Los mayas, célebres por su escritura logosilábica y su sofisticado
sistema aritmético, también desarrollaron la astronomía y elaboraron un
calendario notable, en el que prefiguraban el fin de un ciclo el
21-12-12. El astrofísico Alejandro Gangui analiza los mitos de la
contracultura contemporánea que retoman las creencias mayas y las ligan
con fenómenos galácticos y estelares
ASTROS NO ALINEADOS. El cielo del día 21-12-12 muestra que los planetas (y el Sol) no se hallan alineados. La curva en rojo es la eclíptica./Revista Ñ |
Muerte y renacimiento. La naturaleza nos recuerda esta dualidad
cada año que pasa. Las estaciones se repiten, idénticas. Cada primavera
las plantas reviven y nacen nuevas flores, que mueren poco tiempo
después. El ciclo se reitera en una seguidilla de ocasos y
resurrecciones. De este ciclo surge la importancia del Año Nuevo. A
partir del 46 a.C. Julio César instaura el primero de enero como primer
día del año, día dedicado a Janus. De hecho, todo el mes estaba bajo su
influjo, pues en Latín Ianuarius mensis (de donde provienen January,
Janvier, Janeiro y varios otros) se traduce como el mes de Janus,
guardián de las puertas y entradas, dios de los comienzos y de los
finales. Esta deidad se representaba con dos rostros, uno mirando hacia
adelante, el otro hacia atrás, y su presencia ayudaba a conjurar la mala
suerte y la decadencia del mundo debido al inexorable paso del tiempo.
El dios y su día aseguraban la continuidad del ciclo.
Un ciclo
“cósmico” de repeticiones regulares minimiza en cierta forma los
imprevistos y nos brinda tranquilidad: el Sol jamás deja de asomarse por
el cuadrante oriental en la mañana y el verano siempre sigue a la
primavera. Las civilizaciones más antiguas de todo el planeta, guiándose
por estas reiteraciones naturales, rápidamente proyectaron los ciclos a
todo el universo. Y es así como se fueron construyendo las diversas
filosofías cíclicas de la historia y los diferentes mitos del fin del
mundo. Se trata de algo que se dio en llamar el “eterno retorno” y, a su
manera, cada cultura plasmó esta fórmula de repetición eterna
otorgándole algunos detalles diferentes.
El gran ciclo maya
El
día 21 de diciembre de 2012, día del solsticio de invierno boreal (y
verano austral), marca la finalización de un ciclo temporal altamente
significativo para el calendario maya. Este lapso equivale a un período
de 13 Bak’tuns (ver infografía) o bien, exactamente, 1.872.000 días, que
corresponde a la llamada cuenta larga de su calendario, que para ellos
era el equivalente de 13.0.0.0.0. La larga serie de ceros de la fecha
que cierra la cuenta larga de seguro causaba una impresión profunda en
los mayas, de manera comparable a cómo un cambio de milenio lo hace
entre nosotros (recordemos los malos augurios anunciados en la Europa
medieval para el año 1000 y también los anunciados mundialmente para el
año 2000, el célebre “Y2K”). En consecuencia, y en consonancia con el
fanatismo milenarista de siglos pasados, en los últimos años –incluso
décadas– han surgido todo tipo de especulaciones sobre lo que podría
suceder –lo que los mayas habrían “profetizado”– llegada esta fecha
fatídica.
Milenarismo moderno
De
acuerdo a la mitología popular, la antigua civilización maya habría
predicho que al llegarse al final del 13 Bak’tuns (13.0.0.0.0 o bien el
21 de diciembre de 2012) ocurriría una serie de eventos muy singulares.
Entre las “predicciones” se cuentan una catástrofe global y una
transformación de la conciencia que nos llevaría hacia una era nueva
–largo tiempo esperada– o New Age, ya anticipada por místicos y
teosofistas sobre la base del Libro de las Revelaciones y de la
astrología medieval árabe. Entre las nefastas e infundadas predicciones
se incluyen “cambios en la Tierra” (frase acuñada hacia inicios del
siglo XX por algunos psíquicos en temas relacionados con la Atlántida),
erupciones volcánicas de dimensiones sin precedentes, inundaciones
globales extraordinarias y jamás vistas, cambios dramáticos –ya sea
físicos o magnéticos– en los polos de la Tierra, la llegada inesperada
del Planeta X (o Nibiru), la visita de seres extraterrestres, un aumento
sostenido de la telepatía y hasta un cambio en la actitud negativa
sobre los beneficios de los alucinógenos como el canabis y las
revelaciones metafísicas.
Los mayas son célebres mundialmente,
entre otras cosas, por haber creado un sistema de escritura logosilábico
completo (símbolos individuales pueden representar una palabra o una
sílaba) y poseer un sistema aritmético sofisticado, que incluye el
dígito “cero” y la notación posicional (donde cada dígito posee un valor
diferente que depende de su posición relativa, a diferencia del sistema
de los números romanos). También desarrollaron la astronomía y
construyeron su calendario con propiedades notables. En este, la cuenta
larga enumera los días que transcurren desde un cierto momento inicial o
“de creación” que da inicio a cada uno de los ciclos de 13 Bak’tuns en
que se divide el tiempo maya. En particular, el día de creación que dio
inicio al presente ciclo de 13 Bak’tuns –y también origen al actual
orden del mundo– se ubica en la fecha 11 de agosto de 3114 aC. (unos
5.125 años antes del 21 de diciembre de 2012).
Cada vez que
culmina un ciclo de 13 Bak’tuns, el “reloj” maya se reinicia (como si se
tratase de la medianoche para nosotros) y recomienza su nueva cuenta
desde cero. Esos días el calendario toma el valor 13.0.0.0.0 y todo
recomienza con un día de creación. El día de creación anterior a la
civilización maya –cuyos orígenes se remontan a unos 3.500 años en el
pasado– fue el 11 de agosto de 3114 aC. (y ese día el calendario
señalaba 13.0.0.0.0). Desde entonces el calendario ha venido contando
los días –unos 1.872.000 días– hasta llegar al 21 de diciembre de 2012,
cuando el calendario volverá a marcar 13.0.0.0.0, fecha del solsticio de
invierno en los territorios habitados por esta enigmática civilización.
El cielo nos une
La
noticia de que el 21 de diciembre de 2012 se cierra un ciclo del
calendario maya –que los mayistas conocen desde hace décadas– llegó al
público general no especializado disfrazada como la fecha del “fin” del
calendario maya. (Nótese la diferencia: mayista es el estudioso de la
lengua y cultura mayas; no confundir con mayanistas, que son seguidores
de creencias esotéricas y de la New Age.) Claramente, si los antiguos –y
sabios– mayas predijeron el fin de su calendario, es lógico pensar que
implícitamente estaban señalando el fin del tiempo. De allí a imaginar
la “profecía” del fin del mundo no hay mucho trecho.
El tema
estuvo esencialmente confinado en los círculos académicos hasta inicios
de la década del 1970, cuando el escritor Frank Waters dedicó una
pequeña sección de su libro Mexico Mystique al tema del ciclo 13
Bak’tun. En su obra, Waters explicó que cinco de esos ciclos
representaban cinco eras legendarias, y que en cada una de ellas el
final sería catastrófico, implicando una rápida destrucción del mundo y
un posterior renacimiento. Aunque sus afirmaciones carecían de
fundamento –e incluso sobreestimaba la duración de cada ciclo en más de
800 años–, sus palabras fueron leídas por ansiosos buceadores de
material esotérico, en la suposición de que echaban luz sobre los
ancestrales conocimientos de una cultura desaparecida. Las frases de
Waters eran muy sugerentes, señalando que el final del gran ciclo
ocurriría el “24 de diciembre de 2011” (sic), día en el cual el mundo
sería “destruido por terremotos catastróficos”. Quizás algunas de las
imágenes que más impactaron a aquellos de nosotros que miramos el filme
2012, de Roland Emmerich, fueron precisamente esos continentes que se
partían como galletitas crocantes y terminaban hundiéndose en el mar.
Pero
aún entre los eruditos mayistas hubo afirmaciones que fueron mal
interpretadas desde mucho tiempo antes, y con consecuencias inesperadas.
Ernst Förstemann, en su Comentario sobre los manuscritos mayas , de
1906, hace referencia a “la destrucción del Mundo” y al “Apocalipsis” en
su estudio sobre las últimas páginas del Codex Dresden. Por su parte,
Sylvanus Morley, en su Introducción al estudio de los jeroglíficos Mayas
, de 1915, se encargó de “embellecer” las afirmaciones de Förstemann,
agregando comentarios sobre una supuesta destrucción universal y un
“cataclismo final que todo lo abarca” a la manera de una gran
inundación. El libro Los antiguos maya , publicado en 1946 por este
mismo autor, comenzó la difusión de muchas de estas imágenes entre el
público general, y así –paulatinamente– echaron raíces. Cuando en 1966
se publicó el libro Los maya , de Michael Coe, el terreno ya estaba
fértil para aceptar las profecías catastrofistas: Coe fue el primero en
publicar una correlación entre nuestro calendario y el de los mayas y
asoció el final de la cuenta larga con el “Armagedón”, introduciendo la
“predicción” maya del día del juicio final.
Es entonces que,
surgida en parte de frases “no-felices” de estudiosos de renombre, y
aprovechada con inteligencia por gente sin escrúpulos –y con otros
intereses en mente, más allá de difundir las tradiciones mayas–, se hizo
presente una fuerte contracultura en lo que se dio en llamar “el
fenómeno 2012”. Si los mayas profetizaron una catástrofe de su mundo
(Centroamérica), es lógico que hacia fines del siglo XX dicha predicción
–actualizada– involucrase a todo el planeta. Si los antiguos no
especificaron la manera precisa en que sobrevendría el desastre, nada
mejor para los iluminados modernos, ya que les permite dar rienda suelta
a su imaginación destructiva. Pero claro, hay que ser coherente, pues,
por ejemplo, las armas de destrucción masiva los mayas no las conocían.
Así es como hubo que buscar elementos que nuestra sociedad actual
tuviese en común con los pueblos de la antigüedad... No hace falta
pensar demasiado, pues el cielo nos une: la bóveda celeste que
contemplaron los mayas del período clásico (c. 250-900 de nuestra era)
es muy similar a la que admiramos hoy en pleno siglo XXI. No es extraño
entonces que la contracultura necesitada de catástrofes las buscara
mirando hacia arriba.
Alineaciones planetarias
La
observación de una luz brillante en el cielo oscuro de las noches sin
luna ha llamado la atención de los hombres desde tiempo inmemorial. En
el caso de tratarse de un planeta, esta luz cambiará notoriamente de
posición con respecto a las “estrellas fijas” en cuestión de días –si se
trata de Mercurio o de Venus– o de semanas, en caso de deberse a los
planetas exteriores, como Marte, Júpiter o Saturno (Urano, Neptuno y el
planeta enano Plutón no son visibles a simple vista). Cuando en alguna
región del cielo, en lugar de un solo planeta encontramos dos o más, el
espectáculo se vuelve mucho más sorprendente. Si los “puntos” luminosos
se hallan muy cerca, se dice que existe una conjunción planetaria. En
ese caso, ya que sabemos que los planetas recorren órbitas diferentes
alrededor del Sol, es posible dibujar imaginariamente una línea recta
aproximada que, partiendo desde la Tierra, pase primero por uno de los
planetas y después por el otro. Los cuerpos celestes se hallan entonces
“alineados” (vistos desde la Tierra, claro está).
Sabemos que, en
realidad, los planetas no tienen por qué hallarse “físicamente” cerca
uno del otro. Lo que sucede es que, desde nuestro punto de observación
en la Tierra, parecen todos ubicarse sobre (o en la cara interior de)
una bóveda imaginaria del cielo, a la que llamamos la “bóveda celeste”.
Distancias entre dos o más astros de esa bóveda celeste se miden en
ángulos; un ejemplo sencillo es el ángulo que separa el punto cardinal
Norte del punto cardinal Este, que vale 90 grados y se mide a lo largo
del horizonte. Entre los planetas que intervienen en las conjunciones,
las distancias angulares son mucho menores, del orden de algunos grados o
incluso “minutos de arco” (60 minutos de arco equivalen a 1 grado
angular).
Un ejemplo frecuente y vistoso es la alineación de Venus
y Júpiter, por ejemplo la que ocurrió el pasado 15 de marzo de 2012,
cuando ambos planetas se ubicaban en el cielo a tan sólo un poco menos
de 4 grados de distancia angular. Otro tipo de conjunción más
espectacular –y menos frecuente– sucedió el 17 de mayo de 2000 (a las
10:35 hora de Greenwich, algo antes del amanecer en Buenos Aires) cuando
Venus y Júpiter distaban en menos de 1 “minuto de arco” y, cerca del
dúo, se hallaba también Saturno a una distancia menor a 2 grados.
Podríamos llamar a esta última una conjunción (aproximada, por supuesto)
de tres planetas. A veces también se suma la Luna, lo que hace el
espectáculo mucho más vistoso.
Estas conjunciones son notorias y
llamativas porque “se ven”, y porque los planetas involucrados
permanecen cercanos a veces durante varios días. Pero ¿qué diríamos si
la conjunción entre los astros no se pudiese ver, por ejemplo, porque el
Sol se entromete entre ellos y, con su excesivo brillo, ya no nos
permite detectar a los planetas? Conjunción habría, por supuesto, y con
el agregado de una estrella (el Sol), pero pasaría desapercibida pues
sucedería a plena luz del día. Esto es precisamente lo que ocurrió una
semana antes de la última conjunción que mencionamos, el día 10 de mayo
de 2000, aproximadamente a las 15:00 hora de Greenwich.
En ese
entonces, el Sol pasaba a sólo 2 grados de Júpiter y de Saturno, y
Mercurio también era de la partida (a unos 2 grados del Sol), pero Venus
aún no se había acercado a los demás (Venus estaba a más de 8 grados
del Sol). Ese 10 de mayo de 2000 los cuatro astros (Júpiter, Saturno,
Mercurio y el Sol) se hallaban todos en una pequeña región del cielo, en
la constelación de Aries, pero por supuesto casi nadie lo notó.
Supuestamente,
el día del solsticio de diciembre de 2012, día que cierra la cuenta
larga del calendario Maya, también vendría acompañado de una
espectacular –y desastrosa– alineación planetaria. Las más diversas
profecías modernas, ciertamente infundadas, anuncian que varios, si no
todos, los planetas de nuestro sistema solar –incluyendo a Plutón– se
hallarían alineados, vistos desde la Tierra. Como consecuencia de esto,
la acumulación de “influencias” (astrológicas, es lo más seguro) sobre
nuestro modesto planeta Tierra, debido a todos esos cuerpos celestes
“tirando” en la misma dirección, sería la responsable de toda una serie
de catástrofes globales y apocalípticas. Dichas “influencias” claramente
no pueden ser debidas a la gravitación entre los cuerpos, pues es bien
sabido que, aun en su máximo acercamiento a la Tierra, Júpiter, el más
masivo de los planetas de nuestro sistema solar, ejerce una atracción
gravitacional menor que el 1 por ciento de la que ejerce la Luna, por
otra parte principal responsable de las mareas. Si la influencia no es
gravitacional, habrá que buscar en otro lugar..., aunque por el momento
nadie ha propuesto una idea clara sobre cómo una supuesta alineación
planetaria podría generar desastres en nuestro planeta.
Todo esto
sería quizá digno de discutirse si realmente hubiese seguridad de que
habrá una alineación de los astros. Pero si no la hay, la discusión
claramente se termina más rápido. Resulta que las previsiones
astronómicas indican que el próximo 21 de diciembre de 2012 no existirá
ninguna conjunción astronómica digna de mención. Las imágenes lo
muestran de manera elocuente. Desde la Tierra (o, si se lo intenta,
desde cualquier otro cuerpo del sistema solar) es muy difícil –si no
imposible– unir varios planetas con una recta aproximada. Donde no hay
alineamiento, la profecía se desmorona.
El centro de la galaxia
Se
predijo también una alineación galáctica “extraordinaria” para esa
fecha. Mirando desde la Tierra, claro está, supuestamente el Sol se
alinearía exactamente con el agujero negro supermasivo ubicado en el
centro de la Vía Láctea. Dicho centro galáctico se evidencia en los
mapas del cielo por la presencia de Sagitario A* (Sgr A*), una fuente de
radiofrecuencia muy brillante y compacta, con coordenadas ecuatoriales
celestes (RA, Decl) = (17h 45m 40.04s, -29° 0’ 27.9”), ubicada en la
constelación de Sagitario casi en el borde con Escorpio. Basta ir a
http://www.google.com/sky/ para ubicar este “sitio celeste” (la
ubicación de Sgr A*) en forma análoga a cómo comúnmente ubicamos un
sitio terrestre.
Sin embargo, aquí hay nuevamente un problema,
pues el día 21 de diciembre de 2012 el Sol no pasará por el centro
galáctico, pues ese día nuestra estrella se hallará a un ángulo de al
menos 6 grados del supuesto centro de nuestra galaxia (y recordemos que 6
grados sobre el cielo representan unas doce veces el diámetro de la
Luna llena, que no es poca cosa). La mínima distancia entre el Sol y el
centro galáctico se dará un par de días antes de la fecha “fatídica” y
será de unos 5 grados y medio, lo que no mejora mucho la predicción.
La
trayectoria anual del Sol en el cielo –visto desde la Tierra– forma una
circunferencia ficticia que llamamos “la eclíptica”, que se halla
“dibujada” sobre la esfera celeste. Ahora bien, esta circunferencia no
pasa por el centro galáctico. Imposible entonces que nuestro Sol eclipse
al agujero negro supermasivo que allí se ubica. Sólo de pura
casualidad, el centro galáctico se ubica a unos 5 grados y medio de la
eclíptica. Como el Sol sólo puede moverse por la eclíptica, deducimos
que jamás nuestra estrella podrá posicionarse sobre el centro galáctico.
Adiós entonces a la predicción de alineación galáctica; adiós
también a las predichas transformaciones espirituales de nuestra
sociedad decadente; adiós a las supuestas catástrofes geológicas..
Nuevamente, los mayas no pudieron hacer estas predicciones pues ellos
difícilmente habrían podido ubicar el centro de la galaxia (el concepto
mismo de galaxia sólo surgió en los primeros años del siglo XX).
Para
buenos observadores, la región de Sagitario se habría destacado
respecto al resto de la Vía Láctea, pero de ahí a pensar en alineaciones
hay un buen trecho y nada nos sugiere que los mayas le dieran
importancia.
No hay pruebas de que los mayas asignaran a los
solsticios un papel importante en su cosmología. No hay nada que nos
haga pensar que ellos “sintonizaron” su calendario como para que
culminase la cuenta larga del 13.0.0.0.0 precisamente el día del
solsticio de diciembre de 2012.
Tampoco hay elementos de prueba
que indiquen que los mayas imaginaban el fin de la cuenta larga, y el
fin de la era cósmica correspondiente, en forma catastrófica o siquiera
trascendental. Existen textos que se refieren a fechas varios Bak’tuns
posteriores al 13. Los especialistas señalan que una inscripción del
siglo séptimo de nuestra era, encargada por el rey Pacal de la ciudad de
Palenque, predice que un aniversario de su asunción será conmemorado el
15 de octubre del año 4772.
Con el correr de los tiempos, las
predicciones catastrofistas se han hecho cada vez más imaginativas y
coloridas. Pero cuando la fecha clave llega, y pasa, sin ninguna
consecuencia, las predicciones se corren a otra fecha del futuro.
Siempre hallaremos grupos que esperan con ansias el fin del mundo, eso
jamás cambiará, aunque, por supuesto, esta vez todo será diferente.