sábado, 1 de diciembre de 2012

El bello arte de matar

Todos los cuentos son casi 30 horas de lectura y 35 pavos bien gastados
 Todos los cuentos de Rymond Chandler, maestro de la novela negra estadounidense./elmundo.es

Hora de aplicarse en los pupitres, cual párvulos aventajados (¿y avejentados?), ante lo que el maestro escribió en las lejanías de la pizarra del tiempo. Sobre todo, si contamos como percha ideal con el tocho que, aún caliente en las librerías, reúne todos sus relatos: 'Todos los cuentos', de Raymond Chandler (RBA). Tocho de 1.100 paginazas. 35 'pavos' muy, pero que muy bien invertidos. Submundo crítico dentro de otro mundo en crisis, el nuestro, y repaso a lo mejorcito de un maestro de lo 'negropolicial' como concepto. Palabrazas de Papá Ray. En mayúsculas.
Frases cargadas de metralla. Párrafos repletos de políticos corruptos, pasmas chungas, chotas iluminados, encantadoras lumis de pelo rojo, borrachuzos en dique seco, joncarracas capaces de vender a sus madres por una 'chuta' de más y, sobrevolando por encima de sus cabezas, la sombra del héroe frío, intuitivo y solitario cuyo arquetipo culmina en el famoso 'huelebraguetas' Philip Marlowe. Nada nuevo bajo el sol. De los tiempos revueltos de Marlowe para acá, al parecer, hemos avanzado muy poco en materia ética, estética y peripatética. ¡Buf! Lo dicho. Palabra de Papá Ray. Atendamos a lo que este supertacañón escribió sobre las verdades y mentiras del relato de misterio, ese gran desconocido. Eso sí, mucho cuidado: no sentirse identificado con alguno de estos supuestos, viene a ser algo así como estar muerto:
Hay quienes lo odian en todas sus formas. A otros les gusta de él cuando hablan de personas simpáticas («esa encantadora señora Jones, ¿a quién se le habría ocurrido que pudiera cortarle la cabeza a su esposo con una sierra de carnicero? ¡Y un hombre tan guapo!»). Y hay quienes creen que violencia y sadismo son términos intercambiables, y quienes consideran que la ficción detectives es un subgénero literario, y no tienen para ello mejores argumentos que el de que por lo general no se atasca en oraciones subordinadas, complicada puntuación o subjuntivos hipotéticos. Están quienes las leen sólo cuando están cansados o enfermos, y por la cantidad de novelas de misterio que consumen deben de estar muy enfermos o muy cansados. Están los aficionados a la deducción (con quienes he cruzado palabras en otro lugar) y los aficionados al sexo, que no pueden meterse en el afiebrado cerebro la idea de que el detective de ficción es un catalizador, no un Casanova. Los primeros piden un plano de Greythorpe Manor que muestre el estudio, la sala de armas, el salón principal y la escalinata, y el pasaje que lleva a ese torvo cuartito en el cual el mayordomo saca brillo a la platería, apretados los delgados labios, silencioso, escuchando el murmullo del destino. Los otros piensan que la menor distancia entre dos puntos va de una rubia a una cama.
Ningún escritor puede complacerlos a todos, y ninguno debería intentarlo. Por cierto que los relatos que integran este libro [antología de cuentos en la que apareció la brillante introducción a la que pertenecen estos párrafos; su título es de lo más didáctico: 'El simple arte de matar'] no tenían la esperanza de complacer a nadie después de diez años de haber sido escritos. La narración de misterio es un tipo de literatura que no necesita entretenerse a la sombra del pasado, y que debe muy poca fidelidad, si debe alguna, al culto de los clásicos. Es bastante más que improbable que ningún escritor viviente pueda producir una mejor novela histórica que 'Henry Esmond', un mejor relato sobre niños que 'The Golden Age', una viñeta social más aguda que 'Madame Bovary', una evocación más graciosa y elegante que 'The Spoils of Pointon', un cuadro más amplio y rico que 'Guerra y paz' o 'Los hermanos Karamazov'. Pero no debe resultar muy difícil idear un misterio más plausible que 'El sabueso de los Barkerville' o 'La carta robada'. Y hoy sería más bien difícil no hacerlo. No hay 'clásicos' del crimen y la investigación. Ni uno. Dentro de sus marcos de referencia, que es la única forma que agota las posibilidades de su forma y jamás puede ser superado. Ninguna narración o novela de misterio ha logrado tal cosa hasta ahora. Pocas se acercaron a ello. Y ése es uno de los principales motivos de que gente en otros sentidos razonable continúe atacando la ciudadela.
Curioso que alguien que iba a convertirse precisamente en eso, en un clásico, elevase a los cielos su queja relativa a la ausencia de clásicos contemporáneos.
Por lo demás, todo igual hoy por hoy que en los años 50. O casi.
Lo dicho. Hora de aplicarse. Láncense sobre 'Todos los cuentos' como si a su 'parvulario' no hubiesen llegado, aún, los temidos recortes 'wertianos'.
¡Ah, y disfrútenlos como si no hubiese un mañana!
De nada.