sábado, 13 de octubre de 2012

De Las mil y una noche a Cien años de soledad

Gabriel García Márquez: Homenaje: 85.45.30* 
Una semblanza de la vida y de la obra por qué el Premio Nobel de Literatura 1982, es el escritor qué es

Gabriel José de la Concordia García Márquez nació en Aracataca, departamento del Magdalena, el 6 de marzo de 1927. Es el mayor de los once hijos de Gabriel Eligio García Martínez y de Luisa Santiaga Márquez Iguarán, la hija del coronel Nicolás Ricardo Márquez Mejía, uno de los personajes más reputados del lugar. Gabriel Eligio y Luisa Santiaga debieron casarse en Santa Marta y radicarse luego en Riohacha, tras un amor contrariado por los padres de ella. Al reconciliarse las dos familias, Luisa Santiaga retornó a Aracataca y dio a luz a su primogénito en casa de sus padres.
Las peripecias de este noviazgo darían origen, sesenta años después, a la novela El amor en los tiempos del cólera. El pequeño Gabriel José, conocido familiarmente desde entonces como Gabito, se quedó con sus abuelos en Aracataca, mientras sus padres se radicaban en Barranquilla, donde Gabriel Eligio se dedicó a la farmacia y a la homeopatía.

El abuelo Nicolás había participado como coronel en la guerra civil de los Mil Días (1899-1902), en las filas del general liberal Rafael Uribe Uribe. Éste será uno de los modelos, junto a aquél, del coronel Aureliano Buendía. En octubre de 1908 ocurrió un hecho que tendría consecuencias definitivas en la vida del abuelo y en la obra de su nieto: el coronel dio muerte en un duelo, por un asunto de honor, a su copartidario Medardo Pacheco Romero. La persecución de los familiares de éste obligó al abuelo a emigrar a Riohacha, Santa Marta y Aracataca, donde se asentó con su familia y, mientras seguía ejerciendo de joyero, se empleó como colector departamental y tesorero municipal. De las secuelas de aquella tragedia personal («tú no sabes lo que pesa un muerto», le confesaría al nieto) y del relato de sus peripecias en la guerra civil, surgiría el interés del escritor por los temas de la muerte y la guerra.

Nicolás Márquez fue el personaje fundamental de la infancia del escritor; solía contarle historias y enseñarle el mundo circundante: las plantaciones de banano, los sobrevivientes de la guerra, los efectos de la explotación bananera, la matanza de los trabajadores de la United Fruit Company, ocurrida a manos del ejército en la estación ferroviaria de la vecina Ciénaga, en diciembre de 1928. Un día lo condujo de la mano al comisariato de la compañía bananera, hizo abrir una caja de pargos congelados y le enseñó el hielo.

La evocación de esta imagen, que recuerda una experiencia similar de Rubén Darío en su infancia, daría origen a Cien años de soledad. La relación con el abuelo no sólo le aportó el afecto y seguridad de que gozó en su infancia, sino una dimensión narrativa, épica y reveladora del mundo. La relación con la abuela y las tías, aunque igualmente dentro de una dimensión narrativa, supuso, por el contrario, una visión hogareña, intimista y fantasmagórica de la vida. Tranquilina Iguarán Cotes, una guajira descendiente de gallegos, se movía en un mundo de fronteras difuminadas entre vivos y muertos, y sólo éstos merecían la atención de sus relatos. Entre las numerosas tías del escritor, destaca Francisca Simodesea Mejía, quien prácticamente lo crió y le transmitió una visión esmerada de la cultura folclórica.
Mientras el niño crecía con sus abuelos y tías en la casona amplia y fantasmagórica, la misma que el escritor recuperaría en La hojarasca y Cien años de soledad, Aracataca era un hervor babélico en el cual confluían inmigrantes de diversas culturas y nacionalidades atraídos por la explotación bananera.

Muchos de estos personajes darían origen a otros tantos de La hojarasca, Los funerales de la Mamá Grande y Cien años de soledad.
La primera expresión artística del niño Gabito fue el dibujo; luego, a los ocho años, cuando aprendió a leer y a escribir de la mano de su maestra Rosa Elena Fergusson, empezó a sentirse atraído por los autores del Siglo de Oro que le oía declamar a ésta en la escuela Montessori. La formación literaria de García Márquez sería esencialmente poética hasta los veinte años, a pesar de que a los nueve tuvo lugar la lectura más deslumbrante de su vida: la de Las mil y una noches, que supuso de alguna manera una confirmación y una ampliación de los relatos fantasmagóricos de la abuela Tranquilina Iguarán Cotes. Por la puerta que le señaló Scherezada, el niño siguió leyendo a los grandes autores de aventuras: Emilio Salgari, Julio Verne, Alejandro Dumas y los hermanos Grimm.
Cuando, después de la muerte del abuelo en 1937, García Márquez salió de Aracataca para vivir con sus padres en Barranquilla, contaba diez años y llevaba en su memoria los hechos, lugares, personajes e historias esenciales que habrían de nutrir gran parte de sus cuentos y novelas. Por eso, tras la publicación de Cien años de soledad, diría, como Proust, que todo lo que había escrito hasta entonces lo conocía ya a los ocho años.
Al terminar la primaria en la escuela Cartagena de Indias de Barranquilla, en 1940 comenzó los estudios de secundaria en el colegio jesuíta de San José. Al calor de la revista del colegio y del ambiente intelectual y literario propiciado por los jesuítas, escribió sus primeras prosas y versos: «Crónicas de la Segunda División», «Instantáneas de la Segunda División», «Desde un rincón de la Segunda» y «Bobadas mías». Publicadas en la revista Juventud y firmadas con los nombres de Capitán Araña, Gabito y Gabriel García. Estas primeras prosas y versos sólo pretendían ser humoradas, con las que ejercía el mamagallismo costeño con sus condiscípulos y criticaba el ambiente monacal del colegio. A pesar de ser ya un lector ensimismado, el adolescente Gabriel se sentía todavía más inclinado hacia el dibujo y la pintura: fue el encargado de las ilustraciones de la revista Juventud durante esos años.
En enero de 1943, la situación económica de su familia lo obligó a buscar otros horizontes, y se embarcó por el río Magdalena hasta llegar a Bogotá, para presentarse al concurso nacional de becas del Ministerio de Educación. Gracias a la beca obtenida pudo continuar el bachillerato, como interno, en el Liceo Nacional de Varones de la vecina Zipaquirá, donde llegó a empaparse de la diversidad cultural del país. La soledad y el frío de los Andes lo empujaron al encierro y a la lectura. Fue entonces cuando empezó a consolidarse su vocación de escritor. En ello jugaron un papel destacado su profesor de literatura Carlos Julio Calderón Hermida y el poeta Carlos Martín, el miembro más joven de la generación llamada de Piedra y Cielo.

Carlos Martín, rector del Liceo Nacional de Varones durante 1944, aportó un aire de renovación y le otorgó a la literatura un lugar de preferencia frente a las otras materias. Impuso la lectura de las grandes novelas (Madame Bovary, Los tres mosqueteros, El conde de Montecristo, La montaña mágica) en las horas previas al sueño y les habló a sus alumnos de la importancia de los modernistas americanos y de los piedracielistas colombianos. Hizo hincapié, sobre todo, en la vida y en la obra de Rubén Darío, que tendría una influencia notable en García Márquez, e invitó a los jefes de Piedra y Cielo a que lo visitaran en Zipaquirá.
Con motivo de esta visita, el joven García Márquez no sólo tuvo ocasión de conocer a Eduardo Carranza y a Jorge Rojas, sino que escribió a cuatro manos el primer reportaje de su vida, publicado en la Gaceta Literaria, órgano de expresión del grupo de «Los Trece», al cual pertenecía él mismo. Eduardo Carranza, que dirigía entonces el suplemento literario de El Tiempo de Bogotá, le publicó, a finales de aquel año, un poema piedracielista titulado «Canción», que, aunque firmado con el pseudónimo de Javier Garcés, puede considerare la primera publicación literaria de García Márquez. Durante ese mismo año, apareció en la misma Gaceta Literaria el primer texto lírico con cierta intención creativa que se conoce del escritor: «El instante de un río».
Por entonces escribió también, de la mano de su profesor de literatura Carlos Julio Calderón Hermida, su primer cuento. Lector y hacedor de poemas modernistas y piedracielistas, Calderón Hermida se encargó, sin embargo, de encaminar a su alumno por el rumbo de la prosa. Fue así como, hacia finales de cuarto de bachillerato, García Márquez leyó en clase su primer cuento, «Sicosis obsesiva», título que refleja la influencia de las lecturas de Freud de esa época. Con un gran acerbo de lecturas, una buena cosecha de poemas piedracielistas («La espiga», «La muerte de la rosa», «Soneto a una colegiala ingrávida», «Si alguien llama a tu puerta», «Tercera presencia del amor»); un excelente dominio del dibujo y la convicción de que algún día sería poeta, García Márquez terminó el bachillerato en Zipaquirá a finales de 1946 como el número uno de su promoción.
Durante los cuatro años que permaneció en Zipaquirá y el año que estuvo en Bogotá estudiando Derecho en la Universidad Nacional, donde se matriculó en febrero de 1947, García Márquez hizo diez viajes de ida y vuelta por el río Magdalena, experiencia que le permitió ampliar su conocimiento de Colombia y que más tarde le serviría para ambientar parte de sus novelas. Más que la carrera de Derecho, le interesaron entonces las lecturas y el intercambio literario con sus compañeros de universidad, así como la vida social y cultural que se vivía en los cafés literarios de la carrera 7ª.

A veces, cuando no tenía con quien hablar o un café donde refugiarse del frío, se subía a un tranvía y, mientras éste le daba vueltas a la ciudad, García Márquez leí la poesía universal y castellana.

Con todo, fue Kafka quien le aportó la luz y el impulso necesarios para convertirse en narrador. Una tarde de mediados de agosto de l947, leyó La metamorfosis en la pensión donde estaba alojado. El relato del autor checo, en la traducción de Jorge Luis Borges, lo devolvió a la veta narrativa de su abuela Tranquilina, mostrándole de paso la naturaleza y las reglas del arte de narrar. Al día siguiente escribió «La tercera resignación», el primer cuento de Ojos de perro azul que Eduardo Zalamea Borda le publicó en el suplemento «Fin de Semana» del periódico El Espectador, el 13 de septiembre de 1947. Tras publicarle el segundo cuento, Zalamea Borda saludó públicamente, desde su columna diaria en El Espectador, la aparición de «un ingenio nuevo, original, de vigorosa personalidad».
Poco después, el 9 de abril de 1948, tuvo lugar el bogotazo que desencadenó la ola de violencia que ensangrentó el país durante diez años, como consecuencia del asesinato del dirigente liberal Jorge Eliécer Gaitán. La destrucción de la capital y el cierre de la Universidad Nacional lo obligaron a regresar al Caribe. En la Universidad de Cartagena terminó segundo de Derecho y cursó tercero, aunque sin aprobarlo. Hasta ahí llegaron sus estudios universitarios. La verdad es que ya la universidad no le hacía falta: él quería ser escritor y trabajar en el periodismo.
Gracias al apoyo del periodista Clemente Manuel Zabala, ingresó como redactor y columnista en el diario El Universal de Cartagena, a la vez que seguía escribiendo y publicando en El Espectador los cuentos de Ojos de perro azul.
Pronto García Márquez hizo amistad con los escritores e intelectuales de la ciudad, especialmente con Héctor Rojas Herazo y Gustavo Ibarra Merlano, con quienes leyó y comentó las obras de Homero, Sófocles, los clásicos del Siglo de Oro, Hermann Melville, Nathaniel Hawthorne, William Faulkner y Virginia Woolf. Al calor del reencuentro con su tierra caribe y al impulso de estas lecturas, especialmente de La casa de los siete tejados, Moby Dick, Mientras agonizo, La señora Dalloway, Antígona y Edipo Rey, empezó a escribir, a mediados de l948, La casa, una novela que pretendía abarcar todo el mundo de la casa natal, de su infancia, de sus abuelos, de Aracataca y del Caribe, pero luego la abandonó al darse cuenta de que era una obra muy ambiciosa para su escasa experiencia literaria. Entonces, mientras hacía periodismo y escribía algunos cuentos, se puso a escribir La hojarasca, su primera novela, que es una derivación del tronco común en que se convirtió el proyecto de La casa. De ésta saldrían también más tarde El coronel no tiene quien le escriba, La mala hora, Los funerales de la Mamá Grande y Cien años de soledad.
En La hojarasca no sólo aparece por primera vez bosquejado el pueblo mítico de Macondo, cuyo referente real es Aracataca, sino que está prefigurado todo el universo literario de García Márquez hasta Cien años de soledad. Con esta novela el escritor se convirtió, a los 22 años, en un creador y en un narrador original enraizado en su cultura caribe, al mismo tiempo que nace en él un periodista de vigorosa personalidad, cuyos primeros artículos y comentarios quedan registrados en El Universal, entre mayo de l948 y diciembre de 1949.
Mientras residió en Cartagena, García Márquez estuvo en contacto permanente con los escritores e intelectuales de Barranquilla, la ciudad más próspera y activa del Caribe colombiano en ese momento. Su amistad con Álvaro Cepeda Samudio, los periodistas Alfonso Fuenmayor y Germán Vargas y el pintor Alejandro Obregón, entre otros, sin duda favoreció su desarrollo intelectual. El Grupo de Barranquilla estaba vertebrado por el escritor José Félix Fuenmayor y el dramaturgo y narrador catalán Ramón Vinyes, a quien García Márquez incluiría en Cien años de soledad como «el sabio catalán». En realidad, Vinyes guiaba las lecturas y comentaba los textos de sus amigos y pupilos, haciéndoles hincapié en los escritores que había que leer, sin perder nunca de vista a los clásicos griegos y latinos, especialmente a Homero. Fue él quien le recomendó que escribiera como hablaba. Asimismo, al colombiano le fue provechosa la idea pregonada por el catalán de crear la aldea genuina donde cupieran cifradas la geografía, la historia y la cultura de América: es el mismo Macondo mítico que ya García Márquez venía intentando perfilar desde La hojarasca.
Con sus amigos del Grupo de Barranquilla compartió proyectos como Crónica, semanario que García Márquez dirigió con Alfonso Fuenmayor y armó él solo, desde abril de 1950 hasta enero de 1951. Crónica daba cabida a los relatos, poemas y artículos de los miembros del grupo. El mismo García Márquez publicó allí los tres mejores cuentos de Ojos de perro azul: «La mujer que llegaba a las seis», «La noche de los alcaravanes» y «Alguien desordena estas rosas». Estos tres relatos no sólo muestran a un García Márquez maduro, cuya imaginación se nutre del mundo cultural del Caribe, sino que marcan el comienzo del estilo sobrio y sugerente de El coronel no tiene quien le escriba, La mala hora, Crónica de una muerte anunciada y El general en su laberinto. Es una influencia directa del cine neorrealista italiano, de la novela y el cuento policíacos y de la lectura de autores como Camus, Hemingway, Capote y Dos Passos.
Durante los cinco años que residió en Barranquilla, el escritor regresó temporalmente a Cartagena e hizo algunos viajes a Aracataca, su pueblo natal, y a ciertos pueblos de los departamentos de El Cesar y La Guajira, que tuvieron consecuencias definitivas en su obra. Fue en Cartagena donde se enteró, por una carta de su madre, que los hermanos José Joaquín y Víctor Manuel Chica Salas habían asesinado en Sucre a su gran amigo Cayetano Gentile Chimento, por un asunto de honor, la mañana del 22 de enero de 1951. Este aciago suceso, con su entramado de casualidades, motivaciones y consecuencias, daría origen treinta años después a Crónica de una muerte anunciada (1981).

Un mes después del asesinato de Cayetano Gentile, la familia de García Márquez decidió dejar Sucre e instalarse en Cartagena. Las dificultades económicas obligaron a su madre a vender la casa de Aracataca donde había nacido el escritor, y éste la acompañó con ese fin en marzo de 1952. El viaje le mostró que Aracataca, su gente y su pasado, sus padres y abuelos con sus venturas y desventuras, la explotación bananera de la United Fruit Company y la ruina y la soledad en que había quedado su pueblo, debían ser el venero primordial de su obra. Esta experiencia lo terminó de colocar, pues, de forma consciente en el camino que quince años después lo llevaría a Cien años de soledad. En este sentido fueron definitivos asimismo los viajes que, entre finales de 1952 y mediados de 1953, hizo por Valledupar, Villanueva, La Paz, San Juan del Cesar, Barrancas, Fonseca, Manaure, los pueblos de donde provenían su madre y sus abuelos, mientras vendía enciclopedias y libros de medicina. Su compañero y guía fue su compadre Rafael Escalona, el mítico compositor de música vallenata, quien en uno de esos pueblos le presentó a Lisandro Pacheco, el nieto del hombre a quien había matado el abuelo del escritor en un duelo. Las costumbres de las gentes, los mitos y leyendas que recogió en estos pueblos, así como las historias que le contaron los viejos coroneles de la guerra civil, se convirtieron, junto a las experiencias familiares y los hechos y los personajes de Aracataca, en el subsuelo más fértil de sus cuentos y novelas, especialmente de Cien años de soledad.
A su vuelta a Barranquilla trabajó unos meses como jefe de redacción del diario El Nacional, que dirigía su amigo Álvaro Cepeda Samudio, hasta que, a principios de 1954, se trasladó a Bogotá para trabajar en El Espectador, gracias a la mediación del poeta Álvaro Mutis. En el diario bogotano entró como redactor de planta y comentarista de cine. Con el éxito de «Balance y reconstrucción de la catástrofe de Antioquia», García Márquez comenzó su carrera de reportero estrella de El Espectador. Luego vinieron sus otros grandes reportajes: «El Chocó que Colombia desconoce», «De Corea a la realidad» y «La verdad sobre mi aventura», un relato en catorce entregas sobre el náufrago de la Marina de Guerra colombiana Luis Alejandro Velasco, que años después se reeditaría en libro con el título Relato de un náufrago (l971). La revelación de las verdaderas causas del naufragio (el exceso de mercancía de contrabando) le acarreó al reportero y a su periódico represalias políticas del régimen militar de Gustavo Rojas Pinilla, lo que aceleró poco después su salida del país.

En mayo de 1955 publicó por fin La hojarasca y al poco tiempo El Espectador lo envió como corresponsal a Europa. Entonces ya era considerado uno de los mejores escritores colombianos del momento. Su encuentro con Europa fue en Ginebra, donde estuvo sólo una semana para cubrir la conferencia de los Cuatro Grandes: Eisenhower, Bulganin, Eden y Faure. La ciudad suiza le dejó referencias fructíferas que utilizaría décadas después en el primero de los Doce cuentos peregrinos (1992). De Ginebra viajó a Italia a cubrir la XVI Exposición de Arte Cinematográfico de Venecia, y luego se trasladó a Roma para estudiar guión en el Centro Experimental de Cine. García Márquez apenas permaneció en el Centro, pues pronto se desentendió de los estudios a causa del ambiente puramente libresco y académico.
A finales de diciembre de este año se trasladó a París hasta que El Espectador fue cerrado por el gobierno de Rojas Pinilla a principios de 1956. Con el reembolso del billete de regreso se quedó en una buhardilla del Hotel de Flandre, en el Barrio Latino, donde se aplicó durante meses a la escritura de La mala hora (1962) y El coronel no tiene quien le escriba (1961). Durante el verano de 1957 viajó a Alemania Oriental, Hungría y la URSS en compañía de sus amigos Plinio Apuleyo Mendoza y Luis Villar Borda. A su regreso a París escribió una serie de reportajes sobre los países visitados bajo el título genérico de «90 días en la Cortina de Hierro» (1959), donde subyace una previsión de la caída del comunismo más de tres décadas después.
Un hecho fundamental en su obra literaria fue la contemplación del cadáver embalsamado de Stalin en el mausoleo de la Plaza Roja de Moscú, pues en ese instante empezó a gestarse inconscientemente la figura del eterno y omnipresente dictador de El otoño del patriarca (1975). Esta génesis tuvo su complemento en los hechos que, en enero de l958, dieron origen en Caracas a la caída y fuga del dictador venezolano Marcos Pérez Jiménez. En la revista caraqueña Momento, donde entró como redactor y reportero de la mano de su amigo Plinio Apuleyo Mendoza, a finales de diciembre de 1957, García Márquez dio comienzo a su segunda etapa de grandes reportajes. A los tres meses de estar en Momento viajó a Barranquilla para casarse el 21 de marzo de 1958 con su novia de toda la vida, Mercedes Barcha Pardo, con quien tendría dos hijos: Rodrigo, nacido en Bogotá el 24 de agosto de 1959, y Gonzalo, que nacería en México el 16 de abril de 1962.

Tras el triunfo de la revolución cubana el 1 de enero de este año, García Márquez y Plinio Mendoza viajaron a La Habana para asistir, junto a periodistas e intelectuales de todo el mundo, a la «Operación Verdad», los juicios públicos mediante los cuales Fidel Castro juzgó a los criminales de guerra del depuesto dictador Fulgencio Batista. El escritor asistió con especial interés al juicio y condena a muerte de Sosa Blanco, y con esta experiencia bosquejaría años después una primera estructura de El otoño del patriarca. Durante los dos años siguientes se convirtió en corresponsal de Prensa Latina, la agencia de noticias de la Cuba revolucionaria.

Posteriormente viajó a México, donde se reencontró con Álvaro Mutis, que lo ayudó a ubicarse en la capital azteca. Allí se vio obligado a aceptar la dirección de las revistas Familia y Sucesos para todos, dos publicaciones de acontecimientos de sangre y cotilleos familiares. Luego trabajó en las agencias de publicidad Walter Thompson y Stanton Pritchar and Wood, y más tarde se dedicó exclusivamente a escribir para el cine de la mano de algunos escritores y cineastas mexicanos, como Fernando Benítez, Vicente Rojo, Jomí García Ascot, María Luisa Elío, Emilio García Riera, Luis Alcoriza y Arturo Ripstein. En aquellos años desempolvó el viejo proyecto de La casa, la novela-río, y en 1965 empezó a escribir Cien años de soledad. Trabajando todos los días de nueve de la mañana a nueve de la noche, la tuvo concluida en septiembre de 1966, cuando la envió a la editorial argentina Sudamericana, que acaba de pedirle sus libros anteriores para reeditarlos. La novela se publicó en Buenos Aires el 30 de mayo de 1967 con un enorme éxito inmediato de crítica y de público. Tres meses después el escritor viajó a la capital argentina y fue testigo del fervor popular con que era leída su novela.

Gracias al éxito de su novela mayor, el escritor pudo ver cumplido el sueño de dedicarse sólo y exclusivamente a escribir, para lo cual dejó México y, tras un corto viaje a Caracas, donde conoció a su colega Mario Vargas Llosa, Bogotá y Lima, se trasladó a Barcelona a finales de 1967. En la ciudad condal escribió dos de sus libros más célebres: La increíble y triste historia de la Cándida Eréndira y de su abuela desalmada (1972) y El otoño del patriarca (1975). Al término de esta novela retornó a México, donde reside desde entonces, con estancias alternativas en Barcelona, París, La Habana, Bogotá y Cartagena de Indias. Al son de la publicación de la revista Alternativa, que fundó y dirigió de 1974 a 1979, volvió al periodismo militante sobre grandes temas y figuras mundiales: el golpe de Pinochet en Chile, los refugiados vietnamitas, la revolución angoleña y la intervención de los cubanos en África, la revolución sandinista, Omar Torrijos y algunos dirigentes de la resistencia a las dictaduras sudamericanas. Después de seis años de silencio como novelista, en 1981 publicó Crónica de una muerte anunciada, su novela más leída y apreciada después de Cien años de soledad. Cuando la academia sueca le concedió el Premio Nobel en 1982, hacía tiempo que García Márquez era el escritor más leído del momento.

Gabriel García Márquez: Homenaje: 85.45.30*

Cien años de soledad o El Embrujo de la Palabra en la Novela Total
*85 años de Gloria. 45 años de la publicación de Cien años de soledad. 30 años del otorgamiento del Premio Nobel de Literatura. Café Literario Bibliófilos: Cien  años de soledad o el Embrujo de la Palabra en La Novela Total. Sábado 13 de Octubre: 3pm. Biblioteca Pública Virgilio Barco. BibloRed.Bogotá. Colombia