la segunda fila.
Qué remedio.
Es que Pedro Lemebel es una de las estrellas de
Chile este año. Días antes de su presentación, paseó su cuerpo alto y
oscuro por el hotel fino donde la Feria aloja a la gente importante,
vestido siempre con una túnica larga, seguramente de lino, envuelta
siempre la cabeza de reina en un turbante. Ese cuerpo producido carga,
claro, con un pasado: Lemebel fue un pionero en eso de defender su
derecho a ser homosexual y comunista, todo junto y en el Chile de
Pinochet. De serlo de manera espectacular, como un escritor que, como el
miércoles actúa sus textos y sabe que todo texto es político. De ser
ese que en 1986 –Pinochet gobernó hasta 1990- leyó su manifiesto en un
acto de la izquierda: “Pero no me hable del proletariado/ Porque ser
pobre y maricón es peor/ Hay que ser ácido para soportarlo/ Es darle un
rodeo a los machitos de la esquina/ Es un padre que te odia/ Porque al
hijo se le dobla la patita”. Y pedía, al final, para los chicos “con un
alita rota”, “Que su revolución/ Les dé un pedazo de cielo rojo”.
Este
es el hombre --uno de los hombres y mujeres-- al que el gobierno
conservador de Sebastián Piñera trajo a la Feria. Y el hombre actuó.
Primero
llegó la voz. “Mi voz está alterada por una operación de laringectomía,
les pido su amable comprensión”, dijo, ronco, bajo, un soplito de aire
peleando para atravesar el consabido rallador. Y apareció.
Estaba
vestido con calzas negras con destellos y una especie de velo calado que
dejaba ver su cara. Así, se sentó frente al atril y, para empezar, leyó
un texto. Contaba cómo había preparado una tarjeta y una flor para el
día de la madre. Pero al mediodía se escuchó un tiro “Y allí mismo vino
alguien a avisar que en la esquina de la pobla mi papá estaba super
borracho y le estaban pegando”. Y cómo un mafioso le daba y le daba con
una manopla y el padre, “Mi pobre papito, tambaleándose, trataba de
defenderse disparando a todos lados”. Pero la madre agarra la manija, es
decir, agarra la pistola, y dispara pero no mata y el mafioso pega la
vuelta. “Quién lo iba a imaginar, ella tan sencilla y hermosa
defendiendo con pólvora el rebaño. Felíz día, mamá pistola, le dije al
volver a casa, estirándole orgulloso la tarjeta estropeada con un
garabato de corazón”.
Y todo tranquilo hasta ahí.
“El doctor
me dejó esta voz”, dice, y un poco es una voz como de máquina. “Lo que
les ocurre a los homosexuales es uno parace súper lady y abre la boca y
sale este trueno….” Y se ríe. Y cuenta que es la tercera vez que viene,
que la primera –Chile era Invitado y gobernaba la Concertación- le
dijeron: “Mira Pedro, sobra un pasaje…”. Y vino. “Yo vengo con la plata
de todos los chilenos”, detalló. Es decir: empezamos.
Lo siguiente
fue otro cuento: que fue a La Paz, que conoció un chico de nombre Luis
Miguel. Que el niño lo encaró: “Pedro, ¿tu estuviste en la guerra cuando
nos quitaron el mar?”. “¡Cómo se te ocurre! No soy tan viejo ni tan
fascista”. Eso contestó. Y aclara, al público: “Mi corazón siempre va a
latir a la izquierda, corazón y culo nunca me van a faltar”.
¿Todos
cómodos? Sigue el espectáculo. Hay una pantalla y en la pantalla se ve
el mar y por los parlantes se lo oye. Y Lemebel lee la “Canción para un
niño boliviano que nunca vio la mar”. Y se pregunta “con qué humedad de
letras te lo cuento”, cómo explicar “ese estruendo salado”. Y le cuenta
el día, en enero y febrero, que el barrio se organizaba y se iba para
la playa. “Y en un recodo, al doblar una curva, el dios de las aguas nos
anegaba los ojos con su azulada inmensidad”.
Y dice que le dan
vergüenza los patriotas chilenos hablando del mar “sobre todo la
soberbia presidencial descalificando el sueño de un niño”. Pero “los
presidentes pasan, como las olas”.
Y ya que estamos, entra a
burlarse del stand de Chile “qué cosa más horrible, ese palafito de
cuatro palos. ¿Saben por qué? Por hacerse los pobres”. Entonces, ya está
en la arena: “No han sido nada agradables estos cuatro años; me
cerraron el diario donde publicaba, no me han dado un puto proyecto…
Pero los presidentes pasan, como las olas del mar.” Y va directo: “No es
tan fascista, es tonto”.
Y el show sigue, en un ida y vuelta con
el público que lo aplaude, le ríe, le responde las preguntas, le discute
(cuando dice que no ha visto pobres ni punkies en Guadalajara, que es
una ciudad burguesa).
Y otra vez la voz: “Yo creía que estaba
terminado, dije ‘hasta aquí llegó, hay que colgar los tacos altos’”.
Pero ahí está: “Es un milagro que hable. Me dicen ‘qué importa Pedro, si
tu escribes’… Imagínate, huevón. A mí me gusta hablar, me gusta decir
‘Te quieeeero’
Y llega el siguiente texto. Cuenta cómo pasa, por
casualidad y con un amante ecuatoriano, por dónde Piñera está nombrando
intendentes: “ La derecha, ufana y soberbia, por fin apotingada en el
trono”. Y cómo sale un hombre y le extiende la mano: “Que gusto, Pedro,
tenerte aquí. Era el ministro de la cultura Piñerarte, el actor de
teleserie, el flamante pituquin de traje planchado viniendo hacia a mi
con la sonrisa en bandeja”. Y cómo él escupe junto al zapato del
ministro. “¡Esto es muy feo, Pedro!, exclamo el ministro, morado de
ira”. Y cómo el amante, cuando se van, le dice que el ministro se
acordará de este desplante: “Ahora pienso que lo olvidará, los pitucos
light de la derecha borran la memoria, no les conviene, por eso no son
resentidos, la amnesia es su política de poder”.
En la fila de funcionarios, todos quietos. “Esto es arte”, le dice uno a otra. Esto es Lemebel: lo que se podía esperar.